La obra que he leído perteneciente a este periodo es Bodas de sangre, de F.
García Lorca, editada en [XXX].
La vida del autor se sitúa entre dos fechas, 1898 y 1936, que superan su propio marco vital y lo sitúan en un periodo apretado y convulso: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la revolución soviética, la dictadura de Primo de Rivera, el crack del 29, la proclamación de la II República española, el estallido de la Guerra Civil… marcarán la vida y la muerte del poeta granadino. Desde el punto de vista cultural, fue una época considerada para España como su “Edad de Plata”, época en la que coincidieron científicos como Ramón y Cajal, pintores como Dalí o Picasso, músicos como Manuel de Falla o Albéniz, cineastas como Luis Buñuel, filósofos como Unamuno y Ortega, poetas como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o Pedro Salinas… y también dramaturgos como Valle-Inclán o el propio Lorca. Lorca, de hecho, se convertirá en el máximo exponente de la Generación del 27, ese excepcional grupo poético de Guillén-Lorca, con Alberti, Aleixandre, Salinas, Cernuda… pero también, en un sentido más amplio, con dramaturgos como Alejandro Casona, Max Aub, Jardiel Poncela, Miguel Mihura…
El interés por el teatro en García Lorca se muestra ya en su más temprana infancia, como contaba Francisco García Lorca en la biografía sobre su hermano, cuando escribía teatro para guiñol y para marionetas, algo por lo que siempre se interésó. Su primera obra, sin embargo, estrenada nada más llegar a Madrid, El maleficio de la mariposa, fue un rotundo fracaso: de ascendencia modernista y en verso, llevaba a escena una historia de insectos que el público no entendíó pero que reflejaba ya las principales preocupaciones del autor, sobre todo la frustración: el “¿por qué quiero volar si no tengo alas?” con que se cierra el manuscrito trunco que se ha conservado recorre toda la obra lorquiana, hasta La casa de Bernarda Alba, la última que escribíó.
Si el Romancero gitano (1928) le consagró como poeta, Bodas de sangre (1933) le consagraría como dramaturgo.
El estreno en Madrid fue todo un éxito, y al poco tiempo se estrenaría también en Buenos Aires y otras ciudades. Triunfaba con ella definitivamente el teatro innovador, a partir de la genialidad de autores como Lorca y Valle, pero también con gente detrás comprometida con el lenguaje dramático: actrices (Margarita Xirgu), escenógrafos (Rivas Cherif)… incluso la propia República, que había apostado por la cultura con programas como el de las Misiones Pedagógicas, en las que había colaborado el propio Lorca con su teatro de La Barraca o Alejandro Casona. El triunfo de Bodas de sangre, pues, era el triunfo de una nueva forma de concebir el teatro.
En 1936, aparte de su obras poéticas, Lorca acumulaba ya un nutrido grupo de obras dramáticas que lo convertían en un autor excepcional: Mariana Pineda, El público, Yerma… mostraban un teatro de ingredientes trágicos, poéticos y populares, en el que lo real se entreveraba con el más hondo lirismo (“el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace carne”, diría en una ocasión), un teatro en el que se presenta el conflicto dramático entre un principio de autoridad (relacionado con la sociedad y sus normas, con el matrimonio, con la represión, con las convenciones, con la muerte…) y un principio de libertad (con el individuo y su libertad, con el amor erótico, con los instintos, con la naturaleza y los espacios abiertos…), a veces encarnado en personajes que se destruirán mutuamente, como sucede en La casa de Bernarda Alba entre la madre y su hija Adela.
En Bodas de sangre, también. Los personajes no tienen nombre y se definen por su función social (“la novia”, “la madre”, etc.); solo “Leonardo” tiene, y será quien hace saltar por los aires todas las convenciones, todas las normas que impone la sociedad y que asfixian al individuo, destruyendo su libertad y su impulso vital. Configurado sobre el entramado de un universo mítico y simbólico, el lenguaje lorquiano aquí alcanza sus más altas cimas, con personajes como la Luna o la Mendiga que nos remiten a significados ancestrales y milenarios, mientras el caballo que no puede beber nos anticipa ya el leit motiv lorquiano de la frustración y de la muerte. Al mismo tiempo, y como ya hizo Lope con El caballero de Olmedo (obra a la que debe evidentes influencias, sobre todo en el acto III) Lorca partía de la realidad, la noticia del asesinato cometido en un pueblo andaluz por un novio despechado, cuya novia se había fugado con su amante el día antes de la boda:
El honor y las pasiones desatadas como detonantes de una fatalidad trágica. Como los grandes dramaturgos clásicos (Lope, Calderón, Shakespeare…), Lorca transmuta así la realidad y la convierte en poesía.
Para Lorca, Bodas de sangre era la primera de una trilogía, una “tragedia de la tierra”; la segunda era Yerma, sobre la mujer infértil. La tercera sería La destrucción de Sodoma, tal como había declarado a la prensa, mientras Margarita Xirgu le esperaba en México. Pero no pudo ser. En Julio del 36, un sector del ejército se subleva contra el gobierno republicano. Las tropas rebeldes ocupan Granada y su alcalde, cuñado de Lorca, es fusilado. Pocos días después, el propio Federico es detenido en la casa de su amigo Luis Rosales y ejecutado brutalmente en la carretera que lleva a Víznar, arrojando su cuerpo a la cuneta. Con él desaparecía uno de nuestros genios más universales y se cerraba trágicamente uno de los capítulos más brillantes, más impresionantes, de nuestra literatura.