Miguel de Cervantes
Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares en 1547. En 1569 marchó a Italia, y en 1571 participó como soldado en la batalla de Lepanto, donde a causa de las heridas perdió la movilidad del brazo izquierdo. Continuó como soldado algún tiempo, y, al regresar a España, fue apresado por los piratas turcos. Llevado cautivo a Argel, permaneció allí cinco años en prisión (1575-1580). Tras varios intentos frustrados de fuga, los frailes trinitarios pagaron su rescate y pudo regresar a España.
A partir de entonces comenzaron sus años más oscuros. Probó fortuna en el teatro, sin demasiada suerte. Ejerció varios oficios, entre ellos el de recaudador de impuestos. Tuvo problemas con la justicia y por dos veces fue encarcelado (precisamente en la cárcel empezó a concebir el Quijote).
Se instaló luego en Valladolid, y en 1605 se publicó la primera parte del Quijote, que obtuvo un éxito extraordinario. En 1608 se trasladó a Madrid, donde, entre grandes apuros económicos, continuó escribiendo. Murió el 23 de abril de 1616.
El Quijote
Intención y estructura
La primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha se publicó en 1605 y la segunda parte, en 1615.
La intención inicial de Cervantes al escribirlo fue la de ridiculizar las novelas de caballerías, en las que un caballero andante se enfrentaba a personajes fantásticos. Sin embargo, el Quijote es mucho más que una burla o parodia de esos libros de caballerías.
La obra se halla estructurada formalmente en dos partes, y su acción se organiza en torno a las tres salidas de don Quijote. Las dos primeras salidas se narran en la primera parte y la última, en la segunda. El caballero manchego Alonso Quijano pierde el juicio de tanto leer libros de caballerías. Queriendo imitar a los héroes de esas novelas, cambia su nombre por el de don Quijote de la Mancha y se lanza al mundo en busca de aventuras. Le guían nobles ideales: proteger a los débiles, implantar justicia y merecer el amor de Dulcinea del Toboso, nombre que él da a una ruda labradora de un pueblo cercano. Armado de forma grotesca y montado en un viejo caballo, Rocinante, llega a una venta -que él confunde con un castillo-, donde es armado caballero entre las burlas de todos.
Después de ser golpeado brutalmente por unos mercaderes, un vecino lo devuelve a su casa; mientras guarda cama, el cura y el barbero le queman la mayor parte de sus libros.
Ya repuesto, inicia la segunda salida, acompañado por un labrador, Sancho Panza, a quien ha convencido para que le sirva como escudero a cambio de riquezas y poder. Tras numerosas aventuras de las que siempre sale malparado -lucha contra unos molinos de viento que él confunde con gigantes, libera a unos criminales que después lo apalean, etc.- se retira a Sierra Morena. Sus amigos el cura y el barbero, que han salido en su busca, lo encierran en una jaula y lo traen engañado al pueblo.
En la tercera salida, de nuevo en compañía de Sancho, llegan al reino de Aragón. Allí, entre burlas, Sancho es nombrado gobernador de la ínsula (isla) Barataria. Tras muchas aventuras, se dirigen a Barcelona, ciudad en la que don Quijote es derrotado por el Caballero de la Blanca Luna. Este, que es en realidad su amigo Sansón Carrasco, le impone la condición de que vuelva a su tierra. Don Quijote, triste y apenado, regresa a su pueblo, donde muere al poco tiempo, después de haber recuperado la razón.
Personajes
La caracterización de los dos personajes principales, don Quijote y Sancho, es uno de los mayores méritos de la novela.
Don Quijote es un personaje muy complejo, que mezcla los disparates más impensables con la mayor sensatez. Es noble y bondadoso, y los altos ideales que mueven su conducta despiertan la simpatía en el lector. Don Quijote, sobre todo en la primera parte, no distingue entre la realidad y la ficción. Más aún: transforma la realidad para adaptarla a sus ideales. En la segunda parte, en cambio, se inicia un proceso de «desquijotización»: ve las cosas tal como son, y son los demás los que le cambian la realidad para burlarse de él con aventuras fingidas.
Don Quijote es considerado universalmente como símbolo del hombre idealista que lucha por imponer su verdad contra el mundo. Sancho Panza, contrapunto de don Quijote, representa el sentido práctico de la vida, la visión realista y materialista de las cosas. Con frecuencia se presenta como un iluso, confuso ante la seguridad de su señor don Quijote, a quien, a pesar de todo, siempre permanecerá leal. Sin embargo, a medida que avanza la novela, se va contagiando del carácter idealista de su amo.
