Capítulo II
El alcalde, único funcionario, máxima autoridad y representante de un poder demasiado lejano como para provocar temor, era un individuo obeso que sudaba sin descanso.
Decían los lugareños que la sudadera le empezó apenas pisó tierra luego de desembarcar del Sucre, y desde entonces no dejó de estrujar pañuelos, ganándose el apodo de la Babosa.
Murmuraban también que antes de llegar a El Idilio estuvo asignado en alguna ciudad grande de la sierra, y que a causa de un desfalco lo enviaron a ese rincón perdido del oriente como castigo. Sudaba, y su otra ocupación consistía en administrar la provisión de cerveza. Estiraba las botellas bebiendo sentado en su despacho, a tragos cortos, pues sabía que una vez terminada la provisión la realidad se tornaría más desesperante.
Cuando la suerte estaba de su parte, podía ocurrir que la sequía se viera recompensada con la visita de un gringo bien provisto de whisky. El alcalde no bebía aguardiente como los demás lugareños. Aseguraba que el Frontera le provocaba pesadillas y vivía acosado por el fantasma de la locura. Desde alguna fecha imprecisa vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusándola de haberle embrujado, y todos esperaban que la mujer lo asesinara. Se hacían incluso apuestas al respecto.
Desde el momento de su arribo, siete años atrás, se hizo odiar por todos. Llegó con la manía de cobrar impuestos por razones incomprensibles. Pretendió vender permisos de pesca y caza en un territorio ingobernable.
Quiso cobrar derecho de usufructo a los recolectores de leña que juntaban madera húmeda en una selva más antigua que todos los Estados, y en un arresto de celo cívico mandó construir una choza de cañas para encerrar a los borrachos que se negaban a pagar las multas por alteración del orden público.
Su paso provocaba miradas despectivas, y su sudor abonaba el odio de los lugareños. El anterior dignatario, en cambio, sí fue un hombre querido. Vivir y dejar vivir era su lema. A él le debían las llegadas del barco y las visitas del correo y del dentista, pero duró poco en el cargo.
Cierta tarde mantuvo un altercado con unos buscadores de oro, y a los dos días lo encontraron con la cabeza abierta a machetazos y medio devorado por las hormigas.
(Luis Sepúlveda. Un viejo que leía novelas de amor)
COMENTARIO CRÍTICO
El fragmento ante el que nos encontramos, perteneciente a la novela de Luis Sepúlveda Un viejo que leía novelas de amor, constituye un texto literario de género narrativo. Su autor, nacido en Chile en 1949, es un destacado novelista del post-boom de la literatura hispanoamericana, aunque también ha cultivado otros géneros como la poesía y el cuento.
En esta obra, galardonada con el premio Tigre Juan y traducida a catorce idiomas, nos presenta la historia de Antonio José Proaño, un anciano solitario que, después de haber pasado largos años conviviendo con los indígenas shuar, quienes llegaron a considerarlo uno de los suyos, conoce todos los secretos de la selva amazónica. Sin embargo, su territorio se encuentra ahora amenazado por la llegada del hombre blanco y por la destrucción cruel y ciega que este trae consigo.
Nuestro fragmento tiene precisamente como protagonista al personaje que simboliza, a lo largo de toda la novela, a la «civilización» blanca: se trata del alcalde de El Idilio, completo desconocedor de las costumbres y usos de la zona, y que pretende ejercer la autoridad en un “territorio ingobernable”.
La caracterización del personaje –obeso, sudoroso- ya nos da a entender el desprecio que provoca entre los lugareños; pero se trata de un desprecio recíproco, mayor si cabe por parte del alcalde, que se basa en la consideración de que los indios son seres incivilizados.
Esta idea, que podríamos afirmar se encuentra establecida en la cultura occidental desde la llegada de Colón a América, es precisamente la que se plantea invertir Luis Sepúlveda con este relato. El conflicto entre civilización y barbarie, la progresiva desvinculación del desarrollo de la razón con la naturaleza, los sentidos y el instinto aparecen representados en la novela por unos colonizadores que se entremeten en un mundo del que nada conocen y al que nada deben, alterando a su paso el equilibrio antes tan bien atesorado. Los habitantes de la selva, por su parte, aparecen pasivos ante un poder invencible que, de hecho, terminará acabando con ellos.
