¡Escribe tu texto aquí!José Saramago (1922) – Es uno de los novelistas portugueses modernos más
Conocidos y apreciados en el mundo entero. En España la publicación en 1985 de
El año de la muerte de Ricardo Reís es el inicio de un éxito que ha ido creciendo
Con cada novela. Otros títulos importantes son: Manual de pintura y caligrafía
(1977), Alzado del suelo (1980), Memorial del convento (1982), La balsa de piedra
(1986), Historia del cerco de Lisboa (1989), El evangelio según Jesucristo (1991).
Vive actualmente -en Lanzarote, desde donde participa activamente en la vida
Cultural española.
Un hombre parado ante un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente. Es el
Primer casó de una «ceguera blanca» que se expande de manera fulminante.
Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que
Enfrentarse con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana: la
Voluntad de sobrevivir a cualquier precio.
Ensayo sobre la ceguera es la ficción de un autor que nos alerta sobre «la
Responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron». José Saramago traza
En este libro una imagen aterradora -y conmovedora- de los tiempos sombríos que
Estamos viviendo, a la vera de un nuevo milenio. En un mundo así, ¿cabrá alguna
Esperanza? El lector conocerá una experiencia imaginativa única. En un punto
Donde se cruzan literatura y sabiduría, José Saramago nos obliga a parar, cerrar
Los ojos y ver. Recuperar la lucidez y rescatar el afecto son dos propuestas
Fundamentales de una novela que es, también, una reflexión sobre la ética del
Amor y la solidaridad. « Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa
Es lo que somos», declara uno de los personajes. Dicho con otras palabras: tal vez
El deseó más profundo del ser humano sea poder darse a sí mismo, un día, el
Nombre que le falta.
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ENSAYO SOBRE LA CEGUERA
1995, José Saramago
Y Editorial Caminho, S.A., Lisboa.
De la traducción: Basilio Losada Título original: Ensaio sobre a Cegueira
De la edición española:
1996, Santillana, S.A. Torrelaguna, 60-28043. Madrid ISBN: 84-204-2865-5
De esta edición:
D.R. 1998, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. De C.V. Av. Universidad 767, Col, del Valle
México, 03100, D.F. Teléfono 688 8966
Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taunis, Alfaguara, S.A. De C.V. Calle 80 10-23. Bogotá,
Colombia.
Santillana S.A., Avda San Felipe 731. Lima.
Editorial Santillana S.A. Av. Rómulo Gallegos, Edif. Zulia ler. Piso Boleita Nte. Caracas 1071.
Venezuela.
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Santillana Publishing Company Inc. 2043 N. W. 87 th Avenue Miami, Fl., 33172 USA.
Ediciones Santillana S.A.(ROU) Javier de Viana 2350, Montevideo 11200, Uruguay.
Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. Beazley 3860, 1437. Buenos Aires.
Aguilar Chilena de Ediciones Ltda. Pedro de Valdivia 942. Santiago.
Santillana de Costa Rica, S.A. Apdo. Postal 878-1150, San José 1671-2050 Costa Rica.
Primera edición en Alfaguara: Abril de 1996 Primera edición en México: Abril de 1998
ISBN: 968-19-0454-0
Diseño:
Proyecto de Enríe Satué
Ilustración de cubierta: La parábola de los ciegos. Pieter Brueghel
Foto: Jorge Aparicio
Impreso en México
A Pilar
A mi hija Violante
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Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban,
Dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el
Indicador del paso de peatones aparecíó la silueta del hombre verde.
La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas
En la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la
Cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, impacientes, con
El pie en el pedal del embrague, manténían los coches en tensión,
Avanzando, retrocediendo, como caballos nerviosos que vieran la fusta
Alzada en el aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero la
Luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó aún unos
Segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que esta tardanza,
Aparentemente insignificante, multiplicada por los miles de semáforos
Existentes en la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres colores
De cada uno, es una de las causas de los atascos de circulación, o
Embotellamientos, si queremos utilizar la expresión común.
Al fin se encendíó la señal verde y los coches arrancaron
Bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían
Arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un
Problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se
Le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el
Sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, un fallo en el circuito
Eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no
Sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que
Se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado
Braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan
Frenéticos el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada,
Dispuestos a empujar al automóvil averiado hacia donde no moleste.
Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está
Dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve
Que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una
Palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando
Alguien, al fin, logre abrir una puerta, Estoy ciego.
Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hombre parecen
Sanos, el iris se presenta nítido, luminoso, la esclerótica blanca,
Compacta como porcelana. Los párpados muy abiertos, la piel de la
Cara crispada, las cejas, repentinamente revueltas, todo eso que
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Cualquiera puede comprobar, son trastornos de la angustia. En un movimiento rápido, lo que estaba a la vista desaparecíó tras los puños
Cerrados del hombre, como si aún quisiera retener en el interior del
Cerebro la última imagen recogida, una luz roja, redonda, en un
Semáforo. Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación
Mientras le ayudaban a salir del coche, y las lágrimas, al brotar,
Tornaron más brillantes los ojos que él decía que estaban muertos. Eso
Se pasa, ya verá, eso se pasa enseguida, a veces son nervios, dijo
Una mujer. El semáforo había cambiado de color, algunos transeúntes
Curiosos se acercaban al grupo, y los conductores, allá atrás, que no
Sabían lo que estaba ocurriendo, protestaban contra lo que creían un
Accidente de tráfico vulgar, un faro roto, un guardabarros abollado,
Nada que justificara tanta confusión. Llamen a la policía, gritaban,
Saquen eso de ahí. El ciego imploraba, Por favor, que alguien me lleve
A casa. La mujer que había hablado de nervios opinó que deberían
Llamar a una ambulancia, llevar a aquel pobre hombre al hospital, pero
El ciego dijo que no, que no quería tanto, sólo quería que lo
Acompañaran hasta la puerta de la casa donde vivía, Está ahí al lado,
Me harían un gran favor, Y el coche, preguntó una voz. Otra voz
Respondíó, La llave está ahí, en su sitio, podemos aparcarlo en la
Acera. No es necesario, intervino una tercera voz, yo conduciré el
Coche y llevo a este señor a su casa. Se oyeron murmullos de
Aprobación. El ciego notó que lo agarraban por el brazo, Venga, venga
Conmigo, decía la misma voz. Lo ayudaron a sentarse en el asiento de
Al lado del conductor, le abrocharon el cinturón de seguridad. No veo,
No veo, murmuraba el hombre llorando, Dígame dónde vive, pidió el
Otro. Por las ventanillas del coche acechaban caras voraces, golosas
De la novedad. El ciego alzó las manos ante los ojos, las movíó, Nada,
Es como si estuviera en medio de una niebla espesa, es como si
Hubiera caído en un mar de leche, Pero la ceguera no es así, dijo el
Otro, la ceguera dicen que es negra, Pues yo lo veo todo blanco, A lo
Mejor tiene razón la mujer, será cosa de nervios, los nervios son el
Diablo, Yo sé muy bien lo que es esto, una desgracia, sí, una
Desgracia, Dígame dónde vive, por favor, al mismo tiempo se oyó que
El motor se ponía en marcha. Balbuceando, como si la falta de visión
Hubiera debilitado su memoria, el ciego dio una dirección, luego dijo,
No sé cómo voy a agradecérselo, y el otro respondíó, Nada, hombre,
No tiene importancia, hoy por ti, mañana por mí, nadie sabe lo que le
Espera, Tiene razón, quién me iba a decir a mí, cuando salí esta
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Mañana de casa, que iba a ocurrirme una desgracia como ésta. Le
Sorprendíó que continuaran parados, Por qué no avanzamos,
Preguntó, El semáforo está en rojo, respondíó el otro, Ah, dijo el ciego,
Y empezó de nuevo a llorar. A partir de ahora no sabrá cuándo el
Semáforo se pone en rojo.
