Inexorablemente por la Guerra Civil.
Etapa de innovaciones: Quizá la novedad técnica más llamativa es lo que se han denominado “efectos de inmersión”, corporeización escénica de sueños o visión de la escena por parte del espectador a través de los personajes, en obras como El sueño de la razón; Llegada de los dioses; La fundación (1974), en la que nos encontramos en un lujoso lugar que resulta ser la celda de una prisión con cinco condenados a muerte; o La denotación (1977), drama histórico centrado en la figura de Larra.
Sus obras últimas son: Jueces en la noche (1979); Lázaro en el laberinto (1986); Música cercana (1989); y Las trampas del azar (1994).
AÑOS 60 Y 70 – RENOVACIÓN FORMAL
Dentro del teatro comercial, siguen triunfando las comedias de Mihura, Jaime Salom, Jaime de Armiñán y Ana Diosdado. Entre los nuevos sobresale Antonio Gala: En 1963 estrena su primera comedia, Los verdes campos del Edén. Durante los años setenta goza del favor del público con obras como Anillos para una dama; Las cítaras colgadas de los árboles; Por qué corres, Ulises. Posteriormente estrena obras como El hotelito, Séneca o El beneficio de la duda.
La experimentación: Como ocurre con la narrativa y la poesía, los nuevos autores consideran acabado el realismo social y buscan nuevas propuestas que se caracterizan por su oposición estética a los “realistas”, aunque en bastantes ocasiones las obras tampoco están exentas de crítica social. Muchas de estas obras no encontraron facilidades para ser representadas, ya sea por problemas con la censura o porque sus audacias formales no encontraron fácil eco en el público. Se habla de “teatro soterrado”, “teatro del silencio”, “teatro ‘underground’”, “teatro vanguardista”.
Quizá lo más peculiar es el teatro de Fernando Arrabal, que se caracteriza por la imaginación, elementos surrealistas, lenguaje infantil y ruptura con la lógica. Estas son las características del primer conjunto de las obras de Arrabal, como por ejemplo, El triciclo de 1953. Exiliado en Francia desde 1955, sus obras (generalmente, estrenadas en Francia y publicadas en francés antes que en castellano) se encuadrarían dentro del llamado “teatro pánico” (del griego ‘pan’, todo). En el panorama del teatro bajo los últimos años del franquismo no puede faltar la mención del fenómeno del “teatro independiente”. Bajo este rótulo se engloban grupos como “Los Goliardos”, “Tábano”, “Teatro libre” de Madrid; “Els joglars”, “Els Comediants” y “Fura dels Baus” en Barcelona; “Aquelarre”, en Bilbao, etc.
DESDE 1975
Finalizada la dictadura y eliminada la censura, parecía abrirse una etapa prometedora para el teatro. Pero, por el contrario, ha sido en estos años cuando la crisis del teatro español se ha hecho más evidente.
Un importante fenómeno del teatro español posterior a 1975 ha sido la creación de instituciones teatrales que dependen de instancias oficiales, tanto del estado como de las comunidades autónomas o municipios. Así, en 1978 se creó el Centro Dramático Nacional y posteriormente el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas y la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Francisco Nieva (dos veces Premio Nacional de Teatro, Premio Príncipe de Asturias de las Letras, académico de la Lengua…) es probablemente el más importante de los dramaturgos experimentales de la segunda mitad del siglo. Aunque escribe obras de teatro desde los años cincuenta, no las ve representadas de forma regular hasta después de la muerte de Franco. Ligado al grupo literario de los ‘postistas’ de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, su teatro va a caminar por la senda de lo surrealista, lo onírico, lo fantástico y lo imaginativo. El propio dramaturgo ha subdividido su obra en “teatro de crónica y estampa”, “teatro de farsa y calamidad” y “teatro furioso”. Al primer grupo pertenecen obras de estética más realista. En las obras del segundo grupo se da más importancia a lo irracional e imaginativo. Finalmente, el “teatro furioso” extremará los rasgos de libertad imaginativa y ruptura de todo corsé teatral preestablecido. Se trata de que se produzca de forma plena la liberación del subconsciente. Al “teatro furioso” pertenecerían obras como Pelo de tormenta (1972); Nosferatu (1975); Te quiero zorra (1987); El baile de los ardientes (1990).
Otros autores de esta época son Sanchís Sinisterra (¡Ay, Carmela!, de 1986), José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro, de 1985); Fernando Fernán Gómez (Las bicicletas son para el verano, de 1978); Paloma Pedrero (Besos de lobo, de 1991) o Ignacio Amestoy, Premio Nacional de Teatro del 2002 con Cierra bien la puerta.