Charles Baudelaire (París, 1821-1867)
Poeta y crítico francés, principal representante de la escuela simbolista. Su primer éxito literario llegó en 1848, cuando aparecieron sus traducciones del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. Animado por los resultados e inspirado por el entusiasmo que en él suscitó la obra de Poe, a quien le unía una fuerte afinidad, Baudelaire continuó traduciendo sus relatos hasta 1857. Ese mismo año vio la luz la principal obra de Baudelaire, Las flores del mal. Inmediatamente después de su publicación, el gobierno francés acusó a Baudelaire de atentar contra la moral pública. A pesar de que la élite literaria francesa salió en defensa del poeta, Baudelaire fue multado y seis de los poemas contenidos en este libro desaparecieron en las ediciones posteriores. La censura no se levantó hasta 1949. Sus poemas hablan del eterno conflicto entre lo ideal y lo sensual, entre el spleen y el placer. En ellos están presentes todas las experiencias humanas, desde las más sublimes hasta las más sórdidas. La intención del poeta, y antes que él de Stendhal (poeta del romanticismo), era traducir en poesía el alma del arte y del artista. Los faros hace referencia a la luz, a la iluminación, como los artistas que iluminan a través de sus cuadros.
Tema
Baudelaire era un amante del arte en general, no solo de la poesía. Para él, ser poeta era la forma más sublime de alejarse de las miserias y crueldades del mundo. Es posible que pensase al arte como un «faro» y a dicho pensamiento lo haya volcado en esta poesía, cuyo título es muy sugestivo: «LOS FAROS» (Es un faro iluminado sobre mil ciudadelas). El faro es el artista dotado de genio y las ciudadelas bien podrían representar al mundo.
Él canta a la gloria y a la humildad de estos artistas que tanto amaba. Los faros pertenecen a la fracción del libro titulada “Spleen e ideal”, lo que nos muestra que estarán especialmente marcados por esta particular manera de ver la vida como algo de lo que se debe escapar y que al individuo le resulta repulsiva, fea, aburrida, incluso grotesca. Vemos aquí el germen romántico en la poesía de Baudelaire, y la concepción mesiánica del artista. En Los faros, el poeta menciona algunos de los grandes nombres del arte: Rubens, Da Vinci, Rembrandt, Miguel Ángel, Watteau (cuya obra se puso de moda allá por el 1830) y Delacroix, exaltándolos al mismo tiempo que los relaciona con sus obras, que tienen un carácter melancólico, grotesco, sombrío. Podemos ver en Baudelaire ahora la idea de que aquello creado bajo una percepción alterada también tiene la capacidad de excitar los sentidos, de ser “un opio divino”. Baudelaire, con su obra, dio visibilidad a algunos de estos artistas, que le inspiraban, por ejemplo a Delacroix, que frecuentaba los círculos literarios parisinos y trabó, al parecer, amistad con él.
¿Recuerdas el David o el Moisés de Miguel Ángel? Bueno, si miras los brazos de Moisés, son musculosos, y se les nota las venas, es decir que se puede llamarlo Hérculeo. Además, en el techo de la Capilla Sixtina hay una pintura donde dos personas estiran la mano para tocarse, pero hay un detalle muy sutil que es que estiran los dedos, y si piensas en un sudario, una tela muy fina, con solo estirar los dedos el sudario se rasgaría. Esta es una típica analogía de Baudelaire.
Muchos cuadros de Watteau son coloridos, hay mujeres desnudas muy alegres, casi todos los hombres llevan una sonrisa en su cara, las miradas son brillosas, hay mucho verde, hay bufones, hombres con guitarras, en fin, es una especie de carnaval, personas felices danzando, y los felices tienen miradas centellantes.
¿Recuerdas el David o el Moisés de Miguel Ángel? Bueno, si miras los brazos de Moisés, son musculosos, y se les nota las venas, es decir que se puede llamarlo Hérculeo. Además, en el techo de la Capilla Sixtina hay una pintura donde dos personas estiran la mano para tocarse, pero hay un detalle muy sutil que es que estiran los dedos, y si piensas en un sudario, una tela muy fina, con solo estirar los dedos el sudario se rasgaría. Esta es una típica analogía de Baudelaire.