Tal como había dicho el ciego, su casa estaba cerca. Pero las
Aceras estaban todas ocupadas por coches aparcados, no
Encontraron sitio para estacionar el suyo, y se vieron obligados a
Buscar un espacio en una de las calles transversales. Allí, la acera era
Tan estrecha que la puerta del asiento del lado del conductor quedaba
A poco más de un palmo de la pared, y el ciego, para no pasar por la
Angustia de arrastrarse de un asiento al otro, con la palanca del
Cambio de velocidades y el volante dificultando sus movimientos, tuvo
Que salir primero. Desamparado, en medio de la calle, sintiendo que
Se hundía el suelo bajo sus pies, intentó contener la aflicción que le
Agarrotaba la garganta. Agitaba las manos ante la cara, nervioso,
Como si estuviera nadando en aquello que había llamado un mar de
Leche, pero cuando se le abría la boca a punto de lanzar un grito de
Socorro, en el último momento la mano del otro le tocó suavemente el
Brazo, Tranquilícese, yo lo llevaré. Fueron andando muy despacio, el
Ciego, por miedo a caerse, arrastraba los pies, pero eso le hacía
Tropezar en las irregularidades del piso, Paciencia, que estamos
Llegando ya, murmuraba el otro, y, un poco más adelante, le preguntó,
Hay alguien en su casa que pueda encargarse de usted, y el ciego
Respondíó, No sé, mi mujer no habrá llegado aún del trabajo, es que yo
Hoy salí un poco antes, y ya ve, me pasa esto, Ya verá cómo no es
Nada, nunca he oído hablar de alguien que se hubiera quedado ciego
Así de repente, Yo, que me sentía tan satisfecho de no usar gafas,
Nunca las necesité, Pues ya ve. Habían llegado al portal, dos vecinas
Miraron curiosas la escena, ahí va el vecino, y lo llevan del brazo, pero
A ninguna se le ocurríó preguntar, Se le ha metido algo en los ojos, no
Se les ocurríó y tampoco él podía responderles, Se me ha metido por
Los ojos adentro un mar de leche. Ya en casa, el ciego dijo, Muchas
Gracias, perdone las molestias, ahora me puedo arreglar yo, Qué va,
No, hombre, no, subiré con usted, no me quedaría tranquilo si lo dejo
Aquí. Entraron con dificultad en el estrecho ascensor, En qué piso vive,
En el tercero, no puede usted imaginarse qué agradecido le estoy,
Nada, hombre, nada, hoy por ti mañana por mí, Sí, tiene razón,
Mañana por ti. Se detuvo el ascensor y salieron al descansillo, Quiere
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Que le ayude a abrir la puerta, Gracias, creo que podré hacerlo yo
Solo. Sacó del bolsillo unas llaves, las tanteó, una por una, pasando la
Mano por los dientes de sierra, dijo, Ésta debe de ser, y, palpando la
Cerradura con la punta de los dedos de la mano izquierda intentó abrir
La puerta, No es ésta, Déjeme a mí, a ver, yo le ayudaré. A la tercera
Tentativa se abríó la puerta. Entonces el ciego preguntó hacia dentro,
Estás ahí. Nadie respondíó, y él, Es lo que dije, no ha venido aún. Con
Los brazos hacia delante, tanteando, pasó hacia el corredor, luego se
Volvíó cautelosamente, orientando la cara en la dirección en que
Pensaba que estaría el otro, Cómo podré agradecérselo, dijo, Me he
Limitado a hacer lo que era mi deber, se justificó el buen samaritano,
No tiene que agradecerme nada, y añadió, Quiere que le ayude a
Sentarse, que le haga compañía hasta que llegue su mujer. Tanto celo
Le parecíó de repente sospechoso al ciego, evidentemente, no iba a
Meter en casa a un desconocido que, en definitiva, bien podría estar
Tramando en aquel mismo momento cómo iba a reducirlo, atarlo y
Amordazarlo, a él, un pobre ciego indefenso, para luego arramblar con
Todo lo que encontrara de valor. No es necesario, dijo, no se moleste,
Ya me las arreglaré, y mientras hablaba, iba cerrando la puerta
Lentamente, No es necesario, no es necesario.
Suspiró aliviado al oír el ruido del ascensor bajando. Con un
Gesto maquinal, sin recordar el estado en que se hallaba, abríó la
Mirilla de la puerta y observó hacia el exterior. Al otro lado era como si
Hubiera un muro blanco. Sentía el contacto del aro metálico en el arco
Superciliar, rozaba con las pestañas la minúscula lente, pero no podía
Ver nada, la blancura insondable lo cubría todo. Sabía que estaba en
Su casa, la reconocía por el olor, por la atmósfera, por el silencio,
Distinguía los muebles y los objetos sólo con tocarlos, les pasaba los
Dedos por encima, levemente, pero era como si todo estuviera
Diluyéndose en una especie de extraña dimensión, sin direcciones ni
Referencias, sin norte ni sur, sin bajo ni alto. Como probablemente ha
Hecho todo el mundo, había jugado en algunas ocasiones, en la
Adolescencia, al juego de Y si fuese ciego, y al cabo de cinco minutos
Con los ojos cerrados había llegado a la conclusión de que la ceguera,
Sin duda una terrible desgracia, podría ser relativamente soportable si
La víctima conservara un recuerdo suficiente, no sólo de los colores,
Sino también de las formas y de los planos, de las superficies y de los
Contornos, suponiendo, claro está, que aquella ceguera no fuese de
Nacimiento. Había llegado incluso a pensar que la oscuridad en que
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Los ciegos vivían no era, en definitiva, más que la simple ausencia de
Luz, que lo que llamamos ceguera es algo que se limita a cubrir la
Apariencia de los seres y de las cosas, dejándolos intactos tras un velo
Negro. Ahora, al contrario, se encontraba sumergido en una albura tan
Luminosa, tan total, que devoraba no sólo los colores, sino las propias
Cosas y los seres, haciéndolos así doblemente invisibles.
Al moverse en dirección a la sala de estar, y pese a la prudente
Lentitud con que avanzaba, deslizando la mano vacilante a lo largo de
La pared, tiró al suelo un jarrón de flores con el que no contaba. Lo
Había olvidado, o quizá lo hubiera dejado allí la mujer cuando salíó
Para el trabajo, con intención de colocarlo luego en el sitio adecuado.
Se inclínó para evaluar la magnitud del desastre. El agua corría por el
Suelo encerado. Quiso recoger las flores, pero no pensó en los vidrios
Rotos, una lasca larga, finísima, se le clavó en un dedo, y él volvíó a
Gemir de dolor, de abandono, como un chiquillo, ciego de blancura en
Medio de una casa que, al caer la tarde, empezaba a cubrirse de
Oscuridad. Sin dejar las flores, notando que por su mano corría la
Sangre, se inclínó para sacar el pañuelo del bolsillo y envolver el dedo
Como pudiese. Luego, palpando, tropezando, bordeando los muebles,
Pisando cautelosamente para no trastabillar con las alfombras, llegó
Hasta el sofá donde él y su mujer veían la televisión. Se sentó, dejó las
Flores en el regazo y, con mucho cuidado, desenrolló el pañuelo. La
Sangre, pegajosa al tacto, le inquietó, pensó que sería porque no
Podía verla, su sangre era ahora una viscosidad sin color, algo en
Cierto modo ajeno a él y que, pese a todo, le pertenecía, pero como
Una amenaza contra sí mismo. Despacio, palpando levemente con la
Mano buena, buscó la fina esquirla de vidrio, aguda como una
Minúscula espada, y, haciendo pinza con las uñas del pulgar y del
índice, consiguió extraerla entera. Envolvíó de nuevo el dedo herido en
El pañuelo, lo apretó para restañar la sangre, y, rendido, agotado, se
Reclinó en el sofá. Un minuto después, por una de esas extrañas
Dimisiones del cuerpo, que escoge, para renunciar, ciertos momentos
De angustia o de desesperación, cuando, si se gobernase
Exclusivamente por la lógica, todo él debería estar en vela y tenso, le
Entró una especie de sopor, más somnolencia que sueño auténtico,
Pero tan pesado como él. Inmediatamente soñó que estaba jugando al
Juego de Y si fuese ciego, soñaba que cerraba y abría los ojos muchas
Veces, y que, cada vez, como si estuviera regresando de un viaje, lo
Estaban esperando, firmes e inalteradas, todas las formas y los
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Colores, el mundo tal como lo conocía. Por debajo de esta certidumbre
Tranquilizadora percibía, no obstante, la agitación sorda de una duda,
Tal vez se tratase de un sueño engañador, un sueño del que
Forzosamente despertaría más pronto o más tarde, sin saber, en aquel
Momento, qué realidad le estaría aguardando. Después, si tal palabra
Tiene algún sentido aplicada a una quiebra que sólo duró unos
Instantes, y ya en el estado de media vigilia que va preparando el
Despertar, pensó seriamente que no está bien mantenerse en una
Indecisión semejante, me despierto, no me despierto, me despierto, no
Me despierto, siempre llega un momento en que no hay más remedio
Que arriesgarse, Qué hago aquí, con estas flores sobre las piernas y
Los ojos cerrados, que parece que tengo miedo de abrirlos, Qué haces
Tú ahí, durmiendo, con esas flores sobre las piernas, le preguntaba la
Mujer.
No había esperado la respuesta. Ostentosamente empezó a
Recoger los restos del jarrón y a secar el suelo, mientras rezongaba
Algo, con una irritación que no intentaba siquiera disimular, Bien
Podrías haberlo hecho tú en vez de tumbarte a la bartola, como si la
Cosa no fuera contigo. Él no dijo nada, protegía los ojos tras los
Párpados apretados, súbitamente agitado por un pensamiento, Y si
Abro los ojos y veo, se preguntaba, dominado todo él por una ansiosa
Esperanza. La mujer se acercó, vio el pañuelo manchado de sangre,
Su irritación cedíó en un instante, Pobre, qué te ha pasado, preguntaba
Compadecida mientras desataba el vendaje. Entonces él, con todas
Sus fuerzas, deseó ver a su mujer arrodillada a sus pies, allí, como
Sabía que estaba, y después, ya seguro de que no iba a verla, abríó
Los ojos, Vaya, has despertado al fin, dormilonazo, dijo ella sonriendo.
Se hizo un silencio, y él dijo, Estoy ciego, no te veo. La mujer se
Enfadó, Déjate de bromas estúpidas, hay cosas con las que no se
Debe bromear, Ojalá fuese una broma, la verdad es que estoy
Realmente ciego, no veo nada, Por favor, no me asustes, mírame,
Estoy aquí, la luz está encendida, Sé que estás ahí, te oigo, te toco,
Supongo que has encendido la luz, pero estoy ciego. Ella rompíó a
Llorar, se agarró a él, No es verdad, dime que no es verdad. Las flores
Se habían deslizado hasta el suelo, sobre el pañuelo manchado, la
Sangre volvía a gotear del dedo herido, y él, como si con otras
Palabras quisiera decir Del mal el menos, murmuró, Lo veo todo
Blanco, y luego sonrió tristemente. La mujer se sentó a su lado, lo
Abrazó mucho, lo besó con cuidado en la frente, en la cara,
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Suavemente en los ojos, Verás, eso pasará, no estabas enfermo,
Nadie se queda ciego así, de un momento para otro, Tal vez,
Cuéntame cómo ocurríó todo, qué sentiste, cuándo, dónde, no, aún
No, espera, lo primero que hay que hacer es llamar al médico, a un
Oculista, conoces alguno, No, ni tú ni yo llevamos gafas, Y si te llevase
Al hospital, Para ojos que no ven, seguro que no hay servicios de
Urgencia, Tienes razón, lo mejor es que vayamos directamente a un
Médico, voy a buscar uno en el listín, uno que tenga consulta por aquí.
