En la posguerra, el panorama escénico había quedado marcado por la muerte de varios dramaturgos (Lorca, Valle-Inclán, Muñoz Seca), así como por el exilio de otros autores, que prosiguieron en el extranjero su producción: Rafael Alberti, con obras como Noche de guerra en el Museo del Prado (los personajes de cuadros del Prado cobran vida para resistir a las tropas franquistas); Max Aub, con San Juan (sobre la negación de asilo a las víctimas del nazismo); Alejandro Casona, con La dama del alba (sobre la leyenda de la Muerte que no puede llevarse a su víctima por haberse quedado dormida), y Pedro Salinas: Judit y el tirano. En España en los años de posguerra, predominó un teatro de evasión que cumplía dos funciones: entretener al público, que buscaba esparcimiento, y servir de propaganda ideológica a la dictadura, que ejercía su labor de censura.
El Teatro Español de la Posguerra: De la Evasión al Realismo
MIGUEL MIHURA Su humor se basa en la asociación inverosímil de elementos, en la exageración y en la distorsión de la causalidad lógica. Al final de sus dramas se restablece la normalidad perdida, ya que en ellas la realidad queda distorsionada por medio de la imaginación y la fantasía poética. Su obra más conocida es Tres sombreros de copa (1932). En ella, Dionisio, serio y respetable, a punto de contraer matrimonio, se enfrenta con el mundo libre, alocado y mágico de unos cómicos. Se enamora de Paula, perteneciente a esta nueva realidad, pero, al final, renuncia a ella para reintegrarse en su mundo. Con ello, Mihura pone en evidencia su pesimismo y desencanto. Otras obras conocidas de este autor son Melocotón en almíbar, Maribel y la extraña familia y Ninette y un señor de Murcia. EL DRAMA REALISTA DE CORTE EXISTENCIAL Y SOCIAL (AÑOS 50 Y 60) El estreno en 1949 de Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo, marcó un cambio en el teatro español. Con esta obra nació el drama realista, un teatro de tipo existencial, grave e inconformista, que mostraba el desasosiego del ser humano en la sociedad de la época. En esta línea se mueve un grupo de dramaturgos de corte realista, como Alfonso Sastre, José Martín Recuerda, Lauro Olmo, y Carlos Muñiz. Tras unos años de preocupaciones existenciales, hacia 1955 estos mismos autores iniciarán, en paralelo a lo que sucede por entonces en otros géneros, un teatro de corte social, de denuncia y protesta. Este cambio se sustentará, entre otros aspectos, en la aparición de un público nuevo (juvenil y universitario sobre todo) que pide otra forma de hacer teatro, así como en la leve relajación de la censura, que tolera algunos enfoques críticos. La temática de las obras de estos autores se centra en la injusticia social y en la alienación del individuo. Alfonso Sastre destaca por su carácter luchador y reivindicativo, el cual le llevó a formar el Teatro de Agitación Social en 1950, cuyo propósito era conseguir una renovación general en el teatro. La obra que le dio a conocer fue Escuadra hacia la muerte, vetada en su momento por la censura. En ella, unos soldados cumplen una misión suicida en una supuesta Tercera Guerra Mundial. La escuadra finalmente se rebela contra la autoridad, en clara alusión a la desconfianza en los que inducen a una guerra que nadie entiende. La taberna fantástica, por su parte, presenta la historia de Rogelio, quien bebe aguardiente para animarse a ir a velar a su madre, proyecto que retrasa una y otra vez; paradójicamente, terminará haciéndole compañía, ya que morirá por un navajazo en una reyerta de borrachos. En La sangre y la ceniza, se escenifican los últimos acontecimientos vividos por Miguel Servet, personaje histórico que se enfrentó a la Inquisición calvinista y que murió en la hoguera tras llevar a cabo su descubrimiento de la doble circulación de la sangre. Otras obras destacadas de Sastre son La mordaza y Muerte en el barrio. Los temas de las obras de José Martín Recuerda se expresan a través de personajes ansiosos de libertad. Su teatro posee un marcado carácter documental, de signo crítico, cargado de crispación y desgarro. Sus dos obras más conocidas son Las salvajes en Puente San Gil y Las arrecogidas del beaterio de Santa María Egipciaca. La primera de ellas es una reflexión contra la intolerancia y un alegato contra la hipocresía de muchos españoles de posguerra. La llegada de una compañía de revista a Puente San Gil desencadena toda una serie de actos violentos, desde la muerte de una de las chicas de la compañía en un asalto de los mozos al teatro, hasta el encarcelamiento de sus compañeras tras agredir a un cura. La segunda narra los últimos momentos de Mariana Pineda, heroína liberal condenada a muerte durante el reinado de Fernando VII. Recoge la concepción escénica de “espectáculo total” de Lorca: canciones, bailes andaluces, guitarra y taconeo. El panorama del teatro realista español se completa con otros autores como Lauro Olmo (La camisa: denuncia de la pobreza provocada por el paro y la necesidad de emigrar); José María Rodríguez Méndez (Los inocentes de la Moncloa: drama amargo en torno a la vida en una pensión de estudiantes, donde muere un opositor); Carlos Muñiz (El tintero: sobre un protagonista sensible y bondadoso que resulta víctima de la sociedad burocrática y del engaño de su esposa); Ricardo Rodríguez Buded (La madriguera: sobre la degradación y la angustia de unos seres obligados a compartir la misma habitación); Antonio Gala, quien combina el realismo con elementos simbólicos (Anillos para una dama presenta a Jimena Díaz dos años después de la muerte del Cid, su esposo. La acción se sitúa en Valencia, ciudad que el Cid había conquistado y de la que ella es señora, pero que será de nuevo reconquistada por las tropas musulmanas) y Alfredo Mañas, quien toma sus temas de la poesía popular y de los mitos literarios (La historia de los Tarantos).