Compromiso Social y Evolución Poética en Miguel Hernández

Miguel Hernández: Compromiso Social y Evolución Poética

Miguel Hernández y su poesía no pueden desvincularse del compromiso social y político. La Guerra Civil Española puede interpretarse como un hecho que interrumpió el desarrollo natural de un poeta que estaba llegando a un extraordinario dominio de la poesía, como demostraba en El rayo que no cesa; pero esa interrupción supuso el descubrimiento de otros estilos, la salida de la subjetividad amorosa, el dejar la contemplación para comprender la injusticia del mundo y tomar parte del bando de los humildes.

Durante la Guerra Civil (1936-1939), Hernández actuará en primera línea de batalla armado con la palabra y conmovido por la lealtad hacia su clase social, por lo que vivió de primera mano el sufrimiento del explotador, y le sirvió de inspiración para escribir Viento del pueblo llevando hasta su muerte su compromiso social y político.

Ese mismo compromiso es el que vamos a analizar a continuación en su dimensión literaria, sobre todo en sus obras Viento del pueblo y El hombre acecha.

Viento del pueblo: Un Canto a la Causa Republicana

Por un lado, en Viento del pueblo (1937), el autor se entrega totalmente a la causa republicana con el fin de animar a los soldados, lo que justifica su oralidad, el recurso del romance y el octosílabo, visible en “Jornaleros” dedicada a “los verdugos de Hitler y Mussolini”. Algunos de los poemas de este libro son poemas de propaganda cuya intención es ensalzar figuras importantes para la lucha o compañeros, como en “Elegía segunda” dedicada a Pablo Torriente o “La pasionaria”. En otros, trata de animar al pueblo, de provocar ira contra el enemigo y el sentimiento heroico gracias a su cosmovisión en la que el hombre está hecho de “corazón, entrañas, tripas”. Sin embargo, lo más destacado es el sentimiento de solidaridad, expresada en otra temática: la descripción de la pobreza del campesino con la que pretende mover el espíritu revolucionario, como en “El niño yuntero” (“Carne de yugo ha nacido/más humillado que bello”). Otros de los grandes aciertos es el sentido épico que logra transmitir a su voz de poeta comprometido, gracias al enriquecimiento del relato de valentía y hazañas con la cosmovisión en la que el campesino es tierra.

El hombre acecha: El Lado Oscuro de la Guerra

Por otro lado, El hombre acecha (1939) es un libro de guerra en el que el autor pierde el aliento épico y el sentimiento de esperanza debido a la peor parte de la guerra. Ya no es una poesía oral, sino que tiene un tono más íntimo y reflexivo, que aunque no hable de derrota, le aporta un tono pesimista que resalta el cansancio y la dureza de la guerra (“He regresado al tigre. /Aparta, o te destrozo. /Hoy el amor es muerte, /y el hombre acecha al hombre”). Sin embargo, el espíritu de lucha sigue, por un lado, con una reivindicación de la lucha desde la óptica marxista, como en “El hambre”, y por otro lado, siguiendo la lucha contra el bando enemigo, en poemas satíricos como “Los hombres viejos”. Por último, el viaje de Hernández a la URSS tuvo su reflejo en el poema “Rusia”, en el que ensalza los logros industriales y sociales de la revolución comunista.

Cancionero y romancero de ausencias: Intimidad y Reflexión en la Cárcel

Finalmente, ya en Cancionero y romancero de ausencias, Miguel Hernández vuelve al intimismo, por lo que el compromiso social y político se atenúa, ya que fue encarcelado. Por ende, esta obra solo contiene pequeñas referencias a la guerra ya desde un punto de vista totalmente humano, sin la visión política. El compromiso en esta obra se vuelca en lo personal, en su hijo, en su futuro depositado en él, en su esposa y guardiana de su hijo, en su último compromiso social, convertido en universal.

Influencias y Estilo Personal

La poesía de Miguel Hernández es, como la de todos los grandes poetas, absolutamente personal. Sin embargo, para llegar a esa individualización de su estilo personal pasó por una serie de influencias en las que se mezclan la tradición castellana con la vanguardia poética propia de los años en que vivió.

Esta mezcla de tradición y vanguardia no es tampoco algo únicamente hernandiano, sino que formará parte de toda la Generación del 27, que, a diferencia de los movimientos vanguardistas europeos, los “ismos”, que se consideraban ajenos a la tradición, no rechazó la tradición, que venía de manos de Góngora, Quevedo, San Juan de la Cruz, Garcilaso, el romancero… De hecho, el nombre del grupo es un homenaje a los trescientos años de la muerte de Góngora, que también fue reconocido, ya que se introdujo como parte tradicional en obras de autores como Jorge Guillén y Dámaso Alonso, los cuales añadieron como elemento vanguardista la poesía pura de Juan Ramón Jiménez.

Al margen de su obra de adolescencia, influida por el modernismo y el romanticismo de Bécquer, ya como poeta que busca el reconocimiento, Miguel Hernández se introdujo en el ambiente vanguardista en el que Góngora es una referencia de lo más moderna, como se demuestra en Cal y canto de Rafael Alberti. Por tanto, Perito en lunas consistía también en un ejercicio de estilo gongorino con influencias de la poesía pura. Está compuesta por cuarenta y dos octavas reales, como “Polifemo” de Góngora, plagados de hipérbaton concentradores del pensamiento y triunfos de la inteligencia sobre la emoción en las que habla de su experiencia como pastor.

Durante un viaje a Madrid, el autor sufre la otra gran influencia determinante para su obra, de manos de Pablo Neruda y Vicente Alexaindre: la imagen surrealista y el verso libre, que se combinan con la métrica tradicional. Así, escribió El rayo que no cesa, en el que encontramos la tradición del soneto de Lope y Quevedo y la vanguardia nerudiana, como se observa en “Un carnívoro cuchillo” y la “Elegía” a Ramón Sijé, escrita en verso libre. Lo cósmico empieza a tener cabida en su poesía, en equilibrio con el soneto amoroso y su tradición petrarquista, convirtiéndose en una vanguardista expresión de dolor, que aunque recuerde a Quevedo y sus dolorosos sonetos amorosos, llega un territorio nuevo marcado por la carne.

Con Viento del pueblo, movido por la urgencia de la guerra por la necesidad de una poesía más directa y que pudiera mover a los soldados y animarlos, esta evolución hacia lo impuro se confirma de forma radical. Observamos una poesía directa que busca el corazón de los hombres más que su inteligencia. No obstante, en la métrica se combina la tradición castellana con la renacentista y barroca. Lo que sí aumenta es esta obra es la imagen visionaria de influencia surrealista para expresar la violencia de la guerra y la pasión de la lucha. Del mismo modo, en El hombre acecha continúa con la misma línea del Viento del pueblo.

Por último, Cancionero y romancero de ausencias está plagado de poemas amorosos como “Hijo de la luz y de la sombra” u “Orillas de tu vientre”, en los que encontramos la imagen telúrica y cosmológica unida al verso libre. Lo que domina el resto del libro es el poema corto de verso breve y emoción contenida y reflexiva, parecida a la de Machado y Bécquer. En ellos, el poeta canta y llora brevemente desde la hondura del sentimiento. La cercanía de la muerte y las reflexiones sobre la fugacidad de la vida expresada de forma sencilla y directa pueden acercar a veces a Manrique Quevedo, pero en definitiva, se puede afirmar que con este último libro, Miguel Hernández supera totalmente la dualidad entre vanguardia y tradición a través de un estilo absolutamente personal basado en la sencillez absoluta.

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