El gran fracaso del Romanticismo fue apostar todo por el teatro y dejar de lado la novela. Chateaubriand nunca llama novela a su obra, sino que habla de su “René”, en la que se refleja muy bien el espíritu romántico. En ella, se insiste en la soledad y el secretismo del ‘yo’ romántico, aunque en realidad se trata de un asunto amoroso silenciado por ser incestuoso. La novela tuvo que esperar unos años para vivir el nacimiento de un nuevo tipo de sociedad. La novela de Balzac o de Zola no tiene nada que ver con lo anterior, ya que no hay héroes; el único héroe será el dinero.
Los individuos y las sociedades funcionan como máquinas. La sociedad moderna, la capitalista, que está naciendo, funciona como una máquina de vapor que necesita combustible y liberar energía para no estallar. Los individuos en las novelas de Zola tienen un protagonismo contrarrestado por el peso de la masa. Zola los describe con rasgos animales y las masas tienen un movimiento extraordinario. Los instrumentos cobran más protagonismo, dejando al individuo en un segundo plano. Los protagonistas de Zola son víctimas propiciatorias, chivos expiatorios sobre los que recae la culpa de la colectividad.
En las obras de Balzac, el protagonista principal es el dinero, el dios escondido. La persecución de objetivos económicos era la única pasión de estos individuos, en la etapa del ‘homo economicus’ y la moral del dinero. También surge la idea del contrato entre individuos. En una sociedad de transacciones, las relaciones humanas se basan en contratos que liberan de toda obligación. El nuevo héroe de la sociedad es el que tiene dinero, y se considera virtud devolver el dinero prestado. El dinero en Balzac y Zola está escondido, nunca se materializa, y los individuos se esfuerzan por satisfacer a ese dios invisible.
En el siglo XIX, se impone el sentimiento de no pertenecer al mundo. En Baudelaire, este sentimiento se radicaliza y se llama ‘spleen’. El aburrimiento es el pecado, el mal absoluto. El hombre busca paraísos artificiales para alejarse del aburrimiento. Mediante la crueldad, el individuo siente que existe. Hay una disolución del sujeto, del yo lírico que se desvanece en la multitud, reflejado en “Le peintre de la vie moderne”.
En Rimbaud, la cuestión es la desaparición del sujeto. La poesía deja de ser una efusión lírica en la que el protagonista es el sujeto. La modernidad que inaugura este autor es la del yo exiliado de sí mismo, un yo que se descubre radicalmente diferente, desposeído y no amo de sí mismo.
En todo artista conviven dos hombres: el que mira y el que vive. Para escribir hay que alejarse de la vida. En Balzac, los objetos denotan a alguien, son su prolongación. En Flaubert, la descripción no es un fin en sí mismo, sino un procedimiento para deshacer la realidad. Los objetos cobran vida, se humanizan, mientras que los individuos se cosifican. Flaubert se centra en lo banal, lo insignificante. En este mundo de objetos, el sujeto aparece como un objeto más.
En los siglos XVII y XVIII, la belleza, la bondad y la verdad correspondían a un orden. El siglo XIX afirma que el mundo no es coherente, que la coherencia la da la subjetividad del individuo. Esto coincide con el desarrollo del genio, que había aparecido en el siglo XVIII con Diderot, y que es importante para entender la ruptura del arte del siglo XIX con el siglo XVIII, donde se crea el mito del escritor como genio. La idea de genio significa que el individuo está sometido a un destino, a sus propias leyes.
Toda la generación romántica aspira a una renovación de los géneros literarios, en especial el teatro. El drama mezcla lo sublime con lo grotesco. Fracasan en esa renovación, y el único autor con una obra teatral interesante es Musset.
En Alemania se publica una obra llamada Estética por Baugmarten, considerada un producto digno de análisis en el estudio de la belleza. Hay una belleza objetiva, independiente del sujeto, y otra subjetiva, que depende de la educación. Los románticos rompen con esto, orientándose hacia lo monstruoso y lo feo, como en Notre-Dame de París de Victor Hugo.
El gran fracaso del Romanticismo fue apostar todo por el teatro y dejar de lado la novela. Chateaubriand nunca llama novela a su obra, sino que habla de su “René”, en la que se refleja muy bien el espíritu romántico. En ella, se insiste en la soledad y el secretismo del ‘yo’ romántico, aunque en realidad se trata de un asunto amoroso silenciado por ser incestuoso. La novela tuvo que esperar unos años para vivir el nacimiento de un nuevo tipo de sociedad. La novela de Balzac o de Zola no tiene nada que ver con lo anterior, ya que no hay héroes; el único héroe será el dinero.
Los individuos y las sociedades funcionan como máquinas. La sociedad moderna, la capitalista, que está naciendo, funciona como una máquina de vapor que necesita combustible y liberar energía para no estallar. Los individuos en las novelas de Zola tienen un protagonismo contrarrestado por el peso de la masa. Zola los describe con rasgos animales y las masas tienen un movimiento extraordinario. Los instrumentos cobran más protagonismo, dejando al individuo en un segundo plano. Los protagonistas de Zola son víctimas propiciatorias, chivos expiatorios sobre los que recae la culpa de la colectividad.
En las obras de Balzac, el protagonista principal es el dinero, el dios escondido. La persecución de objetivos económicos era la única pasión de estos individuos, en la etapa del ‘homo economicus’ y la moral del dinero. También surge la idea del contrato entre individuos. En una sociedad de transacciones, las relaciones humanas se basan en contratos que liberan de toda obligación. El nuevo héroe de la sociedad es el que tiene dinero, y se considera virtud devolver el dinero prestado. El dinero en Balzac y Zola está escondido, nunca se materializa, y los individuos se esfuerzan por satisfacer a ese dios invisible.
