La Evolución del Modernismo y su Contexto Histórico

Los caminos de la crítica:

  • ONÍS, en su antología de la poesía española-hispanoamericana (1882-1932), aludía al modernismo como la forma hispánica de la crisis universal de las letras desde 1885 hasta finales del siglo XIX.
  • DÍAZ PLAJA, en cambio, establece una oposición más profunda que hoy consideramos obsoleta. Díaz Plaja distingue:
  • Generación del 98: que incluye a Unamuno con “Niebla”, Baroja con “Camino de perfección”, Azorín con “La voluntad”, A. Machado y Valle-Inclán con “Luces de bohemia”.

A finales del siglo XIX, en una época de crisis y desesperanza, hay un compromiso social y una cuestión ético-social.

  • Modernismo: que es una cuestión esteticista.
  • SCHULMAN es el primero que habla del modernismo como una tendencia sincrética (lo que nace de varias cosas, una fusión). Esta tendencia hay que retrasarla, no es en 1888 sino en 1770 con las primeras “Críticas modernistas” de José Martí.
  • HENRIQUE UREÑA es el primero que da razones literarias respecto al modernismo. Da dos razones:
  • La primera: el culto a la forma (flores, cisne…)
  • El segundo: es el lirismo personal y la expresión auténtica.

Etapas del modernismo

En virtud de estas claves, podemos hablar de 4 etapas dentro del modernismo:

  • Premodernismo (1885-1895).
  • Triunfo del modernismo (1896-1905): nacen los dos libros más importantes de Rubén Darío: Prosas profanas y Cantos de vida y esperanza.
  • Postmodernismo (1905-1914).
  • Ultramodernismo (1914-1932): todo lo acabado en –ismo. Las vanguardias nacen como consecuencia del modernismo.

Hace el modernismo 16 años más largo.

Características del modernismo

Con independencia de la duración del modernismo, MERCEDES SERRA y BERNAT CASTANY, en su antología crítica de la poesía modernista hispanoamericana (Madrid, Alianza, 2008), han individualizado las siguientes características:

  • Crisis de la conciencia religiosa, lo que favorece paulatinamente el gusto por las descripciones apocalípticas y la presencia del satanismo y todo lo demoníaco.
  • Las nuevas esperanzas para la sociedad surgidas desde el desarrollo del progreso (no solo la ciencia; se van a desarrollar disciplinas entre la ciencia y el esoterismo), en el cientificismo y también en las interpretaciones esotéricas o pseudocientíficas (la magia, hechiceros).
  • El refugio en la obra artística ante los problemas de un mundo desesperanzado, lo que aumenta los elogios del decadentismo, el amoralismo y el culturalismo.
  • La conciencia crítica en torno al saber humano y la explicación del universo de forma fantástica como una vinculación entre culturas y una exaltación del misterio.
  • Frente al positivismo (doctrina que se desarrolló con Comte y dice que es realidad todo aquello que sea empíricamente verificable), como decía Octavio Paz en Los hijos del limo (Barcelona, Seix Barral, 1988), este se pregunta:

¿Frente al positivismo, el cientificismo? No, el modernismo. Lo no empíricamente verificable.

Crisis del siglo XIX

La segunda mitad del siglo XIX se caracteriza por el nacimiento y consolidación de los movimientos obreros, así como por el desarrollo del socialismo y la estructura sindical.

En 1870, Francia acusa la ruptura de la concepción positivista del mundo y asistimos a una crisis espiritual y moral. La situación no era mejor en Inglaterra, donde la depresión económica estaba cada vez más acentuada y entran en crisis los valores de lo que se llamó “El espíritu victoriano”.

Hay que asociar este hecho a que los procesos de urbanización se saturan, la población se multiplica exponencialmente y, como consecuencia de ello, crece la miseria, las enfermedades y la criminalidad.

Del mismo modo, comienzan a imponerse 3 enfermedades típicas del periodo: Tuberculosis, Sífilis y Alcoholismo.

