Evolución de la Novela Española: Desde el Regeneracionismo hasta la Generación del 27

La Narrativa Española Anterior a 1936: Tendencias, Autores y Obras Clave

Al igual que en la lírica, las innovaciones novelescas de principios del siglo XX fueron consecuencia de la visión pesimista de la cultura occidental del momento. Ya desde finales del siglo XIX se venía produciendo un cambio de conciencia, que supondría el rechazo de las concepciones literarias realistas y de la atmósfera utilitarista y burguesa finisecular. Esta crisis espiritual preconizaría la gran revolución a todos los niveles que se produjo en el siglo XX; una crisis universal que supuso el tránsito a la modernidad.

Contexto Histórico e Ideológico

En los planos ideológico y político, la cultura española va a estar marcada por dos grandes momentos que, en cierto modo, también marcan la producción literaria de la época, puesto que los escritores de las distintas generaciones literarias que van surgiendo presentan afinidades de mentalidad con los planteamientos de esos períodos:

  • Primero se desarrolla el movimiento regeneracionista, una corriente ideológica reformista que reclamaba la modernización de España en lo económico y en lo político, y que se extenderá a partir del Desastre de 1898.
  • En segundo lugar, van a destacar las inquietudes europeizantes y progresistas de los intelectuales de la Generación del 14.

Evolución de la Narrativa

En el panorama general de la narrativa española anterior a 1936 encontramos producción novelística en cada una de las generaciones literarias que van surgiendo a la par que las orientaciones ideológicas y estéticas del período histórico que nos ocupa, de tal manera que podemos hablar de la narrativa de la Generación del 98, de la narrativa novecentista o de la Generación del 14, así como de la narrativa vanguardista y de la Generación del 27.

La ruptura simbólica con la narrativa anterior la representa 1902, año en que se publicaron en España cuatro obras significativas: La voluntad, de «Azorín»; Camino de perfección, de Pío Baroja; Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno, y Sonata de otoño, de Valle-Inclán. Estos autores ofrecieron los testimonios más tempranos de las inquietudes del hombre contemporáneo e iniciaron un camino innovador, que culminó en las décadas siguientes. Cada uno con su peculiar estilo se alejó del Realismo y de su intento de representación mimética, en busca de una expresión profunda de la realidad interior.

Principales Innovaciones frente al Realismo

En general, las principales innovaciones con respecto al Realismo imperante hasta finales del XIX que los narradores incorporaron en sus novelas fueron las siguientes:

  1. La pérdida de relevancia de la historia en favor del discurso (la forma, pues, cobra importancia frente al contenido).
  2. La novela se centra en el mundo interior del héroe (que se manifiesta como un yo lírico), en su problemática, diluyéndose, así, la acción y la realidad externa.
  3. Fragmentación de la narración en estampas (producto de las percepciones del protagonista); la fragmentación estructural, la elipsis, la vaguedad, los saltos temporales, la evocación y la alusión contribuyen a la indeterminación de los hechos narrados.
  4. Tendencia a la novela dramatizada o dialogal, en la que el narrador se diluye y los personajes hablan por sí mismos.
  5. Concepción de la novela como un juego intelectual que se propone al lector.
  6. Metáfora e imagen como base del lenguaje novelístico (esto sobre todo en la novela vanguardista).

Autores y Corrientes Literarias

Entre los escritores de fin de siglo, cultivaron la nueva novela Miguel de Unamuno, José Martínez Ruiz «Azorín» y Ramón Mª del Valle-Inclán. Esta práctica narrativa continuó en los escritores del Novecentismo, como Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró, influidos por una nueva sensibilidad vital optimista y un afán de modernización. Finalmente, en este primer tercio del siglo XX se produjo una novela vinculada a las Vanguardias, representada por Ramón Gómez de la Serna, y una novela (que se alimenta también de las fuentes vanguardistas) y que algunos críticos adscriben a la Generación del 27, donde destacan Benjamín Jarnés, Francisco Ayala y Rosa Chacel.

Pero también hubo autores, el principal de los cuales es Pío Baroja, que no se adscribieron a las nuevas fórmulas narrativas, sino que llevaron a cabo una renovación del realismo, resaltando de él lo que creían esencial: el tipo y la acción. Por ejemplo, los protagonistas barojianos son casi siempre personajes activos que luchan por algo concreto, aunque suelen fracasar. En esta línea renovadora del realismo también se inscriben Wenceslao Fernández Flórez, que emplea un humorismo crítico y pesimista, al lado de su tendencia lírica, Concha Espina, y Eduardo Zamacois y Felipe Trigo, cultivadores de la novela erótica.

Por grupos literarios destacan los siguientes novelistas y obras:

Generación del 98

La novela de la Generación del 98 se enriqueció al dar cabida a lo ensayístico, la descripción paisajística y psicológica, el lirismo intimista, y una prosa impresionista en la que lo característico es la sugerencia, la imprecisión y la evocación a través del símbolo, y donde los protagonistas son personajes abúlicos, insatisfechos e inadaptados, pero también abundan (seguramente por influencia de la filosofía de Nietzsche) los personajes en los que predominan la voluntad y la acción.

