La novela y el cuento hispanoamericano en la segunda mitad del siglo XX
Publicado en 20 Abril 2012
La novela hispanoamericana en la segunda mitad del Siglo XX ha sido considerada comoun hecho luminoso en el arte narrativo. La crítica distingue tres momentos: el Realismo tradicional, el Realismo mágico y el experimentalismo. Dejando aparte el primero, la novela que se produce en la segunda mitad está revestida de lo mágico y de lo que se ha denominado novela experimental. Con ambos términos se llega a lo existencial y a la innovación formal. La mejor narrativa se ha asociado al “Realismo mágico” como superación del denominado Realismo. Se comenzó en los años cincuenta, como resultado de enlazar ideología y estética para reproducir una realidad en la que se aúnan historia, mito y naturaleza. El término llegó a llamarse “real maravilloso” que abarca las dualidades tradición-modernidad y culturalismo-vanguadia, en la que caben regionalismo, indigenismo. Todo como una ventana abierta al orbe.
El término se difundíó a partir de 1948 por Uslar Pietri. Se puede llegar a la conclusión de que Realismo mágico sería la persona contemplada como misterio en medio de datos realistas; o también la negación poética de la realidad, o adivinar la auténtica realidad en lo misterioso, en lo difícil de comprender.
Si nosotros analizamos las vanguardias europeas de la década de los años veinte, y, sobre todo, el Surrealismo nos daremos cuenta que el sustrato, la simiente, la descubrieron en Europa, por lo que podemos decir que se aprovecharon de esta idea para analizar la realidad americana desde diversas almenas.
La llamada “generación del boom” de la década de los sesenta, sobre todo, en Europa alcanza éxitos desproporcionados, de ahí que también se extendiera a la generación anterior y a los que comenzaban en estos años. Pero no todo fue asombroso, tuvo también sus sombras. No todas las novelas hispanoamericanas rayaron la perfección novelesca, hubo también hojarasca, pero el adjetivo luminoso quedó para la posteridad.
Los primeros que lanzan la idea son: J. L. Borges, M. Á. Asturias y A. Carpentier. Con El señor Presidente (1932) de Asturias, asistimos a la suma de las expresiones mito-historia-realidad como constantes de lo emblemático en el arte de narrar. Los pasos perdidos constituye la cima narrativa de Carpentier en la que el anhelo es frustrado por los orígenes de la procedencia de las personas; en concreto, la procedencia de la selva de un músico le lleva a pensar que no realizará la utopía con que había entrevisto sus cualidades.
Entre los años iniciales de los cincuenta y primeros de los años sesenta se produce el llamado “boom”, personificado en Cien años de soledad (1967), de García Márquez, en la que lo mágico se impone al aunar religión, naturaleza, magia, violencia, historia, humor, decadencia en una realidad hispanoamericana donde la ficción se hace realidad. En cada uno de los autores va a predominar un aspecto o varios, dependerá de la novela. Así en Juan Rulfo, lo primordial es la relación que establece entre lo experimental del hecho narrativo y la fantasía que va más allá de la muerte en su novela que tanto éxito le ha dado.
Los autores que más se han significado son Miguel Ángel Asturias con El señor Presidente (1946), Los ojos de los enterrados (1960). Alejo Carpentier con Los pasos perdidos (1953), El siglo de las luces (1962). Jorge Luis Borges, El Aleph (1949), El libro de la arena (1975).Juan Rulfo, Pedro Páramo (1955), El llano en llamas ( 1953). Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas (1961). Julio Cortázar, Rayuela (1963). Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz (1962), La regíón más trasparente (1986), Cambio de piel (1967), Cristóbal Nonato (1987), Diana (1994), Geografía de la novela ((1993), Terra nostra (1975), Los años con Laura Díaz (1999), La silla del ágüila (2003). García Márquez, Cien años de soledad (1967), El coronel no tiene quien le escriba (1961), El otoño del Patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981).Vargas Llosa, La ciudad y los perros (1962), Conversación en la catedral ( 1969), La casa verde (1966), La tía Julia y el escribidor (1977), Pantaleón y las visitadoras (1973),La guerra del fin del mundo (1981), Lituma en las Andes (1993), ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), La fiesta del Chivo, (2000).
La tríada novelesca, hoy más famosa, es la formada por G. García Márquez, VargasLlosa y Carlos Fuentes. Los dos primeros “Premios Nobel”. La singularidad de la narrativa proviene de la expresiones “Realismo mágico”, “lo real maravilloso americano”, ésta acuñada por A. Carpentier, y la primera atribuida a Franz Roh en 1925. Con esta idea se quiere superar la concepción de la novela decimonónica, para ahondar más si cabe en la realidad. Buscar la esencia, aunar el Realismo con la trascendencia, con lo mágico, concepto que ya contempló el expresionismo (vanguardia expresionista).
Al escribir del cuento hispanoamericano, inmediatamente, nos debe venir a la memoria dos autores: J. Cortázar y J.L. Borges. Las tendencias cuentísticas son realistas, fantásticas y mágicas. A veces, se complemntan las tres. El recuerdo de J. L. Borgesdebe inundar nuestra mente, y por encima de todos El Aleph, en el que la trama cuentística está constituida por las repetidas entrevistas que el escritor mantiene con Carlos Argentino Daneri, tras la muerte de Beatriz Viterbo. Otra vez la dicotomía ficción-realidad sin que sepamos descifrarlas, tal vez por eso nos anima a la lectura. Los cuentos de Borges están llamados a ocupar lo insólito, a ejercer la imaginación para que se apodere de nosotros un vértigo intelectual, de ahí que elija temas como el destino de las personas, la identidad humana, la muerte, el infinito, la eternidad, el laberinto del mundo, etc. Pero, a su vez, nos da la sensación de que es un mundo personal, con imágenes propias, con símbolos que nos desbordan. Destaquemos de entre ellos, amén del impresionante El Aleph (1949), El libro de arena (1975), El Hacedor (1960), Ficciones (1944), El informe de Brodie (1970). Su obra universal es un desafío a la imaginación, a la inteligencia.
