Este cuento aparecido en 1961, expresa la percepción de la época que tenía su autor. Muestra ese desborde popular, esa invasión incontenida que va empujando a los viejos burgueses capitalinos, arrinconándolos en un espacio a punto de quebrarse y dejar de pertenecerles, que se encarna en el cuerpo de la mujer de la vereda y el violento policía, que son físicamente detestables, repugnantes, para el señor
Lanari Rozenmacher, a diferencia de Borges y Bioy, asume el punto de vista burgués sólo para descubrir su prejuicio, y casi cruelmente otorga estatus de realidad a las pesadillas del temeroso Lanari. En el marco sociohistórico anteriormente delineado se ubica la acción del cuento de Germán Rozenmacher “Cabecita negra” publicado por primera vez en 1962. El relato está a cargo de un narrador anónimo, omnisciente, en tercera persona. Él da cuenta de la perspectiva del señor Lanari, un hombre “al que no le habían ido tan mal las cosas” ya que siendo hijo de un inmigrante pobre, había llegado a ser llamado “señor” a fuerza de trabajo y sacrificios. Su satisfacción actual deriva de su ascenso social, lo que mide en cantidad de posesiones.
Sin embargo, esta noche el insomnio lo hace sentir que vive a contramano. Inmerso en tal estado alterado, la otredad irrumpe con el grito de una mujer que quiebra el silencio: “aullaba a todo lo que daba como una perra salvaje y pedía socorro sin palabras llamaba a alguien, a cualquiera.”. El grito de esta mujer-animal rompe el cosmos de la noche porteña para dar ingreso al caos “haciendo escándalo” El señor Lanari decide salir de la seguridad de su hogar y se dirige “en la niebla, a tientas” en un ambiente que prefigura la pesadilla- hacia el lugar de donde provienen los gritos. Allí encuentra “nada más que una cabecita negra despatarrada y borracha, casi una niña vencida y sola y perdida” Frente a él, la mujer-niña débil y degradada, llora por dinero para volver a su casa: “una china que podía ser su sirvienta piensa, estableciendo así una distancia que implica superioridad en relación con ella, una distancia basada en la procedencia porque ella es una china, es decir, nata del norte argentino, lo que la hace inferior -incluso para este hijo de inmigrantes pobres-, al mismo tiempo que la vincula a una ocupación de servidumbre
La imagen le despierta ternura y piedad, sentimientos propios de un buen cristiano que entran en tensión con el racismo de este personaje que, desde una postura esencialista, solidifica una cosmovisión socio histórica de clase: “así eran estos negros, qué se iba a hacer” y, en un acto de caridad le da el dinero, la limosna que lo absuelve del pecaminoso desprecio que siente por ella.
Con el arribo de un policía, la situación comienza a virar dando entrada a otra voz, lo que se plasma en la introducción del discurso directo que reproduce el intercambio dialógico entre los personajes.
Él recién llegado también es un cabecita negra pero, a diferencia de la mujer, posee un poder respaldado en la autoridad que le confiere el ser un representante de la Ley. La superioridad del señor Lanari se debilita frente al agente que lo percibe como un “hombrecito despectivo, seguro y sobrador”.Por su parte, Lanari ve al agente como otro animal salvaje, como todos los cabecitas negras, pero que lo mira “con duros ojos salvajes, inyectados y malignos, bestiales” Es un animal amenazante que inspira miedo y lo lleva a tratarlo de señor transfiriéndole así el poder que había conseguido con esfuerzo.
En este momento, Lanari, teme ante la posibilidad de caer preso, no sólo por la vergüenza que esto conllevaría, sino por la potencial incapacidad para demostrar su inocencia ya que “pasaban cosas muy extrañas en los últimos tiempos. Ni siquiera en la policía se podía confiar. Esta inseguridad, lo lleva a tentar al agente lo que completará la transferencia de poder cuando el otro, tomando a la mujer, acepta la invitación-chantaje de ir a su casa. Sin embargo, en este momento, el señor Lanari aún se considera poseedor de un resto de poder derivado del dinero que, una vez entregado al otro, lo liberará de la situación en que se encuentra.Al ingresar, “su refugio, donde era el dueño, donde se podía vivir en paz, donde todo estaba en su lugar, donde lo respetaban” se convierte en el espacio de los otros, del escándalo, donde Lanari “estaba atrapado por esos negros”. Encerrado allí, por su culpa y responsabilidad, para ser humillado y ofendido por “un cualquiera, un vigilante de mala muerteque lo trata como a su sirviente invirtiendo los estereotipos en esta noche en que todo está al revés.
