Análisis de los personajes en El Tragaluz de Buero Vallejo
Vicente
Vicente representa la acción de los que han podido «coger el tren» en el sentido real de la expresión y también en otros muchos y variados sentidos figurados, puesto que se ha sabido integrar en el sistema y se encuentra al servicio, si no es ya un mero cómplice, de los poderes fácticos y de los sectores dominantes de la sociedad. Sabe ayudar económicamente a sus padres y proporcionar trabajos ocasionales de corrector a su hermano, llegando a brindarle hasta un puesto fijo. También protege a Encarna y acaba de comprarse un coche, evidente signo de prosperidad económica en 1967. Se le puede tachar de ser un oportunista y egoísta puesto que actúa mal cuando huye en el tren y provoca la desgracia de su familia. No obstante, esta insolidaridad viene de lejos, ya que, por ejemplo, se nos dice que había sido capaz antes de abandonar a sus padres cuando terminó el servicio militar. El comportamiento de Vicente con Beltrán (el escritor) y, sobre todo, con Encarna deja claro su verdadera forma de ser.
Por todo ello, su vida es muy insatisfactoria a nivel personal porque, aunque parece que tiene éxito, es un hombre que emocionalmente no puede vivir tranquilo. Observa a través de sí un espíritu lleno de malestar y desasosiego que es la causa de la fatiga de la que habla el propio Vicente en su confesión final: “Le aseguro que estoy cansado de ser hombre. Esta vida de temores y de mala fe fatiga mortalmente”. A partir de la confesión de la fatiga de Vicente se entienden los comportamientos del personaje al final de la obra. Así, la tardía preocupación por sus padres, incluyendo la asignación mensual que les pasa, los regalos lujosos que les hace (tele, nevera), en realidad es un deseo que tiene de pagar una factura vital que él sabe que les debe por lo que hace a través del terreno por el que él se mueve hábilmente: el de los objetos materiales caros y lujosos. Él siempre ha estado obsesionado por todos los males que causó cuando se escapó en aquel tren que cogió al terminar la Guerra Civil y, por ello precisamente, es por lo que esta huida hacia delante siempre estará asociada al ruido de la locomotora. Vicente nunca ha podido borrar la escena de su huida en el tren y por eso sus recurrentes visitas al sótano. Sus bajadas al “pozo”, tal como se le llama al aposento del tragaluz, son el sustituto simbólico de sus intentos por acallar lo que se esconde en su conciencia. Sin embargo, fingir no es nunca el camino hacia la paz y la concordia personal. En la confesión final del protagonista, realizada ante el padre loco, Vicente admite la verdad. Se trata de la ilusoria búsqueda de un castigo que le deje finalmente tranquilo y sosegado. Su lamentable final hace que él sea la víctima que expía sus propios errores personales.
El Padre
Es la figura que más se ha estudiado. Se trata de un personaje raro que desempeña los papeles más importantes en las obras de Buero. Al padre le corresponden los únicos momentos de humor amargo que hay en la obra, ya que su locura se presenta, por un lado, por el sufrimiento de la guerra y, por otra, como una consecuencia del suceso del tren, siendo otra víctima más del drama que se desarrolla ante nuestros ojos en el escenario. Ha sido escogido por Buero para poder hacer insistentemente la pregunta de “¿Quién es ese?”. Con esa locura obsesiva se relaciona también su manía de recortar figuras de las postales, ya que, como dirá el personaje, “al que puedo lo salvo” y, de esta manera, consigue no hacerlo subir al tren que, en su locura, llega a confundir con el tragaluz. Él cree que sus hijos aún son pequeños y, a veces, piensa ser él mismo un niño pequeño. En su locura confunde a su esposa con su mamá y declara enfadado que quiere volver de nuevo con sus padres. Sin embargo, su mente alucinada, dentro de la locura, posee lógica, situándose en la época clave del final de la Guerra Mundial, cuando el tren se llevó a Vicente y, con ello, se produjo la muerte del Virita. Él es el primero de la familia en mencionar el tren y es el que habla de la sala de espera de la estación, recuerdo de cuando se refugiaron. Su memoria parece haberse congelado en el momento de la catástrofe y, como consecuencia fatal, su pensamiento se queda detenido en el tiempo, obsesionado por salvar a la gente como compensación de su propio dolor personal y por no haberlo podido hacer con el Virita. Por todo ello, le dice a Vicente: “Hay que tener hijos y velar por ellos”. A sus hijos, pero sobre todo a su hija muerta, los mantiene vivos en el recuerdo. Los oye llorar en el transcurso de la obra y él mismo llora al final de la primera parte cuando grita: “¡Mario! ¡Vicente! ¡Cuidar del Virita!”.
Todo lo anteriormente expuesto explica el desenlace final, que no significa que haya recuperado la razón, sino que se trata de un caso de venganza aplazada en el tiempo. Lo que el padre quiere es evitar que se cumpla el hecho que ya pasó en el pasado. Él vivirá por siempre en ese tiempo pasado y su mente se ha quedado en la escena de la estación, actualizada por el sonido del tren que a veces llena el teatro. En un momento de máxima lucidez, sin salir de la locura, al detener a Vicente, lo que intenta es conseguir que no pueda subirse al tren, que no lo haga y que, por lo tanto, el Virita no muera nunca de no comer. Quiere salvar a las niñas con las mismas tijeras con las que salva a los seres de las postales. Aunque en broma, Vicente dice de su padre que se cree Dios.
Mario
Es la contrafigura de Vicente porque encarna, frente a él, una actitud ante el mundo de la contemplación. Se sitúa al margen del sistema y se niega a integrarse en la sociedad, ya que rechaza su estructura, puesto que escoge ser el papel de víctima. Frente al presunto culpable, se erige en juez y en acusador, puesto que Mario se opone a su hermano no solo por lo que ha hecho, sino también porque este representa los valores de la situación dominante de una sociedad materialista e insolidaria que no produce otra cosa que un montón de efectos malos. El hermano mayor participa de lo que Mario llama “juego siniestro”, que él aborrece y llega a considerar un engaño. Este mundo rodeado por la obsesión económica es del que Mario se queja; ello lo ha llevado a automarginarse, a hundirse en el pozo del tragaluz, donde su familia ha caído desde el final de la Guerra Civil. Su modelo ha sido la rectitud inculcada por el padre de ambos hermanos. Asqueado ante esta situación, ha decidido enterrarse junto a sus padres en el tragaluz y convertirse todos ellos en “hombres del subsuelo”.
El propio autor nos previene de la tentación de convertir El Tragaluz en un conflicto entre buenos y malos. Aunque la balanza se incline claramente hacia el lado de Mario, el ideal sería, para el autor, una síntesis de los dos, de la acción y de la contemplación. Al respecto, en un determinado momento de la obra, Vicente afirma que toda acción es impura.