Y EN EL INTERMEDIO, UNOS CUENTECILLOS
Según Fernando Burgos, cuatro etapas conforman la cuentística hispanoamericana:
En primer lugar, la etapa modernista (que comenzaría en el Siglo XIX y llegaría hasta 1920), que entronca con la renovación estética finisecular (donde destacan corrientes como el impresionismo o el simbolismo), de carácter escapista, adelantando postulados deshumanizadores propios de las posteriores vanguardias. El nicaragüense Rubén Darío va a ser su mayor abanderado, con obras como Azul (1888), en la que, junto a creaciones líricas, encontramos narraciones cortas de estética exquisita. Rubén Darío, influido por Edgar Allan Poe, fue un maestro del cuento.
Sus narraciones breves, que todo buen aficionado a la literatura debería degustar, son ricas en elementos insólitos, adelantando algunas de las constantes habituales de la narrativa hispanoamericana posterior. De hecho, podemos considerar los cuentos de Rubén Darío como piezas seminales del relato fantástico latinoamericano.
En segundo lugar, durante los años veinte y treinta, al igual que sucediera en España, las vanguardias contagian la literatura de Hispanoamérica. El Buenos Aires de la bohemia y de la vida artística e intelectual, en el que encontramos a un joven Jorge Luis Borges, va a ser, en este sentido, foco de innovaciones. Pero, junto a la ruptura de convencíón y tradición, la aparición de cuentos de corte realista, de carácter indigenista, obra de Miguel Ángel Asturias (Leyendas de Guatemala, 1930). No obstante, Asturias estuvo muy influido por las vanguardias, sobre todo por el Surrealismo, por lo que sus narraciones son ricas en experimentaciones léxicas, gramaticales y fónicas. Así las cosas, en este autor podemos encontrar las dos caras de la moneda: el cuento realista, ligado a una tierra con una problemática concreta, y ese otro cuento, tan propio de la literatura que estamos estudiando, que se inmiscuye en territorios mágicos y se plaga de adornos exóticos.
En tercer lugar, ese intento de ruptura que ya late en la literatura de los años 20 y 30 se consolida a partir de la década de los 40, periodo al que podemos denominar neovanguardista y que va a llegar hasta 1980. Durante esta etapa:
-Jorge Luis Borges es ya un autor maduro que va a dar lo mejor de sí. Una de las singularidades de su obra supone la irreverencia a los límites que separan cuento, ensayo y poema.
-José Lezama Lima: la estética de su cuentística es barroca, y sus narraciones están plagadas de símbolos. Lezama Lima no se caracteriza por el cultivo de un cuento realista, socialmente comprometido;
-En cambio Gabriel García Márquez cultiva un cuento realista, socialmente comprometido; desde sus primeros cuentos, publicados en el libro La tercera resignación (1947), hasta Doce cuentos peregrinos, ya en la década de los noventa.
-Es en esta etapa neovanguardista hay que mencionar a Juan Carlos Onetti. Su cosmos literario se caracteriza por un pesimismo existencial que, en ocasiones, se liga al Nihilismo. Sus protagonistas suelen ser antihéroes, personajes cotidianos abocados al fracaso, que se mueven en ambientes sórdidos, opresivos, donde reina la incomunicación. El infierno tan temido o La cara de la desgracia son algunas de sus obras.-Julio Cortázar va a ser el gran icono del cuento fantástico. Sus narraciones breves parten de una situación cotidiana en la que irrumpe lo extraordinario, ocasionando un clima de tensión en el que la frontera entre la razón y la sinrazón se difumina. Los cuentos de Cortázar se plagan de sucesos extraños, pues para Cortázar lo misterioso reside en lo habitual, siendo ambigua la frontera entre lo cotidiano y lo insólito. Con Bestiario (1951), Cortázar queda unido a una tradición típicamente hispanoamericana, surgida al amparo de quienes detallaban la flora y fauna del Nuevo Mundo.
-En la década de los 60, junto a los artífices del “boom” de la narrativa hispanoamericana (Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa…) encontramos a autores como Alfredo Bryce Echenique, interesado por romper con los recursos narrativos convencionales. Junto a una tremenda carga experimental, Bryce Echenique introduce en sus cuentos la crítica social, unida al humor.
La cuarta etapa, a la que podemos denominar periodo postmoderno, comenzaría en los años 80 y llegaría hasta hoy. Durante dicho periodo, autores como Guillermo Samperio, Salvador Elizondo o Augusto Monterroso (Movimiento perpetuo, 1972) tratan en sus narraciones el propio hecho creativo (siguiendo los parámetros establecidos por Julio Cortázar en Rayuela).
Por otra parte, el cuento fantástico va a seguir cultivándose hasta el momento actual, con ejemplos magníficos como los que ofrece el peruano Fernando Iwasaki en Ajuar funerario, espléndida colección de microrrelatos.
-Jorge Luis Borges es ya un autor maduro que va a dar lo mejor de sí. Una de las singularidades de su obra supone la irreverencia a los límites que separan cuento, ensayo y poema.
-José Lezama Lima: la estética de su cuentística es barroca, y sus narraciones están plagadas de símbolos. Lezama Lima no se caracteriza por el cultivo de un cuento realista, socialmente comprometido;
-En cambio Gabriel García Márquez cultiva un cuento realista, socialmente comprometido; desde sus primeros cuentos, publicados en el libro La tercera resignación (1947), hasta Doce cuentos peregrinos, ya en la década de los noventa. Es en esta etapa neovanguardista hay que mencionar a Juan Carlos Onetti. Su cosmos literario se caracteriza por un pesimismo existencial que, en ocasiones, se liga al Nihilismo. Sus protagonistas suelen ser antihéroes, personajes cotidianos abocados al fracaso, que se mueven en ambientes sórdidos, opresivos, donde reina la incomunicación. El infierno tan temido o La cara de la desgracia son algunas de sus obras.-Julio Cortázar va a ser el gran icono del cuento fantástico. Sus narraciones breves parten de una situación cotidiana en la que irrumpe lo extraordinario, ocasionando un clima de tensión en el que la frontera entre la razón y la sinrazón se difumina. Los cuentos de Cortázar se plagan de sucesos extraños, pues para Cortázar lo misterioso reside en lo habitual, siendo ambigua la frontera entre lo cotidiano y lo insólito. Con Bestiario (1951), Cortázar queda unido a una tradición típicamente hispanoamericana, surgida al amparo de quienes detallaban la flora y fauna del Nuevo Mundo.
-En la década de los 60, junto a los artífices del “boom” de la narrativa hispanoamericana (Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa…) encontramos a autores como Alfredo Bryce Echenique, interesado por romper con los recursos narrativos convencionales. Junto a una tremenda carga experimental, Bryce Echenique introduce en sus cuentos la crítica social, unida al humor.
La cuarta etapa, a la que podemos denominar periodo postmoderno, comenzaría en los años 80 y llegaría hasta hoy. Durante dicho periodo, autores como Guillermo Samperio, Salvador Elizondo o Augusto Monterroso (Movimiento perpetuo, 1972) tratan en sus narraciones el propio hecho creativo (siguiendo los parámetros establecidos por Julio Cortázar en Rayuela). Por otra parte, el cuento fantástico va a seguir cultivándose hasta el momento actual, con ejemplos magníficos como los que ofrece el peruano Fernando Iwasaki en Ajuar funerario, espléndida colección de microrrelatos.