El Teatro Español del Siglo XX: Evolución y Figuras Clave

El Teatro que Triunfa

Comedia burguesa de Jacinto Benavente

Jacinto Benavente es la figura más representativa de las posibilidades y limitaciones del momento. Terminó por aceptar los límites impuestos por el “respetable” público y escribió obras que criticaban suavemente la clase burguesa, como Los intereses creados, farsa que encierra una cínica visión de los ideales burgueses prudentemente edulcorada. En 1922 se le concede el Premio Nobel, hecho muy criticado por los jóvenes escritores que lo consideraban conservador y “ñoño”. Visto en la distancia, debemos admitir que supo barrer los residuos del drama posromántico, proponiendo un teatro sin grandilocuencia, con una fina presentación de ambientes cotidianos y una “filosofía” trivialmente desengañada. Y destacan su habilidad escénica, su ingenio y la fluidez de sus diálogos. Nos lo alejan, en cambio, ciertas caídas en el sentimentalismo y el lastre que su obra debe a los condicionamientos citados.

Teatro en verso

Nació directamente ligado a la estética modernista, pero pronto se centró en temas históricos o legendarios. Sus principales representantes fueron Francisco Villaespesa (El alcázar de las perlas…) y Eduardo Marquina (En Flandes se ha puesto el sol). Dentro del teatro en verso, aunque con diferencias de enfoque, cabe citar las obras escritas en colaboración por los hermanos Machado. La más conocida, La Lola se va a los puertos, trata sobre una bella “cantaora”, encarnación del alma andaluza, que desdeña a los señoritos y otorga su amor a un guitarrista que simboliza al pueblo. Pero estas y otras obras no son más que una curiosa pervivencia del teatro modernista, interesantes más por sus autores que por sus cualidades escénicas.

Teatro cómico

Vino a continuar la tradición del sainete y del género chico. Sus principales autores son:

  • Carlos Arniches, que llevó a escena los tipos, los ambientes y las costumbres de Madrid (El santo de la Isidra…) e intentó una tímida renovación del género en la comedia grotesca La señorita de Trevélez, sobre una sangrante broma de unos señoritos provincianos.
  • Los hermanos Álvarez Quintero se inspiraron principalmente en motivos andaluces. Sus obras nos muestran una Andalucía tópica y sin más problemas que los sentimentales. Para ellos, todo el mundo es bueno y reina la gracia salerosa. Sobresalen sus sainetes y ciertas comedias, piezas todas ellas ligeras y de diálogo intrascendente: El patio, El genio alegre…
  • En un nivel inferior de calidad, aunque no de éxito, situamos el género cómico llamado “astracán”, cuyo creador fue Pedro Muñoz Seca: son piezas descabelladas, sin más objetivo que arrancar la carcajada, pero no puede olvidarse un título como La venganza de don Mendo.

El Teatro que Pretende Innovar

Algunas tentativas renovadoras: R. Mª del Valle-Inclán

A las tentativas renovadoras de los autores del 98 acompañó un gran fracaso, pues ni el denso teatro ideológico de Unamuno (ejemplos: Fedra, sobre la persona impar que intenta vanamente completarse a través del amor; El otro, que plantea el problema tan unamuniano de la personalidad), ni los experimentos teatrales de Azorín en la línea de lo irreal o lo simbólico (Lo invisible, sobre la angustia ante la muerte) eran aportaciones que pudieran triunfar, visto el público de la época y los intereses de los empresarios.

Caso aparte fue Jacinto Grau, cuya obra, densa y culta, interesada especialmente por grandes mitos, triunfó en el Extranjero… y fracasó en España. Su obra maestra, El señor de Pigmalión, es una transposición moderna del famoso mito clásico donde se presenta a un artista, creador de unos muñecos que, anhelantes de vida propia, se rebelarán contra él. Jacinto Grau está por encima del teatro que triunfó en su tiempo en España por su originalidad y calidad lírica.

Ramón Gómez de la Serna, pionero del vanguardismo español, escribió piezas totalmente distantes del teatro que se veía en las tablas y, en su mayoría, se quedaron sin representar, como Los medios seres, cuyos personajes aparecen con la mitad del cuerpo totalmente negra, como símbolo de personalidad incompleta y parcialmente frustrada.

