Historia de una Escalera y el Teatro Social
Antonio Buero Vallejo publicó Historia de una escalera en 1949, marcando el inicio del realismo social en el teatro español con un enfoque existencial. La obra denuncia la falta de movilidad social y la repetición de los mismos errores generacionales, reflejando la dura realidad de la España de posguerra.
En el acto primero (1919) se presentan los personajes en su juventud, con grandes aspiraciones y sueños de superación. En el acto segundo (1929) se muestra cómo la mayoría de los personajes han fracasado en sus aspiraciones y han asumido una vida de resignación. Finalmente, en el acto tercero (1949), que coincide con la fecha de estreno de la obra, se refleja cómo la siguiente generación parece repetir los mismos errores que sus padres. La estructura de la obra no sigue el esquema clásico de planteamiento, nudo y desenlace, sino que se organiza en un ciclo de repetición que enfatiza la falta de cambio.
La obra presenta una estructura cíclica que refuerza el mensaje de la obra. Existen paralelismos y repeticiones, como los altercados agresivos y las declaraciones de amor frustradas, que refuerzan la idea de estancamiento generacional. Además, el final abierto sugiere la posibilidad de cambio con los jóvenes, aunque deja en el aire si realmente habrá una evolución o si se repetirá la historia de sus padres.
Uno de los temas principales de la obra es el reflejo de la sociedad española de la posguerra. Retrata la precariedad y las dificultades de la época. También trata la frustración desde distintas perspectivas: la personal, derivada de la personalidad y elecciones de los personajes; la social, por la falta de oportunidades y las circunstancias adversas; y la existencial, por el paso del tiempo y la repetición cíclica de los fracasos.
En cuanto al estilo, Buero Vallejo utiliza acotaciones breves que ayudan a entender el ambiente y los sentimientos de los personajes. Los diálogos están adaptados a la condición social de cada personaje, con un lenguaje sencillo y expresiones populares que refuerzan el realismo de la historia.
El simbolismo también juega un papel clave en la obra. La escalera representa la inmovilidad social, un lugar de paso donde nada cambia realmente. Por otro lado, el amor se asocia a la infelicidad cuando los personajes renuncian a él por conformarse con una vida sin pasiones ni riesgos.
En conclusión, Historia de una escalera es una crítica a la sociedad de posguerra, mostrando su decadencia y falta de expectativas. Contiene una denuncia social velada que evita la censura con un enfoque simbólico y es una de las mejores representaciones del teatro posibilista de Buero Vallejo, dejando abierta la posibilidad de un futuro diferente para la nueva generación.
Debido a la finalidad persuasiva del texto, podemos encontrar tres características representativas que se corresponden con la subjetividad, la claridad y el afán estético. La subjetividad se presenta a través de la función expresiva del lenguaje en la que se muestra la opinión y sentimientos del emisor (…) y el uso de las primeras personas, tanto del singular, para indicar la presencia explícita de la autora (…) como del plural, con un valor inclusivo y general en el que se identifican el emisor con todo receptor del texto (…). También se sirve de modalidades oracionales interrogativas, con la que comienza el texto (…), dubitativas (…), desiderativas (…) o exclamativas (…) que ratifican esta subjetividad textual. Descubrimos que ante la aparente objetividad formal de las oraciones enunciativas en presente actual (…) y en presente atemporal (…) se encubre una opinión personal disfrazada de argumentos y que se concreta mediante diversos términos valorativos como adjetivos calificativos (…) y explicativos (…); o adverbios modificadores como (…). Llama la atención, en este sentido, el neologismo (…). Respecto a la claridad, se consigue gracias a la fuerte cohesión a través de marcadores y conectores textuales, que relaciona unas oraciones con otras (…); deixis personal (…) y espacial mediante el adverbio (…); elipsis verbal de “es” (…); repetición léxica, sinonimia (…) o antonimia (…). Su nítida estructura también favorece dicha claridad presentando de forma ordenada las ideas que se quieren expresar. En este sentido, observamos una introducción en la que se presenta el tema y la tesis (…); seguido del cuerpo argumentativo con reafirmaciones de la tesis (..) y una conclusión (…) en el que se reafirma la tesis. Por lo que estamos ante una estructura paralelística en la que se intercalan la tesis con los argumentos a lo largo del texto. En cuanto al afán estético, muy presente en el texto, con una clara finalidad expresiva y persuasiva que lo dota de belleza, descubrimos metáforas (…), personificaciones (…) o símiles (…). Por último, señalar la mezcla de registros utilizados, uno culto y elaborado (…) con ciertos tecnicismos (…), junto con expresiones coloquiales, que acercan al lector a la tesis por su fuerza expresiva (…). Además, se sirve de la ironía (…).
Lírica Latina
El género comprende composiciones poéticas que, en sus orígenes griegos, eran cantadas con lira (de ahí el nombre de lírica). Esta poesía tiene dos peculiaridades: su carácter subjetivo, pues el poeta expresa en ella sus sentimientos, generalmente amorosos, y la utilización de gran número de metros variados (en general, tomados de los griegos; predomina el yambo). Las obras de los líricos están llenas de espontaneidad y tienen un carácter sincero; reflejan la vida de los poetas, sus alegrías y tristezas.
Se cultivó en Roma a partir de los últimos siglos de la República (III y II a. C.), en que los poetas vuelven a su interior para analizar y expresar los sentimientos por las cosas cotidianas. En esta época surgen los primeros poetas líricos, de los que conservamos algunos fragmentos, pero sabemos que su poesía era de tema erótico y tenía una gran variedad de metros.
