El Teatro Español de Fin de Siglo XIX y Principios del XX: Tradición y Vanguardia

El Teatro Español a Caballo entre dos Siglos

A finales del siglo XIX y principios del XX, el teatro español se encontraba anclado en una comedia de costumbres burguesas, conformista y complaciente, con un público formado por las clases medias. Con el paso de los años, la divergencia entre el teatro español y el teatro europeo, mucho más plural e innovador, se fue acrecentando, con la sola excepción de algunos autores como Valle-Inclán o Unamuno, quienes, por otra parte, tuvieron escasa presencia en las carteleras.

El Teatro Tradicionalista

Durante las primeras décadas del siglo XX, predominó en los escenarios un teatro comercial y de diversión, del agrado del público burgués. En este sentido, la escena gozaba de buena salud. Era un teatro inmovilista, decadente, poco creativo y poco renovador. Su calidad dramática era más bien pobre y escasa, en relación, sobre todo, con el esplendor literario y los aires de renovación que se producían en la lírica y en la narrativa del primer tercio de siglo.

La Comedia Burguesa

El máximo representante de esta tendencia fue Jacinto Benavente (1866-1954), premio Nobel en 1922 y autor hegemónico durante casi medio siglo. Esta se caracteriza por sus ambientes de alta burguesía o campesinado acomodado.

El Teatro Poético

El que entonces se llamó teatro poético consistió en un drama basado en la historia nacional, impregnado de fuerte ideología tradicionalista y empeñado en recuperar el verso del teatro clásico español. Cultivaron esta tendencia los modernistas Francisco Villaespesa (Doña María de Padilla) y Eduardo Marquina, conocido sobre todo por ser el iniciador y el autor más relevante de este teatro poético, en el que se aprecia la influencia de los valores estéticos del Modernismo.

El Teatro Cómico

El género que más complacía al público de principios de siglo era el teatro cómico, que perseguía, sin excesivas pretensiones literarias, la carcajada del espectador. Los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero cultivaron la comedia de costumbres andaluza, construida sobre una imagen estereotipada de Andalucía (El genio alegre, La malvaloca). Carlos Arniches fue el más famoso autor de sainetes de su tiempo. Estas piezas están ambientadas en un Madrid castizo, lleno de personajes procaces, ingeniosos y vulgares que emplean un lenguaje en el que se mezclan madrileñismos, juegos de palabras, dobles sentidos y toda suerte de recursos humorísticos.

El Teatro Renovador

Junto a este teatro comercial, existió un teatro inspirado por las corrientes innovadoras europeas, que no solía llegar siquiera a la representación. Entre los escritores que experimentaron con el lenguaje dramático sobresalen Ramón María del Valle-Inclán y Federico García Lorca, aunque hubo otros autores que formularon también propuestas arriesgadas.

El Teatro de Ideas

Entre los autores que utilizaron el teatro como vehículo de exposición y difusión de ideas destacan Miguel de Unamuno y Jacinto Grau.

  • Unamuno (1864-1936) escribió un teatro desnudo, sin concesiones escenográficas, con una honda significación moral. La acción es esquemática y los personajes suelen encarnar ideas o valores. En sus obras, los conflictos se plantean con gran intensidad, pero la densidad conceptual de los diálogos dificulta la representación.
  • Jacinto Grau fue un dramaturgo de carácter intelectual, que aspiró a restaurar la tragedia como género teatral y cosechó más éxito en el extranjero que en España. Revisó algunos temas nacionales en la tragedia El conde Alarcos y en Don Juan de Carillana, actualización del mito de don Juan. Su mejor obra es El señor de Pigmalión.

El Teatro Vanguardista

Hubo también un teatro experimental que sirvió para ensayar nuevas herramientas de representación escénica, pero que constituyó un rotundo fracaso las pocas veces que llegó a las tablas. Son exponentes de esta tendencia Ramón Gómez de la Serna, Azorín o Rafael Alberti. Consideración aparte merece el teatro de Alejandro Casona, que se dio a conocer con La sirena varada y que tuvo un enorme éxito con Nuestra Natacha, donde denunciaba la represión en los reformatorios de la época. La obra más celebrada de su exilio (abandonó España en 1937) es el drama simbólico La dama del alba. A todos estos autores hay que añadir las figuras más destacadas del teatro renovador de la época: Valle-Inclán y García Lorca.

Ramón María del Valle-Inclán

La evolución del teatro valleinclanesco es similar a la del resto de su obra: desde una literatura cercana a la estética modernista hasta una obra cada vez más crítica y original, que en el teatro se resuelve sobre todo en el esperpento. La producción dramática de Valle anterior al esperpento puede ordenarse en dos ciclos:

  • El ciclo mítico, formado por la trilogía Comedias Bárbaras y Divinas palabras. En ambos casos, se centra en el ambiente rural gallego. En las tres Comedias presenta un mundo de pasiones y violencia, un mundo mítico, feudal, primitivo y en descomposición, dominado por un aristócrata mujeriego y despótico.
  • El ciclo de las farsas, transición del modernismo al esperpento. En Farsa y licencia de la reina castiza, Valle mueve ya a sus personajes como muñecos grotescos y distorsiona su palabra para degradar y deformar con intención crítica la corte de Isabel II.
Federico García Lorca

El teatro lorquiano, escrito en verso, en prosa o mezclando uno y otra en una misma obra, está, como su poesía, dotado de un profundo sentido trágico y, a la vez, lírico. La frustración, el amor y los deseos insatisfechos o imposibles, o la falta de realización personal, se convierten en generadores del conflicto individual o social, y de la misma acción dramática.

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