Se levantó, y preguntó aún, Notas alguna diferencia, Ninguna, dijo él,
Atención, voy a apagar la luz, ya me dirás, ahora, Nada, Nada qué,
Nada, sigo viendo todo igual, blanco todo, para mí es como si no
Existiera la noche.
Él oía a la mujer pasando rápidamente las hojas de la guía
Telefónica, sorbíéndose el llanto, suspirando, diciendo al fin, Ése nos
Irá bien, ojalá nos pueda atender. Marcó un número, preguntó si era el
Consultorio, si estaba el doctor, si podía hablar con él, No, no, el doctor
No me conoce, es un caso muy urgente, sí, por favor, comprendo,
Entonces se lo diré a usted pero le ruego que avise inmediatamente al
Doctor, es que mi marido se ha quedado ciego, de repente, sí, sí, tal
Como se lo digo, de repente, no, no es enfermo del doctor, mi marido
No lleva gafas, nunca las llevó, sí, tenía una vista excelente, como yo,
Yo también veo bien, ah, muchas gracias, esperaré, esperaré, sí,
Doctor, sí, de repente, dice que lo ve todo blanco, no sé cómo fue, ni
Tiempo he tenido de preguntárselo, acabo de llegar a casa y lo
Encuentro así, quiere que le pregunte, ah, cuánto se lo agradezco,
Doctor, vamos inmediatamente, inmediatamente. El ciego se levantó,
Espera, dijo la mujer, déjame que te cure primero ese dedo,
Desaparecíó por un momento, volvíó con un frasco de agua oxigenada,
Otro de mercurocromo, algodón y una caja de tiritas. Mientras le
Curaba el dedo, le preguntó, Dónde has dejado el coche, y,
Súbitamente, Pero tú así como estás no podías conducir, o ya estabas
En casa cuando, No, fue en la calle, cuando estaba parado en un
Semáforo, alguien me hizo el favor de traerme, el coche se quedó ahí,
En la calle de al lado, Bueno, entonces bajaremos, me esperas en la
Puerta y yo voy a buscarlo, dónde has dejado las llaves, No lo sé, él no
Me las devolvíó, Él, quién, El hombre que me trajo a casa, fue un
Hombre, Las habrá dejado por ahí, voy a ver, No vale la pena que las
Busques, el hombre no entró, Pero las llaves han de estar en algún
Sitio, Seguro que se olvidó de dármelas, las metíó en su bolsillo y se
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Las llevó, Lo que faltaba, Coge las tuyas, luego veremos, Bien, vamos,
Dame la mano. El ciego dijo, Si voy a quedarme así para siempre, me
Mato, Por favor, no digas disparates, para desgracia basta ya con lo
Que nos ha ocurrido, Soy yo quien está ciego, no tú, tú no puedes
Saber lo que es esto, El médico te curará, ya verás, Ya veré.
Salieron. Abajo, en el portal, la mujer encendíó la luz y le dijo al
Oído, Espérame aquí, si aparece algún vecino háblale con naturalidad,
Dile que me estás esperando, nadie que te vea pensará que estás
Ciego, no tenemos por qué andar contándoselo a la gente, Sí, pero no
Tardes. La mujer salíó corriendo. Ningún vecino entró ni salíó. Por
Experiencia, el ciego sabía que la escalera sólo estaría iluminada
Cuando se oyera el mecanismo del contador automático, por eso iba
Apretando el disparador cada vez que se hacía el silencio. Para él la
Luz, esta luz, se había convertido en ruido. No entendía por qué la
Mujer tardaba tanto, la calle estaba allí mismo, a unos ochenta, cien
Metros, Si nos retrasamos mucho va a marcharse el médico, pensó.
No pudo evitar un gesto maquinal, levantar la muñeca izquierda y
Bajar los ojos para ver la hora. Apretó los labios como si lo traspasara
Un súbito dolor, y agradecíó a la suerte que no hubiera aparecido en
Aquel momento un vecino, pues allí mismo, a la primera palabra que le
Dirigiese, se habría deshecho en lágrimas. Un coche se paró en la
Calle, Al fin, pensó, pero, de inmediato, le parecíó raro el ruido del
Motor, Eso es diésel, es un taxi, dijo, y apretó una vez más el botón de
La luz. La mujer acababa de entrar, nerviosa, Tu santo protector, esa
Alma de Dios, se ha llevado el coche, No puede ser, seguro que no
Miraste bien, Claro que miré bien, yo no estoy ciega, las últimas
Palabras le salieron sin querer, Me habías dicho que el coche estaba
En la calle de al lado, corrigió, y no está, o quizá lo dejó en otra calle,
No, no, fue en ésa, estoy seguro, Pues entonces, ha desaparecido, O
Sea que las llaves, Aprovechó tu desorientación, la aflicción en que
Estabas, y nos lo robó, Y yo que no lo dejé que entrara en casa, por
Miedo, si se hubiera quedado haciéndome compañía hasta que
Llegases tú, no nos habría robado el coche, Vamos, está esperando el
Taxi, te juro que daría un año de vida por ver ciego también a ese
Miserable, No grites tanto, Y que le robaran todo lo que tenga, A lo
Mejor aparece, Seguro, mañana llama a la puerta y nos dice que fue
Una distracción, nos pedirá disculpas, y preguntará si te encuentras
Mejor.
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Se quedaron en silencio hasta llegar al consultorio del médico.
Ella intentaba apartar del pensamiento el robo del coche, apretaba
Cariñosamente las manos del marido entre las suyas, mientras él, con
La cabeza baja para que el taxista no pudiera verle los ojos por el
Retrovisor, no dejaba de preguntarse cómo era posible que aquella
Desgracia le ocurriera precisamente a él, Por qué a mí. A los oídos le
Llegaba el rumor del tráfico, una u otra voz más alta cuando se deténía
El taxi, también ocurre a veces, estamos dormidos, y los ruidos
Exteriores van traspasando el velo de la inconsciencia en que aún
Estamos envueltos, como en una sábana blanca. Como una sábana
Blanca. Movíó la cabeza suspirando, la mujer le tocó levemente la
Cara, era como si le dijese, Tranquilo, estoy aquí, y él dejó que su
Cabeza cayera sobre el hombro de ella, no le importó lo que pudiera
Pensar el taxista, Si tú estuvieras como yo, no podrías conducir,
Dedujo infantilmente, y, sin reparar en lo absurdo del enunciado, se
Congratuló por haber sido capaz, en medio de su desesperación, de
Formular un razonamiento lógico. Al salir del taxi, discretamente
Ayudado por la mujer, parecía tranquilo, pero, a la entrada del
Consultorio, donde iba a conocer su suerte, le preguntó en un
Murmullo estremecido, Cómo estaré cuando salga de aquí, y movíó la
Cabeza como quien ya nada espera.
La mujer explicó a la recepcionista que era la persona que había
Llamado hacía media hora por la ceguera del marido, y ella los hizo
Pasar a una salita donde esperaban otros enfermos. Estaban un viejo
Con una venda negra cubríéndole un ojo, un niño que parecía
Estrábico y que iba acompañado por una mujer que debía de ser la
Madre, una joven de gafas oscuras, otras dos personas sin
Particulares señales a la vista, pero ningún ciego, los ciegos no van al
Oftalmólogo. La mujer condujo al marido hasta una silla libre y, como
No quedaba otro asiento, se quedó de pie a su lado, Vamos a tener
Que esperar, le murmuró al oído. Él se había dado cuenta ya, porque
Había oído hablar a los que aguardaban, ahora lo atormentaba una
Preocupación diferente, pensaba que cuanto más tardase el médico en
Examinarlo, más profunda se iría haciendo su ceguera, y por lo tanto
Incurable, sin remedio. Se removíó en la silla, inquieto, iba a comunicar
Sus temores a la mujer, pero en aquel momento se abríó la puerta y la
Enfermera dijo, Pasen ustedes, por favor, y, dirigíéndose a los otros,
Es orden del doctor, es un caso urgente. La madre del chico estrábico
Protestó, el derecho es el derecho, ellos estaban primero y llevaban
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Más de una hora esperando. Los otros enfermos la apoyaron en voz
Baja, pero ninguno, ni ella misma, encontraron prudente seguir
Insistiendo en su reclamación, no fuera a enfadarse el médico y les
Hiciera pagar luego la impertinencia haciéndolos esperar aún más, que
Casos así se han visto. El viejo del ojo vendado fue magnánimo,
Déjenlo, pobre hombre, que está bastante peor que cualquiera de
Nosotros. El ciego no lo oyó, estaban entrando ya en el despacho del
Médico, y la mujer decía, Gracias, doctor, es que mi marido, y se
Quedó cortada, en realidad no sabía lo que había ocurrido realmente,
Sabía sólo que su marido estaba ciego y que les habían robado el
Coche. El médico dijo, Siéntense, por favor, y él personalmente ayudó
Al enfermo a acomodarse, y luego, tocándole la mano, le habló
Directamente, A ver, cuénteme lo que le ha pasado. El ciego explicó
Que estaba en el coche, esperando que el semáforo se pusiera en
Verde, y que de pronto se había quedado sin ver, que había acudido
Gente a ayudarle, que una mujer mayor, por la voz debía de serlo, dijo
Que aquello podían ser nervios, y que después lo acompañó un
Hombre hasta casa, porque él solo no podía valerse, Lo veo todo
Blanco, doctor. No habló del robo del coche.
