Evolución y Estructura del Lenguaje: Un Enfoque Integral

Evolución y Estructura del Lenguaje: Un Enfoque Integral

Fases de la Ciencia Lingüística

La ciencia que se ha constituido en torno a los hechos de la lengua ha pasado por tres fases sucesivas antes de reconocer cuál es su verdadero y único objeto.

  • Gramática: Este estudio, inaugurado por los griegos y continuado principalmente por los franceses, está fundado en la lógica y desprovisto de toda visión científica y desinteresada de la lengua misma. Lo que la gramática se propone únicamente es dar reglas para distinguir las formas correctas de las formas incorrectas.
  • Filología: Ya en Alejandría existía una escuela «filológica», pero este término se asocia sobre todo con el movimiento científico creado por Friedrich August Wolf a partir de 1777, que se continúa en nuestros días. Si aborda cuestiones lingüísticas, es sobre todo para comparar textos de diferentes épocas, para determinar la lengua particular de cada autor, para descifrar y explicar inscripciones redactadas en una lengua arcaica u oscura. Sin duda estas investigaciones son las que prepararon la lingüística histórica: los trabajos de Ritschl sobre Plauto pueden ya llamarse lingüísticos, pero, en ese terreno, la crítica filológica falla en un punto: en que se atiene demasiado servilmente a la lengua escrita y olvida la lengua viviente.
  • Gramática Comparada: En 1816, en una obra titulada Sistema de la conjugación del sánscrito, Franz Bopp estudió las relaciones que unen el sánscrito con el germánico, el griego, el latín, etc. No fue Bopp el primero en señalar esas afinidades y en admitir que todas esas lenguas pertenecían a una misma familia: eso ya se había hecho antes que él, especialmente por el orientalista inglés William Jones († 1794). Bopp no tiene, pues, el mérito de haber descubierto que el sánscrito es pariente de ciertos idiomas de Europa y de Asia, pero fue él quien comprendió que las relaciones entre lenguas parientes podían convertirse en la materia de una ciencia autónoma.

El Sánscrito como Base de Estudio

Esta lengua, al llegar como tercer testimonio junto al griego y el latín, le proporcionó una base de estudio más amplia y más sólida; y esa ventaja se encontró aumentada por la circunstancia, por suerte inesperada, de que el sánscrito está en condiciones excepcionalmente favorables para aclarar esta comparación.

Si se considera el paradigma del latín genus (genus, generis, genere, genera, generum, etc.) y el del griego genós (géneos, génei, génea, geneón, etc.), estas series no dicen nada, ni tomadas por separado ni comparadas entre sí. Admitiendo provisionalmente que ġanas representa el estado primitivo, ya que eso ayuda a la explicación, se saca en conclusión que en las formas griegas ha debido desaparecer una s, géne(s)os, etc., cada vez que se encontraba entre dos vocales.

Además, desde el punto de vista gramatical, el paradigma sánscrito sirve para precisar la noción de radical, pues este elemento corresponde a una unidad (ġanas-) perfectamente determinable y fija. Pero en general, los elementos originarios que conserva el sánscrito ayudan a la investigación de modo maravilloso, y el azar lo ha convertido en una lengua muy propia para esclarecer a las otras en gran número de casos.

Desarrollo de la Lingüística

Desde el comienzo se ven surgir junto a Bopp otros lingüistas de calidad: Jacob Grimm, el fundador de los estudios germánicos (su Gramática alemana se publicó de 1822 a 1836); Curtius, filólogo distinguido, conocido sobre todo por sus Principios de etimología griega (1879), fue uno de los primeros en reconciliar la gramática comparada con la filología clásica. Este libro, que prestó grandes servicios durante largo tiempo, es el que mejor evoca la fisonomía de la escuela comparatista, la cual en verdad constituye el primer período de la lingüística indoeuropea.

Pero esta escuela, con haber tenido el mérito indisputable de abrir un campo nuevo y fecundo, no llegó a constituir la verdadera ciencia lingüística.

Errores de la Gramática Comparada

El primer error, y el que contiene en germen todos los otros, es que en sus investigaciones —limitadas por lo demás a las lenguas indoeuropeas— nunca se preguntó la gramática comparada a qué conducían las comparaciones que establecía, qué es lo que significaban las relaciones que iba descubriendo.

Schleicher, por ejemplo, que nos invita siempre a partir del indoeuropeo, y que aparece en cierto sentido, pues, como muy historiador, no vacila en decir que en griego la e y la o son dos «grados» (Stufen) del vocalismo. Suponiendo, pues, que se debieran recorrer esos grados separada y paralelamente en cada lengua, como los vegetales de la misma especie recorren independientemente unos de otros las mismas fases de desarrollo, Schleicher veía en la o del griego un grado reforzado de la e, como veía en la ā del sánscrito un refuerzo de la ā.

Este método exclusivamente comparativo implica todo un conjunto de concepciones erróneas que en nada corresponden a la realidad y que son extrañas a las verdaderas condiciones de todo lenguaje. Hoy no podemos leer ocho o diez líneas escritas en esa época sin quedarnos sorprendidos por las extravagancias del pensamiento y por los términos que se empleaban para justificarlas.

Pero, desde el punto de vista metodológico, el conocer esos errores no deja de tener su interés: las fallas de una ciencia en sus comienzos son la imagen agrandada de las que cometen los individuos empeñados en las primeras investigaciones científicas, y nosotros tendremos ocasión de señalar muchas de ellas en el curso de nuestra exposición.

Nacimiento de la Lingüística Moderna

La lingüística propiamente dicha, que dio a la comparación el lugar que le corresponde exactamente, nació del estudio de las lenguas romances y de las lenguas germánicas. Los estudios románicos inaugurados por Diez —su Gramática de las lenguas romances data de 1836-1838— contribuyeron particularmente a acercar la lingüística a su objeto verdadero.

Sin duda el protogermánico no se conoce directamente, pero la historia de las lenguas de él derivadas se puede seguir, con la ayuda de numerosos documentos, a través de una larga serie de siglos. Sin embargo, por grandes que sean los servicios prestados por esta escuela, no se puede decir que haya hecho la luz sobre el conjunto de la cuestión, y todavía hoy los problemas fundamentales de la lingüística general aguardan solución.

La nueva escuela, ciñéndose cada vez más a la realidad, hizo guerra a la terminología de los comparatistas, y especialmente a las metáforas ilógicas de que se servían. Desde entonces ya no se atrevía uno a decir «la lengua hace esto o aquello», ni hablar de «la vida de la lengua», etc., ya que la lengua no es una entidad y no existe más que en los sujetos hablantes.

Objeto y Tarea de la Lingüística

La materia de la lingüística está constituida en primer lugar por todas las manifestaciones del lenguaje humano, ya se trate de pueblos salvajes o de naciones civilizadas, de épocas arcaicas, clásicas o de decadencia, teniendo en cuenta, en cada período, no solamente el lenguaje correcto.

Y algo más aún: como el lenguaje no está las más veces al alcance de la observación, el lingüista deberá tener en cuenta los textos escritos, ya que son los únicos medios que nos permiten conocer los idiomas pretéritos o distantes.

La tarea de la lingüística será:

a) hacer la descripción y la historia de todas las lenguas de que pueda ocuparse, lo cual equivale a hacer la historia de las familias de lenguas y a reconstruir en lo posible las lenguas madres de cada familia;

b) buscar las fuerzas que intervengan de manera permanente y universal en todas las lenguas, y sacar las leyes generales a que se puedan reducir todos los fenómenos particulares de la historia;

Relaciones con Otras Disciplinas

Por ejemplo, la lingüística tiene que diferenciarse cuidadosamente de la etnografía y de la prehistoria, donde el lenguaje no interviene más que a título de documento.

Las conexiones de la lingüística con la fisiología no son tan difíciles de desenredar: la relación es unilateral, en el sentido de que el estudio de las lenguas pide aclaraciones a la fisiología de los sonidos, pero no se las proporciona.

En todo caso, la confusión entre las dos disciplinas es imposible: lo esencial de la lengua —ya lo veremos— es extraño al carácter fónico del signo lingüístico.

En cuanto a la filología, ya hemos llegado a un acuerdo seguro: es netamente distinta de la lingüística, a pesar de los puntos de contacto de las dos ciencias y de los servicios mutuos que se prestan.

Dificultades en el Estudio del Lenguaje

Pero —consecuencia paradójica del interés que se le presta— no hay terreno donde hayan germinado más ideas absurdas, prejuicios, espejismos, ficciones.

Otras ciencias operan con objetos dados de antemano y que se pueden considerar en seguida desde diferentes puntos de vista.

Alguien pronuncia la palabra española desnudo: un observador superficial se sentirá tentado de ver en ella un objeto lingüístico concreto;

Cuatro cosas perfectamente diferentes, según la manera de considerarla: como sonido, como expresión de una idea, como correspondencia del latín (dis)nūdum, etc. Lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista el que crea el objeto, y, además, nada nos dice de antemano que una de esas maneras de considerar el hecho en cuestión sea anterior o superior a las otras.

Por otro lado, sea cual sea el punto de vista adoptado, el fenómeno lingüístico presenta perpetuamente dos caras que se corresponden, sin que la una valga más que gracias a la otra. Por ejemplo:

1° Las sílabas que se articulan son impresiones acústicas percibidas por el oído, pero los sonidos no existirían sin los órganos vocales;

Lengua y Facultad del Lenguaje

Aquí surge una nueva y formidable correspondencia: el sonido, unidad compleja acústico-vocal, forma a su vez con la idea una unidad compleja, fisiológica y mental. Es a la vez un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos.

A este principio de clasificación se podría objetar que el ejercicio del lenguaje se apoya en una facultad que nos da la naturaleza, mientras que la lengua es cosa adquirida y convencional que debería quedar subordinada al instinto natural en lugar de anteponérsele.

En primer lugar, no está probado que la función del lenguaje, tal como se manifiesta cuando hablamos, sea enteramente natural, es decir, que nuestro aparato vocal esté hecho para hablar como nuestras piernas para andar.

Una institución social con el mismo título que todas las otras, el que nos sirvamos del aparato vocal como instrumento de la lengua es cosa del azar, por simples razones de comodidad: lo mismo habrían podido los hombres elegir el gesto y emplear imágenes visuales en lugar de las imágenes acústicas. Pero, en el punto esencial, el lingüista americano parece tener razón: la lengua es una convención y la naturaleza del signo en que se conviene es indiferente.

En el lenguaje, la articulación puede designar o bien la subdivisión de la cadena hablada en sílabas, o bien la subdivisión de la cadena de significaciones en unidades significativas; ateniéndonos a esta segunda definición, se podría decir que no es el lenguaje hablado el natural al hombre, sino la facultad de constituir una lengua, es decir, un sistema de signos distintos que corresponden a ideas distintas.

Broca ha descubierto que la facultad de hablar está localizada en la tercera circunvolución frontal izquierda: también sobre esto se han apoyado algunos para atribuir carácter natural al lenguaje. Pero esa localización se ha comprobado para todo lo que se refiere al lenguaje, incluso la escritura, y esas comprobaciones, añadidas a las observaciones hechas sobre las diversas formas de la afasia por lesión de tales centros de localización, parecen indicar: 1° que las diversas perturbaciones del lenguaje oral están enredadas de mil maneras con las del lenguaje escrito;

De proferir tales o cuales sonidos o de trazar tales o cuales signos, que la de evocar por un instrumento, cualquiera que sea, los signos de un lenguaje regular. Todo nos lleva a creer que por debajo del funcionamiento de los diversos órganos existe una facultad más general, la que gobierna los signos: ésta sería la facultad lingüística por excelencia.

Para atribuir a la lengua el primer lugar en el estudio del lenguaje, se puede finalmente hacer valer el argumento de que la facultad —natural o no— de articular palabras no se ejerce más que con la ayuda del instrumento creado y suministrado por la colectividad;

El Circuito del Habla

Para hallar en el conjunto del lenguaje la esfera que corresponde a la lengua, hay que situarse ante el acto individual que permite reconstruir el circuito de la palabra.

