La Generación del 27 y el Contexto de Lorca
La Generación del 27, nacida en un período de 15 años, se caracterizó por una formación intelectual similar. Muchos de sus miembros pasaron por la Residencia de Estudiantes o compartieron experiencias con las «Sinsombrero». El acontecimiento generacional que los unió fue la celebración del tricentenario de la muerte de Góngora, con actos de reivindicación del poeta cordobés. Colaboraron en revistas como Revista de Occidente y Litoral. No se alzaban contra nada, eran más bien tradicionales. Hasta 1927, buscaron una poesía pura, influenciados por Juan Ramón Jiménez y las vanguardias deshumanizadas. A partir de esa fecha, se produjo una progresiva «humanización», con la irrupción del surrealismo, opuesto a la poesía pura. Después de la guerra y tras la muerte de Lorca, el grupo se dispersó y aparecieron temas como la patria perdida, el desastre bélico y la angustia existencial.
Todos los autores de la Generación del 27 oscilaban entre lo intelectual y lo sentimental, entre una concepción romántica del arte como inspiración y una concepción clásica como esfuerzo. Pedro Salinas, un autor perfeccionista, fue el principal poeta del amor de su generación. Su amor era antirromántico, no atormentado ni sufrido, sino un enriquecimiento, como expresa en La voz a ti debida. Otro sentimiento frecuente en ellos fue la frustración sentimental o sexual. Lorca, en numerosos poemas, expresa sus anhelos personales, como en los Sonetos del amor oscuro. Cernuda, se basa en el contraste entre sus ansias de realización personal y los límites impuestos por el mundo que le rodea, y reúne sus libros bajo un mismo título: La realidad y el deseo.
Los autores de la Generación del 27 se movían a menudo entre la poesía pura y el compromiso social. Guillén afirma su obra como un todo, y Cántico es una expresión del entusiasmo de vivir, por eso se conjuga en presente. Hubo en estos autores un compromiso con la sociedad, que encontramos en el Lorca de Poeta en Nueva York, en la que se anticipa y muestra su preocupación por los marginados. Después de la guerra, el desarraigo y el existencialismo se hicieron presentes con Dámaso Alonso en Hijos de la ira, poemario fundamental de la posguerra española, existencialista y social. Miguel Hernández, en su segunda etapa, marcó un antes y un después en la poesía social y comprometida de los años 50, y con un lenguaje emotivo escribió Viento del pueblo.
También alternaron el hermetismo y la claridad, lo culto y lo popular. Como Gerardo Diego, quien sorprende por la variedad, escribe El romancero de la novia (lírica tradicional con acento moderno) o, dentro del creacionismo, Manual de espumas. Dentro de la corriente popular, Federico García Lorca, con su Romancero Gitano, se preocupa por los marginados y sus tragedias, con los que se identifica. También Rafael Alberti, con Marinero en tierra, recupera la lírica tradicional con poemas aparentemente muy sencillos que hablan de la nostalgia de su tierra en un tono semejante (aunque no igual en sus referencias espacio-temporales) a la lírica tradicional. El surrealismo es la vanguardia que más caló. Lorca deja paso a este «ismo» y rompe con el verso tradicional, solidarizándose con los discriminados raciales y sexuales. Alberti, con Sobre los ángeles, escrita en versos libres y versículos, da rienda a su crisis religiosa y vital.
El Teatro Lorquiano: Un Legado Duradero
Federico García Lorca (1898-1936) es el dramaturgo español más conocido de todos los tiempos y uno de los más representados internacionalmente. Su asesinato al inicio de la Guerra Civil popularizó aún más sus obras. En sus farsas, como ocurre en La zapatera prodigiosa, funde lo lírico y lo grotesco. Sus comedias imposibles, teatro vanguardista con fuerte surrealismo, son de difícil interpretación. Como Así que pasen cinco años, donde aparecen personajes sin nombre, como soportes de una idea, de tal complejidad escénica que no pudo estrenarse hasta 1979. Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores nos presenta la melancolía de una solterona ante el paso del tiempo que espera inútilmente la llegada del amor.
Las tragedias rurales constituyen la última etapa de su teatro, en ellas el sentido social, el ansia de libertad, de justicia y de realización personal chocan con el rígido código del honor impuesto a las mujeres. Lo que Lorca llamó Trilogía dramática de la vida española está compuesta por:
- Bodas de sangre: tragedia colectiva escrita en prosa con largos pasajes en verso de tipo popular. A partir de un suceso real, crea esta tragedia de la novia que es raptada el mismo día de la boda por un antiguo amante. La fuerza poética del lenguaje nos hace caminar por una serie de símbolos llenos de significación: la luna, la muerte, el cuchillo, el caballo…
- Yerma: tragedia individual, está centrada en la obsesión de una mujer estéril por ser madre. Sin apenas acción, la obra refleja el conflicto interior de la protagonista. Su frustración la lleva a matar a su marido. Aparecen sus típicos conflictos entre libertad y sumisión, fidelidad y esterilidad y, como en las tragedias clásicas, el destino vence a la protagonista.
- La casa de Bernarda Alba: es considerada su obra maestra y se trata de un drama de mujeres en los pueblos de España, mundo de espacios cerrados, de rigidez moral y murmuraciones de aldea, en el que el instinto de poder, tan ciego como el instinto sexual, suplanta a la realidad y la reprime. La acción transcurre en el interior de la casa de Bernarda, allí se desarrolla el conflicto de las hijas de la protagonista, que acaban de perder a su padre y a las que se les impone un luto de ocho años. En ese espacio cerrado y opresor, donde la frustración y la represión son importantísimas, cada una de las muchachas sufren los odios, las pasiones, las envidias. La obra termina trágicamente con la misma palabra con la que se inicia: «Silencio».