Muchos cuadros de Watteau son coloridos, hay mujeres desnudas muy alegres, casi todos los hombres llevan una sonrisa en su cara, las miradas son brillosas, hay mucho verde, hay bufones, hombres con guitarras, en fin, es una especie de carnaval, personas felices danzando, y los felices tienen miradas centellantes.
Rembrandt pintó el cuadro: «El devocionario Diario» en el cual está Jesucristo crucificado, y el fondo de la pintura es muy oscuro, como en muchos cuadros de Rembrandt. A mi entender, a Baudelaire esto le pudo haber recordado los crucifijos que suelen estar colgados en las paredes de los hospitales, y en los hospitales, por lo general la atmósfera es lúgubre, oscura, tal como el fondo de dicha pintura. Otro detalle importantísimo es que además del crucifijo no suele haber otros objetos decorando las paredes. Otra característica de Rembrandt era el manejo de la luz. «Belsazar, La Escritura en la pared» hace referencia a una escena Bíblica, nuevamente aquí el fondo de la pintura es oscuro, pero hay un círculo de luz donde está la mano escribiendo en hebreo en la pared. Recuerda que en los hospitales es común el rezo, especialmente por la salud de los enfermos.
Al final, en los dos últimos versos es como si diera a entender la importancia del dolor: «es el ardiente sollozo que rueda en las edades», a través de los siglos el dolor es una constante en la humanidad. Y culmina con una expresión de humildad del artista ante Dios: «y viene a morir al borde de tu eternidad», yo creo que aquí la idea clave es la Eternidad de Dios, ante la cual el poeta, el artista, se humilla de corazón. El dolor, el sollozo, mueren a los pies de Dios.
La obra de Baudelaire ha dejado un aporte positivo, paradigma de verdad poética, de selección estética, de culto de la expresión simbólica, y de rigurosa elaboración de la palabra en cuanto vehículo depurado de la expresión literaria, que equivale a superación de la dicción elocuente y retórica. El poeta parisino representa la reivindicación lírica de la palabra, una técnica depurada en la elaboración de las imágenes y el rigor estético de la composición que habría de tener una proyección futura incalculable. Se extinguía una concepción del arte poético desprestigiada por la degeneración del romanticismo, advertible en el desborde confidencial y sentimental, o en la poesía descriptiva y penetrada de la elocuencia bastarda, con ausencia de rigor formal y de selección estética. Un contenido de nueva creación y de angustiosa originalidad emergía de los poemas de Baudelaire, palpitantes de tragedia íntima y de nuevos acercamientos a la vida. El poeta pule un nuevo universo lírico, la sinestesia, una combinación de imágenes y sensaciones desajustadas de su normal producción en la naturaleza.
La audición coloreada, la visualidad audible o multitud de otras combinaciones de sensaciones provenientes de todos los sentidos, se reunían, como diría el propio Baudelaire, en «una metamorfosis mística de todos mis sentidos fundidos en uno solo». Una nueva concepción de la palabra se inaugura entonces. Si para el lenguaje común la palabra sigue siendo expresión de la cosa o de la idea, en el poeta ese valor de significación se transforma en un valor sugerencial, gracias al juego de combinaciones que el arte hace posible con sonidos y sensaciones inesperadas que brotan de las palabras. Todo ello pudo ser vislumbrado por los grandes exponentes de la poesía anterior, pero sólo empieza a adquirir una sugestiva formulación y un culto intensivo a partir de Baudelaire. Por ello podría afirmarse que hemos llegado a la apertura de una nueva compuerta de realizaciones artísticas que significarán a la larga la transformación de la poesía. En su estética literaria Baudelaire proponía la desaparición del yo en el poema, es decir, la sustitución de la presencia personal del autor por la pura lógica interna de la obra regida según su ley compositiva. A partir de Baudelaire ya no se hablará más del poeta sino de la poesía misma. Es una estética dominada por el esencialismo, la concepción de un arte literario depurado de prosaísmos y estímulos de circunstancias extrañas a la función creadora. A ello se sumaron sus creaciones de técnica y la rigidez gramatical. Su gusto por la sinestesia también proviene del misticismo, el ocultismo y el sincretismo. Las sensaciones nos revelan lo oculto. La unidad de la naturaleza se demuestra en que a cada olor le corresponde un sonido y un color.