El punto de partida del circuito está en el cerebro de uno de ellos, por ejemplo, en el de A, donde los hechos de conciencia, que llamaremos conceptos, se hallan asociados con las representaciones de los signos lingüísticos o imágenes acústicas que sirven a su expresión. Supongamos que un concepto dado desencadena en el cerebro una imagen acústica correspondiente: éste es un fenómeno enteramente psíquico, seguido a su vez de un proceso fisiológico: el cerebro transmite a los órganos de la fonación un impulso correlativo a la imagen;

A continuación el circuito sigue en B un orden inverso: del oído al cerebro, transmisión fisiológica de la imagen acústica; acto seguirá —de su cerebro al de A— exactamente la misma marcha que el primero y pasará por las mismas fases sucesivas que representamos con el siguiente esquema:

Se podría distinguir todavía: la sensación acústica pura, la identificación de esa sensación con la imagen acústica latente, la imagen muscular de la fonación, etc. Pero nuestra figura permite distinguir en seguida las partes físicas (ondas sonoras) de las fisiológicas (fonación y audición) y de las psíquicas (imágenes verbales y

Pues es de capital importancia advertir que la imagen verbal no se confunde con el sonido mismo, y que es tan legítimamente psíquica como el concepto que le está asociado.

Divisiones del Circuito del Habla

El circuito, tal como lo hemos representado, se puede dividir todavía:

a) en una parte externa (vibración de los sonidos que van de la boca al oído) y una parte interna, que comprende todo el resto;

b) en una parte psíquica y una parte no psíquica, incluyéndose en la segunda tanto los hechos fisiológicos de que son asiento los órganos, como los hechos físicos exteriores al individuo;

c) en una parte activa y una parte pasiva: es activo todo lo que va del centro de asociación de uno de los sujetos al oído del otro sujeto, y pasivo todo lo que va del oído del segundo a su centro de asociación;

Por último, en la parte psíquica localizada en el cerebro se puede llamar ejecutivo todo lo que es activo (c -> i) y receptivo todo lo que es pasivo (i -> c).

Es necesario añadir una facultad de asociación y de coordinación, que se manifiesta en todos los casos en que no se trate nuevamente de signos aislados;

Lengua y Habla en la Colectividad

Pero, para comprender bien este papel, hay que salirse del acto individual, que no es más que el embrión del lenguaje, y encararse con el hecho social.

Entre todos los individuos así ligados por el lenguaje, se establecerá una especie de promedio: todos reproducirán —no exactamente, sin duda, pero sí aproximadamente— los mismos signos unidos a los mismos conceptos.

La parte psíquica tampoco entra en juego en su totalidad: el lado ejecutivo queda fuera, porque la ejecución jamás está a cargo de la masa, siempre es individual, y siempre el individuo es su arbitro;

Lo que hace que se formen en los sujetos hablantes acuñaciones que llegan a ser sensiblemente idénticas en todos es el funcionamiento de las facultades receptiva y coordinativa.

La Lengua como Tesoro Social

Si pudiéramos abarcar la suma de las imágenes verbales almacenadas en todos los individuos, entonces toparíamos con el lazo social que constituye la lengua. Es un tesoro depositado por la práctica del habla en los sujetos que pertenecen a una misma comunidad, un sistema gramatical virtualmente existente en cada cerebro, o, más exactamente, en los cerebros de un conjunto de individuos, pues la lengua no está completa en ninguno, no existe perfectamente más que en la masa.

Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez: 1° lo que es social de lo que es individual;

El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad y de inteligencia, en el cual conviene distinguir: 1° las combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la lengua con miras a expresar su pensamiento personal;

Hasta tal punto es la lengua una cosa distinta, que un hombre privado del uso del habla conserva la lengua con tal que comprenda los signos vocales que oye.

3° Mientras que el lenguaje es heterogéneo, la lengua así delimitada es de naturaleza homogénea: es un sistema de signos en el que sólo es esencial la unión del sentido y de la imagen acústica, y donde las dos partes del signo son igualmente psíquicas.

La Escritura como Representación de la Lengua

Las asociaciones ratificadas por el consenso colectivo, y cuyo conjunto constituye la lengua, son realidades que tienen su asiento en el cerebro.

La escritura puede fijarlos en imágenes convencionales, mientras que sería imposible fotografiar en todos sus detalles los actos del habla; la fonación de una palabra, por pequeña que sea, representa una infinidad de movimientos musculares extremadamente difíciles de conocer y de imaginar. Pues si se hace abstracción de esta multitud de movimientos necesarios para realizarla en el habla, cada imagen acústica no es, como luego veremos, más que la suma de un número limitado de elementos o fonemas, susceptibles a su vez de ser evocados en la escritura por un número correspondiente de signos. Esta posibilidad de fijar las cosas relativas a la lengua es la que hace que un diccionario y una gramática puedan ser su representación fiel, pues la lengua es el depósito de las imágenes acústicas y la escritura la forma tangible de esas imágenes.

La Semiología

La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparable a la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales militares, etc., etc. Las leyes que la semiología descubra serán aplicables a la lingüística, y así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio bien definido en el conjunto de los hechos humanos.

No confundir la semiología con la semántica, que estudia los cambios de significación, y de la que Ferdinand de Saussure no hizo una exposición metódica, aunque nos dejó formulado su principio tímidamente en la pág. 40.

O, por último, cuando algunos se dan cuenta de que el signo debe estudiarse socialmente, no retienen más que los rasgos de la lengua que la ligan a otras instituciones, aquellos que dependen más o menos de nuestra voluntad;

Así, ese carácter no aparece claramente más que en la lengua, pero también se manifiesta en las cosas menos estudiadas, y de rechazo se suele pasar por alto la necesidad o la utilidad particular de una ciencia semiológica. Si se quiere descubrir la verdadera naturaleza de la lengua, hay que empezar por considerarla en lo que tiene de común con todos los otros sistemas del mismo orden;

Factores lingüísticos que a primera vista aparecen como muy importantes (por ejemplo, el juego del aparato fonador) no se deben considerar más que de segundo orden si no sirven más que para distinguir a la lengua de los otros sistemas. Con eso no solamente se esclarecerá el problema lingüístico, sino que, al considerar los ritos, las costumbres, etc., como signos, estos hechos aparecerán a otra luz, y se sentirá la necesidad de agruparlos en la semiología y de explicarlos por las leyes de esta ciencia.

La Lingüística en el Estudio del Lenguaje

Al dar a la ciencia de la lengua su verdadero lugar en el conjunto del estudio del lenguaje, hemos situado al mismo tiempo la lingüística entera. Todos los demás elementos del lenguaje, que son los que constituyen el habla, vienen por sí mismos a subordinarse a esta ciencia primera, y gracias a tal subordinación todas las partes de la lingüística encuentran su lugar natural.

Consideremos, por ejemplo, la producción de los sonidos necesarios en el habla: los órganos de la voz son tan exteriores a la lengua como los aparatos eléctricos que sirven para transmitir el alfabeto Morse son ajenos a

A tal separación de la fonación y de la lengua se nos podrá oponer las transformaciones fonéticas, las alteraciones de sonidos que se producen en el habla y que ejercen tan profunda influencia en los destinos de la lengua misma.

Dos Partes de la Lingüística

El estudio del lenguaje comporta, pues, dos partes: la una, esencial, tiene por objeto la lengua, que es social en su esencia e independiente del individuo; este estudio es únicamente psíquico; la otra, secundaria, tiene por objeto la parte individual del lenguaje, es decir, el habla, incluida la fonación, y es psico-física.

Sin duda, ambos objetos están estrechamente ligados y se suponen recíprocamente: la lengua es necesaria para que el habla sea inteligible y produzca todos sus efectos; pero ésta es necesaria para que la lengua se establezca; históricamente, el hecho de habla precede siempre.

Por último, el habla es la que hace evolucionar a la lengua: las impresiones recibidas oyendo a los demás son las que modifican nuestros hábitos lingüísticos. Hay, pues, interdependencia de lengua y habla; aquélla es a la vez el instrumento y el producto de ésta.

La Lingüística Externa

La lengua existe en la colectividad en la forma de una suma de acuñaciones depositadas en cada cerebro, más o menos como un diccionario cuyos ejemplares, idénticos, fueran repartidos entre los individuos (ver pág. 48). Vamos a dedicarnos únicamente a esta última, y si, en el transcurso de nuestras demostraciones, tomamos prestada alguna luz al estudio del habla, ya nos esforzaremos por no borrar nunca los límites que separan los dos terrenos.

Nuestra definición de la lengua supone que descartamos de ella todo lo que sea extraño a su organismo, a su sistema, en una palabra, todo lo que se designa con el término de «lingüística externa».

Son, en primer lugar, todos los puntos en que la lingüística toca a la etnología, todas las relaciones que pueden existir entre la historia de una lengua y la de una raza o de una civilización. La política interior de los Estados no es menos importante para la vida de las lenguas: ciertos gobiernos, como el suizo, admiten la coexistencia de varios idiomas; un grado avanzado de civilización fomenta el desarrollo de ciertas lenguas especiales (lengua jurídica, terminología científica, etc.).

Éstas, a su vez, están íntimamente ligadas con el desarrollo literario de una lengua, fenómeno tanto más general cuanto que él mismo es inseparable de la historia política. La lengua literaria sobrepasa por todas partes los límites que parece trazarle la literatura: piénsese en la influencia de los salones, de la corte, de las academias.

Pues toda lengua literaria, producto de la cultura, llega a deslindar su esfera de existencia de la esfera natural, la de la lengua hablada. Sin duda, éste es el punto en donde la distinción entre ella y la lingüística interna parece más paradójica: hasta tal extremo está el fenómeno geográfico estrechamente asociado con la existencia de toda lengua;

Así como una planta queda modificada en su organismo interno por factores extraños: terreno, clima, etc., así el organismo gramatical ¿no es verdad que depende constantemente de factores extraños al cambio lingüístico? ¿Es posible distinguir y apartar el desenvolvimiento natural, orgánico, de un idioma, de sus formas artificiales, tales como la lengua literaria, que se deben a factores externos y por tanto inorgánicos?

Tomemos como ejemplo los préstamos de palabras extranjeras: lo primero que se puede comprobar es que de ningún modo son un elemento constante en la vida de una lengua. ¿Diremos que esos idiomas están fuera de las condiciones regulares del lenguaje, que son incapaces de darnos una idea de lo que es el lenguaje, y que esos dialectos son los que piden un estudio «teratológico» por no haber sufrido mezcla?

Si se estudian los factores que han creado una lengua literaria frente a los dialectos, siempre se podrá echar mano de la simple enumeración; así en cada caso se planteará la cuestión de la naturaleza del fenómeno, y para resolverlo se observará esta regla: es interno todo cuanto hace variar el sistema en un grado cualquiera.

La Escritura y la Lengua

Para disponer en todos los casos de documentos directos sería necesario que se hubiera hecho en todo tiempo lo que se hace actualmente en Viena y en París: una colección de muestras fonográficas de todas las lenguas.

Así, aunque la escritura sea por sí misma extraña al sistema interno, es imposible hacer abstracción de un procedimiento utilizado sin cesar para representar la lengua; es necesario conocer su utilidad, sus defectos y sus peligros.

La escritura puede muy bien, en ciertas condiciones, retardar los cambios de la lengua, pero, a la inversa, su conservación de ningún modo está comprometida por la falta de escritura. En todo el período del antiguo alto alemán se ha escrito tōten, fuolen y stōzen, mientras que a finales del siglo XII aparecen las grafías töten, füelen contra stōzen que subsiste.

Prestigio de la Escritura

1° En primer lugar, la imagen gráfica de las palabras nos impresiona como un objeto permanente y sólido, más propio que el sonido para constituir la unidad de la lengua a través del tiempo. Ya puede ese vínculo ser todo lo superficial que se quiera y crear una unidad puramente ficticia: siempre será mucho más fácil de comprender que el vínculo natural, el único verdadero, el del sonido.

Pero como el lingüista no tiene voz en la disputa, la forma escrita obtiene casi fatalmente el triunfo, porque toda solución que se atenga a ella es más cómoda;

Sistemas de Escritura

No hay más que dos sistemas de escritura:

1° El sistema ideográfico, en el cual la palabra está representada por un signo único y ajeno a los sonidos de que se compone.

2° El sistema llamado comúnmente «fonético», que aspira a reproducir la serie de sonidos que se suceden en la palabra.

Por lo demás, las escrituras ideográficas se hacen fácilmente mixtas: ciertos ideogramas, desviados de su valor primero, acaban por representar sonidos aislados.

Para él, la escritura es una segunda lengua, y en la conversación, cuando dos palabras habladas tienen el mismo sonido, se suele recurrir a la palabra escrita para explicar el pensamiento.


