Amor, Vida y Muerte en la Poesía de Miguel Hernández: Un Análisis Temático
La poesía de Miguel Hernández se caracteriza por la profunda exploración de tres temas centrales: el amor, la vida y la muerte. No separa la vida de la muerte, sino que considera la muerte como una parte integral de la vida misma. A través de sus principales obras, la visión del mundo de Hernández evoluciona con el paso del tiempo.
El Amor: Una Evolución Compleja
La evolución del concepto amoroso se plasma en El rayo que no cesa, escrito entre 1934 y 1935, época en la que Miguel Hernández abandona su pueblo para vivir en Madrid. Este cambio supone un alejamiento del ambiente tradicional, conservador y religioso, y de la influencia católica de Ramón Sijé. Hernández comienza a desarrollar una idea del amor más vital, alejada del pecado y la culpa, uniendo el tema del amor al deseo erótico. En esta obra, la vida se presenta como un penar continuo abocado a la muerte, la cual llega cuando se le niega el amor.
La estancia en Madrid también implica la ausencia de la amada, además de una ruptura en la relación que duró hasta 1936, período durante el cual Miguel conoció a otras mujeres. La falta de la amada y la frustración sexual se reflejan en la conocida “pena hernandiana”: un amor trágico y doloroso marcado por la ausencia.
La complejidad de la temática amorosa en El rayo que no cesa va más allá de un reflejo biográfico, marcada por símbolos que llevan el tema de la pena más allá de sus temas personales.
- El cuchillo: representa la pena amorosa y la contradicción del amor como fuente de dolor y placer.
- El rayo: simboliza el deseo frustrado convertido en arma, herida y muerte.
El tema del amor también se presenta como una “lucha” entre la pureza de la amada y la “suciedad” del yo poético: la mujer es pureza y blancura, y el enamorado acepta sus sentimientos impuros de forma natural. Este contraste puede llevar a la pena por el deseo insatisfecho.
El símbolo que reúne todas estas vertientes es el del toro, que concentra el sentimiento trágico y doloroso, y también la dualidad amado-amada: el enamorado es como un toro que embiste a la amada, que huye de él. En este símbolo, el amor se une a la muerte a través del sentimiento trágico de la vida.
En Cancionero y romancero de ausencias, esta concepción del amor cambia: con la nostalgia de su amada tras la guerra, los poemas adquieren un tono más tierno, sensible y teñido de añoranza. El amor se convierte en motor del mundo y de la vida, un amor terrenal y fecundo encarnado en su hijo.
Vida y Muerte: Una Danza Inseparable
La poesía de Miguel Hernández se caracteriza por su vitalismo. En sus poemas, la vida, la pasión, la guerra y el amor se presentan en toda su intensidad. Esa pasión de la vida lleva inevitablemente a la presencia de la muerte.
Estos temas se tratan en su poemario Perito en Lunas. Es una obra de juventud en la que están presentes los elementos naturales y cotidianos de la vida de pastor de Miguel Hernández: la palmera o el toro. Este libro es esencialmente un homenaje a Luis de Góngora y, además, es un ejercicio de estilo marcado por la vanguardia.
En Viento del pueblo, la vida adquiere su sentido en la defensa de la República. Es un libro de guerra, escrito durante la contienda con el fin de animar a los soldados, donde la vida y la muerte están continuamente presentes. La vida se presenta como totalidad cósmica. El mundo aparece como un todo, la vida es una plenitud dentro de la que el hombre es un elemento más.
Existe una armonía del espíritu y la carne, que fluyen en los ciclos de la vida. Este nuevo panteísmo se aplica también a la muerte, como vemos en “Elegía primera” dedicada a Lorca, en la que el cadáver del poeta se convierte en abono, ciclo eterno de la vida a través de lo vegetal.
La muerte se presenta como acto heroico, ha de asumirse con naturalidad y orgullo. La caída del héroe sigue vivo en la contienda, en la leyenda. La muerte, en definitiva, se presenta como exaltación final de la vida y de la lucha por la libertad.
En El hombre acecha, el entusiasmo bélico que transmitía esperanza y fe en el hombre y la vida desaparece, y sus poemas se tiñen de dolor. Deja paso a una visión más trágica en la que el hambre, frío, cárceles, heridos y la muerte van llenando de oscuridad el vitalismo de Miguel Hernández. La fuerza telúrica y cósmica de la vida siguen presentes pero no le permite escapar del pesimismo.
Cuando pasa la guerra, en Cancionero y romancero de ausencias, los poemas se oscurecen con el desengaño y la tristeza. Se encuentra la muerte más cercana que nunca, sin el sentido heroico de la guerra. Le alcanza primero la muerte de su primer hijo; pero está también presente en la cárcel como futuro inminente, como condena de muerte. En la cárcel compone como un diario de la desolación. Sus últimos poemas son los más tiernos