El Compromiso Social y Político en la Obra de Miguel Hernández
Cuando en marzo de 1934 Miguel Hernández viaja por segunda vez a Madrid, comienza para él una etapa que lo introducirá en la intelectualidad de la capital y lo alejará del ambiente oriolano, lo que provocará una crisis personal y poética de la que surgirá su voz definitiva.
En 1935, año en que escribe El rayo que no cesa, será un periodo muy fructífero y crítico para Hernández: conoce a Vicente Aleixandre, cuyo poemario La destrucción o el amor será su libro de cabecera; colabora con Pablo Neruda en la revista Caballo verde para la poesía, con lo que se decantará definitivamente por la poesía impura y dejará atrás la influencia clasicista, conservadora y de acentos católicos de Ramón Sijé.
El estallido de la Guerra Civil lo obliga a dar el paso al compromiso político. Esta poesía quedará recogida en Viento del pueblo, que demuestra que Hernández comprende el poder transformador de la palabra, su posible función social y política: se trata de una poesía comprometida, poesía de guerra, de denuncia y de solidaridad con el pueblo. Esta concepción de la “poesía como arma”, que domina este poemario, implica que lo lírico cede paso a lo épico: el poeta asume una función “profética” (su voz se alza para proclamar el amor a la patria, para educar a los suyos en la lucha por la libertad y la justicia, y para increpar a los opresores de la patria y los niños). Dicha función se articula en cuatro tonos:
- Exaltación heroica de los hombres que luchan por la justicia y la libertad, llegando a ser los protagonistas de sus poemas, en los que empieza por identificarse con la colectividad. Para ello, glorifica los valores (fuerza, orgullo) mediante una hipérbole simbólica en la que emplea el bestiario y los fenómenos atmosféricos que simbolizan el poder y la fuerza.
- Lamentación por las víctimas de los opresores.
- Reivindicación social (“El niño yuntero”). En estos poemas, el tono de lamento sirve para expresar la solidaridad con los protagonistas y víctimas de la explotación contra la que se está luchando.
- Imprecación a los enemigos, opresores y explotados. El tono de la imprecación implicará denigrar e insultar a los cobardes que tiranizan al pueblo.
El optimismo de Miguel Hernández comienza a diluirse al comprobar la insensibilidad de Europa hacia el drama que se vive en España. Esto, junto al cruento espectáculo de una guerra que se dilata, le provoca una profunda depresión e intensifica su vena antiburguesa (republicanos). Su poesía deriva hacia un progresivo intimismo pesimista que le hace interiorizar el espantoso espectáculo bélico, con lo que su fe en el hombre se va debilitando. Los acontecimientos de la guerra provocan el desaliento ante la cruel realidad. La voz del poeta pasa de cantar a susurrar amargamente el intimismo con que se lamenta por las víctimas.
La crítica hacia los enemigos se extiende al hombre en general, como se aprecia ya en el título del poemario: El hombre acecha. El autor ya no se siente identificado con el pueblo, sino acosado por la condición humana, que aparece como una fuerza amenazante.
Al acabar la guerra, Miguel Hernández es detenido. En septiembre de 1939, al salir de la cárcel y antes de volver a ella definitivamente, entregó a su esposa un cuaderno manuscrito que había titulado Cancionero y Romancero de ausencias. Se trata de un libro unitario pero inconcluso, que se fue nutriendo con poemas escritos en la cárcel. Con él, Miguel Hernández alcanza la madurez poética con una poesía sencilla, para la que toma como base la sencillez de la lírica popular. Se trata de una poesía íntima y desgarrada, de un tono trágico con el que trata los temas más íntimos: el amor, la vida y la muerte, sus tres “heridas” marcadas siempre por la ausencia. El poeta es una víctima que expresa su profundo dolor por las ausencias. La palabra «libertad» cobra importancia y aparece unida al amor, única forma de redención porque el sentimiento no puede encarcelarse.
Temas Poéticos de Miguel Hernández
La naturaleza
Miguel Hernández es un poeta profundamente ligado a la naturaleza; siempre está en contacto con ella ya desde muy niño, y de ella toma sus primeros conocimientos sobre la vida, lo que justifica que la naturaleza, más que un tema, sea una constante en su imaginario poético desde sus inicios: los versos de la adolescencia responden a una poesía reflejo de los acontecimientos sencillos de su vida, en la que plasma la realidad circundante.
La lectura de las églogas de Garcilaso lo llevará a una naturaleza idealizada. Todo este material conduce a su primer libro de poemas, Perito en lunas, en el que se mantiene la tendencia a reflejar una naturaleza embellecida. El título ya remite a un astro lunar en cuanto al símbolo de la fecundidad; la belleza se manifiesta en las flores y otros elementos vegetales, entre los que destacan las palmeras y la higuera, que adquiere una connotación erótica.
Pero a partir de El rayo que no cesa, la naturaleza ya no se trata tan sólo de una fuente de inspiración, sino que se integra en la temática creando símbolos. Así, las flores remiten al amor y el oasis a la amada. Lo mismo sucede con los fenómenos atmosféricos, que aparecen ligados a la fuerza de los sentimientos. Así aparecen el campo asociativo del viento, representando habitualmente el ansia de libertad, y el de la tormenta, como símbolo del dolor.