En cuanto a Julio Cortázar, si bien comenzó su andadura literaria en la poesía, pronto se reveló como un destacado cuentista. En el relato breve nos sumerge en las preocupaciones que luego tratará de una forma más detenida en sus novelas. Sus primeros cuentos están veteados de un esteticismo distorsionador para captar mejor la cara oculta, para construir un mundo diferente; para hacernos ver que la realidad nos ofrece sorpresas. El cuento fantástico va más allá para que las inquietudes estéticas se funden con las aspiraciones metafísicas. Estas ideas son recogidas en los cuentos Final del juego (1956) y El perseguidor (1958). Su primer libro de cuentos fue Bestiario (1951). Después vendrían Las armas secretas (1959), Historia de cronopios y de famas (1962),Octaedro (1974), Alguien que anda por ahí (1977), Un tal Lucas (1979).
No estarían completos los cuentos hispanoamericanos si no récordásemos la colección de La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y de su abuela desalmada (1972) de García Márquez. Tampoco hay que echar en saco roto a los numerosos cuentos deJuan Carlos Onetti publicados en 1975 con el título Cuentos completos. Y, cómo no, la singular maestría cuentística de Mario Benedetti en Los pocillos, La noche de los feos, Los astros y vos, Ganas de embromar, La vecina orilla, entre otros.
El microcuento o microrrelato, aunque ya habían aparecido a principios del Siglo XX, vuelve a finales de siglo en la escritura de Augusto Monteroso, Andrés Neuman, Juan José Arreola, entre otros.
¿Cómo se puede llamar Nada un libro que encierra tanto y tan bueno?
Publicado en 29 Marzo 2011
Este aserto fue escrito por Juan Ramón Jiménez en la revista Ínsula.
Nada de Carmen Laforet está inserta en la novela de posguerra de la década de los cuarenta, juntamente con La familia de Pascual Duarte ( Cela), Mariona Rebull (I. Agustí), La sombra del ciprés es alargada (M. Delibes), La fiel infantería (García Serrano), Javier Mariño (Torrente Ballester).
Hoy, está considerada como la mejor de la década de los cuarenta por su acierto a la hora de recoger algunos de los aspectos de los días posteriores a la guerra de 1936, hasta tal punto que siempre nos viene a la memoria, en primer lugar, esta novela, que fue el primer premio Eugenio Nadal (1944), por tres votos contra dos. Su primera edición es de Mayo de 1945.
La novela comienza con la llegada del personaje fundamental a la estación de ferrocarril de Barcelona, a medianoche, sin que nadie la espere. La voz narradora es la de Andrea, que llega a estudiar una carrera y se hospeda en casa de sus tíos. Su alegría por llegar a una gran ciudad choca con el ambiente mortecino y de soledad que se respira; tal vez, nos esté describiendo la cruda realidad de la posguerra. Termina con otra alegría para Andrea, después de tantos sinsabores; su marcha a Madrid es una liberación. La calle Aribau, sólo va a ser un recuerdo. Emprenderá otra vida, en otro lugar, en el que encuentre la plenitud existencial que tanto anheló.
El mundo descrito nos parece anormal por esas confrontaciones y conflictos con que se desenvuelven los personajes. El mundo estudiantil sirve como contrapunto a lo que ocurre en la casa de la calle Aribau; el conflicto de generaciones es nítido. La tortura diaria entre los que habitan la casa nos hace pensar en un infierno ante tanta discordia llena de un dolor íntimo que les aflige.
El tremendismo surge, precisamente, por estas relaciones que producen hastío, por eso pensamos que lo sicológico y existencial son envolventes. La protagonista es testigo de unos acontecimientos que evoca con una gran riqueza de matices, y si bien parece que late un pesimismo por las escenas que presencia con un vacío desolador; sin embargo, al final nos damos cuenta que existe un ventanal, una luz para que ese tremendismo descrito se convierta en aire purificador, de ahí que la novela tenga un carácter abierto con su marcha a Madrid, y abandone el infierno en el que moraba.
Estilísticamente, es sencilla, de estructura lineal, y el tiempo transcurrido es de un año.
El espacio se desarrolla por las calles de Barcelona, la universidad, y la casa familiar. La dicotomía libertad-opresión es transparente; ésta con más abundancia porque los hechos narrados se entretienen más en el ámbito cerrado de la casa. También hay que añadir que es la primera novela de grupo, de protagonista colectivo.
Quizá lo más innovador estribe en que deja al lector/a para que construya sus pensamientos, por eso se considera una novela abierta; la narradora nos facilita la estructura, pero con muchas aristas libres. Precisamente es uno de los aspectos que resalta, amén de la fuerza de los personajes, más allá de que, simbólicamente, quizá, la calle Aribau represente la gran tragedia de 1936, como nos ha recordado, en varias ocasiones, el novelista Miguel Delibes.
Una de las escenas que más me ha llamado la atención es la ducha fría (“¡Qué alivio el agua helada sobre mi cuerpo!”) con la que Andrea se despoja de ese calor húmedo con que la ciudad la ha contagiado a su llegada, así como la suciedad de la casa (“aquellas paredes sucias, de puntillas sobre la roñosa bañera de porcelana”). Tampoco puedo olvidar la despedida de su tía Angustias al hacerle en la frente la señal de la cruz, también “y la abuela me abrazó con ternura. Sentí palpitar su corazón como un animalillo contra mi pecho”. Todo un síntoma de acontecimientos venideros.