      En el momento en que se establece un alfabeto de esta clase ya re- fleja la lengua de una manera bastante racional, a menos que sea un alfabeto prestado y lleno por eso de inconsecuencias.
Pero a partir del siglo xiv la escritura quedó estacionaria, mientras que la lengua seguía su evolución, y desde ese momento ha habido un desacuerdo cada vez más
Por último, como se continuaba juntando términos discordantes, este hecho ha tenido su repercusión en el sistema mismo de la escritura: la expresión gráfica oi ha tomado un valor extraño a los ele- mentos de que se compone.
     Esta causa actúa en todos los tiempos: actualmente la antigua l palatal francesa [ ll castellana] se ha cambiado en yod;
     Otra causa de desacuerdo entre la grafía y la pronunciación: cuando un pueblo toma de otro su alfabeto, suele suceder que los recursos de ese sistema gráfico no se adaptan bien a la nueva función;
Es el caso para la þ (fricativa dental sorda [= z castellana actual] ) de las lenguas germánicas: como el alfabeto latino no ofrecía ningún signo para representarla, se la representó con th.
En francés, para representar la chicheante s se recurrió al signo doble ch, etc.1 Y todavía queda la preocupación etimológica, que ha sido prepon- derante en ciertas épocas, por ejemplo durante el Renacimiento.
Para el sonido prepalatal, africado, sordo, que hoy escri- bimos ch, además de esta combinación, c y h, se escribía gg: Sanggeç (Sánchez), contradiggo (contradicho), y también cc, cx, cxi, cgi y chy: pecce (peche), Sancxo, Sancxio, Sancgio.
para la s (sorda), s, c, ç, t, ss, sc, sç, x (serrer, principe, reçu, nation, chasser, acquiescer, acquiesçant, dix);
para la k usa c, qu, k, ch, cc, cqu (encore, que, kangourou, chiromancie, accord, acquérir).
Y al revés, varios valores se representan con el mismo signo: así, la t representa t o s, la g representa g o ž, etc.
En alemán, si bien no hay consonantes dobles en Zettel, Teller, etc., se escribe tt y ll sólo para indicar que la vocal precedente es breve y abierta.
Por una aberración del mismo géne- ro el inglés añade una e muda final para alargar la vocal precedente: com- párese mode (pron.
Así en ertha, erdha, erda, o bien en thrī, dhrī, drī del antiguo alto alemán, th, dh, d representan seguramente un mismo sonido;
si en inglés encontramos primero hwat, hweel, etc., después what, wheel, etc., ¿estamos ante un cambio gráfico o un cambio fonético?
Bien lo muestra la ortografía de la palabra francesa oiseau, donde ni uno solo de los sonidos de la palabra hablada (wazó) está representado por su signo propio: de la imagen de la lengua no queda nada.
El empleo que se hace en francés de las palabras «prononcer» y «prononciation » es una consagración de ese abuso y trastrueca la relación legítima y real que existe entre la escritura y la pronunciación.
Mientras la aspiración subsistió, esas palabras se ple- garon a las leyes relativas a las consonantes iniciales, y se decía deu ha- ches, le hareng, mientras que, según la ley de las palabras que comienzan por vocal, se decía deu-z-hommes, l’homme.
Pero en la actualidad esa fórmula carece de sentido: la h aspirada ya no existe, a menos que se llame así a esa cosa que no es un sonido, pero ante la cual no se hace ni enlace ni elisión.
Su forma, en un momento dado, representa una etapa de la evo-  lución que está forzado a seguir, evolución regulada por leyes precisas.
Debido a la confusión de u y v en la antigua escritura, Lef èbvre se leyó Lefébure, con una b que nunca había existido realmente en la palabra y con una u procedente de un equívoco.
La Academia ha sido poco consecuente al representar el sonido de la y- inicial: yeso, yema, etc., por hierba, hielo, etc.
En España a ambas grafías ha correspondido siempre idéntica pronuncia- ción, pero en la Argentina, donde la y (= ll) se pronuncia con un reilamiento que se apro- xima a la j francesa, la distinta ortografía ha provocado falsamente una distinta prouncia- ción, y se dice žéso, žéma, etc., pero iérba, iélo, etc.
Es más, como la palabra hierba se ha escrito y se escribe en la Argentina con grafía tradicional y popular yerba cuando significa ‘hierba mate’, mientras que se respeta la ortografía académica hierba en todos los demás casos, este doblete ortográfico ha provocado y fijado el correspondiente doblete de pronun- ciación žérba y iérba.
      Cuando se sustituye la escritura por el pensamiento, los que se pri- van de esta imagen sensible corren el peligro de no percibir más que una masa informe con la que no saben qué hacer.
Los lingüistas de la época moderna han acabado por comprenderlo así, y volviendo a tomar por su cuenta investigaciones iniciadas por otros (fisiólogos, teóricos del canto, etc.) han dotado a la lingüística de una ciencia auxiliar que la ha libertado de la palabra escrita.
      La fisiología de los sonidos (en alemán Lautphysiologie o Sprachphy- siologie) se suele llamar fonética (alemán Phonetik, inglés phonetics, francés phonétique).
Pues fonética ha empezado por designar y debe continuar designando el estudio de la evolución de los sonidos, y no hay por qué confundir en un mismo nombre dos estudios absolutamente distintos.
pero no la constituyen, y después de explicar todos los movi- mientos del aparato vocal necesarios para producir cada impresión acús- tica, el problema de la lengua no se ha aclarado en nada.
La lengua es un sistema basado en la oposición psíquica de esas impresiones acústicas, lo mismo que un tapiz es una obra de arte producida por la oposición visual entre hilos de colores diversos;
      El lingüista necesita ante todo que se le proporcione un medio de representar los sonidos articulados capaz de suprimir todo equívoco.
No siempre se tiene en cuenta esta exigen- cia: así, los fonólogos ingleses, atentos a la clasificación más que al análi- sis, tienen para algunos sonidos signos de dos y hasta de tres letras.
y sin ha- blar del aspecto desolador que presentaría una página de semejante tex- to, es evidente que, a fuerza de precisar, tal escritura oscurecería lo que quiere aclarar, y embrollaría al lector.
Aquí es donde la ortografía tradicional puede reclamar sus derechos: es útil distinguir en francés tant y temps, — et, est y ait, — du y dû, — il devait e ils devaient, etc.
El verdadero servicio que nos presta la fonología es el de permitirnos tomar ciertas precauciones frente a esta forma escrita a cuyo través he- mos de pasar para llegar a la lengua.
Así, los gramáticos franceses de los siglos xvi y xvii, especialmente los que se proponían instruir a los extranjeros, nos han dejado muchas obser- vaciones interesantes.
Así los nombres dados a los so- nidos nos proporcionan indicios muy a menudo ambiguos: los gramáticos griegos designaban las sonoras (como b, d, g) con el término de consonan- tes «medias» (mésai), y las sordas (como p, t, k), con el de psīlaí, que los latinos tradujeron por tenues.
      2° Se pueden encontrar enseñanzas más seguras combinando estos primeros datos con los indicios internos, que clasificaremos en dos rú- bricas:       a) Indicios sacados de la regularidad de las evoluciones fonéticas.
     Cuando hay que determinar el valor de una letra, es muy importante saber qué es lo que ha sido en una época anterior el sonido que represen- ta.
Así, aunque no sabemos exactamen- te cuál era el valor de la ç del sánscrito, sin embargo, como es continua- ción de una antigua k palatal indoeuropea, este dato limita netamente el campo de las suposiciones.
     Si, además del punto de partida, se conoce también la evolución para- lela de sonidos análogos de la misma lengua en la misma época, se puede razonar por analogía y establecer una proporción.
El problema es natu- ralmente más fácil si lo que hay que determinar es una pronunciación intermedia de que se conoce a la vez el punto de partida y el de llega- da.
La grafía au del francés (por ejemplo en sauter) correspondía necesariamente a un diptongo en la Edad Media, ya que se encuentra colocada entre un más antiguo al y la o del francés moderno;
y si uno se entera por otro camino de que en un momento dado el diptongo au existía todavía, resulta bien seguro que existiría también en el período preceden- te.
      Por ejemplo, la diversidad de grafías: encontramos escrito en cierta época del antiguo alto alemán wazer, zehan, ezan, pero nunca wacer, ce- han, etc.
Si, por otro lado, encontramos también esan, essan, waser, wasser, etc., se llegará a la conclusión de que esa z tenía un sonido muy vecino al de la s, pero bastante diferente del que se representaba con c en la misma época.
      Los textos poéticos son documentos preciosos para el conocimiento de la pronunciación: según que el sistema de versificación esté fundado en el número de sílabas, en la cantidad o en la conformidad de sonidos (alite- ración, asonancia, rima), tales monumentos nos proporcionan enseñanzas sobre distintos puntos.
cés la rima permite conocer, por ejemplo, hasta qué época eran diferentes las consonantes finales de gras y faz (latín facio ‘hago’), y a partir de qué momento se han acercado y confundido.
La rima y la asonancia nos ense- ñan además que en antiguo francés la e procedente de una a latina (por ejemplo père de patrem o tel de talem, mer de mare) tenía un sonido muy diferente del de las otras ees.
La pronunciación rwè por roi está atestiguada para fines del siglo xviii por la siguiente anécdota citada por Nyrop, Grammaire historique de la langue françai- se, I3, pág.
178: en el tribunal revolucionario se pregunta a una mujer si no ha dicho ante testigos que hacía falta un roi [‘rey’];
la mujer responde «que no había hablado de un roi tal como Capeto o cualquier otro, sino de un rouet maître ‘torno maestro’ instrumento de hilar».
      Todos estos procedimientos de información nos ayudan a conocer en cierta medida el sistema fonológico de una época y a rectificar el testi- monio de la escritura poniéndolo a la vez a contribución.
      Cuando la estudiada es una lengua viva, el único método racional consiste: a) en establecer el sistema de sonidos tal como resulta de la observación directa;
      Muchos gramáticos se encastillan todavía en el viejo método, critica- do arriba, que consiste en decir cómo se pronuncia cada letra en la lengua que quieren describir.
      Sin embargo, es verdad que ya se han hecho grandes progresos en este terreno, y que los fonólogos han contribuido mucho a reformar nues- tras ideas sobre la escritura y la ortografía.
Sin embargo, esta perspectiva simplista puede acercarnos a la verdad al mostrarnos que la unidad lingüística es una cosa doble, hecha con la unión de dos términos.
40, a propósito del circuito del habla, que los términos implicados en el signo lingüístico son ambos psíquicos y están unidos en nuestro cerebro por un vínculo de asociación.
         El término de imagen acústica parecerá quizá demasiado estrecho, pues junto a la representación de los sonidos de una palabra está también la de su articulación, la imagen muscular del acto fonatorio.
Este término, que implica una idea de acción vo- cal, no puede convenir más que a las palabras habladas, a la realización de la imagen interior en el discurso.
Ya sea que busquemos el sentido de la palabra latina arbor o la palabra con que el latín designa el concepto de ‘árbol’, es evidente que
Llamamos signo a la combinación del concepto y de la imagen acústica: pero en el uso corriente este término designa generalmente la imagen acústica sola, por ejemplo una palabra (arbor, etc.).
     La ambigüedad desaparecería si designáramos las tres nociones aquí presentes por medio de nombres que se relacionen recíprocamente al mis- mo tiempo que se opongan.
Y proponemos conservar la palabra signo para designar el conjunto, y reemplazar concepto e imagen acústica res- pectivamente con significado y significante;
estos dos últimos términos tienen la ventaja de señalar la oposición que los separa, sea entre ellos dos, sea del total de que forman parte.
o bien, puesto que entendemos por signo el total resultante de la asociación de un significante con un significado, podemos decir más simplemente: el signo lingüistico es arbitrario.
Sir- van de prueba las diferencias entre las lenguas y la existencia misma de lenguas diferentes: el significado ‘buey’ tiene por significante bwéi a un lado de la frontera franco-española y böf (boeuf) al otro, y al otro lado de la frontera francogermana es oks (Ochs).
     Una observación de paso: cuando la semiología esté organizada se tendrá que averiguar si los modos de expresión que se basan en signos enteramente naturales —como la pantomima— le pertenecen de dere- cho.
Los signos de cortesía, por ejemplo, dotados con frecuencia de cierta expresividad natural (piénsese en los chinos que saludan a su emperador prosternándose nueve veces hasta el suelo), no están menos fijados por una regla;
en este sentido la lingüís- tica puede erigirse en el modelo general de toda semiología, aunque la lengua no sea más que un sistema particular.
