El amor y la muerte en El amor en los tiempos del cólera
Eros y Tánatos
Gabriel García Márquez une durante toda la novela eros y tánatos, amor y muerte, como dos motores de la existencia humana. El amor, porque supone la legítima aspiración a la felicidad, y la muerte por su carácter inevitable, y porque carecer del primero, a veces, puede suponer la muerte en vida. Se tiene que morir América Vicuña y Juvenal Urbino para que el amor entre Florentino Ariza y Fermina Daza pueda renacer.
No hay amor sin muerte, y eso lo comprendió Gabriel García Márquez cuando en un viaje leyó a don Francisco de Quevedo el soneto «Amor constante más allá de la muerte». Los sentimientos de Quevedo eran los de Florentino Ariza; ese amor necesitaría unas buenas dosis de muerte para poder llevarse a cabo. De ahí que el comienzo de la novela comience con el suicidio de Jeremiah de Saint-Amour, para luego continuar con la muerte absurda de Juvenal Urbino al querer coger un loro, y que Florentino Ariza pueda sentir de primera mano si su amor es o no más poderoso que la propia muerte, y así poder declararse de nuevo a su amada Fermina Daza.
Las variantes del amor
Los sentimientos de Florentino Ariza por Fermina Daza constituyen una antología amatoria, un Ars Amandi. Algunas de las variantes que puede presentar el amor son:
- Amor adolescente: Primeros tiempos entre Florentino y Fermina, de carácter epistolar.
- Amor legalizado: Oficial y bendecido por todos los estamentos religiosos y sociales: el matrimonio de Fermina Daza y Juvenal Urbino.
- Amor extramarital: La infidelidad cometida por Juvenal Urbino con Bárbara Lynch, su único desliz.
- Amor puramente sexual: Todas las aventuras mantenidas por Florentino Ariza para cubrir el vacío de su corazón dejado por Fermina Daza con distintas mujeres, como las aventuras de Lotario Thugut en el prostíbulo.
- Amor intergeneracional: El mito del viejo y la niña: la relación entre América Vicuña y Florentino Ariza (de la misma edad que tendría Fermina Daza cuando la conoció).
- Amor de madurez o senil: Entre Florentino y Fermina 50 años después, al final de la obra.
- Amor frustrado: Como los de Hildebranda Sánchez y la tía Escolástica.
Para Florentino Ariza, el amor tiene efectos similares al cólera, como cree su madre Tránsito Ariza en el segundo capítulo. Se nota en su alma que lo que verdaderamente lo mantiene vivo es el hecho de poder seguir amando, no la posibilidad de ser correspondido. Eso explica el juramento que fue capaz de conservar intacto durante toda su vida, porque a pesar de sus incontables aventuras, nunca dejó de ser fiel a Fermina Daza. Porque en esos amores sin amor iba buscando conocimiento amatorio para ofrecérselo a ella cuando llegara el momento.
Para Fermina Daza, el amor fue curiosidad. Florentino Ariza no era el tipo de hombre que hubiera escogido, y a pesar de ello suscitó en ella una curiosidad difícil de resistir, y terminó pensando en él como nunca pensó pensar en alguien. Su carácter le evitó los sinsabores que sufrió Florentino Ariza a lo largo de los años, mientras ella mostraba cierta indolencia a la hora de rechazarlo cuando regresó del viaje, y la misma indolencia con la que aceptó la proposición de Juvenal Urbino, aunque al principio le pareciera pedante.
El amor entre Fermina y Juvenal
En Juvenal Urbino, al conocer a Fermina Daza, sucumbió ante su belleza, como después con Bárbara Lynch. El amor con Fermina fue el decente, el aprobado socialmente. El monótono y locuaz doctor nos lleva a pensar si su insistencia al pretender a Fermina no respondería más a un triunfo social, y si no fue igual de persistente para recuperarla tras el desliz de pasión con Bárbara Lynch para no quedar descolocado socialmente. Quizá no la amó, y ella tampoco a él, pero fabricaron algo parecido al amor durante 50 años, y solo ante la certeza de la muerte, el doctor abrió del todo su corazón para reconocer ante Dios cuánto la había querido: «Solo Dios sabe cuánto te quise».
