Reseña de ‘Deseo de ser punk’: La madurez inusual de una adolescente

Reseña de *Deseo de ser punk*: La madurez inusual de una adolescente

La adolescencia suele ser sinónimo de rebeldía. Así lo han plasmado numerosos escritores en sus obras. Ejemplos de ello son Robert Musil y *Las tribulaciones del estudiante Törless*, Alan Sillitoe y *La soledad del corredor de fondo*, o J.D. Salinger y *El guardián entre el centeno*. Otro posible sinónimo para la adolescencia sería inmadurez, pues la impulsividad y la falta de reflexión antes de actuar son características comunes en esta etapa. Sin embargo, Martina, la protagonista de *Deseo de ser punk*, séptima novela de Belén Gopegui, rompe con estos estereotipos.

Una protagonista atípica

A sus dieciséis años, Martina ha suspendido varios exámenes por una razón que sus padres no logran comprender, ya que no es una mala estudiante. Además, enfrenta una tragedia: la muerte del padre de su mejor amiga, un suceso que siente como propio. Aquel hombre, que trabajaba como asistente social en una fundación, se dedicaba a ayudar a los más desfavorecidos, aunque también tenía sus propios problemas, que apenas se mencionan en la novela. La relación entre Martina y este hombre se describe al inicio de la obra. En un momento, ella recuerda cómo la consoló una vez: “Hay una parte donde nunca nos abrazan. Aunque nos quieran muchísimo. Esa parte está ahí, esa pena. Y nadie llega a tocarla nunca”.

La historia está narrada en forma de carta a Diego, un amigo con el que mantiene una relación que, sin ser noviazgo, se le asemeja. Gopegui demuestra su oficio como escritora, y *Deseo de ser punk* fluye con la rapidez de un tema de los Ramones, con la misma velocidad, pero con un *feeling* distinto. A diferencia de una gran parte de los adolescentes, Martina no admira la vocación autodestructiva de ídolos como Iggy Pop; ella elige a un salvador. El lector se encontrará con una adolescente que, en vez de dar un portazo a sus padres, accede a dialogar con ellos, aunque siente que existe una distancia generacional. Los critica con un tono conciliador que revela una madurez inusual.

La música como elemento clave

Como su título indica, la música juega un papel importante en la novela. “Entrar en una canción tiene que ser como la electricidad. En vez de un sitio, algo que te atraviesa y, mientras lo hace, la atracción hacia unas cosas y la repulsión hacia otras se vuelve muy potente. Tanto que tienes la impresión de estar siendo abducida y ahí estás tú, fuera de órbita, en un sistema planetario nuevo donde importa lo que vibras, deseas, blasfemas y sueñas mientras vives esa maldita canción”. Esto es precisamente lo que se espera de una novela sobre una chica de dieciséis años que sufre una pérdida y busca su camino. La adolescencia es puro voltaje. Lástima que las palabras de Gopegui no electrocuten; la historia no impacta con la intensidad deseada, y quizás parte de la culpa sea de la banda sonora elegida. Nadie reclama las patadas, los escupitajos ni los vómitos de los Sex Pistols. ¿Pero es creíble que los dependientes de una tienda de vinilos discutan si AC/DC o Guns N’ Roses tiene el mejor disco de la historia? En una película de Tarantino, este tipo de diálogo cobraría un significado distinto y divertido, como la charla sobre Madonna al inicio de *Reservoir Dogs*.

Reflexiones sobre la sociedad actual

¿Cuál es la intención de Gopegui? ¿Mostrar que las chicas buenas también existen? ¿Que no todos los adolescentes son unos descerebrados? Martina, en cierto modo, da miedo. “Bueno, todo eso venía a cuento de que a mis padres les gusta que lea el periódico. Les debe de parecer muy maduro o algo así. Y el periódico es todavía peor que los elfos. Lo escriben muchas personas, pero es como si lo escribiera una sola, un solo tío pesado, barbudito, barrigudo, bien vestido, del que no me fío nada. En internet es diferente. Cuando lo leo en la pantalla imagino a un montón de becarios casi de mi edad. Al final son ellos los que escriben, y lo notas. A veces hay faltas, confusiones, casi siempre cortan y pegan de otros sitios”. ¿Cómo puede saber tanto esta joven? Opina sobre cualquier tema, incluso sobre las descargas ilegales en internet, de forma conciliadora: “Bueno, por un lado está bien que podamos descargar la música, copiarla y regalarla sin gastarnos muchísimo dinero. Los cedés de las tiendas con sus cajas de plástico me parecen muy caros y absurdos, para nada valen tantos euros como te cobran. Creo que los vinilos son diferentes. Porque son analógicos y la vida es analógica”. A continuación, plantea una reflexión que, aunque prometedora, acaba en un galimatías.

Martina se convierte en ese compañero de clase odiado por su sabiduría, el que siempre levanta la mano para responder al profesor. Cuando discute con sus padres porque considera que nada le impide salir a la calle, se crea la expectativa de una gran aventura nocturna. Es el momento en el que llega a la tienda de vinilos y los dependientes la llevan a un bar después de cerrar. Ella rechaza una cerveza y los deja. Martina se sabotea a sí misma.

Una historia que se diluye

En la segunda parte de la novela, Martina descubre que su padre se ha quedado en paro y está deprimido. Sin embargo, este hecho se menciona brevemente y luego se diluye. Más importante parece ser la muerte de un joven a manos de un policía durante una huelga. “Hay gente que dice que la rabia ha llegado a encauzarse de esa manera porque el chico era griego; que a veces la policía mata a emigrantes y entonces no se organizan grandes manifestaciones”. Más adelante, Martina y Vera conocen a Jimena, una chica a la que ayudó el padre de la segunda. Para entonces, la música ha mejorado, ahora suena “All the Young Dudes” y algo de Crosby, Stills, Nash and Young. Pero no es suficiente. La fiesta ya ha terminado a pesar de que faltan unas cuarenta páginas. La lista de invitados es bizarra: “Ya sabes, hay gente que se sube a una grúa o a un decimoctavo piso y amenaza con tirarse desde ahí para que le hagan caso. Otros entran en un banco con una escopeta y toman rehenes. Pero yo no quería que me hicieran caso. ¿Quién podía hacérmelo: el Defensor del Pueblo, Obama, Neil Young con sus sesenta y cuatro años?”.

Los seguidores de Gopegui disfrutarán de *Deseo de ser punk*, otro manual de corrección política. Y en la literatura actual, todo tiene cabida. Son tiempos de democracia.

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