No debe dar idea de que el significante depende de la libre elección del hablante (ya veremos luego que no está en manos del individuo el cambiar nada en un signo una vez establecido por un grupo lingüístico);
      Señalemos, para terminar, dos objeciones que se podrían hacer a este  primer principio:        1a Se podría uno apoyar en las onomatopeyas para decir que la elección del significante no siempre es arbitraria.
pero para ver que no tienen tal carácter desde su origen, basta recordar sus formas latinas (fouet deriva de fāgus ‘haya’, glas es classicum);
       En cuanto a las onomatopeyas auténticas (las del tipo glu-glu, tic-tac,  etc.), no solamente son escasas, sino que su elección ya es arbitraria en  cierta medida, porque no son más que la imitación aproximada y ya medio
pigeon, del latín vulgar pīpiō, derivado de una onomatopeya): prueba evidente de que ha perdido algo de su carácter primero para adquirir el del signo lingüístico en general, que es inmo- tivado.
Basta con comparar dos lenguas en este terreno para ver cuánto varían estas expresiones de idioma a idioma (por ejemplo, al fran- cés aïe!, esp.
     El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desenvuelve en el tiempo únicamente y tiene los caracteres que toma del tiempo: a) repre- senta una extensión, y b) esa extensión es mensurable en una sola di- mensión;
Por oposición a los significantes visuales (señales marítimas, por ejemplo), que pueden ofrecer complica- ciones simultáneas en varias dimensiones, los significantes acústicos no disponen más que de la línea del tiempo;
Este carácter se destaca inmediatamente cuando los representamos por medio de la escritura, en donde la sucesión en el tiempo es sustituida por la línea espacial de los signos gráficos.
      Si, con relación a la idea que representa, aparece el significante como elegido libremente, en cambio, con relación a la comunidad lingüística que lo emplea, no es libre, es impuesto.
No solamente es verdad que, de proponérselo, un individuo sería incapaz de modificar en un ápice la elec- ción ya hecha, sino que la masa misma no puede ejercer su soberanía sobre una sola palabra;
      La lengua no puede, pues, equipararse a un contrato puro y simple, y justamente en este aspecto muestra el signo lingüístico su máximo interés de estudio;
pues si se quiere demostrar que la ley admitida en una colecti- vidad es una cosa que se sufre y no una regla libremente consentida, la lengua es la que ofrece la prueba más concluyente de ello.
El acto por el cual, en un momento dado, fueran los nombres distribuidos entre las cosas, el acto de establecer un contrato entre los conceptos y las imágenes acústi- cas, es verdad que lo podemos imaginar, pero jamás ha sido comprobado.
      De hecho, ninguna sociedad conoce ni jamás ha conocido la lengua de  otro modo que como un producto heredado de las generaciones preceden-  tes y que hay que tomar tal cual es.
Un estado de lengua dado siempre es el producto de factores histó- ricos, y esos factores son los que explican por qué el signo es inmutable, es decir, por qué resiste toda sustitución arbitraria.
      Esta objeción nos lleva a situar la lengua en su marco social y a plan- tear la cuestión como se plantearía para las otras instituciones sociales.
Tenemos, primero, que apreciar el más o el menos de libertad de que disfrutan las otras instituciones, y veremos entonces que para cada una de ellas hay un balanceo diferente entre la tradición impuesta y la acción libre de la sociedad.
Por último, volviendo a la lengua, nos preguntamos por qué el factor histórico de la transmisión la domina enteramente excluyendo todo cambio lingüístico general y súbito.
      Para responder a esta cuestión se podrán hacer valer muchos argu- mentos y decir, por ejemplo, que las modificaciones de la lengua no están ligadas a la sucesión de generaciones que, lejos de superponerse unas a otras como los cajones de un mueble, se mezclan, se interpenetran, y cada una contiene individuos de todas las edades.
Habrá que recordar la suma de esfuerzos que exige el aprendizaje de la lengua materna, para llegar a la conclusión de la imposibilidad de un cambio general.
Y aunque fueran conscientes, tendríamos que recordar que los hechos lingüísticos apenas provocan la crítica, en el sentido de que cada pueblo está generalmente satisfecho de la lengua que ha recibido.
Si, como luego veremos, éste es el lado por el cual la lengua no es completamente arbitraria y donde impera una razón relati va, también es éste el punto donde se manifiesta la incompetencia de la masa para transformarla.
Las prescripciones de un código, los ritos de una religión, las señales maríti mas, etc., nunca ocupan más que cierto número de individuos a la vez y durante un tiempo limitado;
La lengua forma cuerpo con la vida de la masa social, y la masa, siendo naturalmente inerte, aparece ante todo como un factor de conservación.
Si la lengua tiene ca- rácter de fijeza, no es sólo porque esté ligada a la gravitación de la colec- tividad, sino también porque está situada en el tiempo.
Eso no impide que haya en el fenómeno total un vínculo entre esos dos factores antinómicos: la convención arbitraria, en virtud de la cual es libre la elección, y el tiempo, gracias al cual la elección se halla ya fijada.
     El tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, tiene otro efecto, en apariencia contradictorio con el primero: el de alterar más o menos rápidamente los signos lingüísticos, de modo que, en cierto sentido, se puede hablar a la vez de la inmutabilidad y de la mutabilidad del signo1.
Esta palabra podría hacer creer que se trata especialmente de cambios fonéticos sufridos por el significante, o bien de cambios de sentido que atañen al concepto significado.
Sean cuales fueren los factores de alteración, ya obren aisladamente o combi- nados, siempre conducen a un desplazamiento de la relación entre el sig- nificado y el significante.
     Si en lugar de comparar el necāre del latín clásico con el francés noyer, se le opone a necāre del latín vulgar de los siglos iv o v, ya con la significación de ‘ahogar’, el caso es un poco diferente;
En este caso, aunque el concepto no se haya alterado, la relación se ha cambiado de dos maneras: el significante se ha modificado no sólo en su aspecto material, sino también en su forma gramatical;
     En anglosajón la forma preliteraria fōt ‘pie’ siguió siendo fōt (inglés moderno foot), mientras que su plural *fōti ‘pies’ se hizo fēt (inglés mo- derno feet).
     Una lengua es radicalmente incapaz de defenderse contra los factores que desplazan minuto tras minuto la relación entre significado y signifi- cante.
     Las otras instituciones humanas —las costumbres, las leyes, etc.— están todas fundadas, en grados diversos, en la relación natural entre las cosas;
La lengua, por el contrario, no está limitada por nada en la elección de sus medios, pues no se adivina qué sería lo que impidiera asociar una idea cualquiera con una secuencia cualquiera de sonidos.
De aquí re- sulta que cada uno de esos dos elementos unidos en los signos guardan su vida propia en una proporción desconocida en otras instituciones, y que la lengua se altera, o mejor, evoluciona, bajo la influencia de todos los agen- tes que puedan alcanzar sea a los sonidos sea a los significados.
El hombre que pretendiera cons- truir una lengua inmutable que la posteridad debería aceptar tal cual la recibiera se parecería a la gallina que empolla un huevo de pato: la lengua construida por él sería arrastrada quieras que no por la corriente que abarca a todas las lenguas.
      1° Evitando estériles definiciones de palabras, hemos empezado por  distinguir, en el seno del fenómeno total que representa el lenguaje, dos  factores: la lengua y el habla.
     2° Pero esta definición deja todavía a la lengua fuera de su realidad social, y hace de ella una cosa irreal, ya que no abarca más que uno de los aspectos de la realidad, el aspecto individual;
     3° Como el signo lingüístico es arbitrario, parecería que la lengua, así definida, es un sistema libre, organizable a voluntad, dependiente úni- camente de un principio racional.
Y, sin embargo, no es eso lo que nos impide ver la lengua como una simple convención, modifícable a voluntad de los interesados: es la acción del tiempo, que se combina con la de la fuerza social;
     Si se tomara la lengua en el tiempo, sin la masa hablante —suponga- mos un individuo aislado que viviera durante siglos— probablemente no se registraría ninguna alteración;
     Ya ahora la lengua no es libre, porque el tiempo permitirá a las fuer- zas sociales que actúan en ella desarrollar sus efectos, y se llega al prin- cipio de continuidad que anula a la libertad.
      Pocos lingüistas se dan cuenta de que la intervención del factor tiem- po es capaz de crear a la lingüística dificultades particulares y de que coloca a su ciencia ante dos rutas absolutamente divergentes.
Inversamente, la cien- cia de las instituciones políticas es esencialmente descriptiva, pero puede muy bien en ocasiones tratar una cuestión histórica sin que su unidad se vea dañada.
Aquí, en oposición a lo que ocurre en los casos precedentes, la economía política y la historia económica constituyen dos disciplinas netamente separadas en el seno de una misma ciencia;
Procediendo así se obedece, sin darse uno cuenta cabal, a una necesidad interior: pues bien, es una necesidad muy semejante la que nos obliga a escindir la lingüística en dos partes, cada una con su principio propio.
Y es que aquí, como en economía política, estamos ante la noción de valor, en las dos ciencias se trata de un sistema de equivalencia entre cosas de órdenes diferentes: en una, un trabajo y un salario, en la otra, un significado y un significante.
habría que distinguir en todas según la figura siguiente: 1° eje de simultaneidades (AB), que concierne a las relaciones entre cosas coexistentes, de donde está excluida toda intervención del tiempo, y 2° eje de sucesiones (CD), en el cual nunca se puede considerar más que una cosa cada vez, pero donde están situadas todas las cosas del primer eje con sus cambios respectivos.
En este te- rreno se puede desafiar a los científicos a que no podrán organizar sus investigaciones de una manera rigurosa si no tienen en cuenta los dos ejes, si no distinguen entre el sistema de valores considerados en sí y esos mismos valores considerados en función del tiempo.
Mientras un valor tenga por uno de sus lados la raíz en las cosas y en sus relaciones naturales (como es el caso en la ciencia económica: por ejemplo, un campo vale en proporción a lo que produce), se puede hasta cierto punto seguirlo en el tiempo, aunque sin olvidar nunca que a cada momento depende de un sistema de valores contemporáneos.
      Añadamos que cuanto más complejo y rigurosamente organizado sea  un sistema de valores, más necesario es, por su complejidad misma, estu-  diarlo sucesivamente según sus dos ejes.
Y ningún sistema llega en com-  plejidad a igualarse con la lengua: en ninguna parte se advierte una equi-  valente precisión de valores en juego, un número tan grande y tal diver-  sidad de términos en dependencia recíproca tan estricta.
La multiplicidad  de signos, ya invocada para explicar la continuidad de la lengua, nos pro-  hibe en absoluto estudiar simultáneamente sus relaciones en el tiempo y  sus relaciones en el sistema.
 como la historia política comprende tanto la descripción de épocas como la  narración de los acontecimientos, podría imaginarse que al describir esta-
     Pero para señalar mejor esta oposición y este cruzamiento de dos órdenes de fenómenos relativos al mismo objeto, preferimos hablar de lingüística sincrónica y de lingüística diacrónica.
     Lo primero que sorprende cuando se estudian los hechos de lengua es que para el sujeto hablante su sucesión en el tiempo es inexistente: el hablante está ante un estado.
Lo mismo para la len- gua: no se puede ni describirla ni fijarle normas para el uso más que colo- cándose el lingüista en un estado determinado.
Cuando el lingüista sigue la evolución de la lengua, se parece al observador en movimiento que va de un extremo al otro del Jura para anotar los desplazamientos de la pers- pectiva.
La gramática comparada del indo- europeo utiliza los datos que tiene a mano para reconstruir hipotética- mente un tipo de lengua precedente;
     Después de conceder lugar excesivo a la historia, la lingüística vol- verá al punto de vista estático de la gramática tradicional, pero con espí- ritu nuevo y con otros procedimientos, y el método histórico habrá contri- buido a ese rejuvenecimiento;
     El latín crispus, ‘ondulado, rizado, crespo’, ha dado al francés un radical crép- de donde han salido los verbos crépir ‘revocar’ (una pared) y décrépir ‘quitar el revoque’.
Por otra parte, en un momento dado, se ha tomado del latín la palabra dēcrepitus ‘gastado por la edad’, cuya etimo- logía se ignora, y se ha hecho décrépit.
