Evolución de la poesía española: Del Modernismo a la Generación del 27

Comienzos: Poesía de “Fin de Siglo” (Modernismo)

En el último cuarto del siglo XIX, la poesía lírica española se encontraba estancada entre el Romanticismo más tópico y el Realismo de la poesía de Campoamor. Clarín y Juan Valera se quejaban amargamente de ese panorama. Sólo la figura de Bécquer, posromántico y presimbolista, ofrecía modernidad y calidad. Mientras, en Francia triunfaba una poesía novedosa, correlato del impresionismo pictórico, heredera del Romanticismo y raíz de la poesía moderna: el Simbolismo. Rimbaud, Baudelaire, Verlaine… comenzaron la andadura de la poesía moderna con el lenguaje simbolista (símbolo y metáfora, música y ritmo en la cadencia versal, sinestesia, plasticidad…). Junto a ello, el Parnasianismo, que añade el culturalismo clásico al lenguaje simbolista.

El Simbolismo (y también el Parnasianismo) llegará a España ya en 1888 de la mano de un nicaragüense, Rubén Darío, que en esa fecha publicó Azul…, saludado por Juan Valera como la mayor novedad poética de nuestras letras modernas (la “Carta-prólogo” de Juan Valera acompañará siempre a las ediciones del libro). Las innovaciones que Rubén Darío trajo a nuestro panorama poético de comienzos del siglo XX implican una revolución similar a la que supuso la introducción de la poesía italianista del Renacimiento que llevaron a cabo Boscán y Garcilaso en el siglo XVI. Esta vez, la innovación tiene la impronta francesa del Simbolismo-Parnasianismo y en las letras hispánicas se llamará Modernismo, que será el movimiento aglutinador de la nueva literatura hispana que nace como expresión de la “crisis finisecular”, aclimata el Simbolismo a nuestras letras e inaugura la poesía moderna (incorporación de la música y el ritmo, nuevos metros (alejandrinos y eneasílabos), verso libre, poemas en prosa, simbolismo expresivo, plasticidad, sinestesia…).

Modernismo en España y la Generación del 98

Sin embargo, el Modernismo en España no será un movimiento homogéneo y, además, por las circunstancias críticas sociohistóricas del momento (“crisis del 98”), tendrá una ramificación literaria nacional, la de la llamada “Generación del 98”. Comenzarán en el Modernismo poetas como los hermanos Machado (Manuel y Antonio), Francisco Villaespesa, Eduardo Marquina, Juan Ramón Jiménez y, en prosa poética, con las Sonatas, Valle-Inclán. No obstante, sólo Villaespesa, Manuel Machado y Marquina persistirán en el Modernismo; el resto, con personalidades poéticas propias, tendrán evoluciones individuales diferentes: Juan Ramón Jiménez se despojará de los “ropajes modernistas” y abogará, en la segunda década del siglo XX, por la “poesía desnuda”, con lo que será el “maestro” de los primeros pasos del grupo poético del 27; Valle-Inclán evolucionará hacia su arte del esperpento dentro de su visión crítica distorsionadora de la realidad (con ello, entrará tardíamente en la órbita de la “Gen´98”); Antonio Machado, que fue modernista en sus Soledades a principios del s. XX, evolucionará hacia los planteamientos y temas propios de la “Gen´98” con una estética más sobria, que tendrá su colofón en Campos de Castilla (1912).

Las Vanguardias y la Poesía Pura

Tras el fin de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), comienzan a vislumbrarse nuevos caminos poéticos que, frente al neorromanticismo y el irracionalismo que subyacían en el Simbolismo y el Modernismo, pretenden despojar al arte de su raíz sentimental y confesional: se trata de un proceso que quedó definido como la “deshumanización del arte” y que llevaron a cabo los escritores e intelectuales de la llamada Generación del 14, que tiene su voz en el Novecentismo. Ortega y Gasset y la «Revista de Occidente», así como Ramón Gómez de la Serna, Rafael Cansinos Sáenz, Guillermo de Torre y algunos jóvenes de la Gen´27, junto a poetas ya consagrados como Juan Ramón Jiménez, dan este nuevo impulso a nuestra poesía.

Dos son los caminos que confluyen:

a.- Vanguardias:

Surgen diferentes tertulias vanguardistas al calor de los ecos europeos (franceses e italianos sobre todo); así, comienza la tertulia del «Café Pombo», presidida por Ramón Gómez de la Serna, cuya revista publica la traducción del «Primer Manifiesto Futurista» de Marinetti; también destaca la tertulia en el Colonial de otro de los adalides de las Vanguardias literarias en España, Rafael Cansinos Assens (director de la revista «Cervantes» y colaborador de la revista «Ultra» así como principal fundador del Ultraísmo).

El Dadaísmo, el Futurismo, el Cubismo… tendrán en España su eco: Guillermo de Torre y el Ultraísmo, el chileno Vicente Huidobro o el español Gerardo Diego en sus comienzos con el Creacionismo serán los ejemplos más destacados.

