El Niño con el Pijama de Rayas
La Mudanza Inesperada
Bruno, un niño de nueve años, vivía en Berlín con sus padres, su hermana Gretel y María, la criada. Un día, al regresar del colegio, Bruno descubrió a María empacando sus pertenencias. Con la educación propia de una familia acomodada, le preguntó qué hacía. María se limitó a señalar a su madre. Bruno, intrigado, le preguntó a su madre qué sucedía. Ella le explicó que se mudarían por unos días debido al trabajo de su padre, un trabajo muy importante. Bruno desconocía la naturaleza del trabajo de su padre, solo sabía que el «Furias» tenía grandes proyectos para él y que vestía un uniforme fabuloso lleno de adornos. Le preguntó a su madre si se irían lejos, y ella confirmó sus sospechas. Bruno, asombrado, exclamó: «¿Y qué pasará con la escuela, la casa y mis amigos?». Su madre le explicó que tendría que dejarlos por un tiempo. Bruno pensó que Gretel, su hermana, debería quedarse en casa para cuidarla, ya que la consideraba «tonta de remate». Resignado, Bruno subió a su cuarto a preparar sus maletas.
Un Nuevo Hogar
Cuando Bruno vio su nueva casa, quedó impactado. «¡Esta casa es todo lo contrario a la anterior!», pensó. Era fea, pequeña, ubicada en un lugar desolado y sin ninguna otra casa cerca. No podía creer que fueran a vivir allí. A regañadientes, Bruno subió a su nuevo cuarto para desempacar. Mientras lo hacía, escuchó a un hombre subir las escaleras. Pensó que era su padre, pero no lo era. Este hombre era más bajo y joven, pero vestía el mismo tipo de uniforme, aunque con menos adornos, e iba muy serio. Bruno preguntó quién era, y María le dijo que era uno de los soldados de su padre.
La Alambrada y los Niños Misteriosos
Bruno estaba convencido de que hubiera sido mejor dejar a Gretel en Berlín, pero la necesitaba para jugar, ya que era su única compañía. Al menos, Gretel compartía su desagrado por el nuevo hogar. Gretel especulaba sobre los antiguos habitantes de Auchviz, diciendo que habían perdido su empleo y tuvieron que irse. Suponía que les habían dicho: «Largaos de aquí. Ya buscaremos a alguien que sepa hacerlo mejor», y por eso habían traído a su padre. Bruno confesó que extrañaba a sus amigos, y Gretel dijo lo mismo. Bruno comentó que los otros niños no parecían muy amigables. Gretel, confundida, preguntó: «¿Qué otros niños?». Bruno la llevó hasta la ventana de su habitación. Gretel, al ver a las personas al otro lado de la alambrada, preguntó quiénes eran, ya que no solo eran niños, y qué clase de lugar era ese. Se preguntó dónde estaban las niñas, las madres y las abuelas. Lo más extraño era que todas esas personas estaban tras una enorme alambrada. Más tarde, vieron a lo lejos a unos soldados gritando a unos niños. Cuanto más gritaban, más se amontonaban los niños y se colocaban en fila india. «Esos niños están muy sucios, no son la clase de niños con los que quiero jugar», dijo Gretel.
El Encuentro con Shmuel
Bruno decidió hablar con su padre sobre la situación. Llamó a la puerta del despacho de su padre, un lugar donde tenía prohibido entrar bajo cualquier circunstancia. Con valentía, Bruno entró. Su padre se sorprendió al verlo. Le preguntó qué opinaba de su nuevo hogar. Bruno le dijo que no le gustaba nada y que deberían volver a Berlín. Su padre le respondió que Auchviz era su nuevo hogar, que debían quedarse allí. Bruno extrañaba mucho a sus abuelos. Un día, los abuelos visitaron Auchviz, y la abuela discutió con el padre de Bruno. Después de eso, no volvieron a verlos.