El médico le preguntó, Nunca le había ocurrido nada así, quiero
Decir, lo de ahora, o algo parecido, Nunca, doctor, ni siquiera llevo
Gafas, Y dice que fue de repente, Sí, doctor, Como una luz que se
Apaga, Más bien como una luz que se enciende, Había notado
Diferencias en la vista estos días pasados, No, doctor, Y hubo algún
Caso de ceguera en su familia, No, doctor, en los parientes que he
Conocido o de los que oí hablar, nadie, Sufre diabetes, No, doctor, Y
Sífilis, No, doctor, Hipertensión arterial o intracraneana, Intracraneana,
No sé, de la otra sé que no, en la empresa nos hacen reconocimientos,
Se dio algún golpe fuerte en la cabeza, hoy o ayer, No, doctor,
Cuántos años tiene, Treinta y ocho, Bueno, vamos a ver esos ojos. El
Ciego los abríó mucho, como para facilitar el examen, pero el médico lo
Cogíó por el brazo y lo colocó detrás de un aparato que alguien con
Imaginación tomaría por un nuevo modelo de confesionario en el que
Los ojos hubieran sustituido a las palabras, con el confesor mirando
Directamente el interior del alma del pecador. Apoye la barbilla aquí,
Recomendó, y mantenga los ojos bien abiertos, no se mueva. La mujer
Se acercó al marido, le puso la mano en el hombro, dijo, Verás cómo
Todo se arregla. El médico subíó y bajó el sistema binocular de su lado,
Hizo girar tornillos de paso finísimo, y empezó el examen. No encontró
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Nada en la córnea, nada en la esclerótica, nada en el iris, nada en la
Retina, nada en el cristalino, nada en el nervio óptico, nada en ninguna
Parte. Se apartó del aparato, se frotó los ojos, luego volvíó a iniciar el
Examen desde el principio, sin hablar, y cuando terminó, de nuevo
Mostraba en su rostro una expresión perpleja, No le encuentro
Ninguna lesión, tiene los ojos perfectos. La mujer juntó las manos en
Un gesto de alegría, y exclamó, Ya te lo dije, ya te dije que todo se iba
A resolver. Sin hacerle caso, el ciego preguntó, Puedo sacar la barbilla
De aquí, doctor, Claro que sí, perdone, Si, como dice, mis ojos están
Perfectos, por qué estoy ciego, Por ahora no sé decírselo, vamos a
Tener que hacer exáMenes más minuciosos, análisis, ecografía,
Encefalograma, Cree que esto tiene algo que ver con el cerebro, Es
Una posibilidad, pero no lo creo, Sin embargo, doctor, dice usted que
En mis ojos no encuentra nada malo, Así es, no veo nada, No
Entiendo, Lo que quiero decir es que si usted está de hecho ciego, su
Ceguera, en este momento, resulta inexplicable, Duda acaso de que yo
Esté ciego, No, hombre, no, el problema es la rareza del caso,
Personalmente, en toda mi vida de médico, nunca vi un caso igual, y
Me atrevería incluso a decir que no se ha visto en toda la historia de la
Oftalmología, Y cree usted que tengo cura, En principio, dado que no
Encuentro lesión alguna ni malformaciones congénitas, mi respuesta
Tendría que ser afirmativa, Pero, por lo visto, no lo es, Sólo por
Prudencia, sólo porque no quiero darle esperanzas que podrían luego
Resultar carentes de fundamento, Comprendo, Es así, Y tengo que
Seguir algún tratamiento, tomar alguna medicina, Por ahora no voy a
Recetarle nada, sería recetar a ciegas, Ésa es una observación
Apropiada, observó el ciego. El médico hizo como si no hubiera oído,
Se apartó del taburete giratorio en el que se había sentado para
Efectuar la observación y, de pie, escribíó en una hoja de receta los
ExáMenes y análisis que consideraba necesarios. Le entregó el papel
A la mujer, Aquí tiene, señora, vuelva con su marido cuando tengan los
Resultados, y si mientras tanto hay algún cambio, llámeme, La
Consulta, doctor, Páguenla a la salida, a la enfermera. Los acompañó
Hasta la puerta, musitó una frase dándoles confianza, algo como
Vamos a ver, vamos a ver, es necesario no desesperar, y, cuando se
Encontró de nuevo solo, entró en el pequeño cuarto de baño anejo y
Se quedó mirándose al espejo durante un minuto largo, Qué será eso,
Murmuró. Luego volvíó a la sala de consulta, llamó a la enfermera,
Que entre el siguiente.
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Aquella noche, el ciego soñó que estaba ciego. Al ofrecerse para
Ayudar al ciego, el hombre que luego robó el coche no tenía, en aquel
Preciso momento, ninguna intención malévolá, muy al contrario, lo que
Hizo no fue más que obedecer a aquellos sentimientos de generosidad
Y de altruismo que son, como todo el mundo sabe, dos de las mejores
Carácterísticas del género humano, que pueden hallarse, incluso, en
Delincuentes más empedernidos que éste, un simple ladronzuelo de
Automóviles sin esperanza de ascenso en su carrera, explotado por
Los verdaderos amos del negocio, que son los que se aprovechan de
Las necesidades de quien es pobre. A fin de cuentas, no es tan grande
La diferencia entre ayudar a un ciego para robarle luego y cuidar a un
Viejo caduco y baboso con el ojo puesto en la herencia. Sólo cuando
Estaba cerca de la casa del ciego se le ocurríó la idea con toda
Naturalidad, exactamente, podríamos decir, como si hubiera decidido
Comprar un billete de lotería por encontrarse al vendedor, no tuvo
Ningún presentimiento, compró el billete para ver qué pasaba,
Conforme de antemano con lo que la voluble fortuna le trajese, algo o
Nada, otros dirían que actuó según un reflejo condicionado de su
Personalidad. Los escépticos sobre la naturaleza humana, que son
Muchos y obstinados, vienen sosteniendo que, si bien es cierto que la
Ocasión no siempre hace al ladrón, también es cierto que ayuda
Mucho. En cuanto a nosotros, nos permitiremos pensar que si el ciego
Hubiera aceptado el segundo ofrecimiento del, en definitiva, falso
Samaritano, en aquel último instante en que la bondad podría haber
Prevalecido aún, nos referimos al ofrecimiento de quedarse haciéndole
Compañía hasta que llegase la mujer, quién sabe si el efecto de la
Responsabilidad moral resultante de la confianza así otorgada no
Habría inhibido la tentación delictiva y hubiera facilitado que aflorase lo
Que de luminoso y noble podrá siempre encontrarse hasta en las
Almas endurecidas por la maldad. Concluyendo de manera plebeya,
Como no se cansa de enseñarnos el proverbio antiguo, el ciego,
Creyendo que se santiguaba, se rompíó la nariz.
La conciencia moral, a la que tantos insensatos han ofendido y
De la que muchos más han renegado, es cosa que existe y existíó
Siempre, no ha sido un invento de los filósofos del Cuaternario, cuando
El alma apenas era un proyecto confuso. Con la marcha de los
Tiempos, más las actividades derivadas de la convivencia y los
Intercambios genéticos, acabamos metiendo la conciencia en el color
De la sangre y en la sal de las lágrimas, y, como si tanto fuera aún
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Poco, hicimos de los ojos una especie de espejos vueltos hacia dentro,
Con el resultado, muchas veces, de que acaban mostrando sin reserva
Lo que estábamos tratando de negar con la boca. A esto, que es
General, se añade la circunstancia particular de que, en espíritus
Simples, el remordimiento causado por el mal cometido se confunde
Frecuentemente con miedos ancestrales de todo tipo, de lo que resulta
Que el castigo del prevaricador acaba siendo, sin palo ni piedra, dos
Veces el merecido. No será posible, pues, en este caso, deslindar qué
Parte de los miedos y qué parte de la conciencia abatida empezaron a
Conturbar al ladrón en cuanto puso el coche en marcha. Sin duda, no
Podría resultar tranquilizador ir sentado en el lugar de alguien que
Sosténía con las manos este mismo volante en el momento en que se
Quedó ciego, que miró a través de este parabrisas en el momento en
Que, de repente, sus ojos dejaron de ver, no es preciso estar dotado
De mucha imaginación para que tales pensamientos despierten la
Inmunda y rastrera bestia del pavor, ahí está, alzando ya la cabeza.
Pero era también el remordimiento, expresión agravada de una
Conciencia, como antes dijimos, o, si queremos describirlo en términos
Sugestivos, una conciencia con dientes para morder, quien ponía ante
él la imagen desamparada del ciego cerrando la puerta, No es
Necesario, no es necesario, había dicho el pobre hombre, y desde
Aquel momento en adelante no podría dar un paso sin ayuda.
