Las consecuencias de la Guerra civil y de la implantación de la dictadura franquista (represión, falta de libertad, censura, etc.) se hicieron notar en todos los campos de la cultura y, naturalmente, en la novela.
Muchos novelistas tuvieron que partir al exilio y allí desarrollarían autores como Sender, Ayala o Chacel una narrativa muy diversa centrada en el recuerdo de la patria perdida, en la problemática de los nuevos países de adopción y en variados temas sobre la condición del hombre.
Muchos novelistas tuvieron que partir al exilio y allí desarrollarían autores como Sender, Ayala o Chacel una narrativa muy diversa centrada en el recuerdo de la patria perdida, en la problemática de los nuevos países de adopción y en variados temas sobre la condición del hombre.
Dentro de España, los primeros años de la posguerra suponen una gran decadencia del género donde se encuentran novelas triunfalistas sobre la guerra, como las de García Serrano, o novelas sentimentales y de evasión. Será por estos años cuando surjan los primeros testimonios de una novela existencial de carácter realista y con una visión muy negra de la existencia que presenta ya unos primeros apuntes de crítica de la vida cotidiana aunque se centre en los problemas individuales. Es el caso de la primera novela de Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte (1942), iniciadora de la corriente tremendista al presentar los aspectos más crudos de la realidad con una técnica casi de novela picaresca en la voz de un asesino miserable. Muy interesante también es la primera novela de Carmen Laforet, Nada (1945) basada en la experiencia angustiosa de una joven que inicia sus estudios universitarios en la desolada Barcelona de la posguerra.
Los cambios experimentados por España EN LOS AÑOS 50 (apertura al exterior, desarrollo económico, etc.) y las nuevas influencias narrativas (neorrealismo italiano, novelistas norteamericanos, etc.) posibilitan un nuevo tipo de novela conocida con el nombre de novela social. La novela social pretendía reflejar y denunciar la difícil situación de la sociedad española y contribuir a su transformación con técnicas realistas. Unas veces se sitúan en el mundo del campo y otras veces en la ciudad pero siempre presentan las injusticias sociales y las duras condiciones del proletariado además de criticar la vaciedad del mundo burgués. Suelen utilizar un narrador externo y objetivo y una estructura lineal con gran concentración del tiempo y con final abierto. Presentan un personaje colectivo y representativo de una clase social determinada y su lenguaje es sencillo y coloquial a través de abundantes diálogos y descripciones.
Será de nuevo Cela el que inicie esta corriente con La colmena (1951), una novela desarrollada en el Madrid de los primeros años 40 que muestra la miseria de esta sociedad a través de secuencias narrativas por donde pululan centenares de personajes. Delibes, que había comenzado en los años 40 como autor existencial, escribe por estos años una serie de novelas sociales como El camino o Las ratas. Pero será la nueva generación de narradores la que consolide la novela social: Juan Goytisolo (Juegos de manos), García Hortelano(Tormenta de verano), Aldecoa (sobre todo con sus cuentos), Carmen Martín Gaite (Entre visillos) y, especialmente, Rafael Sánchez Ferlosio cuya novela El Jarama supone la culminación del objetivismo narrativo al ceder la voz casi cinematográficamente a un grupo de jóvenes desorientados y alienados.
Las transformaciones de la sociedad española durante LOS AÑOS 60 y 70 (industrialización del país, auge del turismo, modernización, flexibilización de la censura, etc.) y el cansancio de la novela social, al ser conscientes los autores de que no se habían alcanzado buena parte de sus objetivos, explican la aparición de un nuevo tipo de novela conocida como novela experimental o renovadora.
Esta nueva novela sigue siendo tan crítica si no más que la novela social pero sus formas son muy novedosas en el panorama narrativo español y provienen en última instancia de las aportaciones de los grandes novelistas europeos y americanos del siglo XX, como Proust, Kafka, Faulkner y, sobre todo, Joyce, cuya novela Ulises se convertirá en el gran modelo de estos años. Se trata de una novela alejada del realismo objetivista anterior y de su sencillez lingüística y que tiende a la dificultad y complejidad narrativa utilizando las técnicas previamente practicadas por los novelistas extranjeros.
Característicos de estas novelas experimentales son el empleo frecuente de monólogos interiores (y la disminución del diálogo) y la presencia de un narrador cambiante, el empleo de diversas perspectivas para relatar los mismos hechos (perspectivismo), el desorden cronológico con el empleo de constantes elipsis y juegos temporales, la utilización de la secuencia como unidad narrativa, el empleo de elementos no narrativos de carácter ensayístico y de abundantes digresiones, la utilización de personajes borrosos y desorientados, la menor importancia que se da al argumento o la utilización de elementos gráficos y de elementos no literarios dentro de la narración. Con todo ello se exige al lector una participación activa en la configuración de la novela.
La primera de las novelas experimentales se publicó en 1961. Se trata de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, que emplea casi todas las técnicas mencionadas, imitando profundamente a Joyce, para contar una historia casi folletinesca que choca fuertemente con la riqueza lingüística de la obra y con la deformación humorística de su mundo narrativo. La repentina desaparición de este autor no impidió que la novela experimental se extendiera rápidamente, desarrollada por autores de diferentes generaciones. Cela, por ejemplo, se incorporó al experimentalismo con San Camilo 1936 y Delibes hizo lo propio con su conocidaCinco horas con Mario, un largo monólogo interior de una protagonista que descarga su conciencia ante el cadáver de su marido.
Los escritores de la novela social cambiaron su manera de escribir por estos años, como se ve en las nuevas novelas de Goytisolo (Señas de identidad, novela que utiliza profusamente las nuevas técnicas narrativas para incidir en la búsqueda del sentido a la vida y en la reflexión sobre la situación española, o Reivindicación del conde don Julián), Juan Marsé (Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí) o Carmen Martín Gaite (Retahílas). Caso especial es el de Juan Benet cuyas primeras novelas son ya experimentales, como su enigmática Volverás a Región.
La novela experimental predominó hasta mediados de los años 70, cuando una nueva generación de narradores, muy acordes con los cambios de todo tipo que estaba experimentando el país, eliminó buena parte de estas técnicas tan exigentes y recuperó una concepción más tradicional de la novela en la que importaba más que nada el interés por contar bien una historia. La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza, cuya primera parte sigue siendo todavía experimental, introduce una nueva manera de contar que continuarían autores como Millás, Javier Marías, Muñoz Molina o Luis Mateo Díaz, que se han basado a menudo en géneros menores (novela policiaca o histórica) para contar historias centradas en los conflictos individuales de los personajes sin eludir, sin embargo, el componente testimonial.