Carta al padre
Cierto día Kafka anotó: “Nada hay más triste que enviar una carta a una dirección insegura, no es una carta, es más bien un suspiro”. Pero esta carta realmente nunca fue entregada a su destinatario, sino que se la entregó, un año después de escribirla, a Milena Jesenská haciéndole las siguientes advertencias: “No permitas, si es posible, que la lea nadie más. Y trata de comprender al leerla todas las argucias legales, es una carta de abogado”.
De todo el mundo es conocida la compleja relación que mantenía el escritor checo con su padre, Hermann Kafka. La incapacidad de Gregor Samsa, bajo su apariencia de escarabajo, para articular palabra alguna representa la incomunicación real que existió entre el Kafka padre e hijo. En este aspecto, como en otros muchos incluidos en la novela La metamorfosis, es importante interpretar la obra a la luz del resto de escritos de Kafka. En su Carta al padre, escrita en 1919, Kafka pone por escrito todas sus desavenencias con la figura de su padre. Un texto muy clarificador y relevante en relación al papel representado por la figura paterna en la obra del escritor.
“De ahí que el mundo se dividiese para mí en tres partes; en la primera vivía yo, el esclavo, bajo las leyes creadas exclusivamente para mí, y a las que, por añadidura, sin saber por qué, nunca podía obedecer del todo; luego, en un segundo mundo, a una distancia infinita del mío, vivías tú, ocupado en el gobierno, en dar órdenes y en enfurecerte cuando no eran cumplidas, y finalmente había un tercer mundo donde vivía el resto de la gente, felices y libre de órdenes y de obediencia” Carta al Padre, F. Kafka
Posiblemente de aquí sacó Kafka la tendencia al efecto tríptico de la novela, ya que, según dice, para él el mundo se veía dividido en tres y él era un mundo aparte de todos los demás, al margen del mundo y a las órdenes de su padre.
Además, el autor checo nos relata cómo, para él, su padre era un modelo a seguir, lo admiraba, lo idolatraba, creía que era un buen modelo, pero cómo realmente se iba dando cuenta de que era un mal ejemplo, como, por ejemplo, en lo que concernía a las costumbres de la mesa, dónde decía lo que había que hacer, pero ni él mismo hacía lo que predicaba.
También nos es narrado un hecho que desde pequeño le marcó. Un día, siendo pequeño, lloraba porque quería agua (realmente afirma que lo hacía quizá para llamar la atención solamente para que le hicieran caso), y su padre lo cogió y lo encerró fuera en la terraza. Desde ese momento, Kafka vivió atemorizado porque su padre pudiera ir cualquier día a su habitación y sacarle sin motivo alguno durante mucho tiempo fuera.
Aparte, afirma que no recibía estímulos positivos y relata cómo a su padre no le interesaba lo que le pasara en el día a día, no le escuchaba, no había comunicación. Esta idea se plasma perfectamente en La metamorfosis, donde Gregorio no tiene comunicación con su padre.
Sus complejos eran desmesurados, hasta el punto de darle vergüenza de su propio cuerpo. Así, cada vez que iban a la playa, para el pequeño era un suplicio porque veía el cuerpo de su padre, fuerte, alto, corpulento, de anchas espaldas, y el suyo débil, esmirriado y flaco.
Aparte de la vergüenza que sentía por su cuerpo, no se veía capacitado para obedecer las órdenes de Hermann porque no tenía ni su fuerza, ni energía, ni apetito, ni habilidad (por ejemplo, para nadar), aunque el padre se lo exigía como algo lógico y normal, y no se daba cuenta de que su hijo no podía.
La única educación que recibió de su padre marcó mucho al escritor y afirma que: “Los recursos oratorios de tu sistema educativo, extremadamente eficaces y que al menos conmigo no fallaban nunca, eran: reprimendas, amenazas, ironía, risa malévola y —cosa rara— quejas sobre ti mismo”. Así que nunca llegó a sentirse querido en la familia.
“Cuando yo me ponía a hacer algo que no te gustaba y amenazabas con el fracaso, el respeto a tu opinión era tan grande, que el fracaso era inevitable”. A causa de esta afirmación, a medida que iba pasando cursos, cosa que no esperaba por su falta de confianza, afirmaba que “el resultado no fue el aumento de mi confianza, sino al contrario; siempre tuve la convicción —y tu gesto de repulsa me daba de ella una prueba material— de que, cuanto mayores son mis éxitos, peor acabará todo”.
Cuando decidió estudiar derecho fue porque buscaba algo que le permitiera conservar mejor su independencia, su soledad, que le había acompañado hasta ese momento.
“En realidad, los proyectos matrimoniales fueron el intento más grandioso y esperanzado de salvación, aunque luego, evidentemente, no fue menos grandioso el fracaso final”. En esta frase nos afirma que no se casó por miedo al fracaso y por miedo a ser igual que su padre. Para con su mujer y para con sus hijos, él no había recibido nada de él, pero era lo único que había visto, y no quería que sus hijos pasaran por lo mismo.
“Mis escritos trataban sobre ti, en ellos exponía las quejas que no podía formularte directamente, reclinándome en tu pecho. Era una despedida de ti, intencionadamente dilatada; sin duda eras tú quien la imponía, pero seguía la dirección que yo le fijaba”. Pero él nunca se llegó a dar cuenta porque, en cuanto le traía uno de sus escritos, su padre solo le decía “ponlos encima de la mesita de noche”. ¿Los llegó a leer alguna vez? Posiblemente nunca lo hizo, ya que nunca entendió su afán por la literatura.
En esta carta, Kafka también nos habla de su madre, dice que solo servía para protegerse, esconderse del padre, pero que era tan sumisa que nunca hablaba ni decía nada para protegerle ni a él ni a su hermana.
En esta carta, Kafka se autodenomina, por boca de su propio padre, como un gusano o un parásito que clava el aguijón y vive de la sangre del padre. Un antecedente más del símbolo del insecto, del escarabajo protagonista de La metamorfosis.
Finalmente, cabe destacar que siempre reincide en que la culpa de lo que le ha ido sucediendo en su vida y de que su relación no funcionara no es solo del padre, sino más bien de los dos, suya por ser tan diferente y del padre por no intentar entenderle y ser demasiado estricto.