masa de los sujetos hablantes establece una conexión entre «un mur décrépi» y «un homme décrépit», aunque históricamente estas dos palabras no tienen que ver una con otra;
ha sido ne- cesario que crisp- llegara a pronunciarse crép-, y que en un momento dado entrara una nueva palabra latina: esos hechos diacrónicos —ya se ve bien— ninguna relación guardan con el hecho estático que han producido;
Más tarde esa -i produjo una metafonía (Umlaut), es decir, tuvo el efecto de cambiar la a en e en la sílaba precedente: gasti —> gesti, hanti —> henti.
des- pués, por un primer cambio fonético, la metafonía, *fōti se hizo fēti, y por un segundo cambio, la caída de la -i final, *fēti dio fēt;
     Anteriormente, cuando se decía gast : gasti, fōt :fōti, el plural estaba señalado por la simple añadidura de una -i;
     La relación entre un singular y su plural, sean cuales fueren las for- mas, puede expresarse en todo momento por un eje horizontal:
          [Un ejemplo español paralelo: el latín glattire perduró en nuestro idioma por ininterrumpida tradición oral hasta adoptar la forma actual latir.
el participio era muy usado por los escritores latinos figuradamente con el sentido de ‘encubierto, secreto, misterioso, solapado, en acecho’, que es el que tomaron nuestros humanistas y el que ha perdurado en la lengua general de los escritores.
Las gentes asocian latente con latir, y en los diarios y conferencias se lee y oye «un entusiasmo latente», «un amor latente», con el sentido de ‘ardoroso’, ‘de co- razón palpitante’, ‘latiente’.
    Los hechos, sean cuales fueren, que hayan provocado el paso de una forma a la otra, serán por el contrario colocados en un eje vertical, lo cual da ya la siguiente figura total:
     Nuestro ejemplo-tipo sugiere buen número de reflexiones que entran directamente en nuestro tema:      1° Esos hechos diacrónicos en manera alguna tienen por finalidad señalar un valor con otro signo: el hecho de que gasti haya dado gesti, geste (Gäste) nada tiene que ver con el plural de los sustantivos;
Por consiguiente, un hecho diacrónico es un suceso que tiene su razón de ser en sí mismo: las consecuencias sincrónicas particulares que se puedan derivar le son completamente ajenas.
En el hecho diacró- nico, al revés: no interesa más que un término, y para que aparezca una forma nueva (Gaste) es necesario que la antigua (gasti) le ceda su puesto.
en las palabras francesas el acento está siempre en las mismas sílabas que lo tenían en latín: amīcum –> ami, ánima –> âme.
desde entonces los sujetos hablantes, conscientes de esta nueva relación, han puesto instintivamente el acento en la sílaba final, hasta en los préstamos transmitidos por la escritura (facile, consul, ticket, burgra- ve, etc.).
Es evidente que no se ha querido cambiar el sistema, aplicar una nueva fórmula, puesto que en una palabra como amīcum —> ami el acento ha permanecido siempre en la misma sílaba;
En paleoeslavo, slovo ‘palabra’ es en el caso instrumental singular slovem, en el nominativo plural slova, en el genitivo plural slov, etc.;
Se ve, pues, que no es necesario un signo material para expresar una idea: la lengua puede conten- tarse con la oposición de cierta cosa con nada;
       Esto confirma los principios ya formulados y que resumimos así:       La lengua es un sistema en el que todas las partes pueden y deben  considerarse en su solidaridad sincrónica.
Esta diferencia de naturaleza entre términos sucesivos y térmi- nos coexistentes, entre hechos parciales y hechos referentes al sistema, impide hacer de unos y otros la materia de una sola ciencia.
     Para mostrar a la vez la autonomía y la interdependencia de lo sin- crónico y de lo diacrónico, se puede comparar lo sincrónico con la proyec- ción de un cuerpo sobre un plano.
En efecto, toda proyección depende directamente del cuerpo proyectado, y sin embargo es cosa diferente, es cosa aparte.
Y no ¡le- garemos a conocer los estados sincrónicos estudiando los cuerpos, es decir los sucesos diacrónicos, de la misma manera que no se obtiene una ¡dea de las proyecciones geométricas por más que se estudien de cerca las diver- sas especies de cuerpos.
      Del mismo modo también, si se corta transversalmente el tronco de un vegetal, se advierte en la superficie de la sección un diseño más o menos complicado;
También aquí cada una de las perspectivas depende de la otra: la sección longitudinal nos muestra las fibras mismas que constituyen la planta, y la sección transversal su agrupación en un plano particular;
pero la segunda es distinta de la primera, pues ella permite comprobar entre las fibras ciertas conexiones que nunca se po- drían percibir en un plano longitu- dinal.
El valor respectivo de las piezas depende de su po- sición en el tablero, del mismo modo que en la lengua cada término tiene un valor por su oposición con todos los otros términos.
     b) A pesar de eso, la jugada tiene repercusión en todo el sistema: es imposible al jugador prever exactamente los límites de ese efecto.
el que haya seguido toda la partida no tiene la menor ventaja sobre el cu- rioso que viene a mirar el estado del juego en el momento crítico;
     No hay más que un punto en que la comparación falla: el jugador de ajedrez tiene la intención de ejecutar el movimiento y de modificar el sistema, mientras que la lengua no premedita nada;
Pues, si los hechos diacrónicos son irre- ducibles al sistema sincrónico que condicionan cuando la voluntad presi- de un cambio de esta clase, con mayor razón lo serán cuando ponen una fuerza ciega en lucha con la organización de un sistema de signos.
y es verdad en cierto sentido: las condiciones que han formado ese estado aclaran su ver- dadera naturaleza y nos libran de ciertas ilusiones (ver pág 109 y sigs.);
      Los métodos de cada orden difieren también, y de dos maneras:      a) La sincronía no conoce más que una perspectiva, la de los sujetos ha blantes, y todo su método consiste en recoger su testimonio;
para saber en qué medida una cosa es realidad será necesario y suficiente averiguar en qué medida existe para la conciencia de los sujetos hablantes.
La lingüística diacrónica, por el contrario, debe distinguir dos perspectivas: la una prospectiva, que siga el curso del tiempo, la otra retrospectiva, que lo remonte: de ahí un desdoblamiento del método, de que nos ocupa remos en la Quinta Parte.
los términos que considera no pertenecen forzosamente a una misma len gua (compárese el indoeuropeo * esti, el griego ésti, el alemán ist, el fran cés est).
     Estas oposiciones no son las más sorprendentes ni las más profundas: la antinomia radical entre el hecho evolutivo y el hecho estático tiene por consecuencia que todas las nociones relativas tanto al uno como al otro sean irreducibles entre sí en la misma medida.
132) que las identidades diacrónicas y sincrónicas son dos cosas muy dife- rentes: históricamente la negación francesa pas es idéntica al sustantivo pas ‘paso’, mientras que, tomados en la lengua de hoy, estos dos elemen- tos son completamente distintos.
Las sonoras aspiradas del indoeuropeo se han hecho sordas aspi radas: «dhūmos —> thūmós ‘soplo de vida’, *bherō –> phérō ‘llevo’, etc.
La s inicial ante vocal se ha hecho h (espíritu áspero): * septm (latín septem) —> heptá.
Las oclusivas finales se han perdido: *gunaik —> gúnai, *ephe- ret —> éphere, *epheroni –> épheron.
      Una vez separadas estas dos categorías de leyes, se verá que 2 y 3 no son de la misma naturaleza que 1, 4, 5 y 6.
La ley sincrónica, simple expresión de un orden existente, consigna un estado de cosas, y es de la misma naturaleza de la que consignase que los árboles de un huerto están dispuestos en tresbolillo.
y sin embargo ese régimen acentual no resistió a los factores de la alteración, y cedió a una ley nueva, la del francés (ver pág.
no se habla de ley más que cuando un conjunto de hechos obedece a la misma regla, y, a pesar de ciertas apariencias contrarias, los sucesos diacrónicos siempre tienen carácter accidental y particular.
si el francés poutre ‘yegua’ tomó el significado de ‘viga’, eso se debió a causas particulares y no dependió de otros cambios que se pudieron producir por el mismo tiempo;
pero el fenómeno mismo es uno en su naturaleza profun- da y constituye un suceso histórico tan aislado en su orden como el cambio semántico sufrido por poutre;
sólo cobra la apariencia de una ley porque se realiza en un sistema: lo que crea la ilusión de que el hecho diacrónico obedece a las mismas condiciones que el sincrónico en la disposición rigu- rosa del sistema.
Se comprueba, en efecto, que en un momento dado, en una región dada, todas las pala- bras que presentan una misma particularidad fónica son afectadas por el mismo cambio;
la re- gla 4 (*septm —> heptá) se aplica a serpo —> hérpo, sūs —> hûs, y a todas las palabras que comenzaran con s.
las excepciones aparentes no atenúan la fatalidad de los cambios de esta naturaleza, ya que se explican sea por leyes fonéticas más especiales (ver el ejemplo de tríkhes : thriksí, pág.
Y sin embargo, cualquiera que sea el número de casos en que se verifique una ley fonética, todos los hechos que abarca no son más que manifestaciones de un solo hecho particular.
      La verdadera cuestión está en saber si los cambios fonéticos afectan a  las palabras o solamente a los sonidos, y la respuesta no es dudosa: en  néphos, méthu, ánkhō, etc., es un fonema determinado, una sonora aspi-  rada indoeuropea, la que se cambia en sorda aspirada, es la s inicial del
griego primitivo la que se cambia en h, etc., y cada uno de estos hechos es independiente y aislado de los otros sucesos del mismo orden, independien- te también de las palabras en que se produce1.
     En una palabra, y a esto queríamos venir a parar: ni unos ni otros están regidos por leyes en el sentido definido arriba, y si con todo se quiere hablar de leyes lingüísticas, ese término abarcará significaciones enteramente diferentes según que lo apliquemos a cosas de uno o de otro orden.
Y así, puesto que se producen y siempre se producirán cambios fonéticos, se puede considerar este fenómeno en general como uno de los aspectos constantes del lenguaje, y será con eso una de sus leyes.
Sea la palabra francesa chose [o la española cosa]: desde el punto de vista diacrónico se opone al latín causa, de donde deriva;
y hasta desde el punto de vista pancrónico šoz, tomado en una cadena como ün šoz admi- rabl∂ «une chose admirable», no es una unidad, es una masa informe, no delimitada por nada.
     Dos casos se pueden presentar:      a) La verdad sincrónica parece ser la negación de la verdad diacróni- ca, y, viendo las cosas superficialmente, se le ocurrirá a alguien que hay que elegir entre ambas;
Y del mismo modo, la gramática tradicional del francés moderno enseña que, en ciertos casos, el participio presente es variable y concuerda como un adjetivo (cfr.
Pero la gramática histórica nos demuestra que no se trata de una misma y única forma: la primera es la continuación del participio latino (curren- tem), que es variable, mientras que la otra procede del gerundio abla- tivo, que es invariable (currendō) 1.
      b) La verdad sincrónica concuerda de tal modo con la verdad diacró- nica que se las confunde, o bien se cree superfluo el desdoblarlas.
Otro ejemplo: la a breve latina en sílaba abierta no inicial se cambió en i: junto a ō se decía conficiō;
         Esta teoría, admitida generalmente, ha sido recientemente rebatida por Eugen Lerch (Das invariable Participium praesenti, Erlangen, 1913), pero, a nuestro parecer, sin éxito;
Pero piénsese en las parejas Gast-Gäste, gebe-gibt y se verá que estas oposiciones son, ellas mismas, resultados fortuitos de la evolución fonética, pero que no por eso dejan de constituir en el orden sincrónico fenómenos gramaticales esenciales.
Como estos dos órdenes de fenómenos se encuentran por todas partes estrechamente li- gados entre sí, condicionando el uno al otro, se acaba por creer que no vale la pena distinguirlos;
Así, para explicar el griego phuktós se podría pensar que basta con decir: en griego g o kh se cambian en k ante consonantes sordas, expre- sando el hecho por correspondencias sincrónicas tales como phugeîn: phuktós, lékhos : léktron, etc.
El tema primitivo *thrikh, seguido de la desinencia -si, dio thriksí, fenómeno muy antiguo, idéntico al que produjo léktron de la raíz lekh-.
      Una vez en posesión de este doble principio de clasificación, se puede añadir que todo cuanto es diacrónico en la lengua solamente lo es por el habla, en el habla es donde se halla el germen de todos los cambios: cada uno empieza por ser práctica exclusiva de cierto número de indivi- duos antes de entrar en el uso.
wir waren, mientras que el antiguo alemán, hasta el siglo xvi, conjugaba ich was, wir waren (todavía dice el inglés / was, we were).
Pero no todas las innovaciones del habla tienen el mismo éxito, y mientras sigan siendo individuales no hay por qué tenerlas en cuenta, ya que lo que nosotros estudiamos es la lengua;
