Antonio Prieto García: Vida y Legado de un Altagraciano Ilustre

Nace un 19 de Mayo del año 1926, en Los Puertos de Altagracia, una pequeña población en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo. Ese mismo pueblo que viera nacer también a León Febres Cordero, autor de la música del Himno del Edo. Zulia.

Hijo de Gerardo Prieto, hombre de pocas letras pero con un recio carácter que asomaba como brújula para marcar el camino del respeto, la obediencia y sellar los valores que debían ser inherentes en la formación de sus hijos, nacido en Capatàrida Edo. Falcón y quien se había establecido en Los Puertos de Altagracia, procurando un mejor porvenir, donde conoce a Estefanía, una espigada joven, de piel blanca y una hermosa cabellera negra, hija de una descendiente indígena (identidad mestiza que constituía para él un insoslayable orgullo de sus orígenes) y de un militar de descendencia española llamado Gregorio García, quien también fuera personaje significativo en su crianza.

Gerardo y Estefanía, deciden formar una familia, donde Antonio es el mayor de los hermanos, luego nace Elvia, Roger, Francisco, Jesús Salvador y Daniel. La voluntad de dar expresiones de cariño y amor e inculcarles valores morales y religiosos, que dejaran huellas en la formación de sus hijos, no daba cabida a pensar en las carencias de bienes materiales que poseían.

Desde muy niño y dueño de una gran capacidad para aprender, escudriñaba cada objeto que llegaba a sus manos, con el fin de conocer su origen, así lo hacía con los libros que solía leer. Contaba su madre, que pasaba largas horas, hasta el amanecer, con la luz de una vela realizando sus tareas escolares, para entonces no había electricidad en el pueblo. Como todo niño de su edad (8 o 10 años) le gustaba jugar, pero lo hacía con los objetos de desecho que abundaban en el lugar, construía carritos de madera o de cajas de cartón y hacia barquitos de conchas secas de coco, para entonces tampoco existían juguetes tan sofisticados como los hay hoy día, había que poner en relieve la creatividad.

Comenta en sus memorias, que un día su madre le manda a buscar agua para los quehaceres cotidianos, al lago que estaba a pocos metros de la casa, salía con una lata que utilizaba como recipiente para llenarla del agua. Durante el recorrido empujaba con sus pequeños pies alpargatados los abundantes desechos de cocos que encontraba a su paso, hasta que un día echa a volar su imaginación y sueños de niño, y coloca a un lado el envase para el agua, e intenta pescar algunos bagres que aparecían en las orillas del lago. Toma las conchas secas de los cocos, y utiliza las mitades para construir pequeños barcos, colocando los pececillos vivos como veleros, que al sumergirlos en el agua, se movían velozmente logrando alejarse de la orilla, lo que provocaba el disfrute del pequeño, hasta que una mañana en su rutinaria faena, las espinas del pequeño animal se le incrustan en la muñeca de su mano y al tratar de extraerla ve que no salía con facilidad y le producía mucho dolor, mientras el animalito agitaba sus aletas colgado de su brazo. Unos pescadores que se encontraban en el lugar observan lo que le ocurre al niño, e intentan ayudarlo y viendo infructuosa su intención deciden llevarlo a una botica o venta de medicinas más cercana donde el boticario logra sacarle las espinas que eran en forma de quilla y era por eso que no lograban salir, su madre viendo que no llegaba sale a buscarle, lo encuentra en el camino con su brazo cubierto, este le cuenta lo ocurrido y no volvió a pescar bagres.

Su padre decide irse con su familia a vivir a Las Morochas, una pequeña población al occidente del Edo. a unos 20 kms. de distancia de Los Puertos de Altagracia, buscaba mejor forma de vida, el país es predominantemente agrícola, una porción importante de la población se dedicaba a la agricultura, la mayoría de los pobladores eran campesinos que vivían en condiciones económicas y culturales muy inferiores al resto de la población.