Las veleidades de las Vanguardias serán absorbidas y fusionadas perfectamente por los poetas de la Gen´27.

b.- Poesía pura:

De Paul Valéry, que comenzó en el Simbolismo y acusó fuertemente la influencia de Mallarmé, culminación a la vez que superación del Simbolismo, es la máxima de la “poesía pura”, correlato del concepto del “arte por el arte”. La desnudez asentimental de la “poesía pura” tiene en España un maestro, Juan Ramón Jiménez, que marcará los primeros pasos de los poetas del 27. Así, la aparición en 1916 del poemario versolibrista de Juan Ramón Jiménez Diario de un poeta recién casado marcará un hito en la superación del Modernismo y el inicio del canon de la “poesía pura”, que tendrá su eco en la revista «Índice»

La Fusión: Generación del 27

Los poetas del 27 se iniciarán en su juventud al calor de las Vanguardias (Gerardo Diego) y de la “poesía pura” (Jorge Guillén), influenciados también por la poesía intimista, de un posromanticismo depurado, de Bécquer (Pedro Salinas o Rafael Alberti). A su vez, volverán sus ojos a nuestro Siglo de Oro, desde las «Odas» de Fray Luis o el misticismo de San Juan de la Cruz hasta el gongorismo más radical de la Fábula de Polifemo y Galatea, pasando por los sonetos lopistas o el cultivo de la poesía tradicional tal y como lo hicieron Lope de Vega y Góngora.

Su maestro inicial será Juan Ramón Jiménez y su punto de encuentro la «Residencia de Estudiantes». Sin embargo, los poetas del 27 pronto se emanciparán de las tutelas y, con el homenaje a Góngora en 1927, se distanciarán de Juan Ramón Jiménez.

La poesía del «Grupo del 27» marcó realmente el inicio de la poesía contemporánea española e implicó la posibilidad de una verdadera fusión entre Tradición y Vanguardia. Durante sus comienzos, fusionaron las Vanguardias (Ultraísmo) y la poesía pura (Valéry y Juan Ramón Jiménez) con los ecos de Bécquer y el cultivo de la poesía popular tal y como lo hicieran nuestros poetas barrocos. Ya avanzada la década de los veinte, con el homenaje a Góngora (1927), el camino fue el de una poesía más elaborada y hermética fusionada con las audacias de la poesía vanguardista. Sin embargo, las convulsiones histórico-sociales que azotarán al mundo a partir de la crisis de 1929 (los fascismos, la preparación de la 2ª Guerra Mundial, la crisis económica que hace tambalearse al capitalismo…), llevarán a una «rehumanización del arte» que, en el terreno de la Vanguardia, tendrá su base en el Surrealismo. La irrupción de la poesía surrealista implicará un viraje en la concepción del quehacer poético que comienza por rechazar el concepto de “poesía pura”. Con la entrada de la década de los treinta, que en España vivirá la llegada de la 2ª República y la Guerra Civil, comenzará lo que Neruda llamará en su revista «Caballo verde para la poesía» la “poesía impura”, manchada de sudor, lágrimas y humanidad. Así lo veremos en Lorca a partir de Poeta en Nueva York, en Cernuda, Alberti, Emilio Prados o Vicente Aleixandre, cuyo poemario La destrucción o el amor (1935) marca un hito en el surrealismo español (será, por cierto, el libro de cabecera de Miguel Hernández). Y pronto, con la amenaza y la llegada de la Guerra Civil, muchos de los poetas del 27 convierten su “poesía impura” en “poesía comprometida”, un compromiso que llevará a muchos al exilio.

Miguel Hernández: Síntesis de la evolución del grupo del 27

Miguel Hernández, nacido en 1910, pertenece cronológicamente a la Generación del 36; sin embargo, por su evolución poética, sintetiza en su corta carrera literaria la modulación de los poetas del 27 (el propio Dámaso Alonso lo llamó “genial epígono de la Gen´27”).

Miguel Hernández comenzó, en su primera formación en su Orihuela natal, al calor del maestrazgo del sacerdote Almarcha, con los clásicos de nuestro Siglo de Oro. Cuando era adolescente, comenzó a conocer a los poetas del 27: Jorge Guillén, en esos momentos profesor en la Universidad de Murcia, y Lorca, cuya Conferencia «La imagen poética de Góngora» fue publicada en el diario «La Verdad» de Murcia y fue, tal vez, uno de los caminos que llevó a Hernández a Góngora. De este conocimiento del poeta culterano vino la composición de octavas reales (la estrofa de la Fábula de Polifemo y Galatea). Así, en 1933 (tras el fracaso de su primera estancia en Madrid), Almarcha, que luego será obispo de León, ayudará a Hernández a publicar en la editorial «Sudeste» de «La Verdad» de Murcia, su primer poemario, Perito en lunas, una colección de octavas reales que fusionan gongorismo, simbolismo y ultraísmo. Es por entonces que conoce a Federico García Lorca, que andaba por Murcia de gira teatral con «La Barraca»; Hernández siempre le rendirá admiración a Lorca, quien, por el contrario, lo ignorará.

Quienes no lo ignorarán y serán sus padrinos en el camino de la madurez poética ya en su segunda estancia madrileña serán Pablo Neruda y Vicente Aleixandre. Se adentra ya Miguel Hernández en el camino de la “poesía impura”, el surrealismo y la “rehumanización del arte”, siempre fusionado con la tradición de nuestro Siglo de Oro (así será, como Lope y Quevedo en el siglo XVII y Lorca o Gerardo Diego en la Gen´27, un gran sonetista en El rayo que no cesa). Con El rayo que no cesa, publicado por Manuel Altolaguirre en enero de 1936, Miguel Hernández ha acelerado su proceso de maduración y ha asimilado el maestrazgo de Aleixandre y el surrealismo.

Con la llegada de la guerra y su compromiso político, Miguel Hernández se adentra en la poesía comprometida con Viento del pueblo y, más tarde (y más pesimista), El hombre acecha. Ya en la cárcel, encontramos al Miguel Hernández más original y maduro: poesía popular y poesía íntima, humanísima y depurada será la del Cancionero y Romancero de ausencias.

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