La Viuda y Ñico
Un Conflicto de Amor y Poder en la Hacienda
Acto I
Escena 1: El Comedor de la Hacienda
La viuda de Apablaza, dueña de una próspera hacienda, observa con desagrado a su capataz, Ñico, quien se mantiene alejado de las visitas.
Viuda: ¡Infeliz! ¿Por qué no vas entre la gente? ¡Don Jeldres, a cada rato, preguntando por su merced! A las visitas hay que ponerles buena cara. Continúa que él me toma todos los quesos y ni se regodea para pesar los quintales.
Ñico: ¡Bonita manera de descansar! Vaya para allá y dígales que es conveniencia para el negocio y, como a usted le gustan los letrados, «de la hebra se saca el ovillo». Y dígale a Celinda que le vaya a decir a Juana que se van a quedar a comer, que preparen una mayonesa de salmón y que pongan costillar al asador, y que maten gallina y que machuquen charqui para el valdiviano. Y usted (a Florita), quédese en el comedor, dele conversa y que no le falten gárgaras de asoleo. ¡Miren con la señorita, descansando cuando una tiene visitas de importancia!
Viuda: (Dirigiéndose a Remigio) ¿Y vos, Remigio?
Remigio: Andaré a encerrar los terneros. Ya debían estar enchiquereados. Mañana me darán poca leche las vacas porque los terneros pasan tetando hasta la oración.
Viuda: ¡Estate callado, murmurador! Debes hacerme caso y encerrar los terneros a las cuatro. Ya sabes que son las cuatro cuando la sombra de las casas llega al cerco. ¡Y que te vuelva a enseñar el reloj! Además, ensilla tu bestia y ve a decir al pueblo, al almacén, que don Jeldres y doña Meche no se van esta noche porque están a gusto con la viuda. Que no los esperen y que mañana, si están con el cuerpo bueno, podrán irse. ¡Da el recado sin murmurar! Y como hoy quiero que toda mi gente esté contenta y alegre, te traes dos cántaros de pipeño a lo de don Sanhueza, para ustedes. ¡Convida a Fidel y a Custodio! ¡Ya! ¡Te fuiste, moledera! Todo que me lo apunten. ¡Ándate y que vuelvas al tiro!
Viuda: (a Ñico) ¿Y vos, no habláis? ¿Qué te habías hecho?
Ñico: ¿Que no sabe que es domingo? ¿Y que hay que descansar, y que su patrona está contenta, y que hay que estar a gusto, aunque sea para la cuaresma?
Viuda: ¿Entonces…?
Ñico: ¡Eso cree usted porque soy un ignorante! Si ahora ando puesta es porque tengo que criar valor para decirle unas cuantas palabras. Muy platuda seré, pero hay cosas en la vida que necesitan más fuerza que la que una tiene. Aguárdese nomás. (Llamando) ¡Celinda! ¡Celinda!
Viuda: (a Celinda) Acércame una botella y dos vasos.
Viuda: ¿No tendré derecho entonces a tomar, mano a mano, con el que cuida mis sembrados, con el que me vende los quesos, con el que campea mis animales y que es, aquí, en mi hijuela, el hombre para todo? ¿Se disgustarán las visitas si la viuda de Apablaza se confía con el hijo de su finado? ¡Para eso mando yo!
Viuda: Guárdate la merced. Vos sabéis que eres más que capataz, más que administrador, más que todo. Vos sois la sombra del finado. (Celinda llega con el vino y los vasos)
Viuda: Anda para la cocina y que preparen lo que te dije. Como de tu mano quiero que queden las cosas y que nadie rezongue después de mis causeos. (Mutis Celinda. La viuda llena los vasos y sirve)
Viuda: ¡Te lo hago, Ñico!
Viuda: El vino alienta la confianza, Ñico.
Viuda: ¡Ya me lo han contado todo! ¿Qué te estabas creyendo, que en mi casa yo no sigo hasta los trancos del gato? Yo siempre estoy de vuelta cuando ustedes se van. ¡Por algo soy más vieja y más matrera!
Ñico: ¡Cállate, Ñico! A eso mismo vengo yo.
Viuda: Pues mi voluntad ya está formalizada. No te casarás con ella.
Viuda: Tengo que hablarte como hombre. Vos me conoces el carácter y sabes que no ando con rodeos.
Viuda: Siéntate aquí, a mi lado. (Pausa. Ñico da vueltas a su sombrero nerviosamente) Cuando murió mi finado, nadie quería recogerte porque decían que eras un guacho perdido. Te despreciaban porque no tenías nombre. Andabas de rancho en rancho, con las carnes al aire y limosneando un pedazo de pan. Y entonces, entonces yo te recogí, te hice lavar y te di ropa. Aquí, en esta casa, aprendiste a ser hombre. Te mandé a la escuela, y, ahora que tienes veinte años, de agradecido con la viuda, quieres casarte con Flora y abandonarme. ¡Ya te mataron el hambre y te dieron techo! ¡Ahora me desprecias! ¡Que la viuda se mortifique con los peones y que rabie todo el santo día! ¡Para eso es platuda y es brava!
Viuda: Te pareces al finado, que es tu padre. Tienes las mismas hechuras de él; los ojos idénticos cuando él era guaina y estábamos enamorados… (Suspira hondamente) ¡No te cases, Ñico! Todas esas tierras y la plata son para vos, pero has de quedarte conmigo. ¡Cuánto te estás formando tus realitos, ya quieres encalillarte con una mujer!
Viuda: ¡La desempeñas, pues, Ñico! Los enamorados cambian como está el puelche y como sople la travesía. Si te guías de mis consejos, te irá rebién.
Viuda: (Levantándose) ¿Y vas a preferir vos una mujer cualquiera, sin reales, que te sea un estorbo y que te pida hasta los ojos?
Viuda: Pero aquí se hace mi voluntad. ¡Por algo te he criado y eres mío! Desde hoy en adelante, vos reemplazas al finado. Tuyas son las tierras, la plata y… la viuda. Mandarás más que yo. Porque he tenido que verte queriendo a otra para saber que yo te quería como nadie, como nadie te podía querer. (Lo abraza estrechamente) ¡Mi guacho querido! ¡Mi guachito lindo!