Al llegar a Las Morochas, logran residenciarse en una casa en cuyo frente había un gran árbol de unos 6 metros de alto que su padre decía era un Membrillo, debajo de sus sombras jugaban los niños haciendo burbujas de jabón que se elevarían por lo alto con el soplar del viento. Antonio veía que sus burbujas de jabón no se elevaban tan alto como la de sus hermanos y decide subirse en lo alto del árbol para soplar sus burbujas de jabón, sin darse cuenta que las ramas del Membrillo son quebradizas, por lo que repentinamente cae al suelo, permaneciendo inmóvil por largo rato, sus hermanos corren despavoridos a avisarle a su madre lo ocurrido, y cuando esta llega lo levanta y cargándolo entre sus brazos lo lleva a la casa, lo acuesta, y masajeando su cuerpecito le preguntaba donde le dolía, le prepara un brebaje de agua con sal de higuera para que le sanara cualquier lesión interna que pudiera tener y al poco tiempo hacia sus burbujas de jabón nuevamente.

La casa de las Morochas era como la mayoría de las construcciones del lugar, de madera, con grandes corredores, donde la llegada del nuevo día se coloreaba con el vibrante y enloquecedor bullicio de los niños preparándose para ir a la escuela, sus paredes eran estremecidas por los gritos y risas de los pequeños contando sus vivencias, los techos metálicos dejaban escuchar la lluvia como si fuera música a diferentes acordes en cada gota que caía, nada hacia imaginar momentos de carencias, ni de temores, ni de imposibles. Las calles polvorientas, donde la brisa se encargaba de barnizar sus pieles tornándolas amarillentas que luego las imponentes aguas del lago se encargarían de devolverles su color natural, pero muy cerca, a escasos metros, había una construcción de paredes muy altas que era utilizada como albergue para los presos del lugar, quienes trabajaban cortando monte para la construcción de carreteras.

Todos los días salían los presos, con los grillos atados a sus pies y con sus herramientas de trabajo, como palas, picos, machetes, etc. Salían escoltados por los guardias de presos. Una tarde era la hora del regreso de los presos, se escucha una algarabía en la calle, Antonio comenta a sus padres que dos hombres de los presos estaban, machete en manos, en un feroz duelo, uno de ellos lanza su arma contra su opositor logrando cortarle la cara. Su padre al ver tan abominable hecho, decide mudarse de la casa, pensaba que no era lugar para que sus pequeños vieran esas escenas, la nueva vivienda también quedaba a orillas del lago, con un gran muelle, donde el pequeño Antonio solía permanecer largas horas viendo pasar los barcos de guerra con sus imponentes goletas de velas, que fondeaban aguas adentro, tal como lo narra en sus memorias.

Cierto día llega su primo José Capó, esposo de su prima Lucía, sobrina de su padre, quien lo invita a caminar por el largo muelle, José decide darse un baño en las aguas del lago e invita a Antonio a hacer lo mismo, quitándose las ropas y ataviado con un pequeño pantalón José se lanza al agua en un artístico clavado y cae a varios metros, lejos del muelle, Antonio viendo las destrezas de su primo lo imita, pero sus habilidades no fueron tales, y cae en lo profundo del agua, José viendo que el niño no salía a la superficie comienza a dar gritos llamándole, al poco rato ve a lo lejos el pequeño cuerpo del niño que flotaba y se hundía nuevamente, José va a socorrerlo, lo toma por los cabellos, y estando en el muelle le pregunta que le había ocurrido, y el niño con voz temblorosa le responde, ¡es que yo no se nadar, casi me ahogo!

A medida que leemos sus memorias, podemos darnos cuenta que Antonio, desde muy joven demostró una gran sensibilidad humana, su forma de pensar, de actuar, de sentir demuestran que posee una voluntad indomable de querer vivir en un mundo justo, que apuesta siempre a lo posible, tal es su anécdota de la serpiente que toma a un pequeño lagarto y enrollándosele en su cuerpo, intenta asfixiarlo, el lagarto luchaba por sobrevivir hasta que Antonio, al ver el dramático acto, mira a ambos lados y tomando de unos matorrales cercano una rama, comienza a dar ramazos a la serpiente, quien sale despavorida escondiéndose en los matorrales, Lo más sorprendente de la narración es cuando él asegura, que el pequeño lagarto le miraba, como si estuviese agradeciéndole el gesto de haberle salvado la vida.

