Generación del 90 literatura

Llamamos generación del 98 a un grupo de escritores que publican sus primeras obras en el cambio de siglo. Marcados por el Desastre del 98, al que deben la denominación, heredan del regeneracionismo la preocupación por la recuperación del país en un momento en que se hace manifiesta su decadencia.  El ideólogo Ángel Ganivet con Idearium español de 1897 está considerado como su precursor. El tema de España se convierte en eje central de sus obras, lo que explica su valoración del paisaje y su interés por la Historia. Concretamente se busca la esencia de lo español y sus valores eternos en las tierras de Castilla, en su historia y su literatura. En este sentido son frecuentes las descripciones de las tierras de Castilla, donde encuentran un paisaje decadente, solitario, símbolo del abandono, el atraso y la pobreza, pero que también se convierte en otras ocasiones en un paisaje que define el alma noble de España, pues evoca la pureza, la espiritualidad, la austeridad, la nobleza y la dureza frente a la adversidad (así lo encontramos por ejemplo en el ensayo
Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno). Esa preocupación por la decadencia del país se presenta también bajo el enfoque de la crítica social. En este sentido se incide en aspectos como el caciquismo, el poder de la Iglesia, el subdesarrollo económico, la brutalidad de las fuerzas del orden o la necesidad de una reforma agraria, aspectos estos que conectan a la generación del 98 con el regeneracionismo de Joaquín Costa. En esta línea, una de las variantes recurrentes de la preocupación por España es la dualidad España/Europa. Europa se toma como modelo de desarrollo científico, cultural, industrial e intelectual frente a una España supersticiosa, analfabeta, subdesarrollada. 
 
Otro tema importante es la angustia existencial y el tema de Dios, presentes en muchas de sus obras. La lectura de ciertos filósofos, como Schopenhauer, Kierkegaard o Nietzche, aporta actitudes existencialistas y temas como el eterno retorno o la voluntad.
 
Veamos los principales autores de esta generación:   Miguel de Unamuno (1864-1936) cultivó todos los géneros, aunque destacó en el ensayo y la novela.
Sus ensayos abordan temas como el problema de España, que aparece En torno al casticismo (1895) o Por tierras de Portugal y España (1911), obras que revelan su interés por el paisaje y el papel histórico de Castilla. Su pensamiento filosófico, precursor del existencialismo, se desarrolla en ensayos como Del sentimiento trágico de la vida (1912), donde aparecen sus grandes obsesiones: el sentido de la vida, la muerte o el conflicto entre fe y razón. En sus novelas Unamuno subordina argumento y personajes al mensaje filosófico (su gran tema será el conflicto entre el impulso religioso y la razón). Su rechazo del Realismo le lleva a desarrollar una fórmula novelística muy personal que denomina “nivola”. Las “nivolas” se centran en el conflicto interior del personaje. La acción se vuelve esquemática, se eliminan las descripciones y cobran importancia los diálogos y los monólogos, en los que los personajes exteriorizan sus angustias íntimas. En su producción novelística destacan títulos como Niebla (1914), La tía Tula (1921) o San Manuel Bueno, mártir (1931).
 
Pío Baroja (1872-1956) se dedicó casi en exclusiva a la novela. En su larga producción destacan varias trilogías, como la de La lucha por la vida (La busca, Mala hierba y Aurora roja) de 1904, y novelas tan importantes como Zalacaín el Aventurero (1908) o
El árbol de la ciencia (1911). En su obra
Baroja revela su concepción pesimista del mundo. Para él la vida es una lucha continua que carece de sentido y que está dominada por un sufrimiento cruel e incomprensible para el que no existen alternativas como el amor o la religión. Su visión crítica de España está teñida de individualismo y escepticismo. Sus personajes representan actitudes polarizadas: hombres de acción y abúlicos (desorientados y sin voluntad). 
 
La obra de José Martínez Ruiz, Azorín (1873-1967) se centra en la evocación del pasado o el paisaje y la historia de Castilla, siempre con un estilo en el que destaca la sencillez y la precisión. Utiliza la literatura clásica como fuente de inspiración en ensayos como La ruta de Don Quijote o Castilla. En cuanto a sus novelas, carecen prácticamente de argumento y son más bien un pretexto para incorporar elaboradas descripciones o expresar sus preocupaciones temáticas. Las más interesantes son las de su primera etapa, como La voluntad o Antonio Azorín.
 
Valle-Inclán (1866-1936) evoluciona desde el Modernismo inicial hacia una estética (la del esperpento) cercana al expresionismo y a las vanguardias. De su producción novelística cabe destacar las Sonatas, sus cuatro novelas modernistas protagonizadas por el marqués de Bradomín; Tirano Banderas, que inaugura la llamada novela de dictadores; y la inconclusa El ruedo ibérico, donde Valle se propónía contar la historia de España desde la caída de Isabel II con una óptica esperpéntica. De su producción dramática destaca el ciclo mítico y el ciclo del esperpento. Las obras del ciclo mítico (Comedias bárbaras y Divinas palabras, de 1920) se ambientan en una Galicia arcaica, violenta y patriarcal en la que el hombre se muestra cruel, lascivo, desprovisto de toda civilización. La obra que mejor representa el ciclo del esperpento es Luces de Bohemia (1924). 
 
A estos tres autores se suma Ramiro de Maeztu, que, aparte de la novela La guerra de Transvaal (1899), escribíó ensayos, como Defensa de la Hispanidad.
 
Por otra parte, Antonio Machado, debe estudiarse en el contexto más amplio de la renovación poética modernista. En Campos de Castilla (1912), incorpora una serie de temas que lo alejan del Modernismo de Soledades, galerías y otros poemas (1917) y lo acercan a la generación del 98. Sigue manteniendo en parte del libro ese tono intimista y melancólico del libro anterior, pero añade temas nuevos que miran de frente a la realidad histórica y social del país. Hay un interés especial por los campos de Castilla y sus gentes, y se subraya el contraste entre su pasado glorioso y su decadencia actual. Critica el atraso y la ignorancia de sus habitantes al mismo tiempo que elogia la belleza de los paisajes de Castilla. De su obra en prosa, destaca el ensayo filosófico Juan de Mairena. A modo de conclusión, cabría decir que la generación del 98, en el contexto de la crisis de finde siglo que afecta al arte y a la literatura en toda Europa, supone una ruptura con el paradigma decimonónico y la irrupción de una corriente de ideas procedentes del exterior sin que por ello nuestros escritores aparten su atención de su propia crisis, que no es otra que la de la conciencia nacional española.

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