Capítulo XXVI: La Derrota Electoral y la Traición en los Pazos
Después de lo ocurrido en la capilla de los Pazos, Julián, el capellán, no se atrevía a preguntar a la señorita Nucha la causa de aquel moratón. Se limitaba a observar su evolución y la posible aparición de otros. Tampoco se atrevía a ir a su habitación, pues creía que todos le espiaban, incluso los clérigos, excepto el abad de Naya, don Eugenio. El capellán echaba de menos a la pequeña Perucho —la cual, en su lenguaje, expresaba todos sus afectos y deseos— y deseaba ayudar, pero carecía de iniciativa.
A veces sentía la tentación de arremeter contra aquellos pecadores. Pensaba que lo que más le gustaría era ver a Nucha en un convento, en lugar de verla casada con don Pedro. Asistía al drama e incluso temía un desenlace trágico, pero tan sólo podía rezar cada día más y ayunar, pidiendo el favor de Dios. A veces sentía deseos de escribir a don Manuel Pardo de la Lage, padre de Nucha, diciéndole lo que ocurría; después lo aplazaba para cuando terminasen las elecciones.
El capellán pensaba en la posibilidad de que, si el marqués era elegido como diputado, don Pedro se llevaría a su hija y esposa a Madrid. Al pensar esto, se sentía muy triste, pues durante mucho tiempo no vería ni a la señorita ni, peor aún, a la pequeña. Se quedaría solo en los Pazos o, peor aún, con Sabel, Primitivo y su camarilla.
Las Elecciones y el Cuartel General
Se acercaban las elecciones y los Pazos se habían convertido en un verdadero cuartel general. Personas y mensajes entraban y salían continuamente, así como órdenes y contraórdenes. Los clérigos, partidarios de don Pedro, se pasmaban de que él, como capellán de los Pazos, no tomase parte en nada.
Los partidarios del marqués, según el censo, contaban los votos de los suyos, pensando en cómo aventajaban a los partidarios del gobierno. Sin embargo, Barbacana se mostraba preocupado.
El Día de las Elecciones: Fraude y Violencia
El día de las elecciones, en Cebre, Trampeta hizo alarde de todas las trampas habidas y por haber que pudo, a fin de que los votantes del marqués no pudiesen votar. Incluyó en dichos actos no sólo la picardía, sino también la violencia. Por su parte, los curas acompañaban a los votantes para que no se dejasen influir por el miedo a Trampeta y sus hombres.
Don Eugenio llegó a sentar en una de las mesas donde se depositaba la urna a Roque, uno de los labriegos adictos a don Pedro, a fin de que no quitase los ojos de encima de la urna para evitar fraudes. Trampeta se impacientaba, ya que había puesto, debajo de la mesa, otra urna que contenía votos a favor del partido que él quería resultase victorioso, para darle el cambio a la menor oportunidad. Llegó incluso a enviar a uno de sus hombres para que enredase a Roque, llevándosele a comer y beber, pero no lo consiguió.
Como de esa forma no era posible y, a sabiendas de que el labriego mantenía un pleito en la Audiencia, en el que le habían embargado los bueyes y los frutos, se acercó a él diciéndole que había ganado aquel pleito el día anterior. El hombre, sorprendido, se levantó y entonces los hombres de Trampeta, aprovechando el despiste, cambiaron las urnas.
La Derrota del Marqués y la Traición de Primitivo
Momentos después, el alcalde dio por terminadas las elecciones y procedió al escrutinio de los votos. Los partidarios del marqués quedaron atónitos al ver que el nombre de éste no figuraba en ninguna de las papeletas. Trampeta reía. Finalmente, la balanza se inclinó a favor del candidato del gobierno a causa de la traición de los votantes de los Pazos de Ulloa que Primitivo había asegurado votarían por el marqués, tal era el caso del herrero de Gondás, los dos Pollens, el albéitar, etc. El montero mayor, se encolerizó amenazando a los tránsfugas.
El único que se mostró estoico ante la inesperada pérdida de las elecciones fue Barbacana. El Arcipreste se sorprendió por ello, pero Barbacana le comentó que él ya sabía que eso iba a ocurrir, pero que aún así había que luchar por alcanzar la victoria que, por otro lado, moralmente era suya. Barbacana acusó de la traición a un Judas en particular: Primitivo. Al Arcipreste le costaba creerlo y dijo que, si él estaba convencido de que ese hombre iba a traicionar al marqués, debió de prevenirles. Barbacana contestó que, en su sospecha, estaba atado de pies y manos, pues no podía probarlo.
El Arcipreste hablaba de cómo se mofarían los de Orense por haber perdido ante su candidato. Barbacana le contestó que se limitarían a decir que no habían escogido un buen candidato. El Arcipreste mostró su disconformidad sobre ello.
La Celebración de la Victoria
De repente, escucharon un ensordecedor ruido que provenía de la Casa Consistorial: el secretario y los suyos estaban celebrando la victoria golpeando sartenes, haciendo sonar el almirez, tocando el cuerno, etc. El cura de Boán frunció el ceño, mientras que el señorito de Limioso se aproximó a la ventana y miró al exterior, retirando el visillo; don Eugenio optó por tomarlo a broma.
De pronto, se escucharon voces exclamando un “muera”: «Mueran los curas, muera la tiranía, muera el marqués de Ulloa, muera el ladrón faccioso Barbacana». También gritaban algunos “vivas”: «Viva Cebre y nuestro diputado, viva la Soberanía Nacional…».