El siglo XVIII, conocido como el Siglo de las Luces o Ilustración, trajo consigo un movimiento intelectual que priorizaba la razón y el conocimiento. Con origen en Francia, la Ilustración se extendió por Europa con el objetivo de difundir el saber, promoviendo el pensamiento crítico y la razón. Los autores ilustrados buscaban erradicar los prejuicios derivados de la superstición y la ignorancia, impulsando el racionalismo como la única vía hacia el progreso.
Características de la Literatura Dieciochesca
- Utilitarismo: Predominio de la razón sobre el sentimiento y la imaginación. El arte deja de ser un fin en sí mismo, buscando la verdad en lugar de la belleza.
- Finalidad didáctica: Se retoma el principio clásico de «enseñar deleitando». La literatura debe educar y contribuir a la formación del pueblo.
- Estudio de los clásicos: Se retoman para determinar las reglas de los géneros literarios.
- Claridad y sencillez: El artista debe buscar la claridad, la sencillez y el buen gusto en su obra.
Prosa
En la primera mitad del siglo, algunos autores, como Torres Villarroel (Vida) y el padre Isla (Fray Gerundio de Campazas), emplearon moldes narrativos posbarrocos, con un estilo complejo y una visión más optimista. Sin embargo, el género predominante fue el ensayo, que se ajustaba a los intereses didácticos de la Ilustración. Este nuevo estilo, llano, directo y preciso, buscaba la reflexión del lector. Los ilustrados impulsaron el español como lengua de la ciencia y la filosofía.
Destacan ensayistas como Benito Jerónimo Feijoo (Teatro crítico universal), Gaspar Melchor de Jovellanos (Memoria sobre espectáculos y diversiones públicas) y José Cadalso, cuya obra más importante, Cartas marruecas, refleja el pensamiento ilustrado sobre la sociedad y cultura españolas a través de la correspondencia entre tres personajes. Cadalso aborda temas como la historia nacional, la sociedad española del siglo XVIII y la moral del ser humano con un estilo claro y crítico.
Poesía
La poesía, relegada a un segundo plano por el racionalismo, se centró en lo didáctico más que en lo lírico. Autores como Juan Meléndez Valdés, Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte, con sus fábulas, fueron los exponentes de esta época.
Teatro
La primera mitad del siglo vio la continuación del teatro calderoniano, con autores como Antonio Zamora y José de Cañizares. En la segunda mitad, surgió una oposición a este estilo, dando paso a un teatro que respetaba las tres unidades (espacio, tiempo y acción), la verosimilitud y la intención didáctica. El teatro se convirtió en un medio para la educación y la propaganda política.
Se cultivaron la tragedia, como Raquel de Vicente García de la Huerta, y la comedia, que representaba una realidad idealizada con personajes burgueses. Leandro Fernández de Moratín, creador de la comedia moderna española, reflejó la vida social de su tiempo en obras como El barón, El viejo y la niña y El sí de las niñas, criticando las bodas de conveniencia y la educación tradicional. La comedia nueva o el café critica los excesos del teatro popular.
El sainete, pieza breve y humorística, representó el teatro popular, con Ramón de la Cruz como figura principal.