Federico García Lorca nacíó en Fuente Vaqueros (Granada) en 1898. En 1919 se instala en la Residencia de Estudiantes, de Madrid, y traba entrañables relaciones con escritores consagrados y con los poetas . En 1933 hace un viaje triunfal a Buenos Aires, donde sus dramas obtienen gran éxito. Y su acercamiento cada vez mayor al pueblo le atrae odios, que condujeron a su asesinato a comienzos de la Guerra Civil de 1936.
El teatro de Federico García Lorca raya a una altura pareja a la de su obra poética y constituye una de las cumbres de la dramática española moderna, aparte de ser una obra universalmente admirada.
Comienza Lorca su producción dramática con El maleficio de la mariposa (1919), algunas piezas breves o el guiñolesco Títeres de cachiporra, pero su primer triunfo es Mariana Pineda (1925), el drama de la heroína que murió ajusticiada en Granada el año 1831 por bordar una bandera liberal.
La temática profunda de todas ellas asombra por su unidad, y no es distinta de la que subyace en su poesía: el mito del deseo imposible, el conflicto entre la realidad y el deseo. Lorca lleva a escena amores condenados a la soledad o la muerte, casi siempre encarnados en mujeres. Pero el alcance es mucho más amplio que el de un teatro “feminista”; se trata de la tragedia de la persona condenada a la frustración vital. Y lo que frustra a los personajes se sitúa, unas veces, en un plano metafísico: el Tiempo, la Muerte; otras veces, en un plano social: son los prejuicios de casta, los yugos sociales.
La casa de Bernarda
Alba es, sin duda, la pieza maestra del teatro lorquiano: en este “drama de mujeres en los pueblos de España”, se condensan con fuerza insuperable las grandes obsesiones del autor. El marco cerrado, sofocante, el luto impuesto y la prohibición de salir a la calle acentúan el erotismo trágico y esa invencible fatalidad que tiene raíces concretas: el orgullo de casta y la moral del honor, representados por la inmensa figura de Bernarda. Frente a ella, sus hijas, en actitudes que van desde la sumisión a la rebeldía.
Nos hallamos ante el fragmento final del tercer y último acto, momento en el que la tensión dramática alcanza su punto más elevado. Adela, Martirio y Bernarda adquieren un especial protagonismo. Martirio y Adela han discutido por Pepe el Romano y han llegado incluso a luchar. La tragedia se desencadena con la irrupción de Bernarda, que ya no puede negar la evidencia. Adela es, esencialmente, el amor, actitud vital en prácticamente todo Lorca,
de tal manera que, si no hay amor, la vida se trunca, la muerte es segura… Adela confirma su amor por Pepe ante todas y se rebela contra su madre,desafío final en el que le rompe el bastón: “Esto hago yo con la vara de la dominadora”. Bernarda, en un arrebato de locura, dispara contra Pepe el Romano, que se halla fuera de la casa. Martirio muestra resentimiento, su actitud ante los hombres es turbia; los rechaza, pero al mismo tiempo su pasión (dichosa ella mil veces que lo pudo tener
) la lleva a una irreprimible y nefasta vileza (se acabó Pepe el Romano)dando por muerto a Pepe el Romano y provocando el suicidio de Adela. Bernarda decreta la virginidad del cadáver de Adela (…la hija menor de Bernarda Alba ha muerto virgen) y su excesiva preocupación por la honra familiar le impide mostrar sus sentimientos (Y no quiero llantos […] ¡Silencio!). Silencio es la expresión favorita de Bernarda, es la manifestación esencial de la tiranía y del credo que impone a las mujeres de su casa; y es, además, la primera palabra que oímos de ella y que también cierra la obra como una manera de restituir el orden perdido. Pepe el Romano, aunque no aparece en escena, está implícitamente presente como elemento generador del conflicto.
Los demás personajes apenas tienen peso en esta escena y aparecen escasamente matizados. En Angustiasno hay pasión verdadera; para ella el matrimonio supone salir del infierno de la casa. Magdalena da muestras de sumisión, pero sorprende con amargas protestas. Amelía se muestra resignada, medrosa, tímida. Poncia es un personaje inolvidable por su sabiduría rústica, por su desgarro popular.
El diálogo es fluido, intenso; predominan las réplicas cortas y rápidas; y, a veces, la sentenciosidad, con abundancia de oraciones de modalidad exhortativa y exclamativa, muestras expresivas de las formas orales. Pero lo más importante es la asombrosa uníón de poesía y realidad y el papel que cumple el lenguaje en la impresión de verdad que la obra transmite. El lenguaje está hondamente enraizado en el habla popular como muestran determinados giros y palabras, pero, sobre todo, un gusto por la hipérbole y una peculiar creatividad propia del habla andaluza y del propio Lorca que nos lleva a una dimensión poética del diálogo. Su fundamento son las imágenes y comparaciones (Ahí fuera está, respirando como si fuera un león; ¡Hubiera volcado un río de sangre sobre su cabeza!; ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto!), la hipérbole(¡Qué pobreza la mía no poder tener un rayo entre los dedos!), la personificación(La muerte hay que mirarla cara a cara), recursos retóricos que no contradicen el sabor popular, aunque son expresiones típicamente lorquianas. A ello se suma la selección de palabras con un elevado valor connotativo y simbólico (¡Mira esas enaguas llenas de pajas de trigo!; ¡Aquí se acabaron las voces de presidio; Pepe: ¡irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás).
Las acotaciones transmiten una información precisa sobre los movimientos de los personajes (Adela arrebata el bastón a su madre y lo parte en dos, Sujetándola, con la cabeza sobre la pared…), los tonos de voz (En voz baja), los sonidos(Suena un disparo, Se oye como un golpe…).
En su teatro, como en su poesía, Lorca se acerca progresivamente a los problemas colectivos. El teatro –dijo- “permite un contacto más directo con las masas”. Por eso se dedicó de lleno a él, cuando pensaba cosas como éstas: “En nuestra época, el poeta ha de abrirse las venas para los demás”; “el artista debe reír y llorar con su pueblo”. En 1934 se declara “ardiente apasionado del teatro de acción social”. Y añade: “El teatro es una escuela de llanto y risa, y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas, y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre.”
Así fue su obra. Pero su destino –como el de sus personajes- fue también un destino trágico.