El ladrón redobló la atención sobre el tráfico para impedir que
Pensamientos tan atemorizadores ocuparan por entero su espíritu,
Sabía bien que no debía permitirse el menor error, la mínima
Distracción. La policía andaba por allí, bastaba que algún guardia lo
Mandara parar, A ver, la documentación del coche, el carné, y otra vez
A la cárcel, la dureza de la vida. Ponía el mayor cuidado en obedecer
Los semáforos, nunca pasarse el rojo, respetar el amarillo, esperar con
Paciencia hasta que aparezca el verde. A cierta altura se dio cuenta de
Que estaba empezando a mirar las luces de forma obsesiva. Pasó
Entonces a regular la velocidad de manera que pudiera coger la onda
Verde, aunque a veces, para conseguirlo, tuviera que aumentar la
Velocidad, o, al contrario, reducirla hasta el punto de provocar la
Irritación de los conductores que venían detrás. Al fin, desorientado,
Tenso a más no poder, acabó por dirigir el coche hacia una calle
Transversal secundaria en la que no había semáforos, y lo estaciónó
Casi sin mirar, que buen conductor sí era. Estaba al borde de un
Ataque de nervios, con estas palabras exactas lo pensó, A ver si ahora
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Me da algo. Jadeaba dentro del coche. Bajó las ventanillas de los dos
Lados, pero el aire de fuera, aunque se movía, no refrescó la atmósfera
Interior. Qué hago, se preguntó. El barracón al que debería llevar el
Coche quedaba lejos, a las afueras de la ciudad, y con aquellos
Nervios no iba a llegar nunca, Me atrapa un guardia, o tengo un
Accidente, que todavía sería peor, murmuró. Pensó entonces que lo
Mejor sería salir un rato del coche, dar una vuelta, airear las ideas, A
Ver si me quito las telarañas de la cabeza, por el hecho de que el tipo
Aquel se quedara ciego no me va a pasar lo mismo a mí, esto no es
Una gripe que se pegue, doy una vuelta a la manzana y se me pasa.
Salíó, no valía la pena cerrar el coche, estaría de vuelta en un
Momento, y se alejó. Aún no había andado treinta pasos cuando se
Quedó ciego.
En el consultorio el último cliente atendido fue el viejo
Bondadoso, el que había dicho palabras tan llenas de piedad por aquel
Pobre hombre que se había quedado ciego de repente. Iba sólo para
Que le dieran la fecha de la operación de catarata en el único ojo que
Le quedaba, que la venda tapaba una ausencia y no tenía nada que
Ver con el caso de ahora. Son cosas que vienen con la edad, le había
Dicho el médico tiempo atrás, cuando la catarata esté madura la
Quitamos, luego no va a reconocer el mundo en que vivíó, ya verá.
Cuando salíó el viejo de la venda negra, y la enfermera dijo que no
Había más pacientes en la sala de espera, el médico cogíó la ficha del
Hombre que se había quedado ciego súbitamente, la leyó una, dos
Veces, pensó durante unos minutos, y luego fue al teléfono y llamó a
Un colega, con quien sostuvo la siguiente conversación, Oye, mira, he
Tenido hoy un caso extrañísimo, un hombre que perdíó la vista de
Repente, el examen no ha mostrado nada, ninguna lesión perceptible,
Ni indicios de malformación de nacimiento, dice que lo ve todo blanco,
Con una especie de blancura lechosa, espesa, que se le agarra a los
Ojos, estoy intentando expresar del mejor modo posible la descripción
Que me hizo, sí, claro que es subjetivo, no, el hombre es joven, treinta
Y ocho años, tienes noticia de algún caso semejante, has leído, oíste
Hablar de algo así, ya lo pensaba yo, por ahora no le veo solución,
Para ganar tiempo le mandé que se hiciera unos análisis, sí, podemos
Verlo juntos uno de estos días, después de cenar voy a echar un
Vistazo a los libros, revisar bibliografía, a ver si se me ocurre algo, sí,
Ya sé, la agnosis, la ceguera psíquica, podría ser, pero se trataría
Entonces del primer caso de estas carácterísticas, porque de lo que no
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Hay duda es de que el hombre está ciego, la agnosis, lo sabemos, es
La incapacidad de reconocer lo que se ve, también he pensado en eso,
O en que se tratase de una amaurosis, pero recuerda lo que te he
Dicho, es una ceguera blanca, precisamente lo contrario de la
Amaurosis, que es tiniebla total, a no ser que exista una amaurosis
Blanca, una tiniebla blanca, por así decirlo, sí, ya sé, algo que no se ha
Visto nunca, de acuerdo, mañana le llamo, le digo que queremos
Examinarlo los dos. Terminada la conversación, el médico se recostó
En el sillón, se quedó así unos minutos, luego se levantó, se quitó la
Bata con movimientos fatigados, lentos. Fue al baño para lavarse las
Manos, pero esta vez no le preguntó al espejo, metafísicamente, Qué
Será eso, había recuperado el espíritu científico, el hecho de que la
Agnosis y la amaurosis se encontraran identificadas y definidas con
Precisión en los libros y en la práctica no significaba que no surgieran
Variedades, mutaciones, si es adecuada la palabra, y ahora parecían
Haber llegado. Hay mil razones para que el cerebro se cierre, sólo
Esto, y nada más, como una visita tardía que encontrara clausurados
Sus propios umbrales. El oftalmólogo tenía gustos literarios y
Encontraba citas oportunas.
Por la noche, después de cenar, le dijo a la mujer, Vino a la
Consulta un hombre con un caso extraño, podría tratarse de una
Variante de ceguera psíquica o de amaurosis, pero no consta que tal
Cosa se haya comprobado alguna vez, Qué enfermedades son ésas,
Lo de la amaurosis y lo otro, preguntó la mujer. El médico dio unas
Explicaciones accesibles a un entendimiento normal y, satisfecha la
Curiosidad, fue al estante, a buscar en los libros de la especialidad,
Unos antiguos, de los años de Facultad, otros más modernos, algunos
De publicación reciente que aún no había tenido tiempo de estudiar.
Consultó los índices metódicamente, leyó todo lo que encontraba allí
Sobre la agnosis y la amaurosis, con la impresión incómoda de
Sentirse intruso en un terreno que no era el suyo, el misterioso campo
De la neurocirugía, sobre el que sólo tenía escasas luces. Avanzada la
Noche, apartó los libros que había estado consultando, se frotó los
Ojos fatigados y se reclinó en el sillón. En aquel momento, la
Alternativa se le presentaba con toda claridad. Si el caso era agnosis,
El paciente estaría viendo ahora lo que siempre había visto, es decir,
No habría sobrevenido disminución alguna de agudeza visual,
Simplemente ocurría que el cerebro se habría vuelto incapaz de
Reconocer una silla donde hubiera una silla, seguiría, pues,
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Reaccionando correctamente a los estímulos luminosos a través del
Nervio óptico, pero, para decirlo en lenguaje común, al alcance de
Gente poco informada, habría perdido la capacidad de saber que
Sabía, y, más aún, de decirlo. En cuanto a la amaurosis, no cabía la
Menor duda. Para que lo fuese efectivamente, el paciente tendría que
Verlo todo negro, salvando, desde luego, el uso de tal verbo, ver,
Cuando de tinieblas absolutas se trata. El ciego había afirmado
Categóricamente que veía, salvado sea también el verbo, un color
Blanco uniforme, denso, como si, con los ojos abiertos, se encontrara
Sumergido en un mar lechoso. Una amaurosis blanca, aparte de ser
Etimológicamente una contradicción, sería también una imposibilidad
Neurológica, visto que el cerebro, que no podría entonces percibir las
Imágenes, las formas y los colores de la realidad, tampoco podría, por
Decirlo así, cubrir de blanco, de un blanco continuo, como pintura
Blanca sin tonalidades, los colores, las formas y las imágenes que la
Misma realidad presentase a una visión normal, por problemático que
Resulte hablar, con efectiva propiedad, de visión normal. Con la
Conciencia clarísima de encontrarse metido en un callejón aparentemente sin salida, el médico movíó la cabeza desalentado y miró a su
Alrededor. Su mujer se había retirado ya, recordaba vagamente que se
Le había acercado un momento y que le había besado en el pelo, Me
Voy a acostar, debíó de decir, la casa estaba ahora silenciosa, sobre la
Mesa se veían los libros dispersos, Qué será esto, pensó, y de pronto
Sintió miedo, como si también él fuera a quedarse ciego en el instante
Siguiente y lo supiera ya. Contuvo la respiración y esperó. No ocurríó
Nada. Ocurríó un momento después, cuando juntaba los libros para
Ordenarlos en la estantería. Primero se dio cuenta de que había
Dejado de verse las manos, después supo que estaba ciego.