No se trata de un tema imaginario: la novela indigenista americana, vertiente dentro de la que podemos encuadrar esta obra, constituye un extraordinario medio de denuncia a ese “progreso” que ya ha acabado con más de un sesenta por ciento de la selva amazónica, y ante todo, un canto al amor por la naturaleza.
Este es otro comentario resuelto de un fragmento de
Un viejo que leía novelas de amor pero cuyo contenido puede aplicarse a muchos otros fragmentos ya que habla de la ecología en general. (Podéis llevar preparado perfectamente el comentario literario para selectividad). En próximas entregas os daré resuelto otro ejemplo de cada uno de los libros leídos para la PAU. Además tengo muchos apuntes y ejercicios por si alguno necesita algo.
Nos encontramos frente a un texto literario, concretamente, un fragmento narrativo extraído de la novelaUn viejo que leía novelas de amor, del autor chileno Luis Sepúlveda. Nacido en Chile en 1949, es un destacado novelista del post-boom de la literatura hispanoamericana, aunque también ha cultivado otros géneros como la poesía y el cuento.
En esta obra, galardonada con el premio Tigre Juan y traducida a catorce idiomas, nos presenta la historia de Antonio José Proaño, un anciano solitario que, después de haber pasado largos años conviviendo con los indígenas shuar, quienes llegaron a considerarlo uno de los suyos, conoce todos los secretos de la selva amazónica. Sin embargo, su territorio se encuentra ahora amenazado por la llegada del hombre blanco y por la destrucción cruel y ciega que este trae consigo
El escritor -comprometido con la causa ecologista a través de organizaciones no gubernamentales en defensa del ecosistema amazónico- refleja en este texto el tema de la destrucción de la selva por parte de los colonos, buscadores de oro y gringos. Es la población no autóctona de raza blanca la que, en definitiva se contempla como responsable de la devastación de un lugar virgen, refugio natural de plantas, animales y de tribus aborígenes como la de los indios shuar.
La intención de Sepúlveda podría ser, por tanto, concienciarnos sobre la necesidad de proteger la naturaleza de la Amazonía y –por extensión- el ecosistema terrestre en general.
En los tiempos que corren, la desertización de la selva supone la eliminación de lo que se ha dado en llamar “el pulmón del mundo”. Algo que no podemos permitirnos. Pero, junto a la lucha por frenar la depredación del Amazonas, debemos librar otras “batallas” ecológicas que nos afectan más de cerca. Por ejemplo, de parar la sobreexplotación de los caladeros de pesca, la captura de “alevines” o inmaduros, la invasión de entornos naturales para la construcción de edificios –turísticos o no-, la excesiva producción y el excesivo consumo de combustible… Estos son sólo algunos ejemplos de la insuficiencia administrativa ante el fenómeno medioambiental. No niego que una característica del ser humano sea el progreso y que éste conlleve la utilización de los recursos naturales disponibles. Pero usar los recursos no debe ser abusar de ellos, sino aprovecharlos dentro de unas normas, con respeto y sin invasión física o cultural de lo ajeno. Los estados deben articular normas drásticas para la defensa de la naturaleza y velar porque se cumplan. Doy por supuesto que también los ciudadanos debemos aplicar una “ética ecológica” en todos los aspectos de nuestra vida y usar solidariamente los bienes de que disponemos. La idea de progreso a la que queremos llegar pasa por la conservación del planeta: el único lugar habitable que conocemos para nosotros y nuestros descendientes.
Como conclusión, se puede decir que el novelista chileno consigue –mediante un lenguaje sencillo y natural a base de oraciones cortas y vocabulario estándar- su propósito de hacernos conscientes de lo importante que es velar por la salud del planeta Tierra.