  • Pío Baroja: Con un estilo narrativo totalmente antirretórico, se sitúa en un pesimismo radical sobre la naturaleza y la condición humanas, a la vez que critica a la sociedad corrupta en su totalidad. Entre sus obras destacan Camino de perfección (1902), Zalacaín el aventurero (1909) y El árbol de la ciencia (1911), su obra más acabada, en la que refleja la desesperanza moral y la desorientación de la España de la época a través de la narración de la vida de Andrés Hurtado, un fracasado absolutamente pesimista, que, incapaz de adaptarse a las circunstancias pese a todos sus esfuerzos, acaba suicidándose.
  • Miguel de Unamuno: También escribe novelas a las que él llama nivolas para distanciarlas de las realistas (Niebla (1914), La tía Tula (1921) o San Manuel Bueno, mártir (1933), por ejemplo). En la línea existencial de toda su producción, sus narraciones recogen su actitud intelectual, su visión filosófica del mundo y sus preocupaciones vitales. Todas ellas suelen centrarse en el conflicto íntimo de los personajes, por lo que, para plasmar las inquietudes de los protagonistas, adquieren relevancia en el relato el monólogo y el diálogo, así como también desaparecen las descripciones y el tiempo y el espacio externos se hacen imprecisos.
  • Valle-Inclán: Evoluciona desde el Modernismo de sus Sonatas (Sonata de otoño, 1902; Sonata de estío, 1903; Sonata de primavera, 1904; y Sonata de invierno, 1905) hasta las novelas esperpénticas como la novela histórica Tirano Banderas (1926). Las Sonatas, escritas en forma de memorias, representan una alegoría de la vida humana, en la que el marqués de Bradomín funciona como hilo conductor de las cuatro narraciones. El tema dominante es el amor carnal, acompañado por la muerte y la religión.
  • José Martínez Ruiz «Azorín»: La voluntad (1902) es una novela ensayística con un tenue hilo argumental, puesto que, como en todas las novelas de este autor se anulan el movimiento y el tiempo, fragmentándose la narración en instantáneas que configuran cuadros o fotografías que pretenden captar la impresión del instante y se materializan en capítulos deshilvanados que dispersan la atención del lector.

Novecentismo

Dentro de los novecentistas, la renovación estilística se advierte en la novela lírica de Gabriel Miró y en la novela intelectual de Ramón Pérez de Ayala.

  • Gabriel Miró: Presenta en un primer momento cierta influencia modernista (así en Las cerezas del cementerio, 1910), pero ya en su segunda etapa encuentra su estilo personal en una prosa elaboradísima, que busca la perfección formal, y en la que lo importante son las prolijas descripciones de sensaciones y ambientes, a las que sirve de marco una acción mínima. El lirismo, pues, se aprecia en la primacía de la emoción y en la disolución de los hechos narrados en impresiones que producen la fragmentación del texto. Son de este momento Nuestro Padre San Daniel (1921) y El obispo leproso (1926).
  • Ramón Pérez de Ayala: Escribe novelas intelectuales (Belarmino y Apolonio, 1921 o Tigre Juan, 1926, por ejemplo) en las que se adelgaza la acción porque lo importante son las reflexiones sobre los temas más diversos (filosofía, psicología, estética, política,…), acercándose, así, la novela al ensayo. El tema que más le preocupa es la conciencia, y formalmente emplea técnicas como el diálogo teatral, historias intercaladas, y diversas maneras de plantear el perspectivismo (varios narradores que cuentan el mismo acontecimiento, o la doble columna, entre otras).

Vanguardismo

  • Ramón Gómez de la Serna: Es el novelista por definición de la Vanguardia. Sus narraciones, en las que la greguería —pilar estilístico de toda su producción— es ingrediente básico, están inspiradas por su biografía y reflejan el mundo de su época. Suelen desarrollarse en ambientes urbanos, frecuentemente madrileños, pero, a veces, muy cosmopolitas. Como es característico del Vanguardismo, la acción, muy leve, es sustituida por múltiples situaciones, divagaciones, sartas de greguerías, rasgos de ingenio y humor, etc. Las obras conceden relevancia a los temas prohibidos, en especial la obsesión por la muerte y el erotismo, que constituye el tema más insistente, y hasta obsesivo. Se trata de un erotismo referido a los imperativos carnales más crudos, pero en cuyo reflejo se ocultan los detalles, dejándolos a la imaginación del lector. Entre sus títulos se encuentran La viuda blanca y negra (1917), El torero Caracho (1926), ¡Rebeca! (1936),…

Generación del 27

Por último, y comúnmente adscritos por la crítica a la Generación del 27 por ser coetáneos, tenemos a Benjamín Jarnés, Francisco Ayala, Juan Chabás, Max Aub, Corpus Barga y Rosa Chacel. Todos ellos, con un modo de hacer vanguardista, buscan la experimentación.

  • Benjamín Jarnés: Sus obras suelen girar en torno a un único personaje, central o testigo, y proclaman un ideario de libertad y de afirmación del goce de vivir. Formalmente se caracterizan por su fragmentación y virtuosismo estilístico. Entre las mejores se encuentran Paula y Paulita y Locura y muerte de Nadie, ambas de 1929.
  • Ramón J. Sender: Dentro de esta Generación también, hacia 1930 aparecen algunos novelistas comprometidos con la situación política, y que escriben una literatura de testimonio y denuncia con una estética realista, más o menos opuesta a la deshumanización vanguardista. La figura capital aquí es Ramón J. Sender, que inicia esta tendencia con Imán (1930), a la que siguen, entre otras, Mr. Witt en el Cantón (1935), y Réquiem por un campesino español (1953), escrita ya en el exilio.

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