Quizá el dramaturgo más carismático de estas tentativas renovadoras fue R. Mª del Valle-Inclán “la mejor máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá”: manco, con melenas y largas “barbas de chivo”, con capa, chambergo y chalina. Mordaz y generoso, exquisito y paradójico. Pero, por debajo de su excentricidad bohemia se ocultan, de un lado, un violento inconformismo (ideológicamente, recordemos que pasa de un tradicionalismo inicial hacia posiciones progresistas cada vez más radicales) y, de otro, una entrega rigurosa a su trabajo de escritor en permanente persecución de formas nuevas.

La evolución del teatro de Valle-Inclán es similar a la que sigue en su obra narrativa, la misma actitud antirrealista que se manifestó en dos posturas estéticas distintas:

El Modernismo: en sus primeras obras dramáticas (Comedias bárbaras). En ellas aparece el ambiente rural gallego, con toda su miseria, plagado de personajes extraños, violentos o tarados con grandes pasiones y presididos por el hidalgo tiránico don Juan de Montenegro. Aunque en estas obras prevalece el esteticismo modernista, apuntan ya algunos rasgos que preludian el esperpento.

El esperpento, que es una deformación sistemática de la realidad para manifestar sus aspectos más absurdos. Los procedimientos para esperpentizar son: hacer de los personajes seres grotescos, frecuentemente animalizados, reducirlos a simples fantoches o marionetas; crear situaciones con violentos contrastes; usar un lenguaje deformado mediante arcaísmos, localismos y términos procedentes del lenguaje del hampa y del caló. A partir de 1920, Valle escribió obras teatrales consideradas esperpentos como:

Divinas palabras (violento drama que se desarrolla en un ambiente sórdido y que presenta deformidades sociales y morales con un lenguaje desgarrado y brutal).

Luces de bohemia (cuenta la última noche de la vida de Max Estrella, poeta miserable y ciego, inspirado en Alejandro Sawa. Pero a partir de esa figura real, la obra cobra unas dimensiones que trascienden ampliamente la anécdota del fracaso y la muerte de un escritor mediocre: la obra va a convertirse en una parábola trágica y grotesca de la imposibilidad de vivir en una España deforme, injusta, opresiva, absurda; una España donde, según Valle, no encuentran sitio la pureza, la honestidad o el arte noble).

Teatro de la Generación del 27: Federico García Lorca

Tres facetas destacaremos en la dramática de la generación del 27: a) una depuración del teatro poético; b) la incorporación de las formas de vanguardia, y c) el propósito de acercar el teatro al pueblo. Estas facetas pueden confluir en ocasiones: el ejemplo máximo es F. García Lorca.

Aparte de las incursiones teatrales de algunos representantes del Grupo Poético del 27 como Pedro Salinas (teatro de cámara con gracia y soltura), Rafael Alberti (obras surrealistas o de compromiso político), Miguel Hernández (teatro religioso, social y de combate) o F. García Lorca, a quien estudiaremos con detalle más adelante, esta generación presenta dramaturgos puros como Alejandro Casona y Max Aub.

Alejandro Casona, dramaturgo puro, se reveló con el premio “Lope de Vega” otorgado, en 1934, a La sirena varada, ingeniosa y poética. Continuó con obras de bastante éxito, algunas escritas en el exilio como La dama del alba, que es su mejor obra: la dama es la muerte que se presenta a cobrar una presa en una casona rural asturiana, en medio de una lograda atmósfera popular. Destacan en Casona la habilidad constructiva y la equilibrada combinación de realidad y fantasía, aunque hoy nos lo alejan cierto amaneramiento estilístico y lo convencional de algunos personajes.

Max Aub, importante dramaturgo, pionero de una frustrada renovación escénica. El tema central de su obra es la incapacidad del hombre para comprenderse a sí mismo. Algunos títulos son Una botella, Narciso, No… He aquí un teatro noble, fuerte, renovador que, desgraciadamente, no pudo ser conocido en su momento en España, porque sus obras más importantes fueron escritas en el exilio.