Técnicas narrativas
Cervantes utiliza el recurso del «manuscrito encontrado»; asegura haber hallado casualmente unos manuscritos del historiador árabe Cide Hamete Benengeli en los que se relataba la historia de don Quijote, y que él se ha limitado a traducirlos al castellano para dar la impresión de que los hechos que narra no han sido inventados por él, sino que ocurrieron realmente. El caballero manchego Alonso Quijano pierde el juicio de tanto leer libros de caballerías. Queriendo imitar a los héroes de esas novelas, cambia su nombre por el de don Quijote de la Mancha y se lanza al mundo en busca de aventuras. Le guían nobles ideales: proteger a los débiles, implantar justicia y merecer el amor de Dulcinea del Toboso, nombre que él da a una ruda labradora de un pueblo cercano. Armado de forma grotesca y montado en un viejo caballo, Rocinante, llega a una venta -que él confunde con un castillo-, donde es armado caballero entre las burlas de todos.
El Barroco
El Barroco es el movimiento cultural e ideológico que se desarrolla en España y Europa a lo largo del siglo XVII.
Es una época, en general, de crisis y decadencia. España perdió, en favor de Francia, la hegemonía política y militar que había alcanzado en el siglo anterior. Por otra parte, las graves dificultades económicas provocaron un descontento general.
Dos rasgos característicos del siglo XVII y del Barroco son el pesimismo y el desengaño, reflejo de una actitud general de desilusión: el mundo es engaño y falsas apariencias, vivir es «un ir muriendo cada día».
Complicación y gran elaboración formal, que da como resultado una
literatura difícil de entender. La dificultad formal es sinónimo de belleza
artística. La realidad se deforma grotescamente (Quevedo) o se embellece
artificialmente (Góngora).
Búsqueda de la expresión original que provoque la admiración y la sorpresa del público: «agudeza y arte de ingenio» para huir de la vulgaridad.
El tema de una obra, a veces, no es más que un pretexto para lucir las
habilidades formales del autor.
Muchos de los temas que se utilizan en este período son heredados del Renacimiento, pero se expresan con otras formas y otros enfoques (complicación, dificultad, etc.). Uno de los más habituales es el de la fugacidad de las cosas y de la vida, amenazada siempre por la muerte. Son frecuentes también los temas filosóficos, satíricos y burlescos, estos últimos como expresión del descontento social.
En la poesía barroca conviven dos tendencias: una popular y otra culta. La corriente popular incluye, además de villancicos y letrillas, romances que imitan el estilo y los temas de los tradicionales y que constituyen el Romancero Nuevo.
La lírica culta barroca se caracteriza por una complicada elaboración del lenguaje, que exige en el lector un difícil ejercicio intelectual para comprender los poemas. Sobresalen dos corrientes: el conceptismo y el culteranismo. Culteranos y conceptistas persiguen el mismo objetivo: conseguir la belleza y la sorpresa. Pero difieren en los procedimientos expresivos.
En el culteranismo, la forma prevalece sobre el contenido: lo importante no está tanto en lo que se dice como en la manera complicada y difícil de decirlo. Se utiliza un léxico culto y se acumulan metáforas complicadas y artificiosas. En los poemas aparecen frecuentemente elementos de la mitología clásica. El máximo representante del culteranismo es Luis de Góngora (por eso esta corriente ha sido llamada también gongorismo).
El conceptismo se basa en las asociaciones ingeniosas de ideas o conceptos. Concede, en principio, más atención al contenido que a la forma de las palabras. Los conceptistas aspiran a decir lo máximo con los mínimos elementos posibles: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». Para ello, emplean sobre todo recursos semánticos: juegos de palabras, antítesis, paradojas, hipérboles… El poeta más destacado es Francisco de Quevedo.
Luis de Góngora
Nació en Córdoba en 1561. Ordenado sacerdote, en 1617 se trasladó a Madrid, y allí entró como capellán de la corte de Felipe III. Murió en 1627.
Tradicionalmente se han venido distinguiendo dos etapas en su poesía: la de su juventud y la de su madurez. En la primera abundan las composiciones en estrofas tradicionales, como el romance o la letrilla, y los rasgos culteranos son menos marcados.
La segunda abarca los poemas escritos en un estilo plenamente culterano: la Fábula de Polifemo y Galatea, las Soledades y los numerosos sonetos.
Francisco de Quevedo
Nació en Madrid en 1580. Estudió en Alcalá y Valladolid y se dedicó luego a actividades políticas. Desterrado de la corte durante algún tiempo, recuperó el favor del rey Felipe IV y, en 1632, fue nombrado secretario del monarca. En 1639, por motivos no del todo conocidos, fue encarcelado durante cinco años. Murió un año después de su liberación, en 1645.
Sus poemas pueden clasificarse en tres grandes grupos:
- De tema filosófico-moral: expresan el pesimismo del autor y de la época, así como su visión desengañada del mundo y de la vida: el paso del tiempo, la fugacidad y el escaso valor de las cosas terrenales, la inevitable llegada de la muerte, la brevedad de la vida…
- De tema amoroso: Quevedo escribió muchos y muy bellos poemas de amor, gran parte de ellos siguiendo la tradición petrarquista, que consideraba el amor como una fuente de sufrimiento.
- De tema satírico y burlesco: basados en la deformación y caricatura.
Quevedo escribió también importantes obras en prosa, como la novela picaresca El Buscón.