El mal de la muchacha de las gafas oscuras no era grave, tenía
Sólo una conjuntivitis de lo más sencilla, que el remedio que le había
Recetado el médico iba a resolver en poco tiempo. Ya sabe, durante
Estos días sólo se tiene que quitar las gafas para dormir, le había
Dicho. La broma era antigua, seguro que había pasado de generación
En generación de oftalmólogos, pero el efecto se repetía siempre, el
Médico sonreía al decirlo, sonreía el paciente al oírlo, y en este caso
Valía la pena, pues la muchacha tenía bonitos dientes, y sabía cómo
Mostrarlos. Por natural misantropía o por excesivas decepciones en la
Vida, cualquier escéptico común, conocedor de los pormenores de la
Vida de esta mujer, insinuaría que la belleza de la sonrisa no pasaba
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De ser artimaña del oficio, pero sería una afirmación malvada y
Gratuita, porque aquella sonrisa ya era así en los tiempos, no tan
Distantes, en los que aquella mujer era una chiquilla, palabra en
Desuso, cuando el futuro era una carta cerrada y aún estaba por nacer
La curiosidad de abrirla. Simplificando, pues, se podría incluir a esta
Mujer en la categoría de las llamadas prostitutas, pero la complejidad
Del entramado de relaciones sociales, tanto diurnas como nocturnas,
Tanto verticales como horizontales, de la época aquí descrita, aconseja
Moderar cualquier tendencia a los juicios perentorios, definitivos,
Manía de la que, por exagerada suficiencia, nunca conseguiremos
Librarnos. Aunque sea evidente lo mucho que de nube hay en Juno, no
Es lícito obstinarse en confundir con una diosa griega lo que no pasa
De ser una vulgar masa de gotas de agua flotando en la atmósfera. Sin
Duda, esta mujer va a la cama a cambio de dinero, lo que permitiría,
Probablemente, y sin más consideraciones, clasificarla como prostituta,
Pero, siendo cierto que sólo va cuando quiere y con quien ella quiere,
No es desdeñable la probabilidad de que tal diferencia de derecho
Deba determinar cautelarmente su exclusión del gremio, entendido
Como un todo. Ella tiene, como la gente normal, una profesión, y,
También, como la gente normal, aprovecha las horas que le quedan
Libres para dar algunas alegrías al cuerpo y suficientes satisfacciones
A sus necesidades, tanto a las particulares como a las generales. Si no
Se pretende reducirla a una definición primaria, lo que en definitiva
Debería decirse de ella, en sentido lato, es que vive como le apetece y,
Además, saca de ello todo el placer que puede.
Se había hecho de noche cuando salíó del consultorio. No se
Quitó las gafas, la iluminación de las calles le molestaba,
Especialmente la de los anuncios. Entró en una farmacia a comprar el
Colirio que el médico le había recetado, decidíó no darse por aludida
Cuando el dependiente dijo que es injusto que ciertos ojos anden
Cubiertos por cristales oscuros, observación que, aparte de
Impertinente en sí misma, y además expresada por un mancebo de
Botica, imaginen, venía a contrariar su convicción de que las gafas
Oscuras le daban un aire embriagador y misterioso capaz de provocar
El interés de los hombres que pasaban, y, eventualmente,
Corresponderles, de no darse hoy la circunstancia de que alguien la
Está esperando, una cita que promete mucho, tanto en lo referente a
Satisfacciones materiales como a satisfacciones de otro tipo. El
Hombre con quien iba a verse era un conocido, no le importó que ella
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Le dijera que no podría quitarse las gafas oscuras, aunque el médico
No le había dado aún orden al respecto, el caso es que al hombre
Hasta le hizo gracia, era una novedad. A la salida de la farmacia, la
Muchacha llamó un taxi, dio el nombre de un hotel. Recostada en el
Asiento, prelibaba ya, si se acepta el término, las distintas y múltiples
Sensaciones del goce sensual, desde el primer y sabio roce de labios,
Desde la primera caricia íntima, hasta las sucesivas explosiones de un
Orgasmo que la dejaría agotada y feliz, como si la estuvieran
Crucificando, dicho sea con perdón, en una girándula ofuscadora y
Vertiginosa. Tenemos, pues, razones para concluir que la chica de las
Gafas oscuras, si la pareja supo cumplir cabalmente, en tiempo y
Técnica, con su obligación, paga siempre por adelantado y el doble de
Lo que luego cobra. En medio de estos pensamientos, sin duda porque
Había pagado hacía un momento una consulta, se preguntó si no sería
Conveniente subir, a partir de hoy mismo, su tarifa, lo que, con risueño
Optimismo, solía llamar su justo nivel de compensación.
Mandó parar el taxi una manzana antes, se mezcló con la gente
Que iba en la misma dirección, como dejándose llevar por ella,
Anónima y sin ninguna culpa notoria. Entró en el hotel con aire natural,
Cruzó el vestíbulo hacia el bar. Llegaba con unos minutos de adelanto,
Y tendría que esperar, pues la hora de la cita había sido fijada con
Precisión. Pidió un refresco y lo tomó sosegadamente, sin posar los
Ojos en nadie, no quería que la confundieran con una vulgar cazadora
De hombres. Un poco más tarde, como una turista que sube al cuarto
A descansar después de haber pasado la tarde por los museos, se
Dirigíó al ascensor. La virtud, habrá aún quien lo ignore, siempre
Encuentra escollos en el durísimo camino de la perfección, pero el
Pecado y el vicio se ven tan favorecidos por la fortuna que todo fue
Llegar y se abrieron ante ella las puertas del ascensor. Salieron dos
Huéspedes, un matrimonio de edad avanzada, ella entró y apretó el
Botón del tercero, trescientos doce era el número que la esperaba, es
Aquí, llamó discretamente a la puerta, diez minutos después estaba ya
Desnuda, a los quince gemía, a los dieciocho susurraba palabras de
Amor que ya no tenía necesidad de fingir, a los veinte empezaba a
Perder la cabeza, a los veintiuno sintió que su cuerpo se desquiciaba
De placer, a los veintidós gritó, Ahora, ahora, y cuando recuperó la
Conciencia, dijo, agotada y feliz, Aún lo veo todo blanco.
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Al ladrón del coche lo llevó un policía a casa. No podía el
Circunspecto y compasivo agente de la autoridad imaginar que llevaba
A un empedernido delincuente cogido por el brazo, y no para impedir
Que se escapara, como habría ocurrido en otra ocasión, sino,
Simplemente, para que el pobre hombre no tropezara y se cayera. En
Compensación, nos es muy fácil imaginar el susto de la mujer del
Ladrón cuando, al abrir la puerta, se encontró ante ella con un policía
De uniforme que traía sujeto, o así le parecíó, a un decaído prisionero,
A quien, a juzgar por la tristeza de la cara, debía de haberle ocurrido
Algo peor que la detención. Por un instante, pensó la mujer que
Habrían atrapado a su hombre en flagrante delito y que el policía
Estaba allí para registrar la casa, idea ésta, por otra parte, y por
Paradójico que parezca, bastante tranquilizadora, considerando que el
Marido sólo robaba coches, objetos que, por su tamaño, no se pueden
Ocultar bajo la cama. No duró mucho la duda, pues el policía dijo, Este
Señor está ciego, encárguese de él, y la mujer, que debería sentirse
Aliviada porque el agente venía al fin sólo de acompañante, percibíó la
Dimensión de la fatalidad que le entraba por la puerta cuando un
Marido deshecho en lágrimas cayó en sus brazos diciendo lo que ya
Sabemos.
La chica de las gafas oscuras también fue conducida a casa de
Sus padres por un policía, pero lo picante de las circunstancias en que
La ceguera se manifestó, una mujer desnuda, gritando en un hotel,
Alborotando a los clientes, mientras el hombre que estaba con ella
Intentaba escabullirse embutíéndose trabajosamente los pantalones,
Moderaba, en cierto modo, el dramatismo obvio de la situación. La
Ciega, corrida de vergüenza, sentimiento en todo compatible, por
Mucho que rezonguen los prudentes fingidos y los falsos virtuosos,
Con los mercenarios ejercicios amatorios a que se dedicaba, tras los
Gritos lacerantes que dio al comprender que la pérdida de visión no era
Una nueva e imprevista consecuencia del placer, apenas se atrevía a
Llorar y lamentarse cuando, con malos modos, vestida a toda prisa,
Casi a empujones, la llevaron fuera del hotel. El policía, en tono que
Sería sarcástico si no fuera simplemente grosero, quiso saber,
Después de haberle preguntado dónde vivía, si tenía dinero para el
23
Taxi, En estos casos, el Estado no paga, advirtió, procedimiento al que,
Anotémoslo al margen, no se le puede negar cierta lógica, dado que
Esas personas pertenecen al número de las que no pagan impuestos
Sobre el rendimiento de sus inmorales réditos. Ella afirmó con la
Cabeza, pero, estando ciega como estaba, pensó que quizá el policía
No había visto su gesto y murmuró, Sí, tengo, y para sí, añadió, Y ojalá
No lo tuviera, palabras que nos parecerán fuera de lugar, pero que, si
Atendemos a las circunvoluciones del espíritu humano, donde no
Existen caminos cortos y rectos, acaban, esas palabras, por resultar
Absolutamente claras, lo que quiso decir es que había sido castigada
Por su mal comportamiento, por su inmoralidad, en una palabra. Le
Dijo a su madre que no iría a cenar, y ahora resulta que iba a llegar
Muy a tiempo, antes incluso que el padre.
Diferente fue lo que pasó con el oculista, no sólo porque estaba
En casa cuando le atacó la ceguera, sino porque, siendo médico, no
Iba a entregarse sin más a la desesperación, como hacen aquellos
Que de su cuerpo sólo saben cuando les duele. Hasta en una situación
Como ésta, angustiado, teniendo por delante una noche de ansiedad,
Fue aún capaz de recordar lo que Homero escribíó en la Ilíada, poema
De la muerte y el sufrimiento sobre cualquier otro, Un médico, sólo por
Sí, vale por varios hombres, palabras que no vamos a entender como
Directamente cuantitativas sino cualitativamente, como
Comprobaremos enseguida. Tuvo el valor de acostarse sin despertar a
La mujer, ni siquiera cuando ella, murmurando medio dormida, se
Movíó en la cama para sentirlo más próximo. Horas y horas despierto,
Lo poco que consiguió dormir fue por puro agotamiento. Deseaba que
No terminara la noche para no tener que anunciar, él, cuyo oficio era
Curar los males de los ojos ajenos, Estoy ciego, pero al mismo tiempo
Quería que llegase rápidamente la luz del día, con estas exactas
Palabras lo pensó, La luz del día, sabiendo que no iba a verla.