A causa de una equivocación clínica, un posible contagio de cólera de Fermina Daza (capítulo 3), el doctor cayó prendado ante los encantos de la mujer plebeya, y la tozudez terminó de encandilarlo. Decide casarse con ella en la época en que tomó conciencia de que estaba sola en el mundo, con 21 años, azuzada por los intereses de su padre y la influencia de su prima, eligiéndolo para huir de la soledad y pensando que ya tendría tiempo de germinar ese amor, con la conciencia de sus obligaciones como esposa. La decencia era su virtud. Superaron varias crisis, como cuando ella huyó ante la única infidelidad de él. Se convirtieron en expertos en el conocimiento de las manías y caprichos del otro, conscientes de que ya no podrían vivir separados.
Terminaron por conocerse tanto, que antes de los treinta años de casados eran como un mismo ser dividido, y se sentían incómodos por la frecuencia con que se adivinaban el pensamiento sin proponérselo.
El amor entre Florentino y Fermina
El amor entre Florentino Ariza y Fermina Daza pasó del amor caballeresco y propio de los trovadores medievales a la desesperación romántica ante la ausencia de Fermina y su posterior rechazo, para adentrarse después en un amor más lúbrico y sexual con 622 amantes. Pero tras la muerte del doctor, Florentino pasó a un celibato casi monacal hasta entregarse a su amada como virgen de nuevo. Sustituía el vacío de Fermina con pasiones terrenales de cama: «Amor del alma de la cintura para arriba y amor del cuerpo de la cintura para abajo». Vive tanto del amor, y no solo por amor, que cuando hereda la Compañía Fluvial del Caribe se acuerda de Fermina y de todas las mujeres que le han dejado huella: «El corazón tiene más cuartos que un hotel de putas». Con esa fuerza, suficiente para reconquistar a Fermina en los albores de la vejez, cuando comienzan a verse personalmente, ambos se descubrieron como eran: ancianos acechados por la muerte, sin nada en común menos el recuerdo efímero del pasado. Florentino invita a Fermina a un viaje, un descenso por el río, y ella acepta, escondiendo que reconoce a Florentino como el hombre que siempre estuvo al alcance de su mano aunque ella no lo hubiera notado. Ahora les bastaba con estar juntos el resto de sus vidas.
Era como si se hubieran saltado el arduo calvario de la vida conyugal y hubieran ido sin más vueltas al grano del amor, pues habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte.
El concepto de fidelidad
La fidelidad se presenta en la novela en diferentes formas: entre Florentino y Fermina en sus primeros años, en el matrimonio de Fermina y Juvenal como fidelidad conyugal, y en la fidelidad, amor y gratitud de Leona Cassiani con Florentino. Ella estuvo a punto de hacer que él desvelara su secreto de amor, pero Leona ya lo sabía. También se muestra en el enamoramiento adolescente con América Vicuña. Cuando muere Juvenal, Florentino rompe con ella; pagaron los dos para que él alcanzara al fin el amor. Tras la muerte de ella, por la fidelidad que le impedía vivir sin su amor.
La presencia de la muerte
La muerte está presente a lo largo de toda la novela. Desde el suicidio de Jeremiah de Saint-Amour y los constantes presagios y tormentas que desembocan en la muerte absurda de Juvenal Urbino, el doctor ha de morir para que Florentino pueda reiniciar la conquista de Fermina (capítulo 1). Gabriel García Márquez suele reflejar en casi todas sus obras ceremonias religiosas y ritos funerarios. Se muestra el miedo de Florentino a que la muerte llegue antes de que se reúna con su amada, o el de Fermina al final de la novela, mientras realiza el viaje idílico en barco y antes del ansiado encuentro carnal, con la muerte de América Vicuña, quien también se suicida como Jeremiah de Saint-Amour. Su muerte es necesaria para que Florentino pueda rozar la felicidad. Entre las muertes colectivas destacan los cadáveres provocados por el cólera. En el viaje final, cuando ambos amantes terminan siendo conscientes de sus cuerpos ancianos, la dulzura aumenta porque la inexorabilidad de la muerte no podrá privarlos del disfrute del amor, ni siquiera con todas las dolencias propias de los dos ancianos que ya son.
La gente que uno quiere debería morirse con todas sus cosas. Lo único que me duele de morir, es no morir de amor.