esto en nada debilita la distinción establecida arriba, que hasta se halla confirmada, ya que en la historia de toda innovación comprobamos siempre dos momen- tos distintos: 1° aquél en que surge en los individuos;
Aun cuando las distinciones aquí establecidas fueran admitidas definitivamente, no sería imposible imponer a las investigaciones, en nombre de ese ideal, una orientación precisa.
      Así, en el estudio sincrónico del antiguo francés, el lingüista opera con hechos y con principios que nada tienen de común con los que le haría descubrir la historia de esta misma lengua desde el siglo xiii al xx;
en cambio, esos hechos y principios son comparables a los que revelaría la descripción de una lengua bantú actual, del griego ático en el año 400 antes de Cristo o, por último, del francés de hoy.
Y es que esas diversas exposiciones reposan en relaciones similares: si cada idioma forma un sistema cerrado, todos suponen ciertos principios constantes que se vuel- ven a encontrar al pasar de uno a otro, porque el lingüista permanece en el mismo orden.
Y no sucede de otro modo con el estudio histórico: recó- rrase un período determinado del francés (por ejemplo del siglo xiii al xx), o del javanés o de cualquier otra lengua: en todas partes se opera con hechos similares que bastaría relacionar para establecer las verdades generales del orden diacrónico.
Por otra parte, cada lengua forma prácticamente una unidad de estudio, y la fuerza de las cosas nos va obligando alternativamente a considerarla histórica y estáticamente.
Aunque en el estudio de una lengua la observación se aplique ora a un aspecto ora al otro, es absolutamente necesario situar cada hecho en su esfera y no confundir los métodos.
     La lingüística sincrónica se ocupará de las relaciones lógicas y psico- lógicas que unen términos coexistentes y que forman sistema, tal como aparecen a la conciencia colectiva.
     La lingüística diacrónica estudiará por el contrario las relaciones que unen términos sucesivos no percibidos por una misma conciencia colectiva, y que se reemplazan unos a otros sin formar sistema entre sí.
     El objeto de la lingüística sincrónica general es establecer los princi- pios fundamentales de todo sistema idiosincrónico, los factores constitu- tivos de todo estado de lengua.
así las propie- dades generales del signo pueden considerarse como parte integrante de esta última, aunque nos hayan servido para probar la necesidad de distin- guir las dos lingüísticas.
     Todo lo que se llama «gramática general» pertenece a la sincronia, pues solamente por los estados de lengua se establecen las diferentes re- laciones que incumben a la gramática.
En lo que sigue no vamos a encarar más que ciertos principios esenciales, sin los cuales no podríamos abordar los problemas más especiales de la estática ni explicar ios detalles de un estado de lengua.
     En la práctica, un estado de lengua no es un punto, sino una exten- sión de tiempo más o menos larga durante la cual la suma de modifica- ciones acaecidas es mínima.
Un estado absoluto se define por la ausencia de cambios, y como a pesar de todo la lengua se transfor- ma por poco que sea, estudiar un estado de lengua viene a ser práctica- mente desdeñar los cambios poco importantes, del mismo modo que los
     En la historia política se distingue la época, que es un punto del tiem- po, y el período, que abarca cierta duración.
Sin embargo, el historiador habla de la época de los Antoninos, de la época de las Cruzadas, cuando considera un conjunto de caracteres que han permanecido constantes du- rante ese tiempo.
Además, el término época, precisamente por estar tomado de la historia, hace pensar menos en la lengua misma que en las circunstancias que la rodean y la condicionan;
     Empecemos por recordar los principios que presiden toda la cuestión:      1 La entidad lingüística no existe más que gracias a la asociación del significante y del significado (ver pág.
lingüísticos a los signos visuales, que pueden coexistir en el espacio sin confundirse, y quizá nos imaginemos que se puede hacer del mismo modo la separación de los elementos significativos, sin necesidad de operación alguna de!
Pero cuando sabemos qué sentido y qué papel hay que atribuir a cada parte de la cadena, entonces vemos deslindarse esas partes unas de otras, y la cinta amorfa se corta en frag- mentos.
     En resumen, la lengua no se presenta como un conjunto de signos deslindados de antemano, como si en ellos bastara estudiar la significación y
La uni- dad no tiene carácter fónico especial, y la única definición que se puede dar de ella es la siguiente: una porción de sonoridad que, con exclusión de lo que precede y de lo que sigue en la cadena hablaba, es el significante de cierto concepto.
Tal método consiste en colocarse en el habla, mirada como documento de lengua, y en representarla con dos ca- denas paralelas, la de los conceptos (a) y la de las imágenes acústicas (b).
Una delimitación correcta exige que las divisiones establecidas en la cade- na acústica (a, ß, γ…) correspondan a las de la cadena de conceptos (a’,ß’,γ’…):
Las únicas divisiones posibles son: 1a, si-ž-la-prā («si je la prends»), y 2a si-ž-1-aprā («si je l’apprends»), y están determi- nadas por el sentido que se dé a esas palabras.
     Para verificar el resultado de esta operación y asegurarnos de que estamos de hecho ante una unidad, es preciso que, al comparar una serie de frases donde se encuentre la misma unidad, se la pueda en cada caso separar del resto del contexto, comprobando que el sentido autoriza la delimitación.
Sean los dos miembros de frase laforsdüvā («la force du vent») y abudf oc rs («à bout de force»): en uno y en otro el mismo concepto coincide con la misma porción fónica focrs;
Esta- remos tentados de creerlo así si partimos de la idea de que las unidades que hay que deslindar son las palabras: pues ¿qué es una frase sino una combinación de palabras, y qué cosa hay más fácil de percibir?
Así, para volver a un ejemplo anterior, se dirá que la cadena hablada sižlaprā se divide en cuatro unidades que nuestro análisis permite deslindar y que son otras tantas palabras: si-je-l’-apprends.
Sin embargo, en seguida des- confiamos al recordar que se ha disputado mucho sobre la naturaleza de la palabra, y reflexionando un poco, se ve que lo que se entiende por palabra es incompatible con nuestra noción de unidad concreta.
mwa ‘mes’ («le mois de décembre») y mwaz («un mois après»)1, tenemos también la misma palabra con dos aspectos distintos, pero no hay duda de que tenemos ahí una unidad concreta: el sentido es en verdad el mismo, pero las porciones de sonoridad son diferentes.
la relación, sin embargo evidente, que une cheval a chevaux, mwa a mwaz, etc., y decir que son palabras distintas, o bien, en vez de unidades concretas, contentarse con la abstracción que reúne las diversas formas de una misma palabra.
Pero estas unidades oponen a la delimitación las mismas dificultades que las palabras propiamente dichas, y resulta extre- madamente difícil desenredar en una cadena fónica el juego de las unida- des que contiene y decir sobre qué elementos concretos opera una lengua.
     Una teoría muy extendida pretende que las únicas unidades concre- tas son las oraciones: no hablamos más que por oraciones, y luego desglosamos las palabras.
A primera vista se inclina uno a equiparar la in- mensa diversidad de oraciones a la diversidad no menor de los individuos que componen una especie zoológica;
en las oraciones, al revés, lo que do- mina es la diversidad, y cuando queremos buscar qué es lo que las une a través de esa diversidad, nos encontramos, sin haberlo buscado, con la palabra y sus caracteres gramaticales, cayendo así en las mismas dificul- tades.
      La reflexión que acabamos de hacer nos coloca ante un problema tan- to más importante cuanto que en lingüística estática toda noción primor- dial depende directamente de la idea que nos hagamos de la unidad, y hasta se confunde con ella.
No se trata aquí de la identi- dad que une la negación nada con el participio latino natam (rem natam = ‘cosa nacida’), identidad del orden diacrónico —ya lo estudiaremos más adelante, (ver pág.
207 y sig.)—, sino de esa otra, no menos interesante, en virtud de la cual declaramos que dos frases como «no sé nada» y «no le digas nada de esto» contienen el mismo elemento.
Pero esta explica- ción es insuficiente, porque si la correspondencia de los trozos fónicos y de los conceptos prueba la identidad (ver más arriba «la force du vent» y «à bout de force»), lo recíproco no es verdadero: puede haber identidad sin esa correspondencia.
Cuando en una conferencia se oye repetir en varias ocasiones la palabra ¡señores!, se tiene el sentimiento de que se trata cada vez de la misma expresión, y sin embargo las variaciones del volumen del soplo y de la entonación la presentan, en los diversos pasajes, con dife- rencias fónicas muy apreciables, tan apreciables como las que sirven en otras ocasiones para distinguir palabras diferentes (cfr.
A nues- tros ojos es el mismo expreso y, sin embargo, probablemente la locomoto- ra, los vagones, el personal, todo es diferente.
El lazo entre los dos empleos de la misma palabra no se basa ni en la identidad material, ni en la exacta semejanza de sentidos, sino en elementos que habrá que investigar y que nos harán llegar a la naturaleza verdadera de las unidades lingüísticas.
¿Se  hace en nombre de un principio puramente lógico, extralingüístico, aplica-  do desde fuera a la gramática como los grados de longitud y de latitud al  globo terrestre?
¿Es que en la frase francesa «ces gants sont bon marché» (‘estos guantes son baratos’), bon marché es un adjetivo?
Lógicamente tiene ese sentido, pero gramaticalmente la cosa es más du- dosa, porque bon marché no se comporta como un adjetivo (es invariable, nunca se coloca delante del sustantivo, etc.);
ahora bien, justamente la distinción de las partes de la oración debe servir para clasificar las palabras de la lengua: ¿cómo se podrá atribuir a una de esas «partes» un grupo de palabras?
     Así la lingüística trabaja sin cesar con conceptos forjados por los gra- máticos, y sin saber si corresponden realmente a factores constitutivos del sistema de la lengua.
Por otro lado, fundar esas clasificaciones en otra cosa que las entidades con- cretas —decir, por ejemplo, que las partes del discurso son factores de la lengua sencillamente porque corresponden a categorías lógicas— es olvi- dar que no hay hechos lingüísticos independientes de una materia fónica dividida en elementos significativos.
Se- guramente no, porque con su materialidad pura, fuera de su casilla y de las demás condiciones del juego, no representa nada para el jugador, y no resulta elemento real y concreto más que una vez que esté revestido de su valor y haciendo cuerpo con él.
Ciertamente: no sólo otro caballo, hasta cual- quier figura sin semejanza alguna con él será declarada idéntica, con tal de que se le atribuya el mismo valor.
miológicos, como la lengua, donde los elementos se mantienen recíproca- mente en equilibrio según reglas determinadas, la noción de identidad se confunde con la de valor y recíprocamente.
Pero si no existe diferencia alguna fundamental entre estos diversos aspectos, resulta que el problema se puede plantear sucesivamente en varias formas.
Ya se intente determi- nar la unidad, la realidad, la entidad concreta o el valor, siempre plantea- remos y volveremos a plantear la misma cuestión central que domina toda la lingüística estática.
      Desde el punto de vista práctico, sería interesante comenzar por las unidades, por determinarlas y por hacerse idea de su diversidad clasifi- cándolas.
Habría que averiguar en qué se funda la división en palabras —pues la palabra, no obstante la dificultad de definirla, es una unidad que se impone al espíritu, algo central en el mecanismo de la lengua—;
Determinando así los ele- mentos que maneja, nuestra ciencia cumpliría su tarea completa, pues ha- bría reducido todos los fenómenos de su competencia a su principio pri- mordial.
No se puede decir que alguna vez se hayan colocado los lingüis- tas ante este problema central, ni que se haya comprendido su importan- cia y su dificultad;
     Para darse cuenta de que la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de valores puros, basta considerar los dos elementos que entran en juego en su funcionamiento: las ideas y los sonidos.
Filósofos y lingüistas han estado siempre de acuerdo en reconocer que, sin la ayuda de los signos, seríamos incapaces de distinguir dos ideas de manera clara y constante.
no es un molde a cuya forma el pensamiento deba acomodarse necesariamente, sino una materia plástica que se divide a su vez en partes distintas para suministrar los significantes que el pensamien- to necesita.
Podemos, pues, representar el hecho lingüístico en su conjun- to, es decir, la lengua, como una serie de subdivisiones contiguas marca- das a la vez sobre el plano indefinido de las ideas confusas (A) y sobre el no menos indeterminado de los sonidos (B).