F. García Lorca nos ofrece un teatro que raya a una altura pareja a la de su obra poética y constituye una de las cumbres del teatro español y universal. Cultivó el teatro especialmente en los seis últimos años de su vida y además dirigió un grupo de teatro universitario, “La Barraca”, que, con apoyo del gobierno republicano, recorre toda España representando obras clásicas.

En su teatro, igual que en toda su obra, late un hondo malestar un dolor de vivir. La temática profunda de su teatro es la frustración, el conflicto entre la realidad y el deseo, frecuentemente encarnados en mujeres. De ahí los destinos trágicos, las pasiones condenadas a la soledad o a la muerte. Los personajes tienen una frustración en el plano metafísico (sus enemigos son el Tiempo, o la Muerte) o en el plano social (los prejuicios de casta, las convenciones, los yugos sociales… impiden la realización personal).

En cuanto a sus ideas sobre el teatro, habló duramente del teatro al uso “en manos de empresas absolutamente comerciales” y despreció el teatro en verso, el género histórico (aunque es significativa su simpatía por la revista, el vodevil y otros tipos de teatro “marginal” o popular, como el guiñol). Para él teatro es poesía y es también realidad. Piensa también que las exigencias artísticas del teatro son compatibles con su función educadora.

Lorca se nutrió de diversas tradiciones: Modernismo, drama rural, los clásicos, el teatro de títeres, la tragedia griega, Shakespeare, teatro vanguardista… De ahí la variedad de géneros que cultivó: farsa, teatrillo de guiñol, el drama simbolista, el teatro surrealista, la tragedia, el drama urbano o rural…

En cuanto al estilo, merece destacar el uso del verso y de la prosa. Sus dos primeras obras están escritas totalmente en verso. Poco a poco el lugar del verso va reduciéndose a momentos de especial intensidad, a escenas líricas o a canciones populares. A medida que gana terreno la prosa, va creciendo el arte del diálogo, vivo e intenso. Su lenguaje tiene un claro sabor popular y, a la vez, un poderoso aliento poético: símbolos, metáforas, comparaciones, fuertes connotaciones…

Dividiremos la evolución del teatro lorquiano en tres momentos:

a) Los tanteos o experiencias de los años 20, con obras como El maleficio de la mariposa (obra simbolista, sobre el amor de un curianito con una mariposa; el amor imposible) o Mariana Pineda, su primer éxito; se trata de un drama histórico con resabios modernistas sobre la muerte de Mariana Pineda, ajusticiada por bordar la bandera de la libertad. Siguen después varias farsas entre las que destaca La zapatera prodigiosa, sobre una joven hermosa casada con un zapatero viejo. Es una obra que mezcla la prosa y el verso con un ritmo ágil y gracioso y que nos vuelve a presentar un tema muy lorquiano: el mito de nuestra pura ilusión insatisfecha.

b) La experiencia vanguardista de principios de los años 30. En estos años Lorca sufre una doble crisis vital y estética: en lo vital, la crisis tiene que ver con su homosexualidad; en lo estético se replantea su creación debido sobre todo al influjo del Surrealismo (sus amigos Dalí y Buñuel ya se habían lanzado de lleno a esta estética). Escribe bajo este influjo obras de difícil representación como El público y Así que pasen cinco años.

c) La etapa de plenitud en sus últimos años. A esta etapa, en la que conjuga el rigor estético con el alcance popular, pertenecen principalmente las tragedias y dramas que más popular lo han hecho en las cuales la mujer ocupa un puesto central.

Bodas de sangre recoge la pasión amorosa entre un hombre y una mujer por encima de los odios familiares y de las normas sociales. Esta pasión desemboca en una tragedia colectiva.

Yerma recoge la tragedia de una mujer que cifra todo su valor como persona en la maternidad y, sin embargo, no puede tener hijos.

Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores nos presenta el tema de la espera inútil del amor asomándose a la situación de la mujer en la burguesía urbana y a la soltería de las señoritas de provincias, que se marchitan como las flores.

La casa de Bernarda Alba presenta el conflicto entre el autoritarismo de Bernarda, que ha decretado ocho años de luto y aislamiento para todos los suyos, y el deseo de libertad de sus cinco hijas. El conflicto se resuelve con el suicidio de la hija menor y la sumisión de las demás hijas a la voluntad de la madre.

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