Gerardo, su padre, recibe un telegrama de su hermana Gregoria quien vivía en Capatarida, Edo. Falcón, donde le comunica que su madre se encontraba muy mal de salud. Por lo que Gerardo recoge de inmediato maletas y embarca para Capatàrida con toda su familia. Se había sumado a la familia de Gerardo y Estefanìa, Celsa, hija de Lorenzo, hermano de Estefanìa, quien en su lecho de muerte, víctima del cólera, que azotaba al país y acabó con gran parte de la población, había encomendado a su hermana Estefanìa, que cuidara de su hija. Celsa, era una bella adolescente de unos 15 años, piel canela y unos hermosos ojos color de miel, que parecían lumbreras salidas de las sombras, era como un retoño de primavera, por lo que no faltó tiempo para que apareciera cuan veloz y audaz liebre, aquel joven de origen trinitario, Wilfredo, quien robó el corazón de la adolescente manteniendo unos amoríos a escondidas, por temor a que su tío Gerardo se opusiera. Es al momento del viaje a Capatàrida cuando, todos comienzan a buscar a Celsa, mientras montaban sus pocas cosas en un camión, de esos de estacas con una lona que los cubriría, que había buscado su padre para que los llevara a Capatàrida, ¡Celsa, Celsa! gritaban todos sus primos, buscaban por uno y otro lado, sin encontrarla. Estefania llega a la habitación de Celsa y ve que no están sus ropas y es cuando se dan cuenta que Celsa se había fugado con su amado Wilfredo. Estefania comenta a Gerardo, quien va apresurado a la casa del joven, donde encuentra a su sobrina quien le dice que ella no irá a Capatarida y que se quedaría con Wilfredo, Gerardo con voz fuerte y entrecortada, llama al joven Wilfredo y le dice, ¡solo le pido que la cuide y la ame tanto como nosotros la hemos cuidado!.

Estefania no podía contener su llanto, pues, sentía que no había cumplido a su hermano Lorenzo. Van en el camión con destino a Capatarida, donde a los pocos días de estar allí muere la madre de Gerardo. La tristeza y desolación se apoderan de todos, las noches parecían sin luna y los días sin sol, solo se escuchaban los silbidos de la fuerte y arenosa brisa, y el cantar de los chuchubes en los imponentes cactus lugareños. No hay fuente de trabajo, ni escuelas cercanas para los niños. Estefanìa dice a Gerardo que quiere regresar a Las Morochas, Gerardo busca de nuevo un camión para llevarlos a Las Morochas. Al llegar a la carretera que une Falcón con el Zulia, a la entrada a Los Puertos de Altagracia, se accidenta el camión que los transportaba. El chofer comunica a Gerardo que es imposible continuar por lo que tendrían que quedarse allí. y bajándoles sus pertenencias los dejo a orillas de la vía, Gerardo viendo que atardecía decide caminar con su mujer y sus pequeños hijos hasta Los Puertos de Altagracia, recuerda que allí vive Antonio Romero, sobrino de Estefania. Cansados, hambrientos y agotados por el largo viaje, Gerardo toca a la puerta de la casa de Antonio Romero y le pide alojamiento por esa noche ya que al día siguiente saldría a buscar donde mudarse. Asi fue, Antonio Romero le dice a Gerardo que por allí muy cerca siempre veía una casa cerrada, que parecía desocupada, por lo que Gerardo se apresura a buscar la casa que le había sugerido su sobrino, se instalan en la nueva vivienda. Pasados pocos días se enferman los niños con una incontrolable fiebre, Elvia llegaba hasta los desvaríos con la fuerte fiebre sin poder calmársele, luego cae Francisco, Jesús Salvador y el pequeño Daniel. Gerardo lleva al boticario del pueblo a la casa para que le diga lo que ocurre con los niños, no habían hospitales, ni medicaturas. El boticario comenta a Gerardo que los niños estaban contagiados de tifus, una epidemia que también azotaba al país.

