El Gaucho Martín Fierro: Un Canto a la Libertad y la Injusticia

Introducción

Martín Fierro, el gaucho cantor, se dispone a narrar su historia al son de la vigüela. Implora a los santos del cielo que le inspiren para poder relatar sus vivencias. Nada lo detendrá en su propósito. Cantar es su destino, incluso ante la muerte. Nació para cantar, pase lo que pase. Es un maestro del canto y la guitarra.

Un Gaucho Perseguido

Martín Fierro es un hombre respetado en toda la región. Es bondadoso, pero no duda en defenderse si es provocado. Su orgullo es vivir libre como un pájaro. Jamás pelea o mata si no es por necesidad, y solo lo hace si ha sido agraviado. Es un gaucho perseguido, a pesar de ser un padre y esposo diligente. La gente lo considera un bandido, y vive con esa pena. El sufrimiento y el llanto son sus maestros. Desde su nacimiento, ha experimentado momentos buenos y malos.

La Vida del Gaucho

Al amanecer, los gauchos toman mate y se preparan para trabajar. Los domadores de caballos eran hábiles e inteligentes. Algunos se dedicaban a la doma, otros buscaban nuevas aventuras. Al final del día, se reunían alrededor del fogón para compartir sus experiencias. Una vez satisfechos, se retiraban a dormir con sus mujeres. Una de sus tareas principales era marcar el ganado. La vida era apacible hasta que las autoridades comenzaron a llevarse a las mujeres que se acercaban a sus hogares. El alcalde los golpeaba brutalmente y los enviaba al cepo. Muchos gauchos se convertían en desertores, buscando refugio en la frontera o en el campo de batalla.

El Desarraigo y la Injusticia

Martín Fierro vivía tranquilo hasta que fue reclutado para la frontera. A su regreso, encontró su hogar destruido y a su familia desaparecida. Solo quedaba la tapera. Su pena era inmensa. Cantaba en la pulpería, medio ebrio, cuando lo capturaron. Su negativa a votar por el juez tuvo graves consecuencias. Tiempo después, Martín Fierro se llevó algunos caballos a la frontera, obligado por el juez. Seis meses más tarde, lo relevaron. Con el dinero ganado en Ayacucho, preparó su equipaje. Su casa estaba vacía. Se encontró con otros gauchos pobres en la misma situación. Mataban a quienes intentaban escapar. No tenían derechos, excepto el jefe. Si no trabajaban, también eran castigados. Trabajaban en la chacra del coronel sin recibir pago alguno. Sufrieron estas condiciones por más de un año.

El Encuentro con los Indios

Los indios, libres y audaces, asaltaban el cantón, aunque robaban poco. Atacaban, mataban, quemaban las poblaciones y lanzaban flechas desde sus caballos con gran precisión. Eran maestros en el manejo de las boleadoras. Difíciles de capturar, escapaban con destreza. Secuestraban mujeres y les quitaban la piel. A pesar de la persecución, rara vez eran atrapados. En una ocasión, Martín Fierro se enfrentó a un indio y lo venció. Los gauchos vivían en la miseria y la suciedad. Martín Fierro no tenía ni camisa y estaba harto de esa vida. Poseía una manta que había ganado en un juego. El comandante le robó su caballo. Se sentía castigado por el destino. Salían al amanecer a recorrer la pampa. Si no encontraban indios, vendían lo que hallaban al pulpero para obtener algo de dinero. Entrenaban a los caballos. Martín Fierro se hizo amigo del jefe. Con plumas de avestruz, yerba, tabaco y cuero, obtenían dinero. Pero el comandante no le pagó a Martín Fierro, alegando que no estaba en la lista. No podía quejarse. Habían pasado tres años. Esperaba un malón para desertar. No aguantaba más. No eran soldados, sino peones al servicio de la autoridad. Pensaba en escapar cuando llegaran los indios.