     El papel característico de la lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fónico material para la expresión de las ideas, sino el de
No hay, pues, ni materialización de los pensa- mientos, ni espiritualización de los sonidos, sino que se trata de ese hecho en cierta manera misterioso: que el «pensamiento-sonido» implica divisio- nes y que la lengua elabora sus unidades al constituirse entre dos masas amorfas.
Imaginemos el aire en contacto con una capa de agua: si cambia la presión atmosférica, la superficie del agua se descompone en una serie de divisiones, esto es, de ondas;
      Se podrá llamar a la lengua el dominio de las articulaciones, tomando esta palabra en el sentido definido en la página 38, cada término lingüís- tico es un miembro, un articulus donde se fija una idea en un sonido y donde un sonido se hace el signo de una idea.
No solamente son confusos y amorfos los dos dominios enlazados por el hecho lingüístico, sino que la elección que se decide por tal porción acústica para tal idea es perfectamente arbitraria.
      Además, la idea de valor, así determinada, nos muestra cuan ilusorio  es considerar un término sencillamente como la unión de cierto sonido con  cierto concepto.
sería creer que se puede comenzar por los términos y construir el sis-  tema haciendo la suma, mientras que, por el contrario, hay que partir de  la totalidad solidaria para obtener por análisis los elementos que encierra.
     Para desarrollar esta tesis nos pondremos sucesivamente en el punto de vista del significado o concepto (§2), en el del significante (§3) y en el del signo total (§4).
las tomaremos, pues, como muestras equivalentes de los términos reales de un sistema sincrónico, y los principios obtenidos a propósito de las palabras serán válidos para las entidades en general.
      Cuando se habla del valor de una palabra, se piensa generalmente, y sobre todo, en la propiedad que tiene la palabra de representar una idea, y, en efecto, ése es uno de los aspectos del valor lingüístico.
      El valor, tomado en su aspecto conceptual, es sin duda un elemento de la significación, y es muy difícil saber cómo se distingue la significación a pesar de estar bajo su dependencia.
Sin embargo, es necesario poner en claro esta cuestión so pena de reducir la lengua a una simple nomencla- tura (ver pág.
      Pero véase el aspecto paradójico de la cuestión: de un lado, el con- cepto se nos aparece como la contraparte de la imagen auditiva en el inte- rior del signo, y, de otro, el signo mismo, es decir, la relación que une esos dos elementos es también, y de igual modo, la contraparte de los otros signos de la lengua.
Parece imposible equipa- rar las relaciones figuradas aquí por las flechas horizontales con las que están representadas en la figura anterior por las flechas verticales.
Dicho de otro modo —para insistir en la comparación de la hoja de papel que se desgarra (página 137)—, no vemos por qué la relación observada entre distintos trozos A, B, C, D, etc., no ha de ser distinta de la que existe en- tre el anverso y el reverso de un mismo trozo, A/A’, B/B’, etcétera.
Así, para determinar lo que vale una moneda de cinco francos hay que saber: 1° que se la puede trocar por una cantidad determinada de una cosa di- ferente, por ejemplo, de pan;
2° que se la puede comparar con un valor similar del mismo sistema, por ejemplo, una moneda de un franco, o con una moneda de otro sistema (un dólar, etc.).
El español carnero o el francés mouton pueden tener la misma significa- ción que el inglés sheep, pero no el mismo valor, y eso por varias razones, en particular porque al hablar de una porción de comida ya cocinada y ser- vida a la mesa, el inglés dice mutton y no sheep.
entre sheep y mouton o carnero consiste en que sheep tiene junto a sí un segundo término, lo cual no sucede con la palabra francesa ni con la es- pañola.
      Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se limitan recíprocamente: sinónimos como recelar, temer, tener miedo, no tienen valor propio más que por su oposición;
Así, el valor de un plu- ral español o francés no coincide del todo con el de un plural sánscrito, aunque la mayoría de las veces la significación sea idéntica: es que el sáns- crito posee tres números en lugar de dos (mis ojos, mis orejas, mis bra- zos, mis piernas, etc., estarían en dual);
sería inexacto atribuir el mismo valor al plural en sánscrito y en español o francés, porque el sánscrito no puede emplear el plural en todos los casos donde es regular en español o en francés;
      Si las palabras estuvieran encargadas de representar conceptos da- dos de antemano, cada uno de ellos tendría, de lengua a lengua, corres- pondencias exactas para el sentido;
El francés dice «louer (une maison)» y el español alquilar, indiferentemente por ‘tomar’ o ‘dar en alquiler», mientras el alemán emplea dos términos: mieten y vermieten;
El protogermánico no tiene forma propia para el  futuro: cuando se dice que lo expresa con el presente, se habla impropia-  mente, pues el valor de un presente no es idéntico en germánico y en las  lenguas que tienen un futuro junto al presente.
Cuando se dice que los valo- res corresponden a conceptos, se sobreentiende que son puramente dife- renciales, definidos no positivamente por su contenido, sino negativa- vamente por sus relaciones con los otros términos del sistema.
pero bien entendido que ese concepto nada tiene de inicial, que no es más que un valor determi- nado por sus relaciones con los otros valores similares, y que sin ellos la significación no existiría.
Cuando afirmo simplemente que una palabra significa tal cosa, cuando me atengo a la asociación de la imagen acústica con el concepto, hago una operación que puede en cierta medida ser exacta y
    Si la parte conceptual del valor está constituida únicamente por sus conexiones y diferencias con los otros términos de la lengua, otro tanto se puede decir de su parte material.
Puesto que no hay imagen vocal que responda mejor que otra a lo que se le encomienda expresar, es evidente, hasta a priori, que nunca podrá un fragmento de lengua estar fundado, en último análisis, en otra cosa que en su no-coincidencia con el resto.
precisamente porque los términos a y b son radicalmente incapaces de llegar como tales hasta las regiones de la conciencia —la cual no perci- be perpetuamente más que la diferencia a/b—, cada uno de los términos queda libre para modificarse según leyes ajenas a su función significativa.
sin embargo, el grupo de formas žena : žen funciona también como el de žena : žen que le ha precedido;
     Otro ejemplo que hace ver todavía mejor lo que hay de sistemático en este juego de las diferencias fónicas: en griego éphēn es un imperfecto y estén un aoristo, aunque ambos están formados de manera idéntica;
en su esencia, de ningún modo es fónico, es incorpóreo, constituido, no por su sustancia material, sino úni- camente por las diferencias que separan su imagen acústica de todas las demás.
palabras a base de un sistema de elementos sonoros, cada uno de los cua- les forma una unidad netamente deslindada y cuyo número está perfec- tamente determinado.
Así, en francés, el uso general de la r uvular (grasseyé) no impi- de a muchas personas el usar la r apicoalveolar (roulé);
Hasta puedo pronunciar la r francesa como la ch alemana de Bach, doch [= j española de reloj, boj], mientras que un alemán (que tiene tam- bién la r uvular) no podría emplear la ch como r, porque esa lengua reco- noce los dos elementos y debe distinguirlos.
Lo mismo, en ruso, no habría margen para una t junto a una t’ (t mojada, de contacto amplio), porque el resultado sería el confundir dos sonidos diferentes para la lengua (cfr.
go- vorit’ «hablar» y govorit «él habla»), pero en cambio habrá una libertad mayor del lado de la th (t aspirada), porque este sonido no está previsto en el sistema de los fonemas del ruso.
     3° los valores de la escritura no funcionan más que por su oposición recíproca en el seno de un sistema definido, compuesto de un número de- terminado de letras.
Siendo el signo gráfico arbitrario, poco importa su forma, o, mejor, sólo tiene im- portancia en los límites impuestos por el sistema.
      4° el medio de producción del signo es totalmente indiferente, por- que no interesa al sistema (eso se deduce también de la primera caracte- rística).
Ya se considere el significante, ya el signifi- cado, la lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sistema lingüístico, sino solamente diferencias conceptuales y diferencias fóni- cas resultantes de ese sistema.
La prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con sólo el hecho de que tal otro ter- mino vecino haya sufrido una modificación (ver pág.
      Pero decir que en la lengua todo es negativo sólo es verdad en cuanto al significante y al significado tomados aparte: en cuanto consideramos el signo en su totalidad, nos hallamos ante una cosa positiva en su orden.
pero este enfrentamiento de cierto nú- mero de signos acústicos con otros tantos cortes hechos en la masa del pensamiento engendra un sistema de valores;
hasta es la única especie de hechos que com- porta la lengua, puesto que lo propio de la institución lingüística es justa- mente el mantener el paralelismo entre esos dos órdenes de diferen- cias.
      Ciertos hechos diacrónicos son muy característicos a este respecto: son los innumerables casos en que la alteración del significante acarrea la alteración de la idea, y donde se ve que en principio la suma de las ideas distinguidas corresponde a la suma de los signos distintivos.
Cuando dos términos se confunden por alteración fonética (por ejemplo, décrépit = decrepitus y décrépi de crispus), las ideas tenderán a confundirse tam- bién por poco que se presten a ello.
chaise y chaire [dos variantes fonéticas de una misma palabra ‘si- lla’, del latin cathedra])?1 Infaliblemente, la diferencia resultante tenderá a
Inversamente, toda diferencia ideal percibida por el espíritu tiende a expresarse por significantes distintos, y dos ideas que el espíritu deja de distinguir tienden a confundirse en el mismo significante.
la expresión sería impropia, puesto que no se aplica bien más que a la comparación de dos imágenes acústicas, por ejemplo padre y madre, o a la de dos ideas, por ejemplo la idea ‘padre’ y la idea ‘madre’;
      Otra consecuencia, bien paradójica, de este mismo principio: lo que comúnmente se llama «un hecho de gramática» responde en último análi- sis a la definición de la unidad, porque expresa siempre una oposición de términos;
Cada uno de los términos enfrentados en el hecho gramatical (el singular sin metafonía y sin -e final, opuesto al plural con metafonía y con -e) está cons- tituido por todo un juego de oposiciones en el seno del sistema;
Dicho de otro modo, se puede expresar la relación Nacht : Nächte con una fór- mula algebraica a/6, donde a y b no son términos simples, sino que resulta cada uno de un conjunto de conexiones.
Pero sien- do la lengua como es, de cualquier lado que se la mire no se encontrará cosa más simple: en todas partes y siempre este mismo equilibrio complejo de términos que se condicionan recíprocamente.
Nunca nos per- cataremos bastante de esta verdad, porque todos los errores de nuestra terminología, todas las maneras incorrectas de designar las cosas de la lengua provienen de esa involuntaria suposición de que hay una substan- cia en el fenómeno lingüístico.
     De un lado, en el discurso, las palabras contraen entre sí, en virtud de su encadenamiento, relaciones fundadas en el carácter lineal de la len- gua, que excluye la posibilidad de pronunciar dos elementos a la vez (ver pág.
     Por otra parte, fuera del discurso, las palabras que ofrecen algo de común se asocian en la memoria, y así se forman grupos en el seno de los cuales reinan relaciones muy diversas.
Así la palabra francesa enseigne- ment, o la española enseñanza, hará surgir inconscientemente en el espí- ritu un montón de otras palabras (enseigner, renseigner, etc., o bien ar- mement, changement, etc., o bien éducation, apprentisage)2;
por otro lado, si la columna es de orden dórico, evoca la comparación mental con los otros órdenes (jónico, corintio, etc.), que son elementos no presentes en el espacio: la relación es asociativa.
     Nuestros ejemplos de la página 147 ya dan a entender que la noción de sintagma no sólo se aplica a las palabras, sino también a los grupos de palabras, a las unidades complejas de toda dimensión y especie (palabras compuestas, derivadas, miembros de oración, oraciones enteras).
hace falta también tener en cuenta la relación que enlaza la totalidad con sus partes (por ejemplo contra todos opuesto de un lado a contra y de otro a todos, o contramaestre opuesto a contra y a maestre).
son las frases hechas, en las que el uso veda cambiar nada, aun cuando sea posible dintinguir, por la reflexión, diferentes partes significa- tivas (cfr.