Era diciembre, en las calles se escuchaban los tambores gaiteros, aguinaldos, zambombas y el bullicio de la gente porque se acercaba la llegada de un nuevo año. El día 30 de diciembre, muere Francisco José el más alegre y juguetón de los niños, mientras sus hermanos luchaban contra el mortal mal. Gerardo cargando en sus hombros el pequeño ataúd, en compañía de Victor, hermano menor de Estefania y sus hermanitos, dan sepultura a Francisco José, nadie del pueblo, ni vecinos ni familia fueron a acompañarlos por temor a ser contagiados.

Los rumores del pueblo no se hicieron esperar y fue al poco tiempo cuando Gerardo y Estefania se enteran que la casa permanecía cerrada porque el dueño había muerto de tifus.

Elvia, Roger y Antonio logran sobrevivir, ya no se escuchaba la alegría, la algarabía, las risas y el juguetear por la casa, las paredes parecían enmudecidas, y la lluvia parecía el llanto que caía de lo alto, dejando huellas imborrables en sus corazones.

Antonio, como hijo mayor, sugiere a su padre irse a vivir a Cabimas, pensando en las posibilidades de estudio de sus hermanos y de un trabajo para su padre quien al llegar a Cabimas logra emplearse como guarda líneas del telégrafo. Antonio prosigue estudios en el Liceo Hermàgoras Chávez, ya tiene 16 años, y al llegar al cuarto año de estudios de bachillerato, su mente comienza a llenarse de proyectos aventureros, como cualquier joven de su edad. No quería resignarse a vivir entre los agobios económicos, ni conformarse a permanecer capturado por la sociedad petrolera del momento. Sus sueños traspasan los límites de su razón, y motivado por un grupo de compañeros de estudio, con las mismas inquietudes, decide ingresar a la carrera militar, comenta a sus padres sus deseos, ellos no se oponen, pero el solo pensar que su hijo mayor dejaría la casa, les hacia titubear y sentir latigazos en sus corazones.

En Cabimas nacen sus hermanos Salvadora, José del Carmen, Cándido, Gladys y Andrea. Una mañana se levanta muy temprano, entusiasmado con su idea y se marcha junto a sus compañeros a la ciudad de Maracay, a inscribirse en la Escuela de Aviación Militar, estaba obcecado con la idea de ser militar, al poco tiempo se le notifica que ha sido aceptado, y sus padres comienzan a prepararle, todos los requerimientos que le exigían para poder hacer realidad los sueños del joven altagraciano.

Su madre no dejaba de llorar al entrar a su cuarto y ver su cama vacía, así como el lugar de su mesa a la hora de comer se notaba su ausencia. Viajaba periódicamente a Maracay a ver a su hijo, hacia un recorrido de dos días en autobús, para lograr ver a su hijo mientras estaba como Cadete de la Escuela de Aviaciòn.

Siendo ya oficial, le enviaban con frecuencia al Zulia en misión de trabajo. El pueblo todo se enteraba cuando llegaba, porque veían un pequeño avión sobrevolando el cielo de Cabimas, y en artísticas acrobacias dibujaba sus iniciales en el azul y cálido cielo cabimense. Todos los vecinos del barrio salían a avisar que había llegado Antonio. Es Antonio, es Antonio, gritaban los vecinos, esas son sus iniciales, con sus cabezas inclinadas hacia el cielo veian: A R P G, las vecinas, que lo vieron crecer junto a sus hijos en el barrio, no dejaban de expresar sus exclamaciones a Dios, para que no le fuese a ocurrir nada, aterrizaba su avión en un pequeño estadio de beisbol que había cerca de su casa, en un campo petrolero.

Los vecinos se ofrecían gustosamente para trasladarlo hasta la casa donde se reunía con amigos, y lugareños quienes expresaban su admiración y orgullo de verlo, y él con su singular sencillez y autenticidad comentaba las peripecias que vivía en su estadía en la Escuela de Aviación.

