Tendencias de la Poesía de Posguerra
La vida y la obra de Miguel Hernández sirven de puente entre dos etapas de la poesía española: de una parte, sus contactos con la generación del 27; por otra, se le incluye, a veces, en la llamada generación de 1936. La trayectoria poética de Hernández es representativa de la evolución de aquellos años porque comparte con los poetas del 27 algunas tendencias, pero por su contribución a la poesía social, abrió el camino de la poesía de posguerra. Su obra más importante El rayo que no cesa (1936) consolida sus tres grandes temas: la vida, el amor y la muerte.
En la década de los años 40 y principios de los 50 continúa en la poesía española el proceso de rehumanización iniciado anteriormente. La poesía arraigada es el nombre dado por Dámaso Alonso a la poesía de los autores de la juventud creadora y que se agrupan en torno a la revista Garcilaso (1943). En formas clásicas presentan una visión del mundo coherente, ordenada y serena. Un tema dominante es su firme sentimiento religioso. En este grupo se encuadran poetas como Luis Rosales y Leopoldo Panero.
La poesía desarraigada aparece en Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso. Es una poesía arrebatada, de agrio tono trágico, una poesía desazonada que observa un mundo caótico invadido por la angustia. También en esta década conviene recordar a los autores del grupo Cántico que mantienen en la postguerra un entronque con la generación del 27 o los postistas.
Hacia 1955 se consolida el realismo social. Algunos poetas (Blas de Otero, Gabriel Celaya) superan su etapa anterior de angustia existencial para situar los problemas humanos en un marco social (Pido la paz y la palabra, 1955). La poesía, que toma partido, se concibe como un acto de solidaridad con los que sufren, de ahí que aparezcan temas como la injusticia social, la alienación, el mundo del trabajo, el anhelo de libertad…
Aunque la poesía social se prolonga en los años 60, ya en la década de los 50 comienzan a aparecer poetas nuevos que representarán pronto su superación (Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Hierro, José Ángel Valente). Estos poetas presentan una preocupación fundamental por el hombre pero huyen de todo tratamiento patético. Aunque son inconformistas, su escepticismo los aleja de la poesía social. Sus temas retoman lo íntimo, lo cotidiano. En el estilo llevan a cabo una exigente labor de depuración y de concentración de la palabra.
En 1970 se publica una antología Nueve novísimos poetas españoles, en la que Castellet reúne a autores (Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix) representativos de una nueva sensibilidad. Son poetas nacidos en la posguerra y con un bagaje cultural y literario muy amplio (influencia del cine, del jazz). Temáticamente encontramos lo personal y lo social tratados con gravedad o frívolamente. En el estilo intentan renovar el lenguaje poético retomando actitudes de la vanguardia (en concreto, del surrealismo: ruptura con la lógica de un mundo absurdo).
Tendencias del Teatro Posterior a 1936
Al terminar la guerra, la muerte o el exilio han hecho desaparecer a autores como Valle-Inclán, Lorca, Alberti. Además, predomina un público burgués con un afán de diversión trivial. En la década de los cuarenta, se manifiestan dos tendencias.
Un teatro comercial, un tipo de alta comedia, que sigue la línea de Benavente. Son comedias de salón, con una crítica amable basada en los valores de la época. Este teatro concede gran importancia a la obra bien elaborada: gran habilidad en la construcción de la trama y los diálogos, conocimiento perfecto de los juegos escénicos, destreza en el arte de hacer reír.
Junto a este, un teatro cómico, que ofrece dos de las figuras más interesantes, Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura. El primero intenta renovar la risa, sus obras interesan por el ingenio de sus planteamientos y la agudeza de sus diálogos. Miguel Mihura, con Tres sombreros de copa, introduce un humor disparatado, absurdo y poético. Estos dos autores, cansados de la astracanada y del humor fácil, ofrecen una nueva forma de interpretar la realidad. Los críticos han visto en sus obras un humor intelectual, próximo al de las comedias del absurdo; las situaciones inverosímiles y los diálogos regidos por una lógica poco corriente son los rasgos fundamentales de una comedia en la que hay algunas dosis de amargura.
Frente a esto, algunos autores componen un teatro distinto. En 1949 Buero Vallejo estrena Historia de una escalera, tragedia de unas vidas frustradas. La primera obra de Alfonso Sastre, Escuadra hacia la muerte (1953) encierra una visión existencialista. Ambos marcan dos hitos históricos en el teatro social y político de la posguerra española. Muestran su disconformidad con el sistema vigente a través de sus escritos. Son dos formas distintas de entender la protesta: política, en el caso de Sastre; social, en el caso de Buero. Este teatro adquirirá un acento social que se extenderá en la década de los cincuenta y los sesenta; aparecen autores como Lauro Olmo y J. Martín Recuerda.
A finales de la década de los sesenta y a lo largo de los setenta se perfila la aparición de un grupo de dramaturgos y de compañías que se rebelan contra el teatro comercial que triunfa en escena. Escriben y representan un teatro diferente que se encuentra con serias dificultades. Se forman grupos como el T.E.I. (Teatro experimental Independiente), Els Joglars, Los Goliardos, Tábano. Estos grupos no aceptan las normas del teatro comercial, que los sujeta a representar en un solo espacio y a unas horas convenidas. Para el teatro independiente cualquier espacio puede ser adecuado, el precio depende del público y la hora es la que le conviene al destinatario.
Junto a estos grupos, destacan autores como Fernando Arrabal, con su teatro pánico, y Francisco Nieva, creador del teatro furioso.