grado, lo mismo se puede decir de expresiones como prendre la mouche, forcer la main à quelqu’un, rompre une lance, o también avoir mal à (la tête, etc.), à force de (soins, etc.), que vous en semble?, pas n’est besoin de…, etc.
Se pueden también citar las palabras que, aun prestándose perfectamente al análisis, se caracterizan por alguna anomalía morfológica mantenida por la sola fuerza del uso (cfr.
En efecto, como nada hay de abstracto en la lengua, esos tipos sólo existen cuando la len- gua ha registrado un número suficientemente grande de sus especímenes.
147 y sig.), supone un tipo determinado, y este tipo a su vez sólo es posible por el recuerdo de un número suficiente de palabras similares que pertenecen a la lengua (imperdonable, intolerable, infati- gable, etc.).
combinaciones como la tierra gira, ¿qué te ha dicho?, responden a tipos generales que a su vez tienen su base en la lengua en forma de recuerdos concretos.
      Pero hay que reconocer que en el dominio del sintagma no hay límite señalado entre el hecho de lengua, testimonio del uso colectivo, y el hecho de habla, que depende de la libertad individual.
En muchos casos es difícil clasificar una combinación de unidades, porque un factor y otro han con- currido para producirlo y en una proporción imposible de determinar.
el espíritu capta también la naturaleza de las relaciones que los atan en cada caso y crea con ello tantas series asociativas como relaciones diversas haya.
la asocia- ción puede basarse también en la mera analogía de los significados (ense- ñanza, instrucción, aprendizaje, educación, etc.), o, al contrario, en la simple comunidad de las imágenes acústicas (por ejemplo, enseignement y
     Mientras que un sintagma evoca en seguida la idea de un orden de sucesión y de un número determinado de elementos, los términos de una familia asociativa no se presentan ni en número definido ni en un orden determinado.
Si asociamos dese-oso, calur-oso, temer-oso, etc., nos sería imposible decir de antemano cuál será el número de palabras sugeridas por la memoria ni en qué orden aparecerán.
         Este último caso es raro y puede pasar por anormal, pues el espíritu descarta naturalmente las asociaciones capaces de turbar la inteligencia del discurso;
pero su existencia está probada por una categoría inferior de juegos de palabras que reposa en las confusiones absurdas que pueden resultar de la homonimia pura y simple, como cuando se dice en francés: -Les musiciens produisent les sons et les grainetiers les vendent» [o cuando el niño`sor-prendido en viña ajena suplica para evitar el castigo: «No me pegue usted, que tengo la barriga llena degranos»].
En latín, en domi- nus, dominī, dominō, etc., tenemos ciertamente un grupo asociativo for- mado por un elemento común, el tema nominal domin-;
     El conjunto de diferencias fonéticas y conceptuales que constitu- yen la lengua resulta, pues, de dos especies de comparaciones: los con- tactos son ya asociativos, ya sintagmáticos;
     Lo primero que nos sorprende en esta organización son las solidari- dades sintagmáticas: casi todas las unidades de la lengua dependen, sea de lo que las rodea en la cadena hablada, sea de las partes sucesivas de que ellas mismas se componen.
Es un produc- to, una combinación de dos elementos solidarios, que sólo tiene valor por su acción recíproca en una unidad superior (dese x oso).
La totalidad vale por sus partes, las partes valen también en virtud de su lugar en la totalidad, y por eso la relación sintagmática de la parte y del todo es tan importante como la de las partes entre sí.
Este mecanismo, que consiste en un juego de términos sucesivos, se pare- ce al funcionamiento de una máquina cuyas piezas tienen acción recíproca, aunque estén dispuestas en una sola dimensión.
En efecto, la coor- dinación en el espacio contribuye a crear coordinaciones asociativas, y éstas a su vez son necesarias para el análisis de las partes del sintagma.
Pero simultáneamente, y sobre otro eje, existe en el subconsciente una o más series asociativas con algunas unidades que tienen un elemento co- mún con el sintagma, por ejemplo:
      Sólo en la medida en que las otras formas flotan alrededor de desha- cer y quadruplex, pueden estas dos palabras descomponerse en subuni- dades, o, dicho de otro modo, son sintagmas.
      Nuestra memoria tiene en reserva todos los tipos de sintagmas más o menos complejos, de cualquier especie o extensión que puedan ser, y en el momento de emplearlos hacemos intervenir los grupos asociativos para fijar nuestra elección.
Éste figura de un lado en la serie cállate, calle- mos, callaos, y sólo la oposición de cállense con estas formas determina la elección;
de otro lado, cállense evoca la serie vayanse, acerqúense, lá- vense, véanse, etc., de cuyo seno es elegido por el mismo procedimiento;
En el momento en que pronunciamos la oración «¿qué te ha dicho?», hacemos variar un elemento en un tipo sintagmático latente, por ejemplo, «¿qué le ha dicho (a usted)?», «¿qué nos ha dicho?», etc., y así es como se fija nuestra elección sobre el pronombre te.
Así en esta operación, que consiste en eliminar mentalmente todo lo que no con- duzca a la diferenciación requerida sobre el punto requerido, están en juego tanto los agrupamientos asociativos como los tipos sintagmáticos.
      Inversamente, este procedimiento de fijación y de elección rige las unidades más mínimas y hasta los elementos fonológicos, cuando es- tán revestidos de un valor.
casa frente a casas, etc., donde la diferencia descansa por azar en un simple fonema, sino en el hecho más característico y delicado de que un fonema desempeña por sí mismo un papel en el sistema de un estado de lengua.
Si, por ejemplo, en griego m, p, t, etc., no pueden nun- ca figurar en final de palabra, eso quiere decir que su presencia o ausencia en tal puesto cuenta en la estructura de la palabra y en la de la oración.
Ahora bien, en todos los casos de este género, el sonido aislado, corno todas las demás unidades, será elegido tras una oposición mental doble: así en el grupo imaginario anma, el sonido m está en oposición sintagmá- tica con los que lo rodean y en oposición asociativa con todos los que el espíritu pueda sugerir.
     El principio fundamental de lo arbitrario del signo no impide distin- guir en cada lengua lo que es radicalmente arbitrario, es decir inmotiva- do, de lo que no lo es más que relativamente.
en otros interviene un fenómeno que per- mite reconocer grados en lo arbitrario sin suprimirlo: el signo puede ser relativamente motivado.
     Así veinte es inmotivado, pero diecinueve no lo es en el mismo grado, porque evoca los términos de que se compone y otros que le están asocia- dos, por ejemplo diez, nueve, veintinueve, diez y ocho, diez mil, etc.;
Lo mismo sucede con peral, que evoca la palabra simple pera, y cuyo sufijo – al hace pensar en rosal, frutal, etc.;
y lo mismo las parejas francesas geôle y cachot, hache y couperet, concierge y portier, jadis y autrefois, souvent y fréquemment, aveugle y boiteux, sourd y bossu, se- cond y deuxième, alemán Laub y fr.
El plural inglés ships ‘barcos’ evoca por su formación toda la serie de flags, birds, books, etc., mientras que men ‘hombres’, sheep ‘carneros’ no la evocan.
En griego dōsō ‘daré’ expresa la idea de futuro por medio de un signo que despierta la asociación de lūsō, stēsō, túpsō, etc..
En efecto, si hay elementos formativos evidentes, como en el -ero de limonero, junto a melocotonero, duraznero, higuera, etc., otros hay cuya significación es turbia o del todo nula;
coutelas, fatras, platras, canevas, se tiene el vago sentimiento de que -as es un elemento formativo propio de los sus- tantivos, sin que se le pueda definir más exactamente.
No solamente son arbitrarios los elementos componentes (diez y nueve en diecinueve), sino que el valor del término total nunca es igual a la suma de los valores de las partes: limón x ero no es igual a limón + ero (ver página 152.)       En cuanto al fenómeno mismo, se explica por los principios enuncia- dos en el parágrafo anterior: la noción de lo relativamente motivado im- plica: 1″ el análisis del término dado, por consiguiente una relación sin- tagmática;
Diecinueve es solidario asociativamente de dieciocho, dieci- siete, diezmil, etc., y sintagmáticamente de sus elementos diez y nueve (ver pág.
      Todo lo que se refiere a la lengua en cuanto sistema exige, a nuestro  entender, ser abordado desde este punto de vista, que apenas cuidan los  lingüistas: la limitación de lo arbitrario.
En  efecto, todo sistema de la lengua descansa en el principio irracional de lo  arbitrario del signo que, aplicado sin restricción, llevaría a la complicación  suprema;
pero como no es más que una corrección parcial de un sistema naturalmente caótico, se adopta el punto de vista impuesto por la naturaleza misma de la lengua, y estudiamos ese mecanismo como una limitación de lo arbitrario.
     En cierto sentido —que no hay por qué extremar, pero que hace palpable una de las formas de esa oposición— se podría decir que las lenguas en que lo inmotivado llega a su máximo son más lexicológicas, y aquellas en que se reduce al mínimo son más gramaticales.
Son como dos polos entre los cuales se mueve todo el sistema, dos corrien- tes opuestas que se reparten el movimiento de la lengua: la tendencia a emplear el instrumento lexicológico, el signo inmotivado, y la preferencia dada al instrumento gramatical, es decir, a la regla de construcción.
Así el francés se caracteriza frente al latín, entre otras cosas, por un enorme acrecentamiento de lo arbitrario: mientras en latín inimīcus evo- ca in y amīcus y está motivado por ellos, ennemi no está motivado por nada;
      La lingüística estática o descripción de un estado de lengua se puede llamar gramática en el sentido muy preciso, y por lo demás usual, que hallamos en expresiones como «gramática del ajedrez, gramática de la Bolsa», etc., donde se trata de un objeto complejo y sistemático que pone en juego valores coexistentes.
quien dice gramatical dice sincrónico y significativo, y como ningún siste- ma está a caballo sobre varias épocas a la vez, no hay para nosotros una «gramática histórica»;
En efecto, se ha convenido en llamar gramática a la morfo- logía y la sintaxis reunidas, con exclusión de la lexicología o ciencia de las palabras.
      La morfología trata de las diversas categorías de palabras (verbos, nombres, adjetivos, pronombres, etc.) y de las diferentes formas de la flexión (conjugación, declinación).
Para separar este estudio de la sinta- xis, se alega que la sintaxis tiene por objeto las funciones propias de las unidades lingüísticas, mientras que la morfología no se ocupa más que de su forma;
la morfología se contenta, por ejemplo, con decir que el genitivo del griego phúlax ‘guardia’, es phúlakos, y la sintaxis indica el empleo de esas dos formas.
la serie de formas del sustantivo phú- lax sólo se convierte en paradigma de flexión por la comparación de las funciones asociadas a las diferentes formas;
A pri- mera vista, las palabras, tal como el diccionario las registra, no parecen dar ocasión de estudio gramatical, que se limita generalmente a las rela- ciones existentes entre las unidades.
en ruso la distinción del perfectivo y del imperfec- tivo se hace gramaticalmente en sprosít : sprásǐvat’ ‘pedir’, y léxicamente en skazát’ : govorít’ ‘decir’.
Si se comparan el griego peíthō : peíthomai con el es- pañol persuado : obedezco, se ve que la oposición se expresa gramatical- mente en griego y léxicamente en español.
Multitud de relaciones expre- sadas en unas lenguas por casos o por preposiciones, en otras se expresan por compuestos, ya más próximos a las palabras propiamente dichas (esp.
De otro lado, las pala-  bras que no son unidades simples e irreducibles no se distinguen esencial-  mente de los miembros de frase, de los hechos sintácticos;
      En resumen, las divisiones tradicionales de la gramática pueden te-  ner su utilidad práctica, pero no corresponden a distinciones naturales y  no están unidas por ningún lazo lógico.
relaciones asociativas sugiere un modo de clasificación que se impone por sí mismo, el único que se puede poner como base del sistema grama- tical.
Empezando porque ciertas partes de la gramática tradicional parecen agruparse sin esfuerzo en uno o en otro de esos órdenes: la flexión es evidentemente una forma típica de la asociación de las formas en el espíritu de los sujetos hablantes;
de otro lado, la sintaxis, es decir, según la definición más co- rriente, la teoría de los agrupamientos de palabras, entra en la sintagmá- tica, puesto que esos agrupamientos suponen siempre por lo menos dos unidades distribuidas en el espacio.
grand ofrece en el sintagma una dua- lidad de formas (grā garsō ‘grand garçon’ y grāt āfā ‘grand enfant’), y asociativamente otra dualidad (masc., grā ‘grand’, fem.

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