Un día, mientras caminaba cerca de la alambrada, Bruno vio un punto que se convirtió en una mancha, luego en un borrón y finalmente en una figura: un niño. Bruno notó que el niño llevaba el mismo pijama de rayas que las personas al otro lado de la alambrada. Tenía una expresión triste, no llevaba zapatos ni calcetines, sus pies estaban muy sucios y en su brazo llevaba un brazalete con una estrella (la estrella de David). Su piel era de color casi gris. Bruno le dijo que estaba explorando y que lo había encontrado. «Me llamo Shmuel», dijo el niño. «Y yo Bruno», respondió Bruno. «¿Tienes muchos amigos?», preguntó Bruno. Shmuel respondió que sí. Bruno sintió envidia. Shmuel le preguntó de dónde era, y Bruno respondió que de Berlín, Alemania. Shmuel dijo que él era polaco. «¿Y dónde está eso?», preguntó Bruno. «Estamos en Polonia», respondió Shmuel.
El Furias y la Discusión
Una noche, hacía mucho tiempo, el «Furias» fue a cenar a su casa. El padre de Bruno le dijo que esa noche tenía que ser perfecta, que el «Furias» tenía grandes proyectos para él. El «Furias» le habló sobre su trabajo, diciéndole que era el hombre indicado para el puesto y que estaba muy orgulloso de él. Cuando el «Furias» se fue, el padre y la madre de Bruno comenzaron a discutir, y Bruno tuvo que irse a la cama sin poder escuchar nada.
Amistad a Través de la Alambrada
Bruno visitaba a Shmuel todos los días a la misma hora. Shmuel siempre estaba allí. Bruno le preguntó sobre su brazalete. Bruno le dijo que su padre tenía otro brazalete, pero que era diferente (este tenía la esvástica nazi). Shmuel le contó cómo los habían traído allí, y a Bruno no le pareció una historia agradable. Bruno siempre le llevaba comida a Shmuel, quien se lo agradecía mucho.
Un día, Bruno le preguntó a Gretel qué era la alambrada. Ella le respondió que allí estaban todos los de la misma clase: judíos. «¿Y por qué están allí? ¿Qué pasa? ¿No les gustamos?», preguntó Bruno. «No es que no les gustemos, es que ellos no nos gustan a nosotros», respondió Gretel.
El Regreso a Berlín y la Decisión Final
Bruno contrajo piojos (por estar con Shmuel), y su padre decidió que lo mejor era raparle el pelo. Cuando se miró en el espejo, se dio cuenta de que se parecía mucho a Shmuel, pero más gordo.
Un día, después de una larga conversación, el padre de Bruno le dijo a su madre que tenía razón, que ese no era el mejor lugar para criar a sus hijos y que deberían volver a Berlín.
Bruno le contó a Shmuel que volvía a Berlín. Shmuel se entristeció. Bruno le dijo que le hubiera gustado jugar con él y ver dónde vivía más de cerca. Shmuel le dijo que podía entrar si quería. A Bruno le gustó la idea, pero le preocupaba que lo atraparan si iba vestido así. Shmuel le dijo que podía darle un pijama de rayas como el suyo, que sabía dónde los guardaban. Ambos estuvieron de acuerdo.
El Último Juego
El viernes, Bruno fue a donde estaba Shmuel, se puso el pijama de rayas y entraron. Bruno esperaba ver familias felices en sus cabañas, pero se encontró con todo lo contrario. Las casas eran muy feas, los niños no jugaban en grupos, no había puestos de fruta ni verdura, solo grupos de personas tristes con la mirada clavada en el suelo. «Esto no me gusta, debería irme a casa», dijo Bruno. En ese momento, escucharon unos silbatos y vieron a unos diez soldados rodeando la zona del campamento. «¿Qué pasa?», preguntó Bruno. «A veces organizan marchas», respondió Shmuel, y le dijo que se callara para que los soldados no se enfadaran. Bruno comentó que si las marchas duraban mucho, se resfriaría. En ese momento, comenzaron a caminar. Bruno no veía a dónde iban porque era más bajo. Subieron unas escaleras y entraron en una habitación que parecía hermética. Bruno se alegró de que al menos no lloviera. De repente, se apagaron las luces y todo se convirtió en un caos.