Evolución Poética de Juan Ramón Jiménez
1ª).- Época Sensitiva
Juan Ramón comienza a escribir muy tempranamente. Sus primeras obras muestran un posromanticismo becqueriano y un tono adolescente. Sin embargo, muy pronto también acusa el influjo modernista. En 1903 se publica su primer gran libro: Arias tristes. En ese libro encontramos una poesía «vestida de inocencia». Los sentimientos de soledad, de melancolía, o los temas del paso del tiempo y de la muerte, son propios de ese neorromanticismo que penetra en el espíritu modernista, o de un intimismo simbolista. Pero la versificación, la tenue musicalidad y el lenguaje sobrio sitúan a esta poesía al margen del Modernismo más ornamental y sonoro. En la misma línea se encuentran otros libros escritos entre 1903 y 1907: Jardines lejanos, Pastorales o Baladas de primavera.
Entre 1908 y 1915, Juan Ramón compone poemas que recogerá, entre otros, en los siguientes títulos: Elejías (tres libros), La soledad sonora, Poemas májicos y dolientes, Sonetos espirituales…
Éstas son las obras en las que Juan Ramón adopta los «ropajes» del Modernismo. Sin embargo, su poesía no llegará a ser tan «fastuosa de tesoros» como la de Rubén Darío. Típicamente modernistas son, sí, la utilización del color y de otros elementos sensoriales, la adjetivación brillante, ciertas imágenes, así como la aparición de ritmos amplios.
A esta época corresponde, en fin, su memorable Platero y yo, publicado en 1914 (y completo en 1917). Junto a evidentes rasgos de estilo modernista, hay indicios de una voluntad de «pureza».
2ª).- Época Intelectual («Poesía Desnuda»)
«Mas se fue desnudando…» Un libro escrito en 1915, Estío, representa el primer paso claro hacia una nueva sencillez: vuelta al octosílabo, a la asonancia, preferencia por el poema breve, supresión de lo ornamental… y así va a llegar a una poesía personalísima, «fuera de escuelas o tendencias», como él diría.
La ruptura definitiva con el Modernismo lleva una fecha: 1916. En ese año Juan Ramón escribe el Diario de un poeta recién casado. El autor lo consideraría siempre su «mejor libro»; y la crítica no ha vacilado en calificarlo de libro clave de la lírica contemporánea. Es, en efecto, una «poesía desnuda», en la que se elimina lo anecdótico para dejar paso a la concentración conceptual y emotiva. Por eso, predominan los poemas breves, densos, en versos escuetos y preferentemente libres, sin rima o con leves asonancias. Y hay también poemas en prosa que, por su andadura y por la heterogeneidad de sus materiales suponen no menor novedad, e influirían en la poesía de vanguardia. Siguen otros libros: Eternidades (1918), Piedra y cielo (1919), Poesía (1923), Belleza (1923)… Su palabra quiere ser un instrumento para penetrar en la realidad, en busca de una nueva «inteligencia».
Esta etapa intelectual se corona con un libro escrito entre 1923 y 1936: La estación total. Su título alude a lo que es ya la obsesión dominante del poeta: el anhelo de abolir el tiempo y de llegar a una posesión «total» de la belleza, de la realidad y del propio ser. En suma, ansia de eternidad.
3ª).- Época “Suficiente” o “Verdadera”
Durante su exilio en América, Juan Ramón prosigue invariablemente su indagación poética, por encima de las circunstancias, cada vez más encerrado en sí mismo y atento sólo a una Obra cada día más exigente y ambiciosa. A estos años corresponden, sobre todo, dos grandes libros: En el otro costado (1936-1942) y Dios deseado y deseante (1948-1949).
En vida del poeta sólo se publicaron fragmentariamente. Así, del primero aparecieron los Romances de Coral Gables. Y la primera parte del segundo libro citado se publicó con el título de Animal de fondo. Por lo demás, en su Tercera antolojía poética (1957) incluyó Juan Ramón algunas muestras de otros dos libros en proyecto:
Una colina meridiana y Ríos que se van.
En el libro En el otro costado figura el largo poema en prosa “Espacio”, iniciado en 1941 y sólo terminado en 1954. Sin tema preciso, el poema ensarta vivencias y preocupaciones del poeta, con un ritmo fluyente. Juan Ramón fue, una vez más, capaz de asombrarnos con lo más nuevo que por entonces se escribía en nuestra lengua. El conjunto es de una altísima belleza.
Dios deseado y deseante nos conduce a nuevas honduras. Es un poemario traspasado por un extraño misticismo, o al menos por un anhelo metafísico: la sed de eternidad le ha llevado al contacto o a la posesión de un dios que, como dijimos, se identifica con la Naturaleza, con la Belleza o con la propia conciencia creadora.