2.1. VALLE-INCLÁN
– Los inicios: dramas decadentistas. Las primeras piezas, como El marqués de BradomÍn (1906), Cuento de Abril (1909) y Voces de gesta (1911), corresponden al género del «teatro poético» modernista, de tema histórico e ideología tradicionalista.
– Dramas de ambiente galaico y farsas. Posteriormente comenzará a existir en su obra cierta conciencia de la realidad, que sin embargo se expresa a través de elementos míticos y farsescos. En esta época, Valle comienza a regodearse en lo clásico, cuyo particular tratamiento da lugar a sus tres Comedias bárbaras (1907 y 1922) y a Divinas palabras (1920), así como a sus farsas, en las que los personajes comienzan a ser tratados como caricaturas (al igual que sucederá en sus «esperpentos»): recordemos La cabeza del dragón (1909) y La marquesa Rosalinda (1912)
– El esperpento. Esa realidad que Valle presenta de modo caricaturesco va dejando sitio a una visión progresiva inconformismo del autor con toda la realidad y con toda la sociedad y que qued mente más profunda y a una crítica de alcance universal, resultado del ará definida como el esperpento. Este modo de concebir la literatura podemos observarlo en las cuatro obras dramáticas que Valle bautizó como «esperpentos»: Luces de bohemia (1920), Los cuernos de don Friolera (192I), Las galas del difunto (1926) y La hija del capitán (1927). La sistemática deformación de la realidad consagra lo grotesco como forma de expresión, aunque dotándolo de una posible doble lectura: una que hace referencia a esa realidad caricaturizada, y otra de significado profundo y crítico, que apunta hacia una lección ética de dimensión social.
2.2 El teatro de Federico García Lorca
La obra dramática de García Lorca presenta unos temas comunes que forman un entramado indisoluble. Junto al amor (el poeta tiende a un pansexualismo que borra las fronteras entre el amor homosexual y el heterosexual), el más destacado es el de la frustración y el del destino trágico. Por sus obras desfilan numerosos seres marginados, que exhiben un hondo malestar y sentimiento de impotencia, y que están abocados a la soledad y a la muerte El deseo de Lorca de buscar desde los años 30, aproximadamente, una literatura más sincera, más encarnada en sus propios conflictos y en los problemas del hombre en general, encontró una respuesta idónea en el género dramático. En el teatro lorquiano existen-como en su poesía dos planos de existencia enfrentados: uno íntimo y subjetivo; y otro exterior, represivo en su convencionalismo. En su teatro, Lorca plantea que la trasgresión de esas normas represivas es la única forma de liberación de una realidad convencional; pero la solución dramática del conflicto también es siempre clara: la ruptura de esas normas implica muerte, soledad o frustración. Esto especialmente así en sus grandes obras dramáticas de los años treinta.
Sus mejores obras dramáticas constituyen lo que se podría llamar la «trilogía dramática de la tierra española», donde desarrolla magistralmente el tema de la oposición y enfrentamiento entre deseo de libertad y fuerzas represivas. Bodas de sangre (1933) es un vívido drama de instintos y deseos elementales: es la historia de un amor que acaba en tragedia a causa de su imposible realización en las peculiares estructuras sociales de la Andalucía gitana, un mundo errado poseído por fuerzas irracionales (como símbolo de cualquier otro mundo c obsesivo deseo de proyección amorosa forma más irracional). Yerma (1934) es una tragedia del amor frustrado, el drama de la mujer estéril cuyo en un hijo torna el amor por su marido en un odio irracional. Pero la mejor de las tres es La casa deBernarda Alba (1936) porque presenta una realista, a pesar del marcado simbolismo de sus elementos. La casa de Bernarda a presenta la historia de Bernarda y de sus cinco hijas, con quienes se enclaustra en su casa para guardar un riguroso luto. Toda la acción se desarrolla en esa casa, verdadero universo cerrado dominado por el silencio («Silencio» es la primera y última palabra de Bernarda en la obra) y por su poder tiránico. El mundo exterior, con el que actúa de enlace la Poncia, sirvienta de Bernarda, está representado por el pueblo, hipócrita como los habitantes mismos de la casa; pero también por Pepe el Romano, que a pesar de no aparecer nunca en escena es el auténtico motor de la acción: este gañán -símbolo del «macho»- es el objeto del deseo de todas las hijas de Bernarda, pero sólo Adela, la menor, lo conseguirá con su rebeldía, con su enfrentamiento a la autoridad y a las convenciones de su madre y del pueblo; pero la consecuencia inmediata será la muerte, un final motivado por la hipocresía de quienes la rodean . En definitiva, La casa de Bernarda Alba es la cumbre teatral de Lorca, en la que vienen a confluir sus grandes obsesiones en la que el lenguaje adquiere un acento poético difícilmente superable