Realmente, un oftalmólogo ciego no serviría para mucho, pero tenía
Que informar a las autoridades sanitarias, avisar de lo que podría estar
Convirtiéndose en una catástrofe nacional, nada más y nada menos
Que un tipo de ceguera desconocido hasta ahora, con todo el aspecto
De ser muy contagioso y que, por lo visto, se manifestaba sin previa
Existencia de patologías anteriores de carácter inflamatorio, infeccioso
O degenerativo, como pudo comprobar en el ciego que había ido a
Verle al consultorio, o como en su mismo caso se confirmaría, una
Miopía leve, un leve astigmatismo, todo tan ligero que de momento
24
Había decidido no usar lentes correctoras. Ojos que habían dejado de
Ver, ojos que estaban totalmente ciegos, pero que se encontraban en
Perfecto estado, sin la menor lesión, reciente o antigua, de origen o
Adquirida. Récordó el examen minucioso que había hecho al ciego, y
Cómo las diversas partes del ojo accesibles al oftalmoscopio se
Presentaban sanas, sin señal de alteraciones mórbidas, situación muy
Rara a los treinta y ocho años que el hombre había dicho tener, y hasta
En gente, de menos edad. Aquel hombre no debía de estar ciego,
Pensó, olvidando por unos instantes que también él lo estaba, hasta
Este punto puede llegar la abnegación, y esto no es cosa de ahora,
Recordemos lo que dijo Homero, aunque con palabras que parecen
Diferentes.
Cuando la mujer se levantó, se fingíó dormido. Sintió el beso que
Ella le dio en la frente, muy suave, como si no quisiera despertarlo de
Lo que creía un sueño profundo, quizá había pensado, Pobrecillo, se
Acostó tarde, estudiando aquel extraordinario caso del infeliz hombre
Ciego. Solo, como si se fuera apoderando de él lentamente una nube
Espesa que le cargase sobre el pecho y le entrase por las narices
Cegándolo por dentro, el médico dejó brotar un gemido breve, permitíó
Que dos lágrimas, Serán blancas, pensó, le inundaran los ojos y se
Derramaran por las mejillas, a un lado y a otro de la cara, ahora
Comprendía el miedo de sus pacientes cuando le decían, Doctor, me
Parece que estoy perdiendo la vista. Llegaban hasta el dormitorio los
Pequeños ruidos domésticos, no tardaría la mujer en acercarse a ver si
Seguía durmiendo, era ya casi la hora de salir para el hospital. Se
Levantó con cuidado, a tientas buscó y se puso el batín, entró en el
Cuarto de baño, orínó. Luego se volvíó hacia donde sabía que estaba
El espejo, esta vez no preguntó Qué será esto, no dijo Hay mil razones
Para que el cerebro humano se cierre, sólo extendíó las manos hasta
Tocar el vidrio, sabía que su imagen estaba allí, mirándolo, la imagen lo
Veía a él, él no veía la imagen. Oyó que la mujer entraba en el cuarto,
Ah, estás ya levantado, dijo, y él respondíó, Sí. Luego la sintió a su
Lado, Buenos días, amor, se saludaban aún con palabras de cariño
Después de tantos años de casados, y entonces él dijo, como si los
Dos estuvieran representando un papel y ésta fuera la señal para que
Iniciara su frase, Creo que no van a ser muy buenos, tengo algo en la
Vista. Ella sólo prestó atención a la última parte de la frase, Déjame
Ver, pidió, le examinó los ojos con atención, No veo nada, la frase
Estaba evidentemente cambiada, no correspondía al papel de la mujer,
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Era él quien tenía que pronunciarla, pero la dijo sencillamente, así, No
Veo, y añadió, Supongo que el enfermo de ayer me ha contagiado su
Mal.
Con el tiempo y la intimidad, las mujeres de los médicos acaban
También por entender algo de medicina, y ésta, tan próxima en todo a
Su marido, había aprendido lo bastante para saber que la ceguera no
Se pega sólo porque un ciego mire a alguien que no lo es, la ceguera
Es una cuestión privada entre la persona y los ojos con que nacíó. En
Todo caso, un médico tiene la obligación de saber lo que dice, para eso
Ha ido a la Facultad, y si éste, aparte de haberse declarado ciego,
Admite la posibilidad de que le hayan contagiado, quién es la mujer
Para dudarlo, por mucho de médico que sea. Se comprende, pues,
Que la pobre señora, ante la evidencia indiscutible, acabara por
Reaccionar como cualquier esposa vulgar, dos conocemos ya,
Abrazándose al marido, ofreciendo las naturales muestras de dolor, Y
Ahora, qué vamos a hacer, preguntaba entre lágrimas, Tenemos que
Avisar a las autoridades sanitarias, al ministerio, es lo más urgente, si
Se trata realmente de una epidemia hay que tomar providencias, Pero
Una epidemia de ceguera es algo que nunca se ha visto, alegó la
Mujer queriendo agarrarse a esta última esperanza, Tampoco se ha
Visto nunca un ciego sin motivos aparentes para serlo, y en este momento hay, al menos, dos. Apenas había acabado de pronunciar la
última palabra cuando se le transformó el rostro. Empujó a la mujer
Casi con violencia, él mismo retrocedíó, Apártate, no te acerques a mí,
Puedo contagiarte, y luego, golpeándose la cabeza con los puños
Cerrados, Estúpido, estúpido, médico idiota, cómo no lo pensé, una
Noche entera juntos, tendría que haberme quedado en el despacho,
Con la puerta cerrada, e incluso así, Por favor, no hables de esa
Manera, lo que haya de ser, será, anda, ven, te voy a preparar el
Desayuno, Déjame, déjame, No te dejo, gritó la mujer, qué quieres hacer, andar por ahí dando tumbos, chocando contra los muebles,
Buscando a tientas el teléfono, sin ojos para encontrar en el listín los
Números que necesitas, mientras yo asisto tranquilamente al
Espectáculo, metida en una redoma de cristal a prueba de
Contaminación. Lo agarró del brazo con firmeza, y dijo, Vamos, amor.
Era aún temprano cuando el médico acabó de tomar,
Imaginemos con qué placer, su taza de café y la tostada que la mujer
Se empeñó en prepararle, demasiado temprano para encontrar en su
Sitio de trabajo a las personas a quienes debería informar. La lógica y
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La eficacia mandaban que su participación de lo que estaba ocurriendo
Se hiciera directamente, comunicándolo lo antes posible a un alto
Cargo responsable del ministerio de la Salud, pero no tardó en cambiar
De idea cuando se dio cuenta de que presentarse sólo como un
Médico que tenía una información importante y urgente que comunicar
No era suficiente para convencer al funcionario medio con quien, por
Fin, después de muchos ruegos, la telefonista condescendíó a ponerlo
En contacto. El hombre quiso saber de qué se trataba, antes de
Pasarlo a su superior inmediato, y estaba claro que cualquier médico
Con sentido de la responsabilidad no iba a ponerse a anunciar la
Aparición de una epidemia de ceguera al primer subalterno que se le
Pusiera delante, el pánico sería inmediato. Respondía desde el otro
Lado el funcionario, Me dice usted que es médico, si quiere que le diga
Que le creo, sí, le creo, pero yo tengo órdenes, o me dice de qué se
Trata, o cuelgo, Es un asunto confidencial, Los asuntos confidenciales
No se tratan por teléfono, será mejor que venga aquí personalmente,
No puedo salir de casa, Quiere decir que está enfermo, Sí, estoy
Enfermo, dijo el ciego tras una breve vacilación, En ese caso, lo que
Tiene que hacer es llamar al médico, a un médico auténtico, replicó el
Funcionario, y, muy satisfecho de su ingenio, colgó el teléfono.
El médico recibíó aquella insolencia como una bofetada. Sólo
Pasados unos minutos tuvo serenidad suficiente para contar a la mujer
La grosería con que le habían tratado. Después, como si acabase de
Descubrir algo que estuviera obligado a saber desde mucho tiempo
Antes, murmuró, triste, De esa masa estamos hechos, mitad
Indiferencia y mitad ruindad. Iba a preguntar, vacilante, Y ahora qué
Hago, cuando comprendíó que había estado perdiendo el tiempo, que
La única forma de hacer llegar la información a donde convénía, y por
Vía segura, sería hablar con el director de su propio servicio
Hospitalario, de médico a médico, sin burócratas por medio, y que él
Se encargase luego de poner en marcha el maldito engranaje oficial.
