El Romancero viejo
Los textos: el Romancero como género literario
Se denomina Romancero viejo al conjunto de romances que se cantaban a finales de la Edad Media. Algunos se han conservado escritos a partir del siglo XV y, sobre todo, en el XVI, recopilados bien en cancioneros con otros poemas, o en colecciones de romances llamadas romanceros impresos en pliegos sueltos (cuadernillos de cuatro hojas que se vendían a muy bajo precio).
El Romancero viejo es un género de origen oral y popular a fines de la Edad Media, pero está sometido a las determinaciones de los textos escritos, ya que fue recopilado para ser leído por un público burgués e incluso cortesano en los albores del Renacimiento cuando se produce una revalorización culta de lo popular.
Se denomina Romancero nuevo al corpus de romances escrito por los poetas cultos de los siglos XVI y XVII (Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Quevedo…) que continúan cultivando el romance al calor de la revalorización culta de lo popular antes mencionada.
Junto a los Romanceros viejo y nuevo, cabría hablar del Romancero oral moderno, inmenso conjunto de romances de la tradición oral recogido desde finales del siglo XIX hasta hoy, tanto en la península como en Canarias, Hispanoamérica y en las comunidades sefardíes dispersas por el mundo.
El origen de los romances
El origen de los romances a fines de la Edad Media parece situarse en la descomposición de los grandes poemas épicos.
Al segmentarse definitivamente los largos versos de los cantares de gesta, los hemistiquios iniciales habrían dado lugar a los versos impares sin rima de los romances, mientras que los pares asonantados de estos procederían del segundo hemistiquio de los versos de la épica y de ahí que conserven la rima. La tendencia creciente de los cantares de gesta a los versos de dieciséis sílabas explicaría la forma octosilábica de los romances.
El origen de los romances como fragmentación de los cantares de gesta explicaría también la abundancia de temas épicos en el Romancero viejo.
Sin embargo, la existencia de numerosos romances de temas líricos y novelescos, ha llegado a algunos críticos a pensar que el romance nació como un género originalmente independiente de los cantares de gesta, fruto de la invención de algún poeta que habría tenido inmediata y numerosa continuación.
Por otra parte, el hecho de que sea difícil la distinción entre romances líricos y narrativos y que haya muchas características de la lírica tradicional en los romances, ha llevado a considerar el Romancero como una parte de la lírica tradicional.
Todo lo cual hace que, cualquiera que sea su origen, pueda el romance ser definido como un género épico-lírico.
Características estructurales y formales
Los rasgos formales y estructurales del romance vienen muy condicionados por el secular modo de transmisión oral y por ese origen que lo emparenta con la canción popular y las gestas épicas.
Pueden destacarse la ductilidad del romance, que permite y favorece la recreación; la transmisión activa y creadora de los textos, que da lugar a nuevas versiones adaptadas al gusto, pensamiento y cultura de cada receptor; la importancia de los motivos, tanto formales como temáticos, que, reiteradamente presentes en los textos, facilitan su reelaboración; la existencia de un estilo tradicional que es ingrediente básico de los romances.
La recreación constante de los romances a través de su difusión oral hace que un mismo romance puedan tener numerosas variantes.
Los recursos formales más comunes son las repeticiones, las enumeraciones, las antítesis, la alternancia de los tiempos verbales, el uso de fórmulas y epítetos épicos, el lenguaje arcaizante, la actualización de la acción mediante el adverbio ya o el presente histórico, las llamadas al oyente, los diálogos frecuentes, la sencillez sintáctica, la ausencia de símiles y metáforas complejas. Por tanto, los romances se caracterizan por su aparente claridad y sencillez.
El poder expresivo y dramático de los romances se consigue mediante la concentración, la concisión, la comprensión estilística, la sugerencia emocional. De ahí el fragmentarismo de los romances: en muchos de ellos la acción se inicia y/o termina abruptamente; son característicos los comienzos in medias res y los finales truncados. Ello supone que los romances son estructuras narrativas abiertas, con gran variedad de temas y motivos, lo que facilita la constante innovación de su transmisión oral.
El sentido de los romances: visión del mundo
La oralidad condiciona no solo las peculiaridades formales y estructurales de los textos, sino su propia visión del mundo.
Algunos de los rasgos fundamentales del Romancero viejo estarían relacionados con la realidad de la que surgen: el narrador objetivo e impersonal, la falta de didactismo y referencias religiosas, la abundancia de preguntas y respuestas intensamente dramáticas en los diálogos, los frecuentes finales trágicos, el recurso esencial del símbolo.
La ausencia del narrador y sus moralizaciones, junto con el fragmentarismo formal de los romances y la preferencia por versiones más breves, cortadas repentinamente en un final dramático, acentúan la impresión de protagonistas abocados a un destino incierto.
Temáticamente, suelen clasificarse los romances viejos en:
a)
Romances de tema épico castellano (el rey don Rodrigo, Bernardo del Carpio, Fernán González, los infantes de Lara, el Cid…).
b)
Romances fronterizos y moriscos (desarrollan escaramuzas guerreras entre moros y cristianos en las tierras de frontera, o bien cantan la caballerosidad y refinamiento de los moros)