Extinción de Especies: El Impacto Humano en la Biodiversidad

El Impacto Humano en la Extinción de Especies

Allí, algún marinero olvidado, o algún animal doméstico de un marinero, estaba acosando y matando al último de los dodós, la famosa ave no voladora cuyo carácter bobalicón, pero confiado, y cuya carencia de unas patas briosas la convertía en un objetivo bastante irresistible para jóvenes marineros aburridos de permiso en la costa. De hecho, los dodós eran tan espectacularmente cortos de miras, según se cuenta, que si querías cazar a todos los dodós de una zona no tenías más que coger uno y hacerle graznar y todos los demás acudían a ver lo que pasaba.

Fue una decisión sorprendente, ya que era por entonces el único dodó que existía, disecado o no.

Así que lo que se sabe del dodó es lo siguiente: vivió en la isla Mauricio, era gordo, pero nada sabroso y era el miembro conocido de la familia de las palomas de mayor tamaño, aunque no se sabe exactamente con qué margen, ya que nunca se registró con precisión su peso. No poseemos ni un solo huevo de dodó.

Nuestro conocimiento de los dodós animados duró, de principio a fin, sólo setenta años. «En Australia y en América —dice Tim Flannery—, los animales probablemente no sabían lo suficiente para escapar»

Algunas de las criaturas desaparecidas eran de una espectacularidad singular y habrían resultado un tanto problemáticas si aún siguiesen andando por ahí. Hoy sólo sobreviven cuatro tipos de animales terrestres realmente grandes (una tonelada o más): elefantes, rinocerontes, hipopótamos y jirafas.

La cuestión que se plantea es si las desapariciones de la Edad de Piedra y las de tiempos más recientes son en realidad parte de un solo acontecimiento de extinción; si los humanos son, en suma, intrínsecamente una mala noticia para las otras cosas vivas.

La Investigación de Flannery y Schouten

Flannery reclutó a su amigo Peter Schouten, pintor y compatriota suyo, y se embarcaron los dos en una investigación un tanto obsesiva de todas las colecciones importantes del mundo para determinar lo que se había perdido, lo que quedaba y aquello de lo que nunca se había tenido noticia. Schouten pintó a tamaño natural todos los animales que pudieron recrear razonablemente y Flannery redactó el texto.

Afortunadamente figuraba en la expedición un naturalista, Georg Steller, que se quedó fascinado con el animal.

—Tomó copiosísimas notas —dijo Flannery—. Midió incluso el diámetro de los bigotes. No siempre hemos tenido tanta suerte.

Flannery y Schouten descubrieron que muchas de esas extinciones no habían sido por crueldad o por capricho sino sólo por una especie de necedad mayestática.

Por lo menos tenemos eso. Consideremos el caso del encantador periquito de Carolina. Pero el periquito de Carolina era considerado también una plaga por los campesinos y resultaba fácil de cazar porque volaba en bandadas muy densas y tenía la peculiar costumbre de remontar el vuelo al oír un tiro (cosa esperada), pero volver casi inmediatamente a ver lo que les había pasado a los camaradas caídos.

En la segunda década del siglo XX, los periquitos habían sido objeto de una caza tan implacable que sólo quedaban vivos unos cuantos ejemplares en cautividad. El zoológico lo perdió.

El Fervor Coleccionista de Rothschild

Su pasión era la historia natural y se convirtió en un fervoroso acumulador de objetos. Envió hordas de hombres adiestrados (hasta cuatrocientos en una ocasión) a todos los rincones del globo para que escalaran montañas y se abrieran camino a través de las selvas en busca de nuevos especímenes, sobre todo seres que volaban.

Curiosamente, los esfuerzos coleccionistas de Rothschild no fueron ni los más extensos ni los que contaron con una financiación más generosa en el siglo XIX.

Rothschild no era ni mucho menos el único que tenía esa ansia de capturar aves casi a cualquier precio. Hubo otros aún más implacables. En 1890, el estado de Nueva York pagó más de un centenar de recompensas por pumas, aunque estaba claro que aquellas acosadísimas criaturas estaban al borde del exterminio.

Virginia Occidental concedía una beca anual a quien presentase el mayor número de alimañas muertas… Ambos los mataron.

El impulso del exterminio no era ni mucho menos algo exclusivamente estadounidense. Somos, al parecer, lo mejor que hay.

La Incertidumbre de la Extinción

Como somos tan notoriamente descuidados en lo de cuidar de los seres, cuando están vivos y cuando no lo están, no tenemos idea (realmente ninguna en absoluto) de cuántas especies han muerto definitivamente, o pueden hacerlo pronto, o nunca, y qué papel hemos desempeñado en cualquier parte del proceso. Un informe de Naciones Unidas de 1995 situó, por otra parte, el número total de extinciones conocidas de los últimos cuatrocientos años en algo menos de 500 en el caso de los animales y algo más de 650 para los vegetales…, admitiendo al mismo tiempo que eran «casi con seguridad unas cifras inferiores a las reales» sobre todo en el caso de las especies tropicales.

El hecho es que no sabemos. No sabemos lo que estamos haciendo en este momento o cómo afectarán al futuro nuestras acciones actuales. Como humanos somos doblemente afortunados, claro.

Hemos llegado a esta posición eminente en un periodo de tiempo de una brevedad asombrosa. Los humanos conductualmente modernos llevamos por aquí sólo un 0,0001% más o menos de la historia de la Tierra…, casi nada, en realidad, pero incluso existir durante ese breve espacio de tiempo ha exigido una cadena casi interminable.

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