TEMA 6 LITERATURA CONTINUACION Segunda etapa
Con Poeta en Nueva York (1929-1930) se produce un cambio notable en la obra de Lorca.
Como siempre, el poeta parte del mundo que le rodea, pero, consciente de que la comunicación poética nunca puede llevarse a cabo con métodos realistas, renuncia a una crónica de su viaje y somete ese mundo a un proceso de transformación. La ciudad, como antes Andalucía, no está vista desde fuera. Aunque se presenten estrechamente relacionados, deben tenerse en cuenta para el estudio de los poemas de este libro los siguientes puntos: a) Por una parte, la visión negativa que el poeta nos da de la ciudad y de sus distintas zonas (Wall Street, Bronx, Coney Island, Brookling Bridge, Harlem, las calles, las luces, la multitud), y su rechazo de una civilización mecanizada que destruye lo auténticamente humano. El sentido primero del libro podría resumirse así: el hombre ha creado una ciudad gigantesca, pero es, al mismo tiempo, víctima de ella, porque destruye su libertad, su contacto con lo natural y su comunicación con los demás hombres. En este mundo deshumanizado, los negros, a los que dedica una sección del libro, llevan una de las peores partes. b) A partir de esa realidad que describe, Lorca se remonta, en primera persona, a sí mismo, a sus amargas experiencias pasadas y presentes, a su soledad y a sus deseos amorosos (téngase en cuenta que ya en el título del libro se produce esa fusión de lo externo y lo personal). La estrecha relación entre la situación dolorida del poeta y el «símbolo patético de Nueva York» es quizá lo más significativo de este libro. Lorca abandona el pudor que ha mantenido hasta ahora y, a partir de Poeta en Nueva York, se proyectará más en sus poemas. Según confesará, la suya es ya «una poesía de abrirse las venas». c) De ahí pasará, valiéndose de la tercera persona, generalmente en plural, a lanzar su protesta contra los que coartan la realización plena de todos los instintos del hombre y a solidarizarse con aquellos que, como él, padecen una situación de desamor. Téngase presente que al privar muchas veces a la ciudad de contornos precisos, al “desrealizarla”, puede convertirla en microcosmos, en abstracción impersonal, sin lugar ni tiempo precisos, en símbolo del sufrimiento y de la falta de armonía y de solidaridad del universo. Nueva York es una ciudad dominada, como el resto del mundo, por la muerte, física y psicológica, porque en ella no hay amor.
Con la llegada a La Habana, que describe en los poemas finales, Lorca volverá a reencontrarse con sus raíces hispanas, casi perdidas durante esta experiencia norteamericana.
Forma y estilo
Todo lo dicho está expresado con un lenguaje de enorme fuerza expresiva, capaz de recrear admirablemente en el lector las mismas experiencias confusas y desgarradoras del poeta. Con frecuencia se ha hablado de las relaciones de esta obra con el Surrealismo, a pesar de que la incoherencia pocas veces llega a ser profunda y de que persisten las metáforas muy elaboradas, según los cánones del barroco, aunque de dificultad extrema. La huella surrealista es más al del poeta y en el evidente en el grito de rebeldía radical y el agudizamiento de su conciencia social. Frente a la métrica regular de los libros anteriores, Lorca da ahora preferencia al versículo, aunque la rima asonante y los estribillos pervivan en algunos textos. En los libros siguientes, Lorca cultiva un tipo de poesía más entroncado consigo mismo y de mayor contenido erótico. También, aunque no abandona del todo la versificación libre, vuelve a esquemas métricos más regulares. Con Diván del Tamarit, estimulado por la lectura de los Poemas arábigo-andaluces, que acababa de traducir E. García Gómez, y por sus viejos conocimientos de poesía árabe, intenta una nueva aventura poética. Obsérvese, sin embargo, que el libro poco tiene que ver con la visión superficial y tópica que de Oriente nos han dejado numerosos poetas europeos desde el romanticismo. Si descontamos una mayor carga sensual, Lorca permanece fiel a sus obsesiones habituales. En Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, uno de sus poemas más perfectos, Lorca lleva a cabo un homenaje a su amigo el torero Ignacio Sánchez Mejías, muerto en 1934. Aunque existen alusiones al mundo de la corrida, Lorca, que siempre se negó a tratar directamente el mundo de los toros, rehúye los elementos costumbristas y pintorescos y las interpretaciones filosóficas. En las cuatro partes de que se compone, todo se subordina a la presentación, en medio de una atmósfera irreal, de una figura mítica y excepcional a la que la muerte arrastra, a la nada. Lo que más destaca, aparte de la calidad extraordinaria del lenguaje poético, es la perfecta adecuación de la métrica al sentimiento elegíaco que expresa el poeta. Los Sonetos del amor oscuro deben encuadrarse dentro de la tendencia neoformalista que se advierte en la poesía española de esos años, y que se acentuará al comienzo de la década de los cuarenta. En los poemas que se conservan, aunque está presente, como en el libro anterior, el erotismo, se produce una mayor espiritualización de la experiencia amorosa. Ello se debe probablemente, como señala Miguel García Posada, al «hecho de que estos sonetos celebran un amor ya consumado y una relación amorosa duradera». La angustia, la ansiedad ante la posibilidad de perder ese amor es, lógicamente, uno de los temas dominantes.