La mujer marcó el número, lo sabía de memoria. El médico se
Identificó cuando se pusieron al teléfono, luego dijo rápidamente, Bien,
Gracias, sin duda la telefonista le había preguntado, Cómo está,
Doctor, es lo que decimos cuando no queremos mostrar nuestra
Debilidad, decimos, Bien, aunque nos estemos muriendo, a esto le
Llama el vulgo hacer de tripas corazón, fenómeno de conversión
Visceral que sólo en la especie humana ha sido observado. Cuando el
Director atendíó el teléfono, Hola, qué hay, qué pasa, el médico le
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Preguntó si estaba solo, si no había nadie cerca que pudiera oír, de la
Telefonista nada había que temer, tenía más cosas que hacer que
Escuchar conversaciones sobre oftalmopatías, a ella sólo le interesaba
La ginecología. El relato del médico fue breve pero completo, sin
Rodeos, sin palabras de más, sin redundancias, y hecho con una
Sequedad clínica que, teniendo en cuenta la situación, incluso
Sorprendíó al director, Pero realmente está usted ciego, preguntó,
Totalmente ciego, En todo caso, podría tratarse de una coincidencia,
Podría no ser realmente, en su sentido exacto, un contagio, De
Acuerdo, el contagio no está demostrado, pero no se trata de que nos
Quedáramos ciegos él y yo, cada uno en su casa, sin habernos visto,
El hombre llegó ciego a mi consulta y yo me quedé ciego pocas horas
Después, Cómo podríamos encontrar a ese hombre, Tengo su nombre
Y su dirección en el consultorio, Mandaré inmediatamente a alguien,
Un médico, Sí, claro, un colega, No le parece que tendríamos que
Comunicar al ministerio lo que está pasando, Por ahora me parece
Prematuro, piense en la alarma pública que causaría una noticia así,
Por todos los diablos, la ceguera no se pega, Tampoco la muerte se
Pega, y todos nos morimos, Bien, quédese en casa mientras trato el
Caso, luego lo mandaré a buscar, quiero observarlo, Recuerde que
Estoy ciego por haber observado a un ciego, No hay seguridad de eso,
Hay, al menos, una buena presunción de causa a efecto, Sin duda, no
Obstante, es aún demasiado pronto para sacar conclusiones, dos
Casos aislados no tienen significación estadística, Salvo si somos ya
Más de dos, Comprendo su estado de ánimo, pero tenemos que
Defendernos de pesimismos que podrían resultar infundados, Gracias,
Volveremos a hablar, Hasta luego.
Media hora después, el médico, torpemente y con ayuda de la mujer,
Había acabado de afeitarse. Sonó el teléfono. Era otra vez el director
Del servicio oftalmológico, pero la voz, ahora, sonaba distinta,
Tenemos aquí a un niño que también se ha quedado ciego de repente,
Lo ve todo blanco, la madre dice que estuvo ayer con él en su
Consultorio, Supongo que es un niño que sufre estrabismo divergente
Del ojo izquierdo, Sí, No hay duda, es él, Empiezo a estar preocupado,
La situación es realmente seria, El ministerio, Sí, claro, voy a hablar
Inmediatamente con la dirección. Pasadas unas tres horas, cuando el
Médico y su mujer estaban comiendo en silencio, él tanteando con el
Tenedor las tajaditas de carne que ella le había cortado, volvíó a sonar
El teléfono. La mujer lo atendíó, volvíó inmediatamente, Tienes que ir
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Tú, es del ministerio. Le ayudó a levantarse, lo condujo hasta el
Despacho y le dio el auricular. La conversación fue rápida. El ministerio
Quería saber la identidad de los pacientes que habían estado el día
Anterior en su consultorio, el médico respondíó que en sus respectivas
Fichas clínicas figuraban todos los elementos de identificación, el
Nombre, la edad, el estado civil, la profesión, el domicilio, y terminó
Declarándose dispuesto a acompañar a la persona o personas que
Fuesen a recogerlos. Del otro lado, el tono fue cortante, No lo
Necesitamos. El teléfono cambió de mano, la voz que salíó de él era
Diferente, Buenas tardes, habla el ministro, en nombre del Gobierno le
Agradezco su celo, estoy seguro de que gracias a la rapidez con que
Usted ha actuado vamos a poder circunscribir y controlar la situación,
Entretanto, haga el favor de permanecer en su casa. Las palabras
Finales fueron pronunciadas con expresión formalmente cortés, pero
No dejaban la menor duda sobre el hecho de que eran una orden. El
Médico respondíó, Sí, señor ministro, pero ya habían colgado.
Pocos minutos después, otra voz al teléfono. Era el director
Clínico del hospital, nervioso, hablando atropelladamente, Ahora
Mismo acabo de recibir información de la policía de que hay dos casos
Más de ceguera fulminante, Policías, No, un hombre y una mujer, a él
Lo encontraron en la calle, gritando que estaba ciego, y ella estaba en
Un hotel cuando perdíó la vista, una historia de cama, según parece,
Es necesario averiguar si se trata también de enfermos míos, sabe
Cómo se llaman, No me lo han dicho, Del ministerio han hablado ya
Conmigo, van a ir al consultorio a recoger las fichas, Qué situación,
Dígamelo a mí. El médico colgó el teléfono, se llevó las manos a los
Ojos, allí las dejó como si quisiera defenderlos de males peores, al fin
Exclamó sordamente, Qué cansado estoy, Duerme un poco, te llevaré
Hasta la cama, dijo la mujer, No vale la pena, no podría dormir,
Además, todavía no se ha acabado el día, algo más va a ocurrir.
Eran casi las seis cuando sonó el teléfono por última vez. El
Médico estaba sentado al lado, levantó el auricular, Sí, soy yo, dijo,
Escuchó con atención lo que le estaban diciendo, y sólo hizo un leve
Movimiento de cabeza antes de colgar. Quién era, preguntó la mujer,
Del ministerio, viene una ambulancia a buscarme dentro de media
Hora, Eso era lo que esperabas que ocurriera, Más o menos, sí,
Adónde te llevan, No lo sé, supongo que a un hospital, Te voy a
Preparar la maleta, algo de ropa, No es un viaje, No sabemos qué es.
Lo llevó con cuidado hasta el dormitorio, lo hizo sentarse en la cama,
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Quédate ahí tranquilo, yo me encargo de todo. La oyó moverse de un
Lado a otro, abrir y cerrar cajones, armarios, sacar ropa y luego
Ordenarla en la maleta colocada en el suelo, pero lo que él no pudo ver
Es que, aparte de su propia ropa, había metido unas cuantas faldas y
Blusas, ropa interior, un vestido, unos zapatos que sólo podían ser de
Mujer. Pensó vagamente que no iba a necesitar tantas cosas, pero se
Calló porque no era el momento de hablar de insignificancias. Se oyó
El restallido de las cerraduras, luego la mujer dijo, Bueno, ya puede
Venir la ambulancia. Llevó la maleta al vestíbulo, la dejó junto a la
Puerta, rechazando la ayuda del marido, que decía, Déjame ayudarte,
Eso puedo hacerlo yo, no estoy tan inválido. Luego se sentaron en el
Sofá de la sala, esperando. Tenían las manos cogidas, y él dijo, No sé
Cuánto tiempo vamos a tener que estar separados, y ella respondíó,
No te preocupes.
Esperaron casi una hora. Cuando sonó el timbre de la puerta,
Ella se levantó y fue a abrir, pero en el descansillo no había nadie.
Descolgó el interfono, Muy bien, ahora baja, respondíó. Se volvíó hacia
El marido y le dijo, Que esperan ahí abajo, tienen orden expresa de no
Subir, Por lo visto en el ministerio están realmente asustados, Vamos.
Tomaron el ascensor, ella ayudó al marido a bajar los últimos
Escalones, luego a entrar en la ambulancia, volvíó al portal a buscar la
Maleta, la alzó ella sola y la empujó hacia dentro. Después subíó a la
Ambulancia y se sentó al lado del marido. El conductor protestó desde
El asiento delantero. Sólo puedo llevarlo a él, son las órdenes que
Tengo, tiene usted que salir. La mujer respondíó con calma, Tiene que
Llevarme también a mí, acabo de quedarme ciega.
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La ocurrencia había brotado de la cabeza del ministro mismo.
Era, por cualquier lado que se la examinara, una idea feliz, incluso
Perfecta, tanto en lo referente a los aspectos meramente sanitarios del
Caso como a sus implicaciones sociales y a sus derivaciones políticas.
Mientras no se aclarasen las causas, o, para emplear un lenguaje
Adecuado, la etiología del mal blanco, como gracias a la inspiración de
Un asesor imaginativo la malsonante palabra ceguera sería designada,
Mientras no se encontrara para aquel mal tratamiento y cura, y quizá
Una vacuna que previniera la aparición de casos futuros, todas las
Personas que se quedaran ciegas, y también quienes con ellas
Hubieran tenido contacto físico o proximidad directa, serían recogidas
Y aisladas, para evitar así ulteriores contagios que, de verificarse, se
Multiplicarían según lo que matemáticamente es costumbre denominar
Progresión geométrica. Quod erat demonstrandum, concluyó el
Ministro. En palabras al alcance de todo el mundo, se trataba de poner
En cuarentena a todas aquellas personas, de acuerdo con la antigua
Práctica, heredada de los tiempos del cólera y de la fiebre amarilla,
Cuando los barcos contaminados, o simplemente sospechosos de
Infección, tenían que permanecer apartados cuarenta días, Hasta ver.
Estas mismas palabras, Hasta ver, intencionales por su tono, pero
Sibilinas por faltarle otras, fueron pronunciadas por el ministro, que
Más tarde precisó su pensamiento, Quería decir que tanto pueden ser
Cuarenta días como cuarenta semanas, o cuarenta meses, o cuarenta
Años, lo que es preciso es que nadie salga de allí. Ahora hay que
Decidir dónde los metemos, señor ministro, dijo el presidente de la
Comisión de Logística y Seguridad, nombrada al efecto con toda
Prontitud, que debería encargarse del transporte, aislamiento y auxilio
A los pacientes, De qué posibilidades inmediatas disponemos, quiso
Saber el ministro, Tenemos un manicomio vacío, en desuso, a la
Espera de destino, unas instalaciones militares que dejaron de ser
Utilizadas como consecuencia de la reciente reestructuración del
Ejército, una feria industrial en fase adelantada de construcción, y hay
También, y no han conseguido explicarme por qué, un hipermercado
En quiebra, Y, en su opinión, cuál serviría mejor a los fines que nos
Ocupan, El cuartel es lo que ofrece mejores condiciones de seguridad,
Naturalmente, Tiene, no obstante, un inconveniente, es demasiado