El camino del fuego
La podadora de Ríos tenía un temblor en el que el ingeniero debía trabajar. Los sacudía tanto que les saltaban las manos del volante y les chirriaban los dientes. La Sra. Balanti, que había salido y había quedado petrificada, de repente chocó contra el Pozo de las Cosas Perdidas, donde estaban Negro y Blanco. Y la máquina, al chocar contra el pozo, giró dos veces sobre sí misma, quedando justo apuntando a la Sra. Palanti. Escucharon los gritos de Negro y Blanco. Con la máquina podadora, atándolos con una soga, los rescataron. Cuando los invitaron a ir con ellos al laberinto, Blanco y Negro estuvieron de acuerdo por primera vez en que no estaban en condiciones de ir a ninguna parte. La Sra. Palanti seguía sin responder. La dejaron ahí con la pera en la mano, como si fuera una estatua.
Iván y Anunciación caminaban por una calle vacía, por la ciudad de noche, en busca de la siguiente señal. Iban por una vereda larga al costado de unas altas torres de ladrillo de una fábrica.
El Ingeniero Ríos y los chicos llegaron al laberinto que parecía una masa uniforme de plantas. Por suerte tenían la podadora que de verdad la necesitaban “fuera de control”. Así la dejaron y ellos caminaban atrás con las máscaras de buceo y las palas en la mano. La máquina iba en la potencia máxima. Después de andar unos 30 metros por el interior del laberinto, la máquina se detuvo. Nicolás Drago se unió a ellos. Estaba muy excitado con la noticia de que los teléfonos empezaban a funcionar. Quería que llamaran al Hotel Manzano, que según él era el hotel que figuraba en la invitación que había recibido Iván. Empiezan a cavar y unos minutos después encuentran la tapa de un cofre de hierro, tenía escrito sobre su tapa: “Cápsula del tiempo”. Encuentran adentro de ella un ejemplar del Expreso de Zyl, el diario, que en un recuadro tenía una nota donde decía que el Cerebro Mágico había respondido que no a la pregunta de si la cápsula sería abierta recién después de 100 años, y que sí a la pregunta de si eso iba a ser por una buena razón. Había más cosas adentro de la cápsula. Encontraron un texto forrado en tela negra que decía: “Los juegos y el mal”. Encontraron una agenda con los nombres y las direcciones de los grandes inventores de juegos del mundo, pero no estaban ordenados. Deciden salir rápido para el museo, donde podían buscar con calma, ya que se estaba yendo la luz, algún número de teléfono que les sirviera. Buscaban el teléfono de Sarima Scott.
Iván y Anunciación seguían sin que el laberinto les mostrara algún obstáculo. Llegan a un terreno baldío donde encuentran una señal: una botella de agua tónica. El baldío era tan grande que se perdía en la oscuridad. Iván le dice a Anunciación que le parece que hasta ahí debía acompañarla, cuando ella le da otra patada. Él le pregunta por qué le pega cada vez que la quiere poner a salvo. Ella le dice que es para que no la salve más y juntos puedan buscar lo último que quedaba en la caja. Ya habían usado: llave, linterna, péndulo, cuerda, brújula. Lo último que quedaba era una cajita de fósforos marca Fragata. Iván agarró un listón de madera y le ató unos trapos alrededor, lo convirtió en una antorcha olímpica, la linterna ya no les funcionaba. Anunciación levantó la antorcha para iluminar y mirar qué otra señal tenían delante. Vio una línea gris en el suelo, era pólvora. Ni bien acercaron la antorcha, la pólvora se encendió en una llama azul y la luz comenzó a recorrer un camino. Los trapos habían prendido fuego a la madera que se empezó a quemar hasta quemar la mano de Iván, quien soltó la antorcha, que cayó sobre el piso, cuando de repente escucharon unos ladridos que se les acercaban. Empezaron a correr tras la llama para escapar de los ladridos. Eran tres perros: uno enorme negro, seguido de dos perros flacos amarillos. Eran la imagen misma del hambre, resultaban más peligrosos que el perro negro. Ahora veían el final del baldío, que terminaba en una pared de ladrillos. Empezaron a empujar un ropero que había volcado en el piso, sobre el que se podían trepar para pasar al otro lado de la pared de ladrillos. Lograron salir, medio quemados, muertos de sed. Caminaron hacia la única casa que se veía del otro lado. Casa señorial de dos pisos. Todo era oscuridad excepto el primer piso, donde se veía una luz débil. Deciden ir a esa casa a pedir ayuda, que les presten el teléfono. Cuando llegaron a la puerta esta era una reja de hierro, el diseño de un laberinto, y en el centro se veía al hombre con cabeza de toro. Había dos iniciales grabadas en el bronce: S.S. (Sarima Scott).