En las obras de Balzac, el protagonista principal es el dinero, el dios escondido. La persecución de objetivos económicos era la única pasión de estos individuos, en la etapa del ‘homo economicus’ y la moral del dinero. También surge la idea del contrato entre individuos. En una sociedad de transacciones, las relaciones humanas se basan en contratos que liberan de toda obligación. El nuevo héroe de la sociedad es el que tiene dinero, y se considera virtud devolver el dinero prestado. El dinero en Balzac y Zola está escondido, nunca se materializa, y los individuos se esfuerzan por satisfacer a ese dios invisible.
En el siglo XIX, se impone el sentimiento de no pertenecer al mundo. En Baudelaire, este sentimiento se radicaliza y se llama ‘spleen’. El aburrimiento es el pecado, el mal absoluto. El hombre busca paraísos artificiales para alejarse del aburrimiento. Mediante la crueldad, el individuo siente que existe. Hay una disolución del sujeto, del yo lírico que se desvanece en la multitud, reflejado en “Le peintre de la vie moderne”.
En Rimbaud, la cuestión es la desaparición del sujeto. La poesía deja de ser una efusión lírica en la que el protagonista es el sujeto. La modernidad que inaugura este autor es la del yo exiliado de sí mismo, un yo que se descubre radicalmente diferente, desposeído y no amo de sí mismo.
En todo artista conviven dos hombres: el que mira y el que vive. Para escribir hay que alejarse de la vida. En Balzac, los objetos denotan a alguien, son su prolongación. En Flaubert, la descripción no es un fin en sí mismo, sino un procedimiento para deshacer la realidad. Los objetos cobran vida, se humanizan, mientras que los individuos se cosifican. Flaubert se centra en lo banal, lo insignificante. En este mundo de objetos, el sujeto aparece como un objeto más.
El Clasicismo Francés del Siglo XVII
En el siglo XVII surge en Francia el clasicismo. Se distinguen autores como Pascal, Mme Lafayette, Corneille, Racine, La Fontaine, Fenelon y Molière. Se dan además tres conceptos diferentes:
El Divertimento
Se asocia principalmente a la filosofía de Pascal. Para él significa apartarse de sí mismo a través de tareas. El final de este divertimento es encontrar algo en lo que poder reposar. Pero el divertimento siempre decepciona, de ahí que haya que ir de un divertimento a otro. En su obra “Pensées” nos muestra que la condición del hombre es el absurdo. Otra obra importante del siglo XVII fue “La Princesse de Clèves” de Mme de Lafayette que habla de la búsqueda de los nuevos placeres de la corte. Muestra una visión aristocrática del yo en que el amor es un reflejo de la consideración a sí mismo.
Lo Extraordinario
Es un término indispensable para Corneille, pues la tragedia se basa en lo extraordinario. El fin de la tragedia es la admiración. En su obra “Le Cid” el héroe es sumamente frágil y sustituible; es aquel que es capaz de vencer el miedo a la muerte, el que instaura su dominio sobre el otro. Racine, en cambio, se opuso a esta opinión que representará a la moral. En su obra “Phèdre” se cuenta el mal de Fedra que viene dado por la degeneración del individuo y por el mal de amor.
La Simplicidad
Es buscar la sonrisa a través de un arte exquisito que solo se consigue a fuerza de trabajo. Dentro de este término destacan tres autores:
- La Fontaine en sus “Fables” critica a Luis XIV a través de ellas. Dice que hay que divertir a los grandes con fábulas, que en el fondo son instrumentos de destrucción que los satiriza.
- Fénelon escribirá “Les Aventures de Télémaque” que se traducirán inmediatamente a todas las lenguas y se utilizarán para el aprendizaje del francés. Tan importante es que la palabra “mentor” que se utiliza hoy en día proviene de Mentor. En éstas se enfrenta a Luis XIV y critica abiertamente el sacrificio cristiano, ya que el verdadero amor no busca nada a cambio. Fenelon dice que con las obras estamos cultivando nuestro ego con la finalidad de que Dios nos devuelva aquello que nos hemos ganado.
- Molière con “Les Fourberies de Scapin”. La moral de este autor es la de la templanza. El Don Juan de Molière es un libertino y agnóstico que presenta una característica pascaliana y su mundo es un mundo terrible sin lazos afectivos. Para Molière hay que estudiarse a uno mismo para ver cuál de nuestras habilidades nos favorecen socialmente.
- La Fontaine en sus “Fables” critica a Luis XIV a través de ellas. Dice que hay que divertir a los grandes con fábulas, que en el fondo son instrumentos de destrucción que los satiriza.
- Fénelon escribirá “Les Aventures de Télémaque” que se traducirán inmediatamente a todas las lenguas y se utilizarán para el aprendizaje del francés. Tan importante es que la palabra “mentor” que se utiliza hoy en día proviene de Mentor. En éstas se enfrenta a Luis XIV y critica abiertamente el sacrificio cristiano, ya que el verdadero amor no busca nada a cambio. Fenelon dice que con las obras estamos cultivando nuestro ego con la finalidad de que Dios nos devuelva aquello que nos hemos ganado.
- Molière con “Les Fourberies de Scapin”. La moral de este autor es la de la templanza. El Don Juan de Molière es un libertino y agnóstico que presenta una característica pascaliana y su mundo es un mundo terrible sin lazos afectivos. Para Molière hay que estudiarse a uno mismo para ver cuál de nuestras habilidades nos favorecen socialmente.