El Conflicto con los Gringos y la Huida

Martín Fierro se peleó con un gringo borracho, un italiano. Se defendió y lo golpearon. Los gringos no entendían el trabajo del campo. No servían para las tareas que realizaban los gauchos. Martín Fierro no comprendía por qué el gobierno los permitía allí. Se reunieron para visitar a los indios, con la promesa de un pago a su regreso. En una reunión, logró escapar con astucia y regresó a su hogar después de tres años. Al llegar, no encontró nada. Sintió furia e impotencia. Vendió sus animales y su mujer se fue con otro hombre para poder alimentar a sus hijos. Deseaba que ella estuviera bien, algo que él no pudo brindarle. Sus hijos trabajaban, el mayor cuidaba del menor. Martín Fierro se resignó a su destino. Después de tantas penurias, comprendió la crueldad de la vida. A pesar de ser considerados malos, los gauchos también sufrían. Lo acusaron de vago y tuvo que huir.

La Pelea y la Desgracia

En una fiesta, borracho, Martín Fierro provocó una pelea. Insultó a una mujer y se enfrentó a su acompañante. Al despertar de su embriaguez, se dio cuenta de la gravedad de la situación. Le arrojó un cuchillo al hombre, hiriéndolo. Los buscaban para votar. La desgracia del gaucho cimarrón, el desamparo del gaucho que no posee nada. Vivía mateando, atento a la posible llegada de la policía. Un día, en un boliche, se encontró con un gaucho canchero. Discutieron y pelearon. El gaucho, siempre huyendo, siempre perseguido, vivía escondido como un maldito. Su suerte era maldita. Si uno no aguantaba, era considerado malo; si aguantaba, también. Haber nacido gaucho era una maldición. Debía defenderse con el cuchillo, era su forma de vida. Le gustaba contemplar las estrellas. De pronto, escuchó caballos acercarse. Era la policía. Se impuso, erró el golpe con el cuchillo, otro huyó, empujó a otro y otro escapó corriendo. Cuando estaban a punto de golpearlo con un sable, Cruz pidió que no lo mataran por ser valiente. Fueron a tomar una caña juntos. El comandante le había robado la mujer a Cruz. Cruz también había tenido una vida miserable. Hasta que un día, un juez lo nombró sargento de policía. Cruz le ofreció su amistad a Martín Fierro. Le contó sus desventuras y le pidió que confiara en él. Si estaba con él, no le faltaría nada: comida, techo y caballo. Como soldados, tampoco cobraban. Eran dos astillas del mismo palo. Cruz invitó a Martín Fierro a vivir con los indios. Martín Fierro aceptó. Fueron a una estancia, robaron caballos y emprendieron el camino hacia las tolderías.

La Vuelta, la Enfermedad y la Muerte de Cruz

Una nueva peste azotó a los indios, quienes culparon a los cristianos, incluyendo a Martín Fierro. Martín Fierro relata las curaciones que realizaban los indios. La viruela afectó al indio que los había ayudado y aceptado. Lo asistieron, no permitieron que lo tocaran y murió. Cruz enfermó gravemente. Le pidió a Martín Fierro que avisara a su hijo que moriría. Cuando Cruz murió, Martín Fierro lo sepultó. Lloró mucho por su amigo. Le construyó una tumba. Se sentaba junto a la sepultura, solo, y pensaba en su amigo, en su familia (sus hijos y su mujer) y en su tierra. En una ocasión, golpeó a una india, una china, una mujer cristiana. Se alejó de los indios y en algunas estancias le informaron que el juez que lo perseguía había muerto.

El Regreso y el Encuentro con su Hijo

Después de tres años en la frontera, dos como gaucho matrero, cinco con los indios y diez de sufrimiento, Martín Fierro regresó. Su hijo mayor estaba en prisión, pero al vivir encerrado, tenía poco que contar. Vizcacha era el tutor del hijo menor. Era un viejo, medio cimarrón y fugitivo, muy renegado y ladrón, lleno de mañas, siempre con un caballo, metido en enredos, rodeado de no menos de seis perros. Mataba vacas ajenas para alimentarlos. Cambiaba el cuero al pulpero por yerba, tabaco y cañas. Le enfurecía que le dijeran Vizcacha. Cuando bebía, aconsejaba a los demás.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *