Vida, amor y muerte en la poesía de Miguel Hernández
La vida, el amor y la muerte son temas fundamentales en la poesía de Miguel Hernández, ya que están presentes en toda su trayectoria literaria, en estrecha relación con su propia vida. Por esto, podemos dividir la obra de Miguel Hernández en varias etapas, atendiendo a la concepción que tiene el autor de la vida, el amor y la muerte en cada momento.
Primera etapa: Amor platónico y cotidianidad
Su primera etapa se corresponde con los poemarios Poemas sueltos I, Poemas sueltos II y la obra Perito en lunas. En esta etapa, Miguel Hernández trata el tema amoroso desde la perspectiva del amor platónico para describir lo que siente por Josefina Manresa. En esta forma de concebir el amor influyen la religión y poetas del siglo XIX como Zorrilla o Espronceda. La poesía se caracteriza por la presencia de imágenes que dan a los poemas un aire barroco y místico que encubre connotaciones sexuales mediante símiles frutales, tal y como puede verse en los poemas «El limón» y «Rosa», presentes en Poemas sueltos II, o en «Sexo en instante 1», en el libro Perito en lunas.
En relación con la vida, en el poemario se observa la influencia de Góngora por el uso de complejas metáforas con las que pretende dignificar lo cotidiano, su propia vida; por ello, escribe poemas dedicados a objetos como «Palmera», «Huevo», etc. En estos poemas también está presente el tema de la muerte (aunque no adquiere la importancia de la última etapa) como vemos, por ejemplo, en «Funerario y cementerio».
Segunda etapa: Pasión, desengaño y dolor
En su segunda etapa escribe El rayo que no cesa y Poemas sueltos III. En esta etapa, el autor trata el amor desde la pasión, debido a que, en su estancia en Madrid, se desengaña del amor platónico por la influencia de los grandes poetas del momento, Aleixandre, Lorca, Neruda, que hacen que se desprenda de todo aquello que cohíbe sus sentimientos; aflora entonces el yo poético. Sin embargo, no siempre verá correspondida su pasión, como ocurre con Josefina Manresa y posteriormente con María Cegarra o al final de su relación con Maruja Mallo, y esto le produce un dolor y una soledad insoportables.
Para reflejar estos sentimientos, el poeta emplea el soneto y elementos simbólicos como el toro (fuerza viril y ansiedad), el color blanco (belleza femenina), el vientre de la mujer (deseo de un encuentro erótico) y, principalmente, el rayo (dolor por no conseguir a la amada e insatisfacción erótica). Algunos de los poemas en los que están presentes estos símbolos son: «¿No cesará este rayo que me habita?», «Me tiraste un limón y tan amargo», «Por tu pie, la blancura más bailable» o «Como el toro he nacido para el luto».
Por otro lado, en esta etapa el autor ve la vida desde el punto de vista de ese amor incompleto y relaciona la muerte con el dolor que le produce esa soledad y con el final del mismo, como puede observarse en «La muerte, toda llena de agujeros». Cabe destacar también la «Elegía a Ramón Sijé», en la que trata la muerte desde otra perspectiva, reflejando la profunda tristeza que siente a causa de la muerte de su amigo.
Tercera etapa: Guerra, compromiso y madurez
En la tercera etapa, que se corresponde con el estallido de la Guerra Civil y en la que escribe Viento del pueblo y El hombre acecha, concibe el amor como un amor maduro, en el que ya lo prioritario no es lo estrictamente sexual, sino el encuentro profundo y verdadero, que se consagra en la figura del hijo. Esto podemos verlo en «Canción del esposo soldado» o en el poema titulado «Carta».
Por otra parte, en cuanto a la vida y la muerte, en Viento del pueblo el poeta enardece el espíritu luchador de este y está dispuesto a dar su propia vida para defender la República, pues considera que a veces es preciso matar o morir para seguir viviendo. Destaca en esta obra la «Elegía a García Lorca» o «Campesino de España».
En El hombre acecha, Miguel Hernández, desanimado y cansado de tanta muerte, refleja la cruda realidad de la guerra en la que el hombre mismo acaba con el hombre y solo se consigue hambre, dolor y miseria. Ahora se cuestiona si en verdad es necesaria tanta muerte para poder vivir una vida digna y plena. Esto está reflejado en poemas como «Canción primera» o «El tren de los heridos».
Cuarta etapa: Ausencia, esperanza y trascendencia
En su cuarta y última etapa, escribe Cancionero y romancero de ausencias. Miguel Hernández, cansado de la guerra y profundamente dolido por la ausencia de sus seres queridos y su enfermedad, habla de un amor que sobrepasa los límites de la vida y toma el vientre femenino como símbolo de un amor eterno que se perpetúa en los hijos, que engendra vida. Esto lo podemos ver en los poemas «Menos tu vientre» o «Vals de los enamorados y unidos hasta siempre».
Por otro lado, la muerte y la vida adquieren un papel muy relevante en esta última etapa. El autor trata la muerte desde la ausencia de todas las personas que han quedado atrás, desde los soldados en el campo de batalla hasta su primer hijo, Manuel Ramón. Esto podemos verlo en poemas como «Ropas con su olor» y «Vino. Dejó las armas». Unos meses después nacerá su segundo hijo, Manuel Miguel, lo que devolverá al autor la esperanza y la confianza en la vida, a pesar de que pronto iba a morir por tuberculosis. Algunos de los poemas que reflejan el espíritu de esta última etapa son «Las nanas de la cebolla», «Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío» o «Se puso el sol».
Conclusión
Para terminar, esta relación entre amor, vida y muerte queda perfectamente reflejada en el poema «Llegó con tres heridas»: la herida del amor, la de la muerte y la de la vida.