Lanari ignora como defenderse e inconscientemente hace gala de su cultura, un factor que parece diferenciarlo del otro al ubicarlo en un status superior. Así, le muestra al agente su nutrida biblioteca y piensa que querría hablar de libros con él pero “¿de qué libros podría hablar con ese negro?
” . De este modo recupera, aunque sea para sí mismo, un poco de la superioridad racista perdida. Sin embargo, se trata de una superioridad engañosa, por lo menos en lo que a cultura se refiere, ya que él tampoco habría podido hablar de libros que no ha leído y que sólo se limita a poseer.
Inmerso en esta situación, Lanari asimila su rabia actual a la que había sentido por “los negros que se habían lavado alguna vez las patas en las fuetes de la plaza Congreso”. Mediante esta evocación comparativa, no sólo actualiza un momento sociopolítico coyuntural de la historia argentina–
Que podría considerarse el hito de la diferencia con los cabecita negra-, sino que hilvana su padecimiento individual con el de gran parte de las clases alta y media porteñas luego del 17 de octubre de 1945. Pero, no se detiene aquí sino que remonta la historia hasta el antagonismo fundacional del pensamiento nacional -la dicotomía entre civilización y barbarie sarmientina- cuando desea tener a su hijo con él para estar junto a “una persona civilizada” ubicando así a los otros dentro del bando de los bárbaros.
Finalmente, en lugar de despertar de la pesadilla, Lanari sale de ella durmiéndose. Pero esta evasión es breve y, al despertar, “supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada”. Tal aseveración completa la inversión respecto de su situación inicial al diluir todas las certezas de una clase social que creía tener el mundo en sus manos.
Cabecita negra es un término de amplia utilización en la Argentina. Si bien el término forma parte del lenguaje popular argentino, se utiliza para denominar despectivamente a un sector de la población difícil de definir con precisión, asociado a personas de pelo oscuro y piel de tonalidad intermedia, pertenecientes a la clase trabajadora. En general es utilizado por las clases media y altas y particularmente de Buenos Aires.
El término se inserta en una serie compleja de relaciones conflictivas entre los porteños de la Ciudad de Buenos Aires y los provincianos, los inmigrantes europeos con los migrantes internos provenientes de las zonas rurales del norte del país o de los países limítrofes, las clases altas y medias con los trabajadores, y los peronistas y antiperonistas. El término está asociado a las características físicas de muchos de los migrantes internos de la Argentina, y en particular de las características del cabello, generalmente muy oscuro, provenientes en muchos casos de las provincias del norte, donde existe una mayor proporción de habitantes descendientes de indígenas a la vez que una menor proporción de inmigración europea (ver: inmigración en Argentina).
Es habitual que la expresión cabecita negra sea utilizada en combinación con «negro», «negra», «grone», «groncho», «cabeza», «negro cabeza» y «negrada», siempre con una significación sumamente despectiva. Por naturaleza, la clase trabajadora del país es considerada cabecita negra.
En 1961 el escritor argentino Germán Rozenmacher (1936-1971) escribió un conocido cuento titulado precisamente «Cabecita negra» que refleja con gran realismo las relaciones racistas que establecieron las clases medias de Buenos Aires con las nuevas clases trabajadores procedentes de las provincias.
El protagonista del cuento es el Señor Lanari, un comerciante de Buenos Aires que posee una ferretería, hijo de inmigrantes. El Señor Lanari sufre de insomnio y decide salir a la calle a las tres de la mañana…
Inmediatamente después un policía se acerca y pretende detener al Señor Lanari por alterar el orden en la vía pública. A partir de ese momento el Señor Lanari se sentirá invadido por los dos cabecitas negras, y el cuento relatará su experiencia como si se tratara de una pesadilla en la noche. Rozenmacher fue un destacado escritor. Su obra está muy marcada por los fenómenos de discriminación y la interacción de grupos con distintos orígenes nacionales y sociales en la Argentina de los años ’50 y ’60.