La poesía hernandiana se nutre además de símbolos del animalario. Desde El rayo que no cesa se aprecia un paralelismo simbólico entre el poeta y el toro, destacando en ambos su destino de muerte. Frente al toro, el buey es el vasallaje del enamorado. Precisamente en contraposición, el buey representará en Viento del pueblo la mansedumbre, la sumisión y la cobardía.
La tierra es el símbolo del propio poeta y de su arraigo en la naturaleza. En El rayo que no cesa, el poeta es barro a los pies de la amada, pero desde Viento del pueblo será generadora de vida, con lo que sus compatriotas se convierten en hermanos. Frente a esa vida, la muerte está representada por el mar, siguiendo la estela de la tradición manriqueña.
El Amor
Perito en lunas es un ejercicio de expresión plástica de la naturaleza; pero unido a los elementos clásicos de la naturaleza levantina, hay poemas de una sensualidad encendida que revelan el vitalismo natural que el autor quiso imprimir en su poesía.
Tras el optimismo, Miguel Hernández encuentra su voz con El rayo que no cesa. El amor es pasión atormentada por el anhelo insatisfecho y unas ansias de posesión frustradas. En este “penar” por amor, el poeta depura su artificioso lenguaje neogongorino a favor de metáforas desgarradas y enérgicas. La “voz herida” del enamorado ha ido tiñéndose de tragicismo: el motivo central será el amor vivido como fatal tortura. Sus modelos quedan asumidos y autentificados por su propia vivencia amorosa: el descubrimiento de la pasión amorosa, encendida y dolorosa por imposible; el desaliento por la esquivez, el recato y la distancia de la novia; y el amor como lejanía platónica inalcanzable.
De este modo, su experiencia se articula en tres tópicos: la queja dolorida, el desdén de la amada y el amor como muerte. La amada aparece siempre como inaccesible o esquiva, pero el poeta no duda en expresar su sumisión incondicional.
La imaginería dominante en este poemario se centra en una serie de símbolos recurrentes: el toro, que representa la figura del amante (por un lado, remite a las fuerzas elementales de la virilidad y, por otro lado, es el destino trágico de una lucha que lleva irremediable a la muerte); los instrumentos de dolor y tortura, hirientes, símbolo de las heridas de amor; y los fenómenos atmosféricos que remiten a un estado de convulsión y pasión desatada representan la fuerza aniquiladora de la pasión amorosa.
En Viento del pueblo el amor se funde con la poesía de combate. El amor se hace “cántico”; la amada, “esposa”; el poeta, “soldado”; y el hijo que esperan, “símbolo de la victoria de la República”.
Las últimas vivencias del poeta se plasman en Cancionero y Romancero de ausencias. Con él, Miguel Hernández aborda los temas más obsesionantes de su mundo lírico: el amor, la vida y la muerte, siempre marcados por la ausencia.
Junto a la ausencia motivada por la muerte, que se asocia a la pérdida de su hijo, donde la profunda desolación se funde con la ternura, la ausencia motivada por la cárcel se orienta hacia la figura de la esposa. El amor frustrado por la ausencia conlleva desolación y dolor; a pesar de ello, el poeta ve en el amor una fuerza redentora. Por tanto, la mujer evocada en la ausencia se convierte en centro (vientre) y salvación.
La Vida y la Muerte en la Poesía de Miguel Hernández
La poesía de Miguel Hernández comienza con una vida casi festiva. Poco a poco, conforme se va configurando y se va desarrollando la funesta historia personal del poeta, acaba por deslizarse por la pendiente de la tragedia, de forma que la vida y la obra aparecen como algo inseparable.
La mayor parte de los primeros poemas contienen un soporte de cierta despreocupación consciente. En muchos se rinde homenaje a la naturaleza con un júbilo casi exultante. Los versos de estas primeras creaciones remiten a las églogas, en un entorno que evoca el locus amoenus virgiliano y garcilasiano. Por eso, si hay pena, también ésta tiene el aire literario de la égloga renacentista; y la muerte se representa poéticamente por medio de los atardeceres y con una intención puramente estética, como reflejo de la melancolía.
Las “heridas” hernandianas (“la de la vida, la del amor, la de la muerte”) comienzan a sentirse en El rayo que no cesa, cancionero de la pena amorosa y de la idea de que la vida es muerte por amor. La vida siempre se representa amenazada por fuerzas incontrolables, y el amor está marcado por un sino sangriento, un anuncio fatalista. Amor y muerte se plasman en los símbolos del toro y la sangre, a los que se unen los elementos cortantes e hirientes, los instrumentos de las heridas del poeta: heridas de amor, de muerte y también de amistad en la «Elegía» dedicada a Ramón Sijé.
En Viento del pueblo la muerte se convierte en la lucha por la victoria, y su canto adquiere tintes elegíacos, ya sea por los héroes anónimos o por personas concretas (Elegía dedicada a García Lorca). Pero la solidaridad con los oprimidos deriva en el dolor y pesimismo por la pérdida de la esperanza en la victoria. En El hombre acecha, los muertos ya no son héroes, sino víctimas, y la muerte es un espectáculo de horror simbolizado.
Sin embargo, es en Cancionero y Romancero de ausencias donde los poemas se oscurecen con el desengaño y la ausencia de todo: la muerte de su primer hijo, la pérdida de la guerra, el odio de la posguerra, la condena a muerte, la enfermedad y la soledad crean este poemario de la desolación. Con el desengaño llega la resignación, pero el ciclo de la vida y la muerte se cierra con la vuelta al amor, única forma de redención posible: la esperanza de que por encima de todo queda el amor y la libertad.