Su tío Victor siempre estaba, en los malos y buenos momentos era el tío Victor el que aparecía, los hijos de su hermana Estefanìa eran sus sobrinos preferidos, así lo dejaba saber. Vivía con su mujer Juanita en un pequeño hato en los Puertos de Altagracia, llamado La Loma, tenia dos hermosas hijas, Catalina y Petrica, que al saber que Antonio había llegado a Cabimas, no dejaban de invitarlo a La Loma, donde el tío Víctor sacrificaba el mejor lechón, mientras juanita se esmeraban en preparar los mas gustosos manjares para ofrecer a sus sobrinos que le ivan a visitar siendo Antonio el homenajeado, el tío Víctor no podía esconder su regocijo y después de las comelonas, bebidas y bailes, se sentaban a contar anécdotas hasta el amanecer, y con el ensordecedor ruido de la planta eléctrica, que solo era encendida en esas ocasiones especiales.

Siendo Teniente, aun habían muchos sueños por cumplir, conoce a Ramona Trejo, quien le da dos hijos, Euclides y Abdenago, su vida se centra más en atenciones a su mujer y sus hijos por lo que lo viajes al Zulia no eran tan frecuentes. Era una época de turbulencias políticas. Habían pasado 10 años de gobierno del Dictador Marcos Pérez Jiménez, Los partidos políticos comienzan a preparar desde la clandestinidad, la caída del régimen, mientras los jóvenes militares de la Aviación venezolana y confabulados con las organizaciones civiles preparan la caída del régimen.

En 1958, es diciembre, y desde hacía más de un mes no se tenían noticias de Antonio, su padre envía un telegrama a su esposa en Maracay preguntándole por su hijo y ésta le responde que tampoco sabía nada, solo sabía que estaba arrestado en la Comandancia General en Caracas. Gerardo llama a su compadre Víctor y le comenta lo ocurrido, por lo que deciden tomar un autobús y viajar a Maracay donde se reúnen con su esposa Ramona, y en un pequeño auto escarabajo que tenia Antonio manejando el tío Víctor, se van hasta Caracas, desafiando las turbulentas calles, alcabalas por doquier, revisaban todo el carro, y requisaban a las personas, ya se vislumbraba que el fin del régimen estaba cerca. Al llegar a la Comandancia General Gerardo dice al Oficial que se encuentra en la puerta, que él ha viajado desde Cabimas, porque quiere saber en qué condiciones esta su hijo, el oficial. Le responde que no puede ver a su hijo, Gerardo sacando un pequeño papel que llevaba en sus bolsillos escribe una nota diciendo. “Hijo ,soy yo tu padre, estamos bien, dime como te encuentras y firmame esta nota con tu puño y letra”, le entrega la nota al oficial y le pide el favor de llevar a Antonio el papel, este en un gesto humano accede a la solicitud del angustiado padre y cuál sería la alegría para su familia al leer el papel escrito por Antonio con su “puño y letra” diciendo :“estoy bien váyanse a casa, Antonio”, con el papel en sus manos y agradeciendo al oficial, se retiran del lugar y se vuelven a Maracay. Al día siguiente Gerardo y su cuñado Víctor viajan a Cabimas con la alegría de saber que Antonio estaba vivo. Aviones militares sobrevolaban los cielos de la ciudad de Caracas, los jóvenes militares de la aviación venezolana se habían sublevado al régimen y había una huelga civil. Es en la madrugada del 23 de enero cuando los pitos, cornetas y algarabía del pueblo en las calles se anuncia la caída del General Pérez Jiménez y los jóvenes militares retornan a sus cuarteles.

En 1964, siendo Capitán de la Fuerza Aérea, junto a un grupo de militares, es enviado a hacer frente a una conspiración cívico-militar, que se origina en la Base Naval de Puerto Cabello, conocida esta insurrección como “El Porteñazo”. No dejaba de comentar al llegar a su casa y con sus ojos bañados en llanto lo impotente que se sentía, al ver como gran cantidad de jóvenes soldados morían y lo escabroso que resultaba ver cómo eran sepultados en fosas comunes por esa violenta asonada.