En el siglo I a. C.: surge una corriente importante, los poetas nuevos (poetae novi), o neoteroi (neotéricos). Se caracterizan por su inclinación a la poesía griega, y en particular la alejandrina, la cual, en poemas breves muy cuidados, de temas personales y cotidianos, buscaba la belleza formal, a través del empleo de recursos estilísticos, sobre todo, métricos, de gran perfección artística.
Los autores más importantes de esta corriente fueron Catulo, cuyos poemas (Catulli carmina, 116 poemas de temática y métrica variadas: epitalamios, himnos, elegías, epigramas…; utiliza el hexámetro, la estrofa sáfica, endecasílabos, etc.) están llenos de espontaneidad y franqueza; sus temas son satíricos, amorosos (dedicados a su amada Lesbia), etc.
Y el más grande poeta lírico de la literatura latina, Horacio. En sus poemas plasma aspectos de su vida y de las costumbres romanas. Sus Épodos son poemas de carácter satírico hacia personajes imaginarios. Es recordado por sus Odas, poemas que siguen la línea de Catulo, adaptando los versos de los líricos griegos, de temas variados. Su obra ha influido decisivamente en la literatura occidental. A él debemos tópicos como el carpe diem, beatus ille, etc.
La Elegía: Expresión del Sentimiento Íntimo
Es un género poético que tiene como objetivo expresar los sentimientos íntimos, sobre todo aquellos que se refieren al amor y al desamor. Nace de una imitación de los epigramas eróticos de los poetas alejandrinos. Es pasional y subjetiva.
La forma métrica propia de estos poemas consiste en una estrofa de dos versos, un hexámetro y un pentámetro (dístico elegiaco). Se puede considerar como un subgénero de la lírica, pues, aunque no emplea metros variados, su carácter intimista, de expresión del sentimiento amoroso, justifica plenamente su inclusión en este género. Es una poesía de asunto triste, en general, aunque lo que la caracteriza es la expresión de sentimientos personales, como el amor, que casi siempre es desgraciado, de ahí el dolor y sufrimiento que está siempre en esta poesía. Frente a la elegía griega, esta es predominantemente subjetiva y amorosa, aunque mantiene restos del carácter fúnebre que tenía en Grecia.
Los elegiacos más importantes son Tibulo, Propercio y el gran Ovidio. La obra de este último es variada y amplísima. Destaca por sus elegías, las eróticas (Amores), dedicadas al amor mundano; el Ars amatoria o ars amandi (donde enseña las formas de enamorar a una mujer); los Remedia amoris (sobre los males de amor). O en su última etapa, en que abandona la temática amorosa y adquiere un tono desesperado (estaba en el destierro), con sus Tristia.
Es muy conocido por una obra no elegiaca, sino en hexámetro dactílico y de tema mitológico, las Metamorfosis, donde explica mitos donde se producen transformaciones de dioses y hombres.
Ovidio fue un poeta de gracia natural, de verso fácil y refinado, bello y de gran perfección formal, que ha tenido gran influencia en la tradición literaria posterior.
Historiografía Romana: Intención Didáctica y Propaganda
Es un género narrativo que pretende exponer (en prosa y con carácter literario) los hechos históricos de manera objetiva y que tiene una clara intención didáctica –tanto moral como política- y propagandística. En este sentido, uno de los objetivos principales del género en la antigua Roma fue inculcar en la juventud de las clases dirigentes un gran respeto por el sistema de valores tradicionales, a través de la exposición de las gestas de personajes históricos emblemáticos.
La primera manifestación, pionera en la narración histórica en prosa, fue la analística, historia contada año a año, cronológicamente. Se extiende hasta el s. I a. C. Se empieza desde la monarquía hasta las guerras púnicas. Se escribía en griego. Uno de los principales analistas fue Q. Fabio Píctor (S. III a. C.).
Después hay que citar al primer gran prosista romano, Catón (III a. C. – II a. C.), que escribió los Origines, escrita ya en latín. Narra los orígenes y evolución de Roma y de los pueblos itálicos. Catón fue también quien fijó las características básicas del género.
Los analistas posteriores con frecuencia falseaban la realidad, estaban más preocupados por que las obras fueran entretenidas que de mostrar la veracidad de los hechos. También Catón está lejos de la perfección literaria. Fue Cicerón (que no fue historiador) quien expuso en sus obras de Retórica cómo debía ser la historiografía: el historiador no sólo debe narrar los hechos, sino investigar las causas y analizar las consecuencias. Debe ser una obra literaria y debe servir para que el hombre perfeccione su conducta (didáctica). Así, entiende la historia como magistra vitae.
Después se abandona la narración cronológica de los hechos y se trata un periodo concreto de la historia. Se pusieron de moda también las memorias. Podemos citar, como máximos exponentes de esta línea, a César (2a mitad S. I a. C.), con sus obras La guerra civil (Bellum civile), La guerra de las Galias, obras monográficas en que intenta justificar su actuación política y militar, con un fin propagandístico. Y Salustio (S. I a. C.) con La guerra de Yugurta, La conjuración de Catilina, obras también monográficas donde aprovecha para hacer valoraciones personales, pues, según él, la historiografía no sólo debía servir para relatar los hechos, sino para analizarlos e intentar explicarlos.
Tito Livio, (S. I d. C.-S. II. D. C.), (Ab urbe condita: narra la historia de Roma desde sus orígenes hasta el año 9 a.C.) Se documenta en las obras de los analistas. Sus obras son de gran calidad, y ensalzan las virtudes tradicionales romanas.
Otro historiador es Tácito, (S.I -II d.C.) (Annales, Historiae), que adopta una actitud crítica ante los hechos históricos, y muestra preocupación por la veracidad de lo que escribe y sus fuentes. Historiadores menores fueron Nepote (De viris illustribus) o Suetonio (S.I y II d. C.) (Vida de los doce Césares), que cultivan el subgénero de las biografías.