Las partes en las que se divide son: la vida terrenal, la vida de la fama, la vida enterna.

3.- Comentario crítico:

Nos encontramos ante un artículo de opinión (una columna) que apareció en un periódico diario con la firma del escritor Felipe Benítez Reyes. (Este autor gaditano, articulista habitual de prensa, ha publicado varios libros de poesía y algunas novelas de gran éxito, como El novio del mundo y El pensamiento de los monstruos). El autor lo escribió hace unos años con el objetivo de hacer reflexionar a los lectores del periódico sobre el cambio de valores en la sociedad actual para conquistar la fama.

Al tratarse de un artículo de opinión firmado por un escritor, el texto utiliza un lenguaje común-culto, que no dificulta a los lectores la comprensión del mismo y se adecua perfectamente al tema analizado. Además, observamos el empleo de un recurso literario: la ironía, que permite al autor tratar este asunto con cierto distanciamiento y humor.

El texto es del tipo expositivo-argumentativo, ya que expone sus ideas sobre una cuestión de interés y actualidad (la manera de alcanzar la fama) y defiende una tesis a través de argumentos y ejemplos (la fama debería estar reservada para las personas que trabajan por el bien de la sociedad y no para los participantes en programas de televisión “basura” como Gran Hermano).

¿Cuál es el punto de vista de Benítez Reyes?


Es evidente que escribe este artículo con la intención de denunciar la actitud de “ciertos famosos” y, sobre todo, la complicidad de una sociedad (medios de comunicación y audiencia incluidos) que ha trastocado los valores necesarios para lograr el reconocimiento social. Por eso, empieza el autor planteando cuáles eran los requisitos para hacerse famoso en el pasado: eran tan sencillos -dice con una ironía cercana al sarcasmo- que a Fleming no le costó ningún trabajo descubrir la penicilina, ni a Cervantes escribir El Quijote, ni a Beethoven componer su música sinfónica, ni al hombre del siglo XX llegar hasta la luna. La sociedad actual valora otras cosas y así hace famosos a los “don nadie”, a los que viven “del cuento”, a los que no hacen nada. O peor aún, hace famosos a los infames (¡qué paradoja: los in-fames!), a quienes se dedican a robar, a agredir o incluso a matar. El artículo concluye con el recuerdo a la heroicidad de Ulises ante el cíclope Polifemo, que constata -además de la vasta cultura de FBR- la diferencia entre los famosos héroes clásicos y los vulgares “famosillos” contemporáneos.


¿Cuál es nuestro punto de vista?


Es imposible que un lector sensato no comparta la opinión de Benítez Reyes. La nuestra, al menos, sí coincide totalmente con la del autor del texto. En efecto, antes la fama era un concepto positivo, un valor que podían conseguir muy pocas personas, y la sociedad estaba orgullosa de ellos, como testimonian tantos textos históricos o literarios. Jorge Manrique escribe unas inmortales Coplas a la muerte de su padre porque considera que su progenitor ha sido un ser ejemplar para la humanidad. Por eso, se vanagloria de que su padre haya abandonado la vida terrena para entrar en la vida de la fama, paso necesario para llegar a la vida verdadera: la vida eterna. La sociedad de los Siglos de Oro identificaba la fama con el honor. Como decía Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea, “al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios”. Quien no tiene buena fama, no tiene honor; luego es un villano. Y hasta se batían en duelo por lavar el honor mancillado, como hace don Víctor Quintanar en La Regenta. (El infame más famoso es don Juan Tenorio, y por eso, por ser un burlador de la fama de los demás, Tirso lo condena a las llamas del infierno; aunque el don Juan de Zorrilla sea otra historia).

  La fama de hoy está ejemplificada en el concurso Gran Hermano. Como dice el autor del artículo que estamos comentando, basta con encerrar en una casa a unos cuantos “botarates” y televisar sus “trajines”: al momento son los más conocidos de España, los más “famosos”. Y con ellos también se harán “famosos” los que critican a los famosos, los “famosos vicarios”. Todo es un círculo vicioso: son famosos, y ¡ganan dinero!, los que no hacen nada y los que dicen idioteces sobre los que no hacen nada. Estamos ante la fama inútil, la fama consentida por una sociedad imbecilizada, por todos los que nos quedamos embobados delante de una televisión basura en lugar de apagarla y hacer otra cosa: dar un paseo, ir al cine o al teatro, o leer un buen libro. Ya lo decía no hace mucho Luis García Montero, buen amigo de Benítez Reyes, que cinco minutos de televisión tienen más influencia que las obras completas de cualquier escritor. Lamentablemente, es cierto. Tan cierto como que la palabra “famoso” se ha llenado de connotaciones negativas (“el famoseo”) y que la fama es hoy un disfraz, una máscara tras la que se esconden las personas más inútiles.
En conclusión, si la sociedad de finales del siglo XX y principios del siglo XXI ha sido capaz de invertir los valores y de hacer “héroes” a cuantos personajes aparecen en televisión (futbolistas, cantantes, parásitos sociales…) por el simple hecho de salir en pantalla, debe ser esa misma sociedad -o al menos las nuevas generaciones- la que recupere la sensatez perdida; la que vuelva a tomar como ejemplo de progreso a todos aquellos que, sin hacer ruido, pasan los días y las noches (en el laboratorio, en la fábrica, ante su mesa de estudio…) trabajando por un mundo mejor, más justo y más solidario. Como dijo Unamuno, lo importante de un país es su “intrahistoria”, es decir, la vida callada de millones de hombres sin historia. Esas son las personas que merecen alcanzar la fama.

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