La narrativa española de las primeras décadas del siglo XX
Las innovaciones narrativas de principios de siglo las marcan, entre otros, los novelistas de la llamada Generación del 98. La literatura de los autores del 98 está condicionada por dos factores: las corrientes de pensamiento irracionalistas de fin de siglo y el llamado “desastre del 98”. Los novelistas del 98 dejan sentir su pesimismo en su producción literaria; expresan su descontento con posturas radicales y rebeldes para la época, como la defensa del marxismo o el anarquismo, posturas que se van moderando, aunque persiste siempre en ellos la preocupación por el país. Es esta fase de sus escritos la más productiva literariamente y gira en torno a dos temas:
El tema de España
La preocupación por la decadencia y el atraso del país, propuestas sobre educación, economía, progreso, democratización y europeización. También con la búsqueda de las raíces, de ahí la mirada hacia Castilla como un símbolo de la esencia de los españoles.
Conflictos religiosos y existenciales
Que caracterizan la llamada crisis de la razón: preguntas sobre el sentido de la vida, el destino del hombre, Dios. Esta angustia vital será muy patente en Unamuno. Baroja es el más escéptico. Son asuntos tratados de formas diversas según el novelista o ensayista.
Innovaciones en la narrativa
En cuanto a los géneros cultivados, todos presentan innovaciones, pero en especial, la novela. En 1902 se publicaron cuatro obras significativas: La voluntad de Azorín; Camino de perfección de Pío Baroja; Amor y pedagogía, de Unamuno y Sonata de otoño de Valle Inclán. Estas novelas son los testimonios más tempranos de las inquietudes del hombre contemporáneo e iniciaron un camino innovador, que introdujo rasgos en la narrativa como:
- La pérdida de relieve de la historia y el argumento. La novela se centra en el mundo interior del protagonista y en las ideas que ese mundo interior transmite. Los conflictos internos del personaje sirven para que el lector reflexione.
- La narración prescinde de la clásica división en capítulos: la fragmentación, la elipsis, los saltos temporales, contribuyen a la indeterminación de los hechos narrados.
- El narrador tiende también a diluirse, aunque cuando aparece –sobre todo en el caso de Baroja– es un narrador subjetivo.
- Cobra mucha importancia el diálogo, en el que los personajes mantienen una dialéctica que sirve como batalla de ideas, especialmente en las novelas de Unamuno.
- Se rechaza el estilo de la generación literaria anterior, a favor de la sobriedad y la claridad. Al mismo tiempo, es una Generación que contribuye a enriquecer el castellano buscando en las raíces populares.
Autores: Unamuno, Baroja y Azorín
Miguel de Unamuno (1864 – 1936)
Defiende la novela como cauce para plantear problemas existenciales. Cobra una importancia fundamental el diálogo, que utiliza para tratar de resolver contradicciones y reflexionar sobre los asuntos que le preocupan: la existencia de Dios, la inmortalidad, el destino… Entre sus nivolas destacamos: Amor y pedagogía, La tía Tula y San Manuel Bueno, mártir.
José Martínez Ruiz, “Azorín” (1873-1967)
Cultivó el ensayo y la novela. Azorín resulta inconfundible por su peculiar estilo: el impresionismo descriptivo, el uso de una frase corta y de sintaxis simple, la frecuencia de un léxico castizo… Sus novelas de esta época son de dos tipos:
- Aquellas en las que predominan los elementos autobiográficos y de impresiones suscitadas por el paisaje. Estas novelas son un pretexto para desarrollar las experiencias vitales y culturales del autor. A ella pertenecen La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904).
- Azorín abandona los elementos autobiográficos, si bien continúa reflejando sus propias inquietudes a través de personajes míticos: la fatalidad, la obsesión por el tiempo, el destino, etc. Una muestra de ello es Doña Inés (1925). A esta misma etapa pertenece Don Juan (1922).
Pío Baroja (1872 – 1956)
Cultiva de forma casi exclusiva la narrativa, compone sus obras a través de una serie de episodios diversos, unidos, muchas veces, por la presencia de un personaje central.
La mayor parte de los personajes barojianos son seres inadaptados, que se oponen al ambiente y a la sociedad en la que viven, aunque impotentes. Acaban frustrados, vencidos y destruidos, en ocasiones físicamente, en muchas otras moralmente, y, en consecuencia, condenados a someterse al sistema que han rechazado. El escepticismo barojiano, su idea de un mundo que carece de sentido, su falta de fe en el ser humano le llevan a rechazar cualquier posible solución vital, ya sea religiosa, política o filosófica y, por otro lado, le conducen a un marcado individualismo pesimista. Baroja fue un “enfermo de la literatura” y de ahí su extensísima producción de novelas que agrupó en nueve trilogías y una tetralogía. Entre ellas destacamos las siguientes:
Tierra Vasca
Agrupa La Casa de Aitzgorri (1900), El Mayorazgo de Labraz (1903) y Zalacaín el aventurero (1909).
La Lucha por la vida
Integra La Busca (1904), Mala Hierba (1904) y Aurora Roja (1904).
La Raza
Está formada por El Árbol de la ciencia (1911), La Dama errante (1908) y La ciudad de la niebla (1909).