Buero introduce en España modalidades de teatro novedosas. Es el caso de la tragedia contemporánea y de nuevas fórmulas del teatro histórico. Con la tragedia contemporánea se consigue una mayor identificación con el público ya que los protagonistas de la trama son cercanos a los espectadores en su cronología y en su problemática existencial y social. Con su teatro histórico no pretende recrear sin más un momento del pasado sino que recurre a personajes históricos que protagonizaron momentos claves de la Historia nacional, para iluminar posibles salidas a la situación contemporánea.
En Historia de una escalera los destinos de cuatro familias se entrecruzan en la escalera del edificio en el que habitan a lo largo de tres generaciones. Pasan los años y se repiten las mismas aspiraciones por progresar, por dejar la miseria y por, al fin y al cabo, lograr la felicidad. Pero la perpetuación de las mismas mezquindades y errores hará difícil toda esperanza.
La obra se divide en tres actos que corresponden a la estructura dramática clásica de I-planteamiento, II-nudo y III-desenlace. Hay un único espacio –la escalera- que cobra protagonismo desde el título y que casi no cambia a lo largo de toda la acción. Es una escalera por la que se sube y se baja pero que no conduce a una salida de mejora moral y material, por lo que algunos han visto en este espacio un símbolo de la situación de la España de posguerra.
La escena que se debe analizar se localiza al final del tercer acto y, por lo tanto, es el desenlace de la obra. Supone un anticlímax a la escena anterior en la que los adultos discuten violentamente entre sí al oponerse a la relación de Fernando hijo y Carmina hija, situación que aprovechan para manifestarse viejos rencores. En la escena y a pesar de esta oposición familiar, los jóvenes Fernando y Carmina deciden que su relación siga adelante. Fernando hijo hace planes de futuro para dejar atrás a sus familias y ese ambiente mezquino y que precisan de esfuerzo, voluntad y amor. Su diálogo es contemplado en silencio por Fernando padre y Carmina madre que recuerdan melancólicos una escena similar que ambos protagonizaron hace ya 30 años. Esta escena a la que aludimos conecta nuestro texto con el final del primer acto, que se cierra con la imagen de la cántara de leche derramada, símbolo de los sueños incumplidos de amplia tradición literaria. Con este final “repetido”, Buero persigue que el público se posicione sobre el fracaso o salvación de la joven pareja, basándose para ello no solo en lo que ya conoce de sus progenitores sino también en la propia experiencia de cada espectador. Logra con ello la función catárquica del teatro y una salida a la esperanza que hace que el mismo autor defina su obra como “tragedia esperanzadora”. A diferencia de otras tramas clásicas similares, como Romeo y Julieta de W. Shakespeare, cabe la esperanza de que la oposición familiar no aboque a la joven pareja a una frustración irremediable.
El tema del fragmento coincide con el principal de la obra: la oposición entre determinismo y redención, entre frustración y esperanza. El determinismo, es decir, los jóvenes están abocados a cometer el mismo fracaso que sus padres porque no podrán superar las limitaciones ambientales, viene marcado por la selección de un léxico que se relaciona con el ELLOS: su sordidez, viejos y torpes, no comprende, se han dejado vencer por la vida, mezquinos, vulgares, casa miserable, broncas constantes, estrecheces, nido de rencores y de brutalidad, incomprensión, etc. La redención, es decir, el pundonor de los jóvenes hará que se amen y progresen lejos de ese ambiente, se refleja también en un léxico relacionado con el NOSOTROS: ¡Sí puede ser!, lucharé para vencer, ayudar, confiar, cariño, podrás, más fuerte, apoyarnos, salir, dejaré a mis padres, salvarse, ¡Qué felicidad!, nuestro cariño, lejos de aquí, etc. El empleo de verbos que expresan futuro acentúa también esta idea de redención: lucharé para vencer, lucharé por ti y por mí, tienes que ayudarme, tienes que confiar en mí y en nuestro cariño, podrás, no nos dejaremos vencer por este ambiente, me ayudarás a subir, voy a empezar, saldré de aquí, dejaré a mis padres, te salvaré a ti, abandonaremos este nido, me haré aparejador, emprenderé muchas cosas, ganaré mucho dinero, me solicitarán todas las empresas constructoras, estaremos casados, tendremos nuestro hogar, no dejaré de estudiar, me haré ingeniero, seré el mejor ingeniero, tú serás mi adora mujercita, etc.
Cuatro son los personajes que aparecen en la escena. Dos de ellos no tienen diálogo –Fernando padre y Carmina madre- y se limitan a contemplar la acción protagonizada por sus hijos desde una posición escénica más alta en una especie de teatro dentro del teatro. Pero a pesar de que no hablan, con parte de la acotación final expresan todo un mundo de emociones y recuerdos en un alarde de teatro gestual: “Los padres se miran y vuelven a observarlos. Se miran de nuevo, largamente. Sus miradas, cargadas de una infinita melancolía, se cruzan sobre el hueco de la escalera sin rozar el grupo ilusionado de los hijos”.
El diálogo recae en Fernando hijo y en Carmina hija, si bien hay una clara diferencia en la extensión de sus intervenciones, mucho más largas en las del joven (es el personaje activo que planifica el futuro) que en las de su novia (es el personaje pasivo que se limita asentir los planes del chico). Queda por saber si Fernando hijo es como su padre y todos esos planes se van a quedar en aire ente su falta de decisión y de esfuerzo real y si Carmina hija será tan ingenua como lo fue su madre hace 30 años.
Sobre el tiempo, destaca el hecho de que en cada acto se presenta lineal y transcurre en tres días cualesquiera de ese largo periodo. Los acontecimientos más interesantes de la vida de los personajes ocurren precisamente en el tiempo que no ha sido llevado a escena por Buero. El espectador conoce solo las consecuencias de las decisiones adoptadas por aquellos en algún momento transcurrido entre un acto y otro. Con respecto a esta escena, han transcurrido 20 años desde el acto II y 30 desde el acto I y en la acotación inicial del acto III se dice que transcurre en “nuestra época” por lo que debemos pensar en la década de los 40 del s. XX. En la escena se representa un tiempo presente frente al que se levantan el recuerdo de un pasado momentáneamente feliz y la esperanza de un futuro mejor. El espectador comprende entonces cuánto se parecen el pasado, el presente y el futuro de estos personajes.
Con las acotaciones se dan indicaciones de movimientos (sale de su casa), de sonidos (cierra con un portazo, cierra la puerta sin ruido, suspiro de susto) y de intenciones (la mira violento, lentitud de un vencido, mirada de espanto, sale con mucho sigilo, suspiro de susto, se miran arrobados, miradas cargadas de infinita melancolía).