Allende escribió esta novela tras verse obligada a exiliarse de su país en el año 1973 cuando su tío Salvador Allende, presidente de Chile, fue derrocado durante el golpe militar encabezado por el general Augusto Pinochet Ugarte.
Debemos tener en cuenta, pues, que nos encontramos ante una novela que se sitúa dentro del ámbito y las peculiaridades de la literatura hispanoamericana. Como sabemos, toda obra literaria es, en mayor o menor medida, hija de una época que influirá de una manera u otra en la obra. Esta premisa se hace latente en esta novela, ya que La casa de los espíritus es la historia de una saga familiar ambientada en una ciudad latinoamericana sacudida ferozmente por un pasado confuso e impreciso y por un presente marcado por cambios políticos y económicos, guerrillas, enfrentamientos de clases sociales fuertemente diferenciadas, dictaduras y, en definitiva, lucha por las libertades.
Este trasfondo histórico tendrá gran importancia en la obra, pues los abusos de poder y las injusticias a las que el gran latifundista, Esteban Trueba, somete a los campesinos que trabajan sus tierras —y específicamente la violación de una de las campesinas, Pancha García— serán la chispa que desencadene una serie de circunstancias trágicas que marcan profundamente el destino de todos y cada uno de los personajes de la novela y que los conducirán irremisiblemente hacia la fatalidad, el error y, a la postre, la infelicidad.
El hecho de que la autora inicie su relato a principios del siglo XX se explica por su intención de presentar el golpe de Estado de Pinochet como resultado de un proceso en el que tienen trascendencia los cambios sociales y estructurales acontecidos en la primera mitad del siglo.
La novela refleja la estructura económica y social de Chile, de base eminentemente rural, con una escasa industrialización y cuya riqueza procede tanto de los grandes latifundios como de la explotación de las minas de plata, cobre o salitre. El modelo social que prevalece en La casa de los espíritus es el de la oligarquía terrateniente, representado por Esteban Trueba, un patrón que ejerce el poder a través de la violencia y que se perfila como el único preparado para administrar el destino de sus iletrados inquilinos.
El campesinado, en consecuencia, es víctima de este anquilosado sistema. Ignorante y sumiso, carece de espíritu de rebelión y acepta sin cuestionamiento lo impuesto por la tradición o por el tiempo. Esta sumisión al patrón, resultado de una concepción despótica de la relación familiar, se acentúa en el caso de las mujeres, quienes sufren una doble discriminación: por su estatus y por su género viven totalmente anuladas, sometidas a la violencia sexual del marido o del cacique.
Entretanto, la sociedad oligárquica vive ajena a los cambios, perpetuando el sistema de dominación vigente desde el siglo XVI. La introducción de los ideales revolucionarios provocará, aunque progresiva y muy lentamente, transformaciones en las estructuras sociales que tendrán como consecuencia el triunfo en las urnas de Salvador Allende. Estos cambios se observan en la novela con la retención de Trueba como rehén tras la expropiación del fundo a partir de la reforma agraria y la conspiración en que participa activamente el padre de Blanca y que conducirá al golpe de Estado.
La casa de los espíritus también nos propone una concepción maniquea de la sociedad. A la violencia de los conservadores se oponen los liberales y revolucionarios, caracterizados por la racionalidad y el idealismo. La derecha conspira para derrocar a sus adversarios políticos, sin descartar el asesinato; la izquierda, en cambio, consigue sus objetivos políticos mediante la persuasión, es decir, mediante la propaganda, la canción protesta o las actividades sociales. Esta polarización social entre una minoría privilegiada y una mayoría oprimida no deja apenas espacio para esa silenciosa clase media. El personaje de Amanda encarna a este sector social que se ha trasladado a la ciudad en busca de oportunidades para huir de la pobreza y que apenas logra sobrevivir en la urbe.
El retrato social de la novela queda completo con la figura del pervertido conde Jean de Satigny, un aristócrata europeo entusiasmado con la vida de América que mantiene relaciones obscenas con sus sirvientes. El marido de Blanca representa en la obra la influencia perniciosa del imperialismo extranjero; así lo confirman sus oscuras actividades de expolio de las excavaciones y el tráfico de momias y antigüedades.
Para terminar no podemos obviar la presencia de dos instituciones de poder omnímodo: el Ejército y la Iglesia. El Ejército está representado por la figura de Esteban García, nieto bastardo de Trueba. La Iglesia como institución presenta una visión de la religión más ligada a las costumbres, tradiciones o actitudes que a la difusión de un cuerpo de creencias. La novela ofrece tres perspectivas: la más retrógrada, inmovilista e inculpatoria del padre Restrepo; la orientación social del padre Antonio; y la más politizada del padre José Dulce María.