Entre 1910 y 1936 se produce el relevo de modernistas y noventayochistas. Una serie de movimientos literarios (novecentismo, vanguardias y generación del 27) se suceden y coexisten coincidiendo en el deseo de modernizar el pensamiento y el arte. Estos movimientos se enmarcan en una España llena de conflictos sociales y de inestabilidad (“semana trágica de Barcelona”, la impopular guerra de Marruecos, la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), etc.) todo ello bajo el reinado de Alfonso XIII (1902-1931). Pero será la Primera Guerra Mundial, un acontecimiento internacional, el que dará nombre a la generación del 14, o Novecentismo.
Hay que señalar que en la España de principios de siglo seguía pendiente el tema de la cuestión educativa (cerca del 65 % de la población española era analfabeta), por lo que se creó el Ministerio de Instrucción Pública en 1901 (en 1910 se fundó la Residencia de Estudiantes, que tanta importancia tuvo para jóvenes artistas como García Lorca, Salvador Dalí y, en general, para la llamada Generación del 27).
El Novecentismo o Generación del 14
El Novecentismo, o Generación del 14, reúne a una serie de escritores que se caracterizan por su afán renovador, hasta el punto de que autores como Ortega y Gasset, motor de este movimiento, o, sobre todo, Ramón Gómez de la Serna abrirán el paso a los movimientos vanguardistas. Además, pueden vincularse al Novecentismo el escritor Pérez de Ayala, el doctor Gregorio Marañón, ensayistas como Américo Castro o literatos como Juan Ramón Jiménez y Gabriel Miró. En Cataluña, el “noucentisme” cuenta con la figura de Eugenio D’Ors, que inicia su obra en catalán (Glosari) y luego se incorpora al grupo de Madrid.
Rasgos Generales del Novecentismo
Como rasgos generales del Novecentismo deben señalarse los siguientes:
- La clara posición de defensa de la racionalidad y cierto sentido del orden (intelectualismo) que choca con el planteamiento subjetivo, irracionalista y existencial de la generación anterior (noventayochistas).
- Crítica del enfoque localista, y defensa del acercamiento a las culturas europeas, reflexión sobre la necesidad de modernizar intelectualmente al país.
- Necesidad de transformar la sociedad desde los resortes del poder, de ahí la importancia de participar en la vida cultural y política, pero desde la perspectiva de una minoría culta, por lo que defienden la alta cultura, la investigación científica y el arte minoritario.
- El ideal de los novecentistas es de carácter universalista y urbano (frente al ruralismo noventayochista y al localismo decimonónico).
- Con respecto a lo artístico, diferencian entre el arte y la vida, es decir, proponen el “arte puro” (tal y como lo expresa Ortega y Gasset en su obra La deshumanización del arte), un arte que rechaza el sentimentalismo y el realismo, pues serían “impurezas” que contaminarían lo estético (ideas que coinciden y favorecen la penetración de las vanguardias). Este planteamiento coincidiría con la última etapa de la poesía de Juan Ramón Jiménez, “etapa intelectual” o de poesía pura, cuyo objeto sería desnudar el lenguaje de todo adorno y plasmar “lo esencial” (la esencia de la belleza, de lo infinito, de la plenitud) convirtiendo la poesía en un tipo de lírica abstracta y metafísica. Esta propuesta de “arte puro”, que también se percibe en la obra de poetas del 27, entra en decadencia en los años treinta, cuando lo literario se inclina hacia el compromiso con la realidad social, hacia una literatura comprometida.
- Se puede citar como otro rasgo general la preocupación formal, es decir, se busca la obra bien hecha (sea en el ámbito artístico o científico). Este último aspecto se relaciona con las características de la literatura novecentista.
El Ideal Literario Novecentista
El ideal literario, por tanto, parte de la obra depurada en la forma y en los contenidos, contraria a la exaltación sentimental. Eugenio D’Ors proponía abandonar la vehemencia, la pasión (lo “dionisíaco”) y orientarse hacia la serenidad clásica (lo “apolíneo”). Esta preocupación por la forma evita lo descuidado, lo fácil y tiende a un lenguaje depurado y selectivo, en general, minoritario. Este planteamiento estético explica que los géneros más destacados fueran el ensayo, cierto tipo de poesía (Juan Ramón Jiménez) y un tipo de prosa poética; mientras que la novela, tan importante en el Realismo del XIX y también, con diferencias, en la Generación del 98, apenas si destaca (algo parecido ocurre con el género dramático). Novelistas como Gabriel Miró (Nuestro padre San Daniel, El obispo leproso) o Ramón Pérez de Ayala (Troteras y danzaderas, Tigre Juan) evolucionan hacia una narrativa experimental donde la acción se reduce al mínimo, se describen de manera poética sensaciones y ambientes, se presentan personajes con carácter simbólico o se incluyen digresiones próximas al ensayo. Como narradores también destacan Wenceslao Fernández Flórez (línea humorística) y Benjamín Jarnés (novela “intelectual”).