Simbolismo
No se basa tan sólo en la perfección formal y en el culto a la belleza externa. Los simbolistas pretenden profundizar, ir más allá de las apariencias. Para ellos, el mundo que percibimos a través de los sentidos es sólo un reflejo (un símbolo) de realidades escondidas. La misión del poeta es descubrirlas, despertando todo aquello que está oculto en el fondo del alma humana o de las cosas que nos rodean, todas las cuales están vivas y se comunican entre sí. Por eso, abundan en el simbolismo las sugerencias, las alusiones, lo fragmentario, lo misterioso.
El iniciador de esta corriente fue el poeta Charles Baudelaire (1821-1867), cuyo libro Las flores del mal (1857) se considera la obra que inaugura la poesía contemporánea. Entre los poetas franceses que se sitúan en la senda del Simbolismo hay que mencionar a Paul Verlaine (1844-1896), Arthur Rimbaud (1854-1891) y Stéphan Mallarmé (1842-1898), entre otros.
La poesía modernista
Como ya ocurrió en el Romanticismo, la poesía es el género modernista por excelencia. Los restantes géneros literarios, como el teatro o la narración, están impregnados de valores asociados habitualmente a la poesía lírica: musicalidad, plasticidad, etc.
Los iniciadores de la poesía modernista se sitúan fundamentalmente en tierras americanas. Entre ellos, hay que destacar a los cubanos José Martí (1853-1895), importantísimo pensador y dirigente político, padre de la independencia de Cuba, y Julián del Casal (1863-1893), al mejicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) o al colombiano José Asunción Silva (1865-1896).
Sin duda alguna, la principal figura del movimiento modernista fue el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916). Su primera gran obra es Azul (1888), en la que introduce los temas y procedimientos formales característicos del Modernismo.
El libro que consolida su estética es Prosas profanas (1896), en el que se manifiestan los rasgos del Modernismo más exuberante y sensorial: ambientación exótica, abundante adjetivación, léxico deslumbrante, gran maestría y variedad métrica, etc.
Su obra cumbre aparece en 1905: Cantos de vida y esperanza. En este libro se aprecia un profundo cambio: aunque su virtuosismo formal sigue intacto, predominan ahora los tonos graves y sombríos, las inquietudes sinceras, las reflexiones melancólicas. También abundan los poemas de temática hispánica, en los que Darío, consciente de la creciente influencia de la cultura anglosajona -con el trasfondo de la derrota española frente a los Estados Unidos en 1898-, manifiesta, sin embargo, su fe en el porvenir de las naciones hispánicas.
Entre los autores americanos posteriores a Darío, destaca el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938). Tras una etapa en la que cultivó el Modernismo refinado y exquisito, publicó Lunario sentimental (1909), libro que suponía un cambio de rumbo en la lírica hispánica: en él se emplea un lenguaje marcadamente coloquial con el que se crean, no obstante, metáforas audaces y sorprendentes; esta novedosa combinación permite considerar esta obra un claro precedente de la literatura vanguardista que se desarrollará en las décadas siguientes. Parecida actitud, irónica, prevanguardista, se aprecia en la poesía del uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910).
EL MODERNISMO
La crisis de fin de siglo: el Modernismo y la Generación del 98
A fines del siglo XIX cobran importancia en Europa y América nuevas corrientes de ideas. En general se trata de tendencias inconformistas, de carácter antiburgués. Rechazan la sociedad de la época: detestan la mediocridad, el materialismo, la vulgaridad y la falta de ideales del mundo que les rodea.
En España los deseos de renovación chocan con la decadencia política y cultural. Bastantes jóvenes, pertenecientes a sectores intelectuales de la clase media (periodistas, profesores, médicos, abogados, etc.), son conscientes de que no pueden jugar un papel importante en la vida social española, la cual está marcada por el atraso, la corrupción y el caciquismo. También en el terreno del arte y la literatura se siente la necesidad de un cambio. Los jóvenes rechazan la literatura inmediatamente anterior a ellos: desprecian la poesía prosaica y vacía de autores como Campoamor y Núñez de Arce, y el teatro comercial de gente como Echegaray; atacan incluso la novela realista, que empieza a agotarse tras haber producido importantes obras.
La protesta y los deseos de reforma son, por tanto, los rasgos comunes a la nueva literatura que aparece a finales del siglo XIX. Sin embargo, se observan algunas diferencias de actitud en los escritores del momento, diferencias que desembocarán en la formación de dos grupos literarios:
– Unos se preocupan ante todo por el arte. Su rechazo de un mundo materialista y sin ideales les lleva a buscar por encima de todo la belleza. Les atrae lo raro, lo exótico, lo exquisito, todo aquello que se aleje de la vulgaridad que les rodea. Su inconformismo se manifiesta también en su vida bohemia, que desprecia las convenciones sociales y el trabajo estable. Tanto en su vida como en su arte le dan la espalda a una realidad que no les gusta. El término modernistas hace referencia a este tipo de escritores y artistas, a los que también se llamó en su época decadentistas.
– Otros, aunque tienen el mismo deseo de renovación en el terreno literario, no quieren limitarse a los problemas artísticos. Se enfrentan directamente con los diferentes aspectos de la decadencia política y cultural española, analizando sus causas y posibles soluciones. Esta es la actitud característica de los autores de la llamada Generación del 98.
La influencia francesa en la literatura modernista
El proceso de renovación se desarrolló en Hispanoamérica antes que en España. Para los escritores hispanoamericanos era importante alejarse de la tradición literaria española y buscar un camino propio. Para ello prestan atención a otras literaturas (por ejemplo, a los autores decadentes ingleses e italianos, como Oscar Wilde o Gabrielle D’Annunzio), y muy especialmente a la francesa. Por eso, las influencias más importantes sobre el Modernismo proceden de dos corrientes literarias francesas de la 20 mitad del siglo XIX: el Parnasianismo y el Simbolismo, que también influyeron en otras literaturas europeas.
Parnasianismo
Su literatura se inspira en el lema “el arte por el arte”, proclamado por Théophile Gautier (1811-1872), precursor del movimiento. Partiendo de esa idea, los parnasianos se oponen tanto al intimismo de los románticos como al prosaísmo de los realistas, y cultivan el gusto por la perfección en la forma, por las líneas puras, por la obra bien acabada.
La máxima figura de esta tendencia fue Leconte de Lisle (1818-1894), en cuyas obras (como Poemas antiguos, Poemas bárbaros, etc.) destacan ciertos temas que aparecerán también en las de los modernistas: la evocación de los mitos griegos, los ambientes orientales, la España medieval, etc.