De ahí el aumento de la prostitución hacia el centro de la vida social y hacia espacios que hasta entonces le habían sido vedados, lo que explica la reacción moralista de buena parte de la literatura francesa y la sexofobia de la etapa victoriana.

Hay que tener presente la aparición de los movimientos feministas y, en buena lógica, de la Femme Fatale (mujer fatal), que no tardará en convertirse en un icono artístico recurrente.

Victorianismo y la sexualidad

No se debe olvidar que la llamada moral victoriana se asienta en un pensamiento surgido de la tradición judío-cristiana y la patrística. El nacimiento de este pensamiento victoriano se basa en la ética sexofóbica, en la que el sexo es el pecado. Por ejemplo, en “El pensamiento de Beda” se recomendaba un año de ayuno y penitencia por cada acto prematrimonial, así como la prohibición severa de los besos y el deseo. No en vano, en los primeros tiempos del cristianismo:

  • San Agustín definía el matrimonio como un mal menor, un remedio contra la concupiscencia (deseo), pero siempre un estado inferior al celibato.
  • San Gerónimo: la única culpable de la existencia del pecado es Eva y todas las que vivieron detrás de ella, de ahí que no extrañe que Tertuliano defina a la mujer como la puerta del diablo y menos aún que el hombre religioso judío recite cada mañana el salmo: “¡Bendito sea el Señor, rey del universo, por no haberme hecho mujer!” (P. Bird, Religión y sexismo, Nueva York, 1974).
  • San Pablo: por su parte, la mujer es inferior al hombre y causa de su prevalicación. En paralelo con toda esta crítica a la mujer, asistimos a la apoteosis del culto mariano y se establece así mismo la oposición entre María y Eva, que tanto va a seducir a los artistas de finales del siglo XIX; para ellos, María es la no mujer, la mujer desexualizada, y Eva es la mujer tentadora.

Podríamos añadir que, como consecuencia de esta época y oposición, surge la doble moral victoriana. Téngase en cuenta que desde mediados del siglo XIX hay un auge y prestigio del matrimonio y de la burguesía. Todo el que está fuera del matrimonio está mal, son pecadores. Ambos conceptos/pilares garantizaban unos herederos a quienes dejar la fortuna, así como unos severos códigos sexuales, sobre todo para la mujer, hasta el punto de que el placer sexual se percibe como claramente opuesto al matrimonio.

De ahí también el desarrollo de los tabúes; el deseo carnal era algo que una mujer y un hombre de buena familia y educación no deberían sentir (R. Pearsall, The worn in the bud, Londres, 1983). Se llegó incluso a crear el mito de que el sexo no existía, lo que ha llevado a Pearsall a llamar a esta actitud… hipocresía. Por tanto, la misión de la esposa era dar a luz y educar a los hijos, mientras que la amante o prostituta hacía gozar al hombre.

Es curioso cómo se incorpora al vocabulario un sinnúmero de eufemismos o perífrasis ridículas para aludir a conceptos como el embarazo (“tengo un estado interesante”), las piernas (“las inmencionables”).

El Doctor Parent Duchâlet hablaba en 1836 de la prostituta como necesaria para mantener el orden social y evitar los excesos en los ámbitos en los que se desenvuelve la sociedad supuestamente moral. Sin ir más lejos, en la Enciclopedia Rees, cuando uno iba a mirar conceptos como sexo, lujuria… por ejemplo, se puede leer que el fluido vaginal de la mujer es el fluido mucoso en la vagina durante el coito, pero solo en las que llevan una vida lujuriosa.

Entre 1899-1902, se vivió la edad de oro de la sífilis.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el puritano espíritu de los victorianos se ve sorprendido por el descubrimiento del sexo femenino. Así, en el prólogo de su obra Hombres y superhombres, George Bernard Shaw comenta que en el siglo que tiene a Goethe (gran poeta alemán) y a Byron (gran poeta de Inglaterra) por un lado, a Ibsen (gran poeta sueco) por el otro, Don Juan ha cambiado su sexo y se ha convertido en Doña Juana, afirmándose a sí mismo como individuo.

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