En 1965 permaneció unos seis meses en Yumare, una zona del Edo. Yaracuy como Oficial de Enlace entre tropas del Ejército y la Aviación venezolana. Era quien debía dirigir las operaciones realizadas en el combate de guerrillas.

Es enviado a Estados Unidos a realizar cursos de Estado Mayor, donde debían asistir a unos galpones en el Polo Norte, para comprobar la resistencia de los motores de los aviones combatiendo en lugares de las más bajas temperaturas.

Al comentar las peripecias vividas en el norte, no deja de mencionar su primera noche de permanencia en el lugar, cuando es sorprendido por el golpetear en los vidrios de los imponentes ventanales por los brillantes y blancos copos de nieve que caían, pues, es diciembre, el invierno había llegado. Comenta que pasaba largas horas de las noches, observando el hermoso y nunca antes visto fenómeno natural. Es Noche Buena, las luces multicolores, guirnaldas adornando las casas y los tradicionales canticos navideños, despiertan en él un sentimiento de soledad y tristeza al sentirse tan lejos de su familia. Toma su vehículo y dejando a sus compañeros de curso quienes bebían, brindaban y se divertían en los lujosos salones del hotel, se dispone a recorrer las calles de la ciudad cubiertas de nieve. A lo lejos ve las luces encendidas de una pequeña casa y de cuyo interior salía un ruido que parecía el “charrasqueo” de un instrumento musical, a medida que se aproximaba a la casa, podía escuchar con más claridad que no solamente eran las cuerdas del inconfundible y tradicional cuatro venezolano, sino que también, sonaban un furruco y unas maracas. Comenta que su corazón palpitaba agitado de emoción, estaciona su auto, toca a la puerta y pregunta ¿son Uds. venezolanos? La familia, que en gran algarabía celebraban la navidad, sorprendidos todos, detienen momentáneamente la fiesta, y responden: si, somos venezolanos y Ud. quién es?. El osado visitante comenta su aventura a los habitantes de la casa quienes entre risas y canticos le toman del brazo e invitan a entrar, colocando un plato más en la mesa, donde compartió, gaitas y villancicos celebrando la Noche Buena y el encuentro con nuevos amigos. Amistad que permaneció por mucho tiempo y que hoy solo quedan los recuerdos y las anécdotas de aquellos invernales momentos.

A principios de 1970, procurando dar interpretación a sus sentimientos más profundos, y mientras se desliza por el mundo en el disfrute de toda suerte de satisfacciones, descubre que el amor no era un sentimiento como una fuente inagotable, ni infinito como lo habían descrito los poetas. Es por eso que brota de su corazón como un volcán en erupción, ese nuevo sentimiento de amor que enrumbaría para siempre sus destinos, al conocer a Josefina Quero, con quien tendrían cuatro hijos: Eliù, Dàmaris, Marìa Estefanìa y Daniel, quienes son para él una bendición de Dios. Si, ese mismo Dios a quien Antonio pone a su servicio, su voluntad, su vida entera.

Con frecuencia repetía: “desde antes de nacer, soy lo que soy, por la voluntad de Dios”, quien llega a su vida como un manantial de agua clara que brota y fluye por todo su ser, transformándolo en una nueva criatura, aceptado la misión de llevar por el mundo su palabra.

Teniendo el grado de Coronel, una fuerza o poder de convicción le impulsan a dejar la carrera militar, se va a Barquisimeto donde establece su residencia con su familia y se dedica a realizar estudios Superiores de Teología. Para el año 2013, obtiene el título de Abogado de la República.

Siendo una vez más testimonio de que la voluntad del hombre trasciende límites, que no habrá fuerza que se contraponga cuando se quiere consolidar una dimensión de vida, si se está convencido de que “Dios antes que todo y sobre todas las cosas y todas las cosas a partir de Dios”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *