La Renovación de la Novela Española a Comienzos del Siglo XX
A comienzos del siglo XX surgirán intentos de renovación que tendrán su inicio con los autores del 98 y que continuarán hasta la Guerra Civil.
La Generación del 98: Un Nuevo Comienzo
En efecto, el año 1902 iba a marcar el punto de arranque de los deseos renovadores de la Generación del 98. Pío Baroja fue un escritor fecundísimo, con más de 60 novelas, algunas agrupadas en trilogías.
Por su lado, Miguel de Unamuno se sirvió de la novela para expresar sus dudas y preocupaciones existenciales y filosóficas (el sentido de la existencia, el ansia de inmortalidad, la identidad personal, el sentimiento trágico derivado de la certeza de la muerte, etc.). En ella se eliminan o reducen las referencias al ambiente, centrándose el argumento en la interioridad del personaje y sus problemas íntimos; y se simplifica al máximo la acción externa, pues la obra se centra sobre un conflicto de conciencia. Entre sus novelas destacan:
- Amor y pedagogía (1902): una obra crítica con la concepción científica y materialista del hombre y con la educación en esos valores.
- Niebla (1914): trata sobre los problemas existenciales y de identidad de Augusto Pérez, el protagonista, que llega a debatir con Unamuno su propia creación.
- San Manuel Bueno, mártir (1931): quizá su obra más ‘narrativa’, que es la historia de un sacerdote atormentado por su falta de fe en la vida eterna, lo que oculta para no alterar la paz de su pueblo.
El Novecentismo: Intelectualismo y Perfeccionismo
Desde una óptica muy distinta a la de la Generación del 98 van a abordar la renovación narrativa los narradores novecentistas, que se dan a conocer entre 1910 y 1914. Es cierto que van a abordar algunos temas que ya venían tratando sus predecesores: en concreto, vuelven a plantear el problema de España, aunque ahora con un tratamiento más intelectual; y desean la europeización de España, incorporando o divulgando avances científicos y filosóficos. Además, y frente al 98, todos ellos comparten un estilo riguroso y perfeccionista; y, más aún, llegan a desvincular el arte de la vida, creando un arte autónomo que busca la perfección: lo que Ortega y Gasset, uno de los guías del grupo, llamará «arte deshumanizado».
Como narrador novecentista podemos señalar a Gabriel Miró. Su prosa destaca principalmente por la utilización de la descripción, técnica que responde a una actitud contemplativa que lo convierte en maestro de los valores sensoriales del paisaje (especialmente su paisaje natal alicantino): describe el color y la luz, incluso olores y sabores. En esta línea se sitúan sus primeras obras, que prácticamente carecen de argumento y son cuadros y evocaciones descriptivos:
- Las cerezas del cementerio (1910)
- El libro de Sigüenza (1917)
- El humo dormido (1919)
Por su lado, Ramón Pérez de Ayala fue uno de los primeros narradores que intentaron adaptar las innovaciones de la narrativa europea en nuestra novela. Sus personajes encarnan los conceptos e ideas del autor, siendo frecuente que el argumento se detenga para dar paso a reflexiones sobre arte y pensamiento.
La Novela en los Años Veinte y Treinta: Diversificación y Compromiso
Gracias al influjo renovador de noventayochistas y novecentistas, así como a los cambios sociales y políticos en nuestro país durante los años veinte y treinta, España conoció en la época de entreguerras una proliferación novelística que caló con fuerza en la sociedad, logrando la extensión del público lector y el reconocimiento social de los novelistas, algunos de ellos auténticos fenómenos de masas.
La Novela de Vanguardia
No es el caso, evidentemente, de la novela de vanguardia, deudora del Novecentismo y que responde a la estética deshumanizada. Destaca Ramón Gómez de la Serna, autor inclasificable que cultivó todos los géneros e inventó la greguería (definida por él mismo como «metáfora + humor»). Intentó renovar y ser original estéticamente, y contemplar las cosas desde los ángulos más insólitos.
La Novela Social
A partir de los años treinta, un grupo de novelistas reclama la rehumanización del arte, una vuelta a las preocupaciones humanas, propiciando la aparición de una novela social que tuvo gran fortuna crítica y aceptación de público en una España en acusado cambio social y político. El ensayo El nuevo romanticismo (1930) de José Díaz Fernández será el detonante de esta nueva literatura, preocupada por los acontecimientos históricos (Revolución Soviética, I Guerra Mundial y Guerra de Marruecos) y que denuncia las injusticias de la época. El autor principal de este movimiento es Ramón J. Sender: su novela Imán (1930) está ambientada en la guerra de Marruecos que él mismo vivió, y que sacudió a la sociedad española; y novelas posteriores trazarán igualmente su propia historia personal y la del país.
La Novela Humorística
Incluso hubo lugar en España para una novela humorística, muy cultivada por aquellos años. Sobresale entre sus cultivadores Wenceslao Fernández Flórez, cuyas primeras obras son deudoras aún del naturalismo decimonónico, con toques regionalistas gallegos y elementos eróticos (Volvoreta, 1917). Pero poco a poco su humor se hizo más intelectual y crítico, arremetiendo contra los prejuicios sexuales, el apego irracional a la tierra y el falso heroísmo (El secreto de Barba Azul, 1923; El malvado Carabel, 1930). No obstante, su novela